40 años después de haber compartido por la Rambla de Barcelona la primera manifestación gay del Estado como miembros del Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), Josep Maria Raduà le pregunta a Maria Giralt si recuerda por qué las lesbianas dejaron el FAGC. Ella, que puso en marcha el primer grupo de lesbianas que se creaba dentro de una organización gay, tarda en recordar el detonante, pero cae: “El punto de inflexión que nos hizo irnos fue cuando en una reunión de un centenar de personas alguien que citaba a Lacan nos llegó a decir que en realidad las lesbianas teníamos una polla pequeña”.
El movimiento entonces homosexual y hoy LGTBI siempre ha tenido el reto de dar espacio a voces y reivindicaciones que no sean sólo gays. El primer síntoma ya se veía en la primera manifestación convocada por el FAGC, cuando se quiso que las personas que rompían con el modelo de masculinidad no tuvieran protagonismo.
“José Ocaña quería ir delante con la pancarta, con sus peinetas y sus historias, pero alguien de la organización le recomendó meterse dentro de la masa de la manifestación para evitar que fuera la imagen que captaran los fotógrafos y que aquello pareciera un carnaval”, recuerda el dibujante Nazario Luque. Sin embargo, transexuales y travestis tomaron la pancarta y protagonizan la foto que pasó a la historia.
El movimiento en ese momento quería huir de los estereotipos y mostrar “normalidad”, pero por el camino quedaban sin lugar aquellas personas que no encajaban con el estereotipo de masculinidad. “Estábamos relegando al maricón de pluma como si fuera una segunda categoría de maricón, casi como los heterosexuales nos relegaban a nosotros”, lamenta Nazario. Sofía Bengoetxea, presidenta del club de crossdressers EnFemme, apunta que “en la respetabilidad que pedía el movimiento homosexual no cabía la loca, la pluma, la travesti o quien estaba fuera de la norma”.
Empar Pineda, militante feminista lesbiana, señala la misoginia presente en el movimiento gay. “No se había hecho una reflexión sobre qué significaba no solo la defensa de la opción sexual, sino la defensa de unos valores que requerían autoconciencia, para quitarse los elementos de misoginia, y en eso se notó la pérdida de la presencia de lesbis en las organizaciones mixtas”, asegura.
Si bien las lesbianas que se fueron del FAGC se unieron al movimiento feminista, donde ya surgían grupos propios de lesbianas, las personas trans lo tuvieron más difícil para hacerse un lugar. Cuando la Coordinadora de Col·lectius per l'Alliberament Gai (CCAG), de carácter más libertario, se escindió del FAGC en 1978 se incorporaron mujeres trans, que más tarde acabarían formando el Colectivo de Travestis y Transexuales, con una historia corta.
“Algunas trans comenzaron a escribir en La Pluma, la revista de la CCAG, pero al final había una serie de prioridades que nosotros considerábamos importantes y ellas no tanto, porque además las suyas venían muy condicionadas porque eran del mundo del espectáculo o prostitutas”, explica Jordi Barceloneta, uno de los impulsores de la CCAG.
Mucho camino por hacer
En 40 años han cambiado muchas cosas y la abogada del Observatori Contra l'Homofòbia, Laia Serra, celebra que “con el tiempo algunas voces que habían quedado más invisibilizadas están finalmente conquistando espacios, las voces de las mujeres bisexuales y lesbianas se han puesto sobre la mesa y las voces de las personas trans también están emergiendo con una fuerza increíble”. Sin embargo, los colectivos reivindican que queda mucho por hacer.
“La gente ya da por hecho que somos visibles y hemos asumido muchos derechos, pero en cambio no se está viendo que las lesbianas cada vez somos más invisibles, incluso dentro del propio movimiento LGTBI, no hay portavoces mujeres, no hay grupos propios”, lamenta Carme Porta, que formó parte del Grup de Lesbianes Feministes y actualmente es asesora de Igualdad de la conselleria de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias.
Un movimiento trans tardío
La lucha trans ha tardado muchos años en tener voz. Tras la corta existencia del Colectivo de Transexuales y Travestis, no fue hasta 1992 cuando se empezó a articular un discurso y unas reivindicaciones trans con el Col·lectiu de Transsexuals de Catalunya (CTC). “Nos empezamos a mover por la represión que sufríamos con motivo de las Juegos Olímpicos de 1992 y el asesinato de la transexual Sonia por parte de unos skinheads en el parque de la Ciutadella. A partir de ahí empezamos a elaborar una lista de reivindicaciones y así nace el colectivo, que en aquel momento era muy numeroso, con mucha gente vinculada al mundo de la prostitución”, explica Beatriz Espejo, fundadora del CTC. Espejo reivindica el origen de las personas que se movilizan por los derechos LGTBI, tanto en aquel momento como históricamente: “es la gente que está fuera del armario, que es la que vivía de manera menos ortodoxa, y eso no lo encontrabas en un señor que está en una oficina”.
Para las personas que viven al margen, aún hoy es difícil encontrar su lugar. “Hay un secuestro de los movimientos LGTBIQ por parte de una serie de identidades de la comodidad, del privilegio, capturadas por el capitalismo, que normalmente no sólo son hombres, sino que también son cis, blancos, con una determinada capacidad económica”, critica Brigitte Vasallo, activista feminista antirracista.
El peso de los estereotipos de género
En este contexto el modelo clásico de masculinidad pesa sobre el modelo preponderante de hombre gay, y encontramos lo que se llama plumofobia en ámbitos de relaciones homosexuales. “En aplicaciones o páginas de contacto a menudo encuentras frases que son directamente homofobia y machismo, por parte de personas que hemos sufrido en nuestras carnes la homofobia y el machismo”, lamenta Marc Garriga, activista por la diversidad sexual y de género, y añade que “no es eso lo que queríamos, el movimiento LGTBI cuestiona la masculinidad hegemónica”. También a las mujeres les pesa el modelo de feminidad, y para Vasallo “la pluma es una posibilidad de ocupar el hecho de ser mujer, y ser una mujer de esta manera, y además darnos una visibilidad que es constante y reivindicarnos como la disidencia política a pie de calle”.
Montse Pineda, de la ONG Creación Positiva, de atención a las personas con VIH, va más allá de la crítica a cuáles son las voces más visibles y asegura que “la lucha LGTBI no es revolucionaria”. “Está teñida de clase social y de comodidad, de la misma manera que lo estaba hace 40 años”, explica. “Lo que es realmente revolucionario no es que algunas deconstruyamos el género, sino que todos puedan reflexionar sobre cuál es el papel de su cuerpo, sobre su opción sexual, pero también sobre sus opciones de vida”, añade.
En este sentido, Miquel Missé, impulsor del Espai Trans, hace una mirada al futuro: “El reto más importante, más allá de la defensa de los derechos, es promover la diversidad sexual y de género como un valor en nuestra sociedad, y que las personas tengan experiencias sexuales diversas, que puedan ser tan masculinas o tan femeninas como quieran y no se tengan que esconder”. “Este es el objetivo y la utopía, y claramente va mucho más allá de la gente LGTB, es un reto donde debemos incorporar a nuestros compañeros heterosexuales y cissexuales”, concluye.
Este reportaje se ha realizado en el marco del proyecto El Fil Rosa.El Fil Rosa