“Yo, la verdad, es que no me quería vacunar todavía”. A Ángel, de 25 años, igual que a su hermano Helder, de 28, les quedan unos cinco minutos de espera por si les hace reacción la dosis de Janssen que les acaban de administrar. “Es que he leído muchas teorías, ¿sabes? Y quería esperar un poco más de tiempo. Pero mi papá me mandó por Whatsapp que hoy estaban por el barrio y al final me decidí”, añade. El barrio es Trinitat Vella, en Barcelona, uno de los que tiene una cobertura vacunal más baja de la ciudad. Solo un 46% con pauta completa.
En la plaza más céntrica del barrio se montó este jueves un dispositivo para captar para la inyección a los que, por la razón que sea, no han respondido todavía a la llamada de la Administración. Superado el hito del 70% de población vacunada en toda España, pero sabiendo que habrá que sobrepasar el 80% para alcanzar cierta normalidad debido a la variante delta, las comunidades autónomas empiezan a desplegar estrategias como esta para llegar a los rezagados.
De entrada, la mayoría liberaron las citas hace semanas y empezaron a tirar de llamadas y SMS para insistirles. Pero ahora empiezan a sumar acciones de todo tipo, desde la vacuguagua canaria –un autobús itinerante– hasta las campañas para temporeros en las vendimias vasca y riojana. En Cantabria están estudiando llevar dosis a los campus universitarios de cara al inicio de curso, mientras que en Navarra lo harán para los estudiantes de otras comunidades.
Los expertos y las autoridades sanitarias advierten que, una vez se alcancen buenos niveles de vacunación entre los menores de edad –ya superan el 70% con primera dosis–, se habrá puesto fin al período de las inmunizaciones masivas y volverá a ser el turno de la Atención Primaria para llegar a la población más refractaria. Aunque España es uno de los países del mundo más avanzados en este aspecto, comienzan a preocupar las bolsas de ciudadanos que hace meses que pueden pedir cita y no lo han hecho. Los vacunódromos tienen hoy miles de citas disponibles sin rellenar. Entre el grupo de edad de 40 a 49 años, por ejemplo, que pueden vacunarse desde mucho antes del verano, sigue habiendo un 14% que no se ha dado por aludido. En Catalunya, Canarias y Baleares el porcentaje asciende en torno al 20%.
Pero, ¿quiénes son exactamente los que no se han sometido todavía al pinchazo contra la COVID-19? ¿No han querido hacerlo o no han podido?
Por ahora no hay ningún estudio en España que haya identificado exactamente y con datos reales cuáles son los perfiles de estos grupos de población. Lo único que se hace por parte de la Administración es dejar constancia de aquellos que rechazan la cita cuando se les ofrece, pero sus motivos no quedan registrados. Según la última encuesta que hizo el CIS, de julio de 2021, el 10,5% no se quería vacunar cuando llegase su turno. Dentro de este grupo, el 28% adoptaba esta posición porque desconfiaba del fármaco y un 19% lo hacía por miedo a los efectos secundarios.
Consultados médicos y enfermeros de Atención Primaria, así como técnicos de salud pública, todos coinciden en que los perfiles son muy variados, pero se pueden encajar en cuatro categorías. De entrada están los que no se pueden vacunar por razones médicas (multialérgicos o terminales, por ejemplo). Luego los antivacunas más acérrimos. “Estos son los irreductibles y difícilmente les vamos a convencer, pero creo que son una minoría”, observa Jaume Sellarès, director del Equipo de Atención Primaria (EAP) de Sardenya, en la capital catalana.
Pero los otros dos grupos restantes son la clave, según los sanitarios, para seguir avanzando en la vacunación. Están, por un lado, los colectivos de entornos desfavorecidos o marginales. Los que no tienen acceso internet, o que no hablan el idioma o que tienen poca relación con el sistema de salud. Estos, a menudo población migrante, son los que explican en buena medida la gran diferencia que existe de cobertura entre barrios en las grandes ciudades. En Barcelona es hoy todavía de más de 20 puntos entre los barrios más ricos y los más pobres.
Finalmente, el último es el heterogéneo grupo de quienes no le temen al virus. Son los que no tienen prisa para pedir cita. Aalgunos manifiestan cierta desconfianza hacia la vacuna, pero sobre todo es poca preocupación por lo que les pueda ocurrir. “Son los del efecto apatía”, los bautizó recientemente la secretaria de Salud Pública de la Generalitat, Carmen Cabezas.
“Entre los que rechazan pedir cita, los más habituales son estos que no dan suficiente importancia a la enfermedad. Son a menudo jóvenes que la perciben como leve, y por eso no paramos de repetir que la idea de que todas las edades pueden tener complicaciones e ingresos”, insistía esta semana Cabezas. “A estos sí se les puede convencer, y hay que hacerlo desde la proximidad, porque no creo que vean la televisión pública ni estén atentos a las campañas de publicidad”, añade Pepi Estany, enfermera y miembro del Consejo Asesor de Vacunaciones de la Generalitat catalana.
Una encuesta de la Kaiser Family Foundation para la población de Estados Unidos aporta datos en este sentido. Allí se estima que los que dicen no definitivamente a la vacuna son el 14% del total, un porcentaje que no ha variado demasiado en el tiempo. Pero que los que llaman wait and see (“me espero a ver”, en castellano) eran casi el 40% al inicio y ahora son cerca del 10%. Sobre estos últimos, un 35% cree que la vacuna es más peligrosa que la COVID-19 y un 50% opina lo contrario.
No poder vacunarse por motivos laborales
En el barrio de Trinitat Vella, el objetivo de vacunación este jueves eran “los que tienen barreras de acceso”, resume desde la misma plaza Eli Díez, jefa de Servicio y Programas de Prevención de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB). Solo para las cuatro horas –de 10.00 h a 14.00 h– en las que estaban habilitadas las carpas, el Departamento de Salud de la Generalitat y el Ayuntamiento han movilizado dos enfermeras, dos administrativos, cinco profesionales para la coordinación, tres técnicos interculturales, dos educadores de calle –que se patean el barrio para anunciar la campaña– y media docena de voluntarios de la Cruz Roja.
Díaz maneja una carpeta con los datos detallados de la vacunación del barrio, que incluyen incluso las coberturas vacunales de cada nacionalidad, para que los técnicos interculturales puedan trabajar con los líderes comunitarios y convencer cuanta más gente mejor. “Los dos días previos a montar las carpas son clave para hacer este llamamiento”, expone Díez.
Hace dos semanas llevaron a cabo un operativo parecido en la Rambla del Raval e inmunizaron a 154 personas, la mayoría de ellos migrantes. En la Agencia de Salud Pública ya eran conocedores de la existencia de la brecha digital o la idiomática, pero se dieron cuenta entonces de la importancia de la barrera laboral. De los 80 vacunados menores de 40 a quienes preguntaron el motivo por el que no habían pedido cita hasta entonces, 35, es decir el 43%, respondieron que era por culpa del trabajo. O no podían por horarios o les daba miedo tener efectos secundarios y no poder ir a trabajar al día siguiente.
Los incentivos adicionales, un debate por abrir
Víctor, de 33 años y vecino de Horta, llevaba meses retrasando el momento de vacunarse. No es que no crea en los beneficios del suero, es que tiene una terrible fobia a las inyecciones. “¿Te importa que hable con la mascarilla bajada? Es que me ha dado un ataque de ansiedad hace un rato”, advierte. Ha logrado superar el mal trago hace poco más de diez minutos y espera junto a su madre en un banco de la plaza Trinitat Nova. “Al final me decidí por dos razones: una, porque aquí ponían la Janssen, de una sola dosis, y la otra, porque pronto empiezo un nuevo trabajo y me da la sensación de que la vacuna se pedirá cada vez más como requisito para muchas cosas”, argumenta este joven barcelonés.
Lo de Víctor es tan solo una intuición, pero surge del debate público que ha habido en España y otros países en torno al certificado vacunal para acceder a determinados espacios o actividades. Para viajar, por ejemplo, o para entrar en discotecas y otros locales de ocio nocturno. Esto último de momento se ha descartado. Siendo España uno de los países que más rápido ha vacunado, hasta el momento todas las estrategias de captación de los rezagados han consistido en hace más fácil y accesible la vacuna. Los expertos, en este sentido, no tienen una posición clara sobre los certificados, aunque sí opinan que deberían valorarse de cara a un futuro próximo.
“Los certificados de vacunación pueden ser muy útiles, pero son polémicos porque nos acercan a un modelo de obligación”, reflexiona Estany, que recuerda que en España las campañas de vacunación siempre suelen ser un éxito pese a ser opcionales. “De momento, machacando día a día a estos grupos es posible que avancemos bastante”, expresa. Sellarès coincide y añade que esto se verá sobre todo cuando el peso de la vacunación vuelva a recaer progresivamente sobre los centros de salud de Atención Primaria. “De donde nunca deberían haber salido”, concluye.