¿Hoteles sin bufé y más terrazas? La esperanza del sector turístico en Barcelona para evitar un verano en blanco
Ningún sector económico conoce a día de hoy cómo la crisis del coronavirus lo va a cambiar, pero sí empieza a haber algunas certezas a corto plazo. En Barcelona, la ciudad más turística del Mediterráneo, se sabe que no habrá el millón de cruceristas que desembarcó el verano pasado en el Puerto, ni los más de 800.000 visitantes que duermen en hoteles en julio, ni colas en la Sagrada Familia que den la vuelta a la manzana, ni playas abarrotadas... Pero al tiempo que muchos hoteleros y restauradores dan el verano por perdido, otros ya preparan sus establecimientos y su contabilidad para un escenario que les permita abrir con restricciones.
El sector vacacional en toda España está centrado ahora mismo en resolver la situación laboral y financiera de los establecimientos, en unas fechas que en condiciones normales serían previas al inicio de temporada. No será el caso esta vez. Tampoco se espera casi nada de lo que queda de 2020, con una caída de la actividad prevista del 81,4%, según el lobby Exceltur, con lo que los empresarios, como el Gremio de Hoteleros de Barcelona, reclaman antes que nada que se les permita alargar los ERTE de fuerza mayor aunque se levante el estado de alarma.
Pero en paralelo, los hay que ya trabajan en el siguiente escenario, el de una apertura controlada que depende de muchos escenarios, pero que seguro tendrá un punto de partida: un sello para acreditar que los alojamientos están libres de COVID-19, y que tenga en cuenta medidas de limpieza y distanciamiento. “Esto deja en el aire sobre todo cómo quedará la oferta gastronómica. Los bufés se tendrán que redimensionar, quizás usar parte del salón o la cafetería para distanciar mesas. O intentar potenciar más el servicio de habitaciones, con el aumento de personal que esto supone”, asume José Ángel Preciado, director general de Ilunion Hotels, con 26 establecimientos en todo el país –cuatro en Barcelona–.
“Al final va a ser aplicar el sentido común, lo haremos independientemente del sello”, asume Preciado en referencia a otras medidas como reforzar las medidas de protección del personal o colocar geles de desinfección en distintos puntos. “Ya estamos buscando diseños”, añade el responsable de esta cadena que pertenece a la ONCE.
La Administración catalana trabaja en estos momentos en este protocolo cuyo cumplimiento otorgaría el sello. Octavi Bono, director general de Turismo de la Generalitat, detalla que se trataría de un sistema de verificación parecido a las normativas actuales de seguridad. “Estamos repensando los bufés, que quizás deberán ser en monodosis y no bandejas; también los check in para minimizar el contacto... Estas son las inquietudes que nos llegan del sector”, expone.
Este sello será una pieza clave para quizás el mayor objetivo del sector turístico en Barcelona y toda España: proyectar una imagen de seguridad a los pocos visitantes que pueda haber, después de haber sido uno de los países más golpeados por el coronavirus. “Todos los informes elaborados por los técnicos nos dicen que lo más importante es el mensaje reputacional, de ser una ciudad libre de coronavirus, y quien no sepa librar esta guerra perderá comba”, sostiene el concejal de Turismo del Ayuntamiento de Barcelona, Xavier Marcé.
¿Quién visitará Barcelona?
La incógnita sigue siendo por ahora quién va a visitar este verano una gran ciudad como Barcelona. El sector está inmerso en un debate sobre cómo fomentar el turismo de proximidad si se levantan algunas medidas de confinamiento. En Andalucía, como en Italia, ya se ha planteado la posibilidad de potenciarlo a través de bonos vacacionales, pero en la capital catalana saben que esto va a beneficiar los destinos de interior o de costa, pero no los urbanos.
Solo el 14% del turismo que recibe la capital catalana en verano es de otras partes de España. “Nosotros dependemos enormemente del mercado internacional. Y aún así en la Costa Brava pueden esperar a que se abran fronteras y entre gente de Francia, pero en Barcelona será muy difícil”, sostiene Enrique Alcántara, de la patronal de apartamentos turísticos Apartur. Su fe está más bien depositada a partir de septiembre, cuando se reduce el turismo de ocio y aumenta el de negocios, con una mayor presencia de visitantes españoles.
Sin demasiada fe en un posible bono vacacional, el Ayuntamiento de Barcelona plantea otra cosa. “Queremos poner en marcha un carné para los mismos ciudadanos o para los turistas que haya con el máximo número posible de atractivos culturales y con una política de precios adecuada”, sostiene Marcé, que no se atreve a vaticinar cuál será el aforo permitido en los grandes museos o puntos turísticos ni en las playas de la ciudad, en las que las toallas suelen estar una al lado de la otra.
Los que se quedarán por el camino
Mientras tanto, los hoteleros ya se preparan para una más que previsible caída de los precios. Nadie espera que la media del precio por habitación en Barcelona siga estando en verano por encima de los 100 euros, como viene sucediendo desde 2017. Al impedimento que suponen las restricciones de la movilidad se le tendrá que sumar la pérdida de la capacidad adquisitiva y el miedo al contagio de la población española a la que recurra el sector, reconoce el responsable de Ilunion.
Todas las fuentes consultadas coinciden en que a una parte de las empresas no les saldrá a cuenta abrir este verano debido a la falta de la demanda. Y la espera para que el sector se reactive, quizás en 2021, se va a llevar por delante a una parte de las empresas, las que tengan menos liquidez y en general las más pequeñas. “El deseo es que todo vuelva a la normalidad cuanto antes, pero la cruda realidad es que no será así, nos tendremos que adaptar a algo que no ha de ser necesariamente negativo, pero que sí hará que algunos se queden por el camino”, reflexiona Frederic Guich, director comercial del un importante touroperador.
En la misma línea se expresa José Mansilla, antropólogo y miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano, convencido de que esta crisis derivará en una mayor concentración de activos turísticos en menos manos. “Muchos no tiene tesorería para sobrevivir tantos meses, ni tendrán la capacidad de competir en precio con los grandes.... Esto nos llevará a un sector menos heterogéneo, con una consecuencia de homogeneización del espacio público”, augura.
Los bares depositan su fe en las terrazas
Entre los más perjudicados por el desplome de los viajes, además de los propios hoteles y albergues, son los restauradores, que sobre todo en el centro de la ciudad y en el litoral están orientados a un turista que se suele dejar de media unos 130 euros por cabeza en comidas y bebidas durante su estancia. Como el hotelero, el Gremio de Restauradores de Barcelona advierte del “caramelo envenenado” que puede suponer la apertura de negocios con medidas de distanciamiento y se centra en exigir exenciones fiscales y moratorias para mantenerse a flote.
A la vista de que bares y restaurantes no puedan llenar todas sus mesas debido a las medidas de distanciamiento, Roger Pallerols, del Gremio de Restauradores, plantea poder ampliar el número de mesas en las terrazas. “Probablemente el crecimiento en el espacio público sea la única solución”, defiende, y pide que se revise la ordenanza que regula este ámbito no solo para poder ampliar los perímetros, sino para reducir el tiempo de concesión de licencias y revisar a la baja las tasas.
Este escenario, sin embargo, no está por ahora contemplado por el Ayuntamiento de Barcelona, que pese a que ha aplazado el aumento de la tasa turística, no prevé rebajar los impuestos a las terrazas (de momento una moratoria en el pago hasta octubre). Tampoco que pueda haber más mesas, como mucho que se puedan colocar las mismas pero con más espacio entre ellas. “Las terrazas son un elemento clave, será magnífico si se pueden abrir, quizás de forma gradual”, valora Marcé.
Aprovechar para el decrecimiento turístico
Mientras hoteleros, pisos turísticos, discotecas y restaurantes cruzan los dedos para que todo vuelva a la situación anterior a la crisis, algunos vecinos, los más críticos con la masificación turística, empiezan a exigir que la recuperación sea ordenada. Ahora mismo la epidemia ha llevado hasta el extremo su demanda de decrecimiento turístico. “Probablemente veremos procesos de reapropiación de espacios ocupados por usos muy mercantiles, con el caso paradigmático del Mercado de la Boqueria, del que han desaparecido las paradas con bandejas para turistas”, apunta Mansilla.
Desde la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) no han dudado en lanzar ya una serie de propuestas para pedir que una eventual recuperación no vaya asociada a los niveles de turismo vividos en la ciudad hasta ahora. Ante la posibilidad de que algunos hoteles no vuelvan a abrir, exigen que se reduzcan a 100.000 las plazas hoteleras, una disminución de casi un 25%. Esto requeriría aplicar hacer todavía más restrictivo el plan municipal de alojamientos turísticos, el PEUAT, que los vecinos temen que se modifique en el sentido contrario debido a la crisis.
Ahora mismo pendiente del Tribunal Supremo tras unas sentencia contraria del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, este plan, medida estrella de Ada Colau en su primer mandato, no permite abrir nuevos hoteles o pisos turísticos en las zonas más tensionadas, como Ciutat Vella, aunque cierren otros.
Desde la FAVB también piden eliminar las licencias de las viviendas de uso turístico. En este sentido, la teniente de alcaldía Janet Sanz ha insistido en que lo ideal para ellos sería que las 9.500 licencias que hay en la ciudad tuvieran un límite temporal. Desde la Generalitat, por su parte, lo descartan. Mientras tanto, los propietarios de estos alojamientos están recurriendo al alquiler de temporada para capear el temporal.
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