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¿El adiós del Reino Unido?

'Nuestro destino está en Europa', proclamaba la antigua primera ministra, Margaret Thatcher, durante el discurso en el Colegio de Brujas en septiembre de 1988. En este discurso, Thatcher adoptaba una posición euroescéptica “suave o blanda”, tal y como deberían definido Szczerbiak y Taggart. A pesar de la voluntad de formar parte de las estructuras y mercados de la UE, la 'dama de hierro' defendía la coordinación entre estados soberanos, apostaba por el pragmatismo de las políticas comunitarias y rechazaba la centralización burocrática de Bruselas.

Las posiciones actuales de los líderes políticos y los partidos británicos abarcan todo el espectro de actitudes euroescépticas: desde posturas minimalistas que apuestan por el status quo, pasando por posturas revisionistas-regresionistas, o las más duras que rechazan de plano la propia existencia de la UE. El primer ministro también ha fluctuado en sus posicionamientos respondiendo tanto a la opinión pública, como el vaivén económico-político de la UE y, sobre todo, a las presiones de su propio partido.

Y es que la mutación de David Cameron desde la llegada al poder en 2010 ha perjudicado las relaciones entre Gran Bretaña y la Unión Europea. De inicio, defendió las renegociaciones y las reformas de los tratados, adoptando una posición euroescéptica “blanda”, lo que le opuso a la facción más agresiva de su partido hacia las instituciones europeas. En 2011, el primer ministro se mostró favorable a la repatriación de poderes. A pesar de ello, defendió seguir en la UE y no hacer populismo antieuropeo a costa de la crisis de la deuda soberana. Sin embargo, el pasado 23 de enero su discurso dio un vuelco: no más integración, retorno al mercado común y referéndum de pertenencia a la UE si se convierte vencedor de las elecciones nacionales de 2015.

De buenas a primeras es un movimiento arriesgado, ya que está dividiendo el propio partido conservador. Asimismo, lanza un mensaje de incertidumbre en los mercados, tal y como ha apuntado John Major. Por otra parte, parece haber puesto el Reino Unido en un callejón sin salida. La última encuesta publicada por el diario anglosajón The Guardian el pasado mes de noviembre de 2012 dice que sólo un 30% de los ingleses votarían seguir dentro de la UE mientras que un 56% optaría por dejarla.

El movimiento de Cameron parece una estrategia estrictamente política de pocas miras. Cameron necesita ganar las elecciones. El auge del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), encabezado por el euroescéptico radical Nigel Farage, es un escollo en toda regla. En un sistema electoral bipartidista, un tercer elemento disruptor podría declinar la balanza a favor de los laboristas. Además, los rumores de que el Partido Laborista podría apoyar un referéndum de reforma de los convenios con la UE, ha hecho saltar todas las alarmas en el 10 de Downing Street.

Europa recoge con incredulidad y cansancio los aspavientos británicos. Francia y Alemania han respondido a las palabras de Cameron diciendo que la UE no puede ser una entidad “a la carta”, especialmente teniendo en cuenta los privilegios desmesurados de los que disfruta Inglaterra. El mismo Jacques Delors ha pedido explícitamente la salida de los ingleses de la Unión Europea. Si Cameron quiere repatriar competencias hacia Westminster se encontrará con una Europa poco propensa a darle una victoria personal al líder británico.

Por eficiencia, eficacia, estabilidad, y por principios, la Unión Europea debe seguir avanzando en el proceso de integración. La nueva coyuntura pide examinar qué significa ser miembro de la UE. Un miembro que remolonea y tiene una posición de toma y daca, dificulta más que enriquece el debate para una Europa sólida y unida. No se puede forzar a nadie a someterse a Bruselas, pero Bruselas tampoco quiere obstáculos inamovibles. El Reino Unido ha mantenido desde siempre una posición euroescéptica. A medio o largo plazo no se espera una posición ni entusiasta ni positiva. Si el Reino Unido se convierte en una pieza que no se ajusta a futuro de una Unión más cohesionada y con un objetivo común, tal vez deberán seguir caminos diferentes.

'Nuestro destino está en Europa', proclamaba la antigua primera ministra, Margaret Thatcher, durante el discurso en el Colegio de Brujas en septiembre de 1988. En este discurso, Thatcher adoptaba una posición euroescéptica “suave o blanda”, tal y como deberían definido Szczerbiak y Taggart. A pesar de la voluntad de formar parte de las estructuras y mercados de la UE, la 'dama de hierro' defendía la coordinación entre estados soberanos, apostaba por el pragmatismo de las políticas comunitarias y rechazaba la centralización burocrática de Bruselas.

Las posiciones actuales de los líderes políticos y los partidos británicos abarcan todo el espectro de actitudes euroescépticas: desde posturas minimalistas que apuestan por el status quo, pasando por posturas revisionistas-regresionistas, o las más duras que rechazan de plano la propia existencia de la UE. El primer ministro también ha fluctuado en sus posicionamientos respondiendo tanto a la opinión pública, como el vaivén económico-político de la UE y, sobre todo, a las presiones de su propio partido.