“Mira, salen en la foto hasta los japoneses… ¡Esto está ganado!”, exclama un señor de unos setenta años, estelada en mano, transistor pegado a la oreja para escuchar el discurso de Rubert de Ventós, “un filósofo muy interesante cuyo padre fue represaliado por Franco”. Los japoneses en cuestión son un grupo de empresarios de Fukuoka llegados a Barcelona hace un par de días y que, de paseo por la Barceloneta, han topado por casualidad con el paso de la Via Catalana, en el sector 770. “Desconocía que iba a pasar algo así y estoy sorprendido”, afirma Ishida, el único del grupo que consigue expresarse en un precario inglés. “Pero me siento afortunado de poder vivirlo”, añade más que nada divertido por un fenómeno que apenas entiende.
“Sé que la gente de aquí quiere ser independiente y, aunque no me imagino nada igual en Japón, donde tenemos un sentido patriótico muy unitario, lo respeto”, acierta a decir Ishida, tras intercambiar impresiones y posados para la foto con un animado grupo que ha venido desde Manresa. “Es importante que tengamos repercusión en el extranjero”, apunta Àngel, uno de los miembros del grupo manresano, que esperó hasta última hora para elegir en qué punto de la cadena humana por la independencia se ubicaría. “Pensaba ir a donde faltara gente, pero como oí por la radio que todo estaba lleno, decidimos venir a Barcelona, que es lo que nos queda más cerca”, cuenta, enfundado en su camiseta amarilla, mientras espera que den las 17:14 para integrarse en la hilera, que ya se dibuja, de manera festiva y desenfadada, sin huecos, desde una hora antes del momento señalado.
La sentencia de Àngel tiene su sentido. El ‘catalan way’, tal y como lo acuñó el president de la Generalitat Artur Mas, es un concepto que aún no ha calado entre los miles de extranjeros que visitan Barcelona y sorprende por sus pacíficos modos. “No me esperaba un ambiente tan festivo ni encontrarme a la gente tan contenta, comiendo, bebiendo y jugando al fútbol”, confiesa George, un británico de 21 años que llegó ayer a la capital catalana para cursar Traducción e Interpretación en la Autònoma. “En Polonia, algo así se habría expresado con más violencia y agresividad, la gente no se daría la mano. El gobierno nos oprime y la gente está enfadada”, coincide Matheus, un joven polaco afincado desde hace dos meses en Barcelona.
Matheus observa la escena con una sonrisa, sin apenas nociones del trasfondo político que encierra. George, que estudió Políticas y Español en Inglaterra, se enteró en el taxi que tomó en el aeropuerto de la cadena reivindicativa montada por la Assemblea Nacional Catalana para conmemorar la Diada de este año. Conocía, eso sí, los anhelos independentistas de Catalunya. Y los contempla con una comprensiva mirada que no concede a Escocia y a su futuro referéndum de independencia. “Creo que para Catalunya puede ser algo bueno porque hay mucha gente a favor de esta causa, pero Escocia es un lugar pequeño donde no mucha gente apoya la independencia; pienso que es mejor que permanezcamos unidos”, expone. “Este tipo de cosas deben tener el apoyo de, al menos, el 70-75 por ciento de la población”, abunda el joven británico.
A su lado, Andreu, un estudiante valenciano de primero de Arqueología en la Autònoma, escucha con atención. A veces, asiente. “A mí me gustaría que el referéndum también incluyera al País Valencià, que fuera algo más social y cultural y no tan político”, apunta, consciente de lo peliaguda que la cuestión resulta en Valencia. “Allí, yo no puedo salir con una estelada porque me pegan… ¡Es una lástima!”, asegura. “No me puedo creer que el Tribunal Superior valenciano haya revocado la prohibición de que la Via Catalana llegara hasta allí”, interviene Maite, otra valenciana afincada en Terrassa, al enterarse de la noticia apenas una hora antes de que la simbólica cadena humana tome forma. “Algo se inventarán para que no pueda pasar”, apostilla Juli, su compañero, mientras intenta contener y entretener a los niños del grupo, que son numerosos, como en toda la hilera, a su paso por este punto de la costa barcelonesa.
La playa está vacía, aunque ya no llueve. Algunos corredores, cruzan el paseo, indiferentes a lo que sucede en él. La cadena toma forma. Y, de repente, se escuchan silbidos. Sobre el mar, una avioneta exhibe una bandera de España con el toro azul de la cadena televisiva Intereconomía y un lema: ‘España, juntos más fuertes’. Algunos manifestantes se arrancan al grito de ‘Independencia’. La mayoría apenas presta atención a la provocación. Conversan, se agrupan, se sacan fotos. Y esperan, con paciencia y suma tranquilidad, el momento para unir sus manos en favor de una causa que les ilusiona, ya sea por la mera consulta o por la independencia.
Muchos manifestantes se suben a una pequeña tarima para tener mejor perspectiva en sus instantáneas. Stephane, con su traje y su pajarita, también. Aunque no tiene ni idea de lo que fotografía. Es francés y también ha llegado a Barcelona esta mañana por negocios. Pregunta sobre el fenómeno con cierta curiosidad. Y luego, dice: “Pero si Catalunya se independizara, saldría de Europa, ¿no? Y tendría que iniciar todo el proceso…”. “Puedo imaginarme algo similar en Francia con Córcega, pero no con la Bretaña o Alsacia. A los franceses nos cuesta entender estas cosas, no tenemos estos sentimientos”, razona, con cara de póker. “Y tampoco me ha parecido detectar este sentir en los catalanes de Perpiñán”, prosigue. “¿Pero cuándo dice que se hará la votación?”, inquiere. “¿En 2014 como en Escocia? Interesante…”, señala antes de ajustarse la pajarita, desear “bonne chance [buena suerte]!” y proseguir su camino.
En el mismo punto, instantes después, un grupo de cuatro argentinos repite la escena. Se fotografían con la fila amarilla y roja que se extiende por el paseo marítimo barcelonés con curiosidad y aire divertido. Acaban de llegar de Buenos Aires y el montaje les ha sorprendido en pleno paseo por la playa. Saben de los deseos soberanistas de muchos catalanes, pero desconocen los detalles y preguntan con interés. “Y esas camisetas amarillas, ¿se pueden comprar en algún lugar? No vimos ningún puesto donde las vendan”, apunta Sebastián, antes de que un miembro de la organización les invite a sumarse a la foto que se hará en unos cuantos minutos.
Angélica, que ha venido desde Manresa, espera el momento de la unión de manos y de la gran instantánea entusiasmada. “Nunca he participado en algo así y ni siquiera quería venir, pero me han convencido y ahora estoy encantada”, dice, entrando y saliendo de la fila, temerosa de perderse el histórico momento. “Me sabe mal que mi marido, que se ha emocionado esta mañana escuchando sardanes en nuestro pueblo, no esté aquí”, prosigue, encantada de vivir una experiencia así a sus 70 y pico años. “Yo estoy a favor de la independencia y de lo que diga [Artur] Mas”.
Acaban de dar las 17:14 y Angélica ni siquiera se ha enterado. Las campanas no se escuchan en el litoral barcelonés y sólo los aplausos que siguen a la simbólica unión de manos informan de que el gran momento ya ha pasado. “¡Estoy encantada, estoy encantada!”, insiste, de todos modos, la mujer, que se incorpora a la fila cuando escucha una sardana.
A María, que ronda su misma edad, ni Mas ni la cuestión política la convencen, pero sí el derecho a decidir. “Eso es algo que no nos pueden negar”, dice tras posar para la ‘gigafoto’ y entonar Els Segadors. “Los políticos no me merecen ninguna confianza y me dan miedo porque nos mienten constantemente, pero tenemos que contarnos, saber cuántos somos”, añade, sin revelar si votaría a favor de la independencia de tener la oportunidad. “En este país, votar es peligroso”, interviene otra señora que forma parte del mismo grupo. “Es inadmisible que tengamos que montar algo así para poder introducir una papeleta en una urna”, se explica, antes de regresar de nuevo a la fila para corear, siguiendo la consigna de una integrante de la organización: “¿Qué quiere esta gente? Una Catalunya independiente. ¿Qué quiere esta tropa? Un nuevo estado de Europa?”. “Éste lema es nuevo y, por el mismo precio, hacemos de animadoras”, lanza otra integrante del grupo, satisfecha con la experiencia, pero con ganas ya de recoger los bártulos y regresar a casa.
Son casi las seis de la tarde y la cadena humana comienza a dispersarse, entre esteladas y cánticos. Trajeados, con una media sonrisa y mirada sorprendida, los extranjeros prosiguen sus paseos en torno al hotel Arts.