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La concejala de la CUP de Barcelona Maria Rovira denuncia haber sido víctima de una agresión sexual

La concejala de la CUP de Barcelona, Maria Rovira, ha denunciado este viernes una agresión sexual. Los hechos ocurrieron la noche del pasado 1 de septiembre, cuando Rovira volvía hacía su casa. Un hombre –que todavía no ha podido ser identificado– sorprendió a la edil por su espalda, la inmovilizó y le tocó los genitales, según ha explicado Rovira en un artículo en el diario Ara.

“Grité por si alguien me oía y me podía ayudar, pero la calle estaba vacía y no pasaba ningún coche”, ha recordado la concejala, que ha descrito a su agresor como un hombre “de unos 30 años, 1,75 metros, tejanos cortos, camiseta blanca y mochila negra”.

Rovira llamó a los Mossos d'Esquadra esa misma noche para denunciar los hechos. La concejala ha lamentado el trato que recibió por parte del agente que fue a su casa como del que la atendió en la comisaría donde puso la denuncia. “Estas cosas pasan, es gente que no está bien de la cabeza”, dijeron a Rovira los agentes, según explica la concejal.

Asimismo, Rovira se ha mostrado “estupefacta” porque, según le contó el agente, si su atacante la hubiera intentado robar la pena hubiera sido superior a la de la agresión sexual.  “No es coherente pedir a las mujeres que denuncien si la gestión que se hace de su denuncia es esta”, ha concluido Rovira. 

La concejal ha asegurado que las instituciones, también las municipales, “podemos hacer mucho más en materia de agresiones machistas, empezando por reconocer la necesidad de grupos feministas combativos, reforzarlos y referenciarlos”.

A continuación reproducimos el artículo de Maria Rovira explicando la agresión:

Juntas haremos nuestra la noche

El 1 de septiembre, sobre la una de la madrugada, viví una agresión machista. Volvía a casa desde la plaza de la Virreina de Gràcia haciendo el mismo recorrido que hace años que hago. En el mercado de la Abacería Central me despedí de la amiga que me acompañaba y saqué el teléfono para mirar los mensajes. Recuerdo que pensaba, al cruzar el paseo de Sant Joan, “que suerte conocer el camino perfectamente, sentirme segura en el barrio y no tener que pasar miedo”. Unos minutos más tarde, cuando estaba a un par de calles de casa, un hombre me sorprendió por detrás, me inmovilizó y me empezó a hacer tocamientos en los genitales. En un primer momento, me quedé en shock, no entendía nada de lo que estaba pasando. Al cabo de unos instantes reaccioné y grité por si alguna persona me oía y me podía ayudar, pero la calle estaba vacía y no pasaba ningún coche. Empecé a retorcerme para deshacerme de los brazos de aquel hombre, que finalmente echó a correr. Lo perseguí paseo de San Juan arriba hasta que lo perdí. Toda yo temblaba, y rápidamente fui consciente de que acababa de sufrir una agresión sexual. Un ataque machista en una calle por donde paso un mínimo de dos veces al día.

Tanto mi compañero, que vino rápidamente a casa, como mis amigos me aconsejaron que llamara a los Mossos, y pese a que no estaba segura de si su gestión me ayudaría en ese estado, los llamé. En un primer momento me hicieron exponer lo que me había pasado y me aseguraron que enviarían a alguien inmediatamente. Me fui a duchar, ya que sentía la fuerte necesidad de hacerlo, y nada más salir me llamaron los Mossos en el interfono. Abrí la puerta para esperarles, y lo primero que vi fue un hombre muy alto, corpulento, uniformado y con todas las armas subiendo por las escaleras. Estuve a punto de cerrar la puerta, aún en shock y sugestionada, hasta que vi que detrás de él subía una mujer. Volví a repetir -por tercera vez en 20 minutos- lo que había pasado y les describí de nuevo el agresor –unos 30 años, 1,75 metros, vaqueros cortos, camiseta blanca y una mochila negra.

Lo primero que me dijeron –prefiero pensa r que contradiciendo sus propios protocolos– es que “estas cosas pasan, que son personas que no están bien de la cabeza”. Aquel discurso exculpatorio me encendió de rabia y les respondí que lo que había sufrido era una agresión machista y que no pasaba porque sí, pero no tenía ánimo de descubrirlos la existencia del sistema que hace que los cuerpos de las mujeres sean objeto de ataques como este. A continuación me dieron la dirección de la comisaría donde podía poner la denuncia ya la mañana siguiente me acercé.

Allí ya estaban informados de lo que había pasado a la madrugada y me llaman enseguida. De nuevo soy atendida por un hombre, un agente del área de investigación que, todo sea dicho, se disculpa explicando que la mujer que lleva este tipo de casos no está, en ese momento. Explico de nuevo qué pasó y me vuelve a responder con el discurso victimizando y exculpatorio de “son gente que no está bien de la cabeza”. Mientras escribe, el agente me pregunta: “¿Y no te intentó robar? Porque entonces podríamos poner que es un intento de hurto con violencia y sería un delito más grave”. Yo me quedo estupefacta por el hecho de que la pena sea superior cuando se sustrae un objeto inanimado que cuando se ataca el cuerpo de una mujer, con las consecuencias psicológicas y físicas que se pueden derivar. Y debido a que me sugiera que el delito que han cometido contra mi intimidad no es lo suficientemente grave.

Mientras pica la información en el ordenador me confiesa que “Gràcia tiene un índice muy bajo de delincuencia, pero es uno de los distritos con más asaltos sexuales en la calle”. Pues, ¿Cómo es posible que las mujeres de Gràcia y de la ciudad no estén informadas de donde deben ir más alerta por si los hay que defenderse? ¿Cómo puede ser que las entidades del barrio y los grupos y organizaciones de mujeres no estén al corriente de la situación real de sus calles para poder intervenir? ¿Por qué no se han hecho públicas las caras de los agresores si los Mossos tienen localizados a un buen número?

A menudo el único discurso hacia las agresiones sociales es el del miedo. Si caminamos por una calle oscura de madrugada ya sabemos a que nos exponemos, debemos vivir asustadas, como si de noche las calles fueran sólo territorio de los hombres. Pero es esta falta de información, esta indefensión buscada, esta falta de capacitación de quien piensa la seguridad en las calles y de quien lo ejecuta lo que nos hace vulnerables a las agresiones. Agresiones que, cabe recordar, son conductas patriarcales normales llevadas totalmente al extremo.

Finalmente acabamos la descripción de todo lo que había pasado, lo transcribe y me enseña algunas fotos de diferentes agresores. Asimismo, me da el nombre de un spray por si durante los próximos días tengo miedo al volver a casa. En el momento no lo descarto, pero más tarde pienso que volveré a retomar las clases de artes marciales que hacía años había hecho. Seguidamente me dicen que me llamarán el lunes siguiente para hacer un seguimiento de cómo está todo, llamada que sólo se ha producido para decirme que las cámaras de los establecimientos donde sucedió la agresión no enfocaban hacia la calle y por tanto no servían. Ninguna información más.

Si algo estoy aprendiendo de esta experiencia malograda es que no es coherente pedir a las mujeres que denuncien, si la gestión que se hará de su denuncia es ésta. Que las instituciones, también las municipales, podemos hacer mucho más de lo que hacemos en materia de agresiones machistas, empezando por reconocer la necesidad de grupos feministas combativos, reforzarlos y referenciarlos. Asimismo, que la información que tienen los cuerpos de seguridad debe servir también para alarmarnos; porque sí, es alarmante que no podamos volver solas en casa, que pasemos miedo a la calle, que no tengamos las herramientas para defendernos del terrorismo machista con todas sus expresiones, y en este sentido tengo más claro que nunca que hay que apostar por la autodefensa feminista y entre todas hacer nuestra la noche.