Estamos en un punto de inflexión. Dos años de mandato municipal y todavía buscando el norte en la post-pandemia.
Es momento de hacer balance y tenemos que ser claros: Barcelona no es hoy el lugar que querríamos que fuera, ni para trabajar, ni para vivir. Hoy, un tercio de los barceloneses dice que, si le fuera posible, se marcharía de la ciudad. Es mucho más que un síntoma, es un estado de ánimo que no podemos obviar.
A pesar de la evidente anomalía que hizo que Esquerra no gobernara la ciudad, estos dos años hemos trabajado desde la conciencia de ser la primera fuerza municipal, sin frustración, ni victimismo inútil.
Hemos puesto por encima el interés general de la ciudad, adoptando –y practicando– una opción de barcelonismo responsable, el llamado “Govern d’impuls”, y hemos aprobado dos presupuestos, negociando -aquí y en Madrid- para eliminar obstáculos legislativos y poder añadir cantidades que permiten a la ciudad contar hoy con los recursos más importantes de la historia.
Lo hemos hecho porque creíamos, y creemos, que era lo mejor para la ciudad y su gente. Estamos orgullosos y convencidos.
Sin embargo, todo esto no nos impide ver –hoy, pero también entonces– las carencias, incongruencias y desorientación de fondo del gobierno Colau-Collboni. Somos conscientes de la distancia entre nuestras propuestas y la gestión ineficiente del gobierno municipal que a menudo se deriva. Después de 6 años, el gobierno de la ciudad es incapaz de ofrecer orientación y proyecto claro más allá de las buenas intenciones políticas, de un buen funcionamiento general de los servicios municipales y de un casi siempre ejemplar comportamiento de los y las profesionales, técnicos, administrativos, auxiliares... de todos los sectores y organismos municipales.
La ciudadanía percibe que las expectativas que nacieron con las elecciones del 2015 hoy no tienen confirmación ni liderazgo, y la crisis -sanitaria, pero también social y económica- de la Covid-19 ha dejado a cuerpo descubierto todas las debilidades, precariedades y desigualdades que sufre la ciudad.
El gobierno municipal vive en una bicefalia que oscila entre el marketing de unos y el pseudo-socialismo de los otros. A pesar de compartir buena parte de los objetivos finales anunciados por los comunes, en muchos casos acabamos identificando una política ineficiente y contraproducente respecto de los mismos resultados perseguidos. Y, al otro lado, los “socialistas de Estado” trabajan por un retorno acrítico a los viejos moldes de “crecimiento al precio que sea”.
Una suma incoherente y condenada al fracaso, surgida de un acuerdo concebido para repartirse el poder, no para liderar Barcelona ni, todavía menos, responder a la exigencia sobrevenida.
Un gobierno que confunde la imprescindible y urgente definición de nuevo modelo urbano global, con el populismo, la gesticulación superficial y la decoración arbitraria. Así como cosechan una larga lista de promesas incumplidas (ahora que también gobiernan en Madrid) como el cierre de los CIE, la regulación de los alquileres, la construcción de toda la vivienda social anunciada en el anterior mandato o el refuerzo e impulso de los servicios sociales municipales que hoy se ven tan desbordados que convocan una huelga para este mismo viernes.
Ahora hay que encarar la nueva transformación urbana y hacerlo de forma que protejamos la manera de vivir de nuestra ciudad, sin perder ni un milímetro de carácter propio, pero siendo capaces de “crear” ciudad nueva y generando más equidad. Barcelona necesita que se la entienda, que se le permita expresar con plenitud el temple y la identidad que le dan carácter propio e inconfundible. No se trata de un ejercicio de nostalgia para contentarnos, se trata de la auto-exigencia de un salto adelante para recuperar la ambición e ilusión barcelonesa que tanto ayudaron a construir y que muchos anhelamos.
No, no podemos compartir ni el fondo ni la forma de este gobierno. Somos la alternativa más evidente. Seguiremos proponiendo mejoras para la ciudad y seguiremos dispuestos a cerrar acuerdos en beneficio del interés general. Pero los dilemas son evidentes y nuestra opción clara.
¿Entre crecer o transformar? Transformar.
¿Entre decorar o gobernar? Gobernar.
A punto de salir de la fase más aguda de la pandemia y a dos años de las próximas elecciones municipales, me propongo formular con claridad las preguntas pertinentes y a buscar y encontrar las mejores respuestas en estrecha complicidad con la ciudad.
Buscaremos el entendimiento profundo con todas las barcelonesas y los barceloneses, base imprescindible de cualquier proyecto de futuro. Trabajaremos para construir una alternativa creíble, arraigada a la ciudad, muy concreta y en positivo.
Hagámoslo, devolvamos a la ciudad el ánimo perdido, acompañemos el alma en busca de cuerpo, construyamos el clima de complicidad indispensable, estimulemos la ambición compartida, ganémonos la esperanza nacida del horizonte que sabremos posible.