La revuelta escolar contra los coches que nació en Barcelona y llega a Madrid: “Es por salud y por seguridad”
“Estamos hartos de los coches. Ya podrían poner aquí un jardín, algo de flores…”. Ricard, de nueve años, señala con el gesto la calle València, con sus cuatro carriles, justo a la salida del colegio público Els Llorers, en el Eixample de Barcelona. Este colegio tiene uno de los entornos con más contaminación de la ciudad, hasta el punto que este año, cuando además hay que tener las ventanas abiertas por la COVID-19, las familias han pagado de su bolsillo una parte de los purificadores de aire que se han instalado en cada aula. “Es un tema que nos preocupa mucho y que afecta al desarrollo de nuestros hijos”, comenta Marc, el padre de Ricard, junto a Chiara y Alba, todos ellos de la asociación de familias del centro.
Este viernes, las familias de este colegio volverán a cortar la calle –Valencia o Aragó, van alternando– para exigir la reducción del tráfico y unos accesos al centro más seguros, con más espacio y menos ruido. Junto a ellas, son más de cincuenta las escuelas de Barcelona que, cada dos semanas, siempre los viernes por la tarde, ocupan la calzada en una reivindicación que han bautizado como 'Revuelta Escolar' y que ya se está extendiendo a otras ciudades. En Catalunya, la secundan colegios de Sabadell, Badalona y Sant Cugat del Vallès. Y de cara al 12 de marzo, la siguiente cita, se sumarán también seis escuelas de Madrid.
No es esta la primera vez que las escuelas le declaran la guerra al coche. Desde hace años, y sobre todo en las ciudades, la demanda de las familias de poder llevar a sus hijos a la escuela en vehículo privado ha ido perdiendo peso en favor de las actuaciones de algunos ayuntamientos para pacificar los accesos. En muchos casos, con señalizaciones y pasos de peatones específicos. Pero eso ya no es suficiente para muchos, sobre todo aquellos vecinos de zonas con mucha contaminación, como el Eixample de Barcelona, que además han ido viendo en los últimos años como aparecían estudios que vinculaban el exceso de NO2 y micropartículas con tasas más elevadas de asma infantil o incluso con menor desarrollo cognitivo. Barcelona ha cumplido por primera vez este 2020 con los límites que fijan la OMS y la UE en cuanto a estos contaminantes, pero ha sido por la pandemia.
“Tener hijos te cambia la visión de la ciudad, porque se trata de personas vulnerables. Te sensibiliza y te hace ver cuan insostenible es el tema del tráfico”, reflexiona Guille López, portavoz de Eixample Respira, una de las entidades más beligerantes contra la contaminación. Él también es padre en una de las escuelas del distrito, donde se encuentran además los primeros centros que impulsaron esta oleada de protestas. Ya antes de la pandemia, algunos comenzaron a exigir actuaciones en sus entornos inmediatos, conscientes de que apretar al actual Ayuntamiento podía dar sus frutos. Y lo consiguieron. Ahora, con sus numerosas y periódicas protestas, han vuelto a lograr que el gobierno de Ada Colau mueva ficha y acelere su plan de proteger las escuelas.
Las demandas del colectivo incluyen la reducción de carriles de circulación frente a las escuelas hasta un máximo de uno –sin contar los de bicis o los de bus y taxi–, radares de velocidad –pedagógicos o sancionadores– con un límite de 20 km/h y la eliminación de todas las plazas de aparcamiento en los accesos a los centros para dedicarlos a zonas verdes y para ganar espacio familiar. También piden en su manifiesto un control de los niveles de contaminación en los alrededores. “Es una cuestión de seguridad, de salud y de ruido”, resume López.
El Ayuntamiento de Colau anunció justo antes de la pandemia, en enero de 2020, su plan para los entornos escolares, que incluía la protección de 200 centros en este mandato. El primero de ellos fue la escuela Grèvol, del distrito de Sant Martí, donde meses antes había fallecido un niño atropellado por una moto. Las actuaciones consistieron en quitar un carril de coches y otros de aparcamiento y dárselo a los peatones, protegerlos con un muro de jardineras e instalar radares de velocidad y señalizaciones, con pintura en el suelo, de que allí había un colegio.
Desde entonces, y aprovechando la necesidad de ganar espacio durante la desescalada, estas actuaciones se han ido ampliando. Hasta ahora se ha intervenido en 26 escuelas y se hará lo propio en otras 66 durante 2021. En total, 92 centros, aproximadamente el 25% de los que tiene la ciudad. Según cifras del consistorio, esto beneficia a más de 30.000 alumnos, con 14.150 m2 ganados al asfalto y un mínimo de 16 calles pacificadas.
Uno de los agraciados es el colegio Sagrada Familia, en el distrito de Gracia, uno de los pioneros a la hora de cortar calles para exigir menos coches. Ahora han ganado un chaflán en el que hay bancos y juegos pintados en el asfalto donde antes había un carril de tráfico y una línea de plazas de párking en batería. “El cambio es brutal. Ahora a la hora de salida todas las familias vamos al chaflán directo, cuando antes nos dispersábamos por los parques de alrededor. Es un punto de encuentro que fortalece la comunidad, porque charlamos, nos conocemos…”, comenta David Puigmartí, padre miembro del AFA.
Pese a las mejoras, ellos también salen a cortar su calle, la de Sardenya, cada dos viernes. “Los coches siguen bajando rápido y luego está el ruido. Como están las ventanas abiertas, algunas maestras han tenido que comprar altavoces porque no se les oye”, explica. Varias escuelas de la zona del Eixample están en esta misma situación: han mejorado sus entornos y se lo reconocen al consistorio, pero a la vez saben que el aire no se va a limpiar sin una mayor contundencia para eliminar los coches en el distrito.
En Els Llorers, por su parte, lamentan no haber entrado en los planes del Ayuntamiento para este 2021 pese a ser de las escuelas más perjudicadas. En la salida de la calle Aragó, solo cuentan con una acera de escasos metros y una valla que les separa del tráfico. “El pequeño de mis hijos casi se puede colar por entre los barrotes de la valla”, advierte Alba, una de las madres, que se lamenta además del ruido que hay en el patio de recreo, que está justo al lado de esta calle. “Si un patio escolar ya es ruidoso, deben estar gritándose todo el rato para entenderse. Esto les altera el estado de ánimo”, señala.
Desde el Ayuntamiento responden que una de las salidas de esta escuela, la de la calle València con la Avenida Roma, ya tiene una acera muy ancha, y que además esta escuela ha sido una de las diez escuelas de la ciudad seleccionadas como Refugio Climático. También añaden que Aragó ha pasado en poco tiempo de tener cuatro carriles de coches a tener solo dos, porque los otros se han transformado uno en carril bici y otro en uno de bus y taxi. Pero esto no satisface a las familias, que creen que sigue habiendo el mismo tráfico y contaminación.
Seis escuelas, a punto en Madrid
La Revuelta Escolar originada en Barcelona tendrá pronto su primera réplica en Madrid, donde las AMPA de seis colegios se han organizado para cortar la calle simultáneamente y por los mismos motivos el 12 de marzo. Los centros son Fernando el Católico, Miguel de Unamuno, Asunción Rincón, Menéndez Pelayo, Lope de Vega y Arcángel. “En Madrid las actuaciones se hacen con cuentagotas. Si el Gobierno anterior ya no era muy amigo de esto, los actuales todavía menos”, lamenta Verónica, madre del CEIP Miguel de Unamuno.
Esta mujer, arquitecta y urbanista de profesión, venía participando ya en la Proposición No de Ley que varias entidades ecologistas y de familias, como la CEAPA, impulsaron para convertir los entornos escolares en áreas de protección de la salud y la infancia. Sus peticiones son muy parecidas a las de la Revuelta Escolar. “Son medidas que se llevan a cabo en otros países desde hace años. En Londres cortan la calle a las horas de entrada y salida de la escuela. Esto no requiere infraestructura, es barato... Pero no hay manera”, se lamenta Verónica.
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