Charles Montgomery (North Vancouver, 1968) es un urbanista canadiense de renombre que ha asesorado a gobiernos y arquitectos de su país, pero también de Inglaterra y Estados Unidos. Precisamente, el día antes de esta entrevista estuvo en Los Ángeles, analizando sus calles y las relaciones que se dan en ellas. Son esos viajes y esas experiencias las que le han permitido escribir un ensayo que surfea entre el urbanismo y la filosofía. 'Ciudad Feliz' (Capitán Swing, 2023) es una oda a las urbes y a su capacidad de hacernos sentir bien, pero sin caer en lo naíf de negar que son un actor político que genera tensiones lo relativo al uso del espacio público, la gentrificación o la pobreza habitacional.
¿Qué es una ciudad feliz?
La felicidad es resultado de una serie de acciones que responden al bienestar de los ciudadanos y ¿qué es lo que más contribuye a que estemos bien? Nuestras relaciones. Así que una ciudad feliz es una ciudad capaz de generar relaciones fuertes y positivas. No para unos pocos, sino para todos.
¿Cuál es la ciudad más feliz en la que ha estado?
Eso es algo que todo el mundo quiere saber. No existe, todavía, la ciudad feliz. Lo más cercano sería un collage de las mejores cosas de diversas ciudades alrededor del mundo. Una ciudad feliz aprendería de las casas asequibles de Viena, de la transformación masiva de la movilidad urbana parisina, del espacio público que la Ciudad de México ha reclamado o de las maravillosas supermanzanas de Barcelona. También del programa de viviendas para personas sin hogar de Vancouver. O de Washington, que está usando un fideicomiso comunitario en los barrios pobres, para evitar que la gentrificación verde desplace a sus vecinos.
Si vamos a hacer una entrevista sobre urbanismo, creo que es importante que sepa que le hablo desde Barcelona, una ciudad donde este tema es una gran fuente de debates.
¡Barcelona! No sé si pierdo caché como urbanista si digo que jamás he estado allí, pero es un sueño visitarla. Aunque, según dicen, no queréis más turistas, así que igual no vengo.
Es una cuestión espinosa, pero no sé si usted representa el tipo de turismo del que estamos hablando...
Me alegro sinceramente.
Pero ya que saca el tema: en muchas ciudades hay zonas dedicadas en exclusiva al turismo, sin comercios para los vecinos ni gente viviendo en ellas. Sin posibilidad de establecer relaciones. Entonces, ¿se puede ser feliz en una ciudad turística?
Barcelona tiene una relación incómoda con uno de sus mayores agentes económicos, que es el turismo. Honestamente, no sé la respuesta a la pregunta. Es algo que depende de cómo cada ciudad afronte su modelo turístico. Por ejemplo, sé que la Rambla es lo que podríamos llamar zona de turismo industrial. Si la ciudadanía se siente cómoda con eso, genial; que ceda una zona de su ciudad al turismo y que se aparte. Pero si reclama el espacio, tiene que preguntarse cómo readaptarlo y qué debe exigir a la administración.
Pero cuando se pierde el equilibrio y se empieza a tener un problema con el turismo, no debes culpar al turista sino al gobierno de tu ciudad
¿Por dónde empezaría?
Hay muchas maneras: construir más vivienda asequible y sólo para gente local, proyectos de 'cohousing' o restringir Airbnb y alquileres de temporada. Pero también hay algo bonito en el balance entre turismo y vida local. Y cuando eso pasa, dejas de odiar al turista y empiezas a querer compartir con él. Pero cuando se pierde ese equilibrio y se empieza a tener un problema con el turismo, no debes culpar al turista sino al gobierno de tu ciudad. Con mejores políticas de vivienda no se llega a situaciones tan extremas. En el Lower East Side de Nueva York tienen un montón de vivienda social para que los locales y viviendas exclusivas que se están construyendo no obliguen a vecinos ni a tenderos de toda la vida a irse. Todo convive.
Hablando de convivencia, en su libro destaca que el 70% de la población vivirá en ciudades superpobladas de cara a 2050. Ya que el modelo apunta a la vida en la urbe, ¿qué cree que es mejor, un montón de ciudades medianas o unas pocas ciudades enormes?
Da igual lo que queramos, porque las ciudades van a seguir creciendo. Lo que sí importa es acordarse de dejar espacio para la gente. ¿De qué sirve tener zonas preciosas y caminables si no construimos vivienda asequible? Vancouver es ejemplo de lo absurdo: ganamos constantemente premios por ser la ciudad más caminable del mundo, pero el 80% de la ciudad está reservada a viviendas de poca densidad que sólo alojan al 30% de la población. Así que, si no puedes permitirte una casa de dos millones de dólares, deberás vivir en un apartamento pequeño, en una calle muy ruidosa y contaminada de las afueras. Eso significa que maestros, carteros, limpiadores, enfermeras, doctores o abogados se están yendo. Nuestras ciudades se están convirtiendo en un resort.
Muchas ciudades sufren de gentrificación verde. ¿Cómo se puede prevenir?
Es un problema alrededor del mundo. Queremos casas bonitas, pero cuanto más bonitas sean, más gente las querrá y más estarán dispuestos a pagar por ellas. Para mí, la palabra no es 'gentrificación', sino desplazamiento. Porque, si tienes una casa, te gusta la gentrificación, quieres que tus posesiones suban de valor. Pero si alquilas, es cuando se da el desplazamiento. Hay diversas soluciones y ninguna de ellas es dejar de hacer barrios bonitos, caminables y verdes.
¿Cuáles?
Nuestras ciudades necesitan una inyección masiva de nuevas viviendas en barrios que sean caminables. Y que estas viviendas sean públicas y de alquileres regulados. Otra solución es que los gobiernos protejan a los inquilinos de los barrios ya existentes. Creo que Barcelona ha marcado camino en ese sentido, con la incorporación de centenares de viviendas al parque público desde 2015.
Pero no es suficiente, porque los alquileres siguen subiendo.
Cierto, no lo es. Se necesitan protecciones extremas y regular enormemente los alquileres de temporada. Hay diversas maneras; mi ciudad tiene una tasa para pisos vacíos según la cual, si nadie vive allí por más de un año, se paga mucho dinero. Con esto, se garantiza que las viviendas cumplan su propósito, que es alojar a gente, no convertirse en un bien de mercado con el cual especular.
Hemos hablado diversas veces de espacios públicos bonitos. Pero, ¿es suficiente con que sean bellos?
Por supuesto que no. Deben ser auténticos y acoger la complejidad. Algunas personas, no yo, dirán que lo único importante es que sean bonitos para que atraigan turismo, pero las ciudades deben ser auténticas porque las personas tenemos una profundísima necesidad de pertenecer a una comunidad, de tener un lugar propio que sea especial y represente quiénes somos. El arte, los eventos, la música y los murales son un recuerdo de la autenticidad de nuestro grupo. Vivir en ciudades en las que haya vida, que sean acogedoras es importantísimo para el bienestar de la gente.
¿Por qué, incluso en lugares como España, en que el clima permite hacer vida en la calle, nos hemos centrado más cuidar y hacer acogedores nuestros hogares y no el exterior?
Tenemos una crisis de soledad. El 10% de las personas mayores de 50 años en España afirman sentirse solas. Para mí es chocante, porque siempre he pensado que sois extremadamente sociales. Como decía, para ser felices necesitamos relaciones sociales, pero también sentirnos a gusto, cómodos y seguros. Por eso nos hemos enfocado en el hogar, pero también es algo que podemos conseguir en las calles. Tenemos que ofrecer a la gente más oportunidades para juntarse, pero sin perder de vista la comodidad.
El antropólogo Robin Dunbar estableció que el número máximo de personas que nos permiten relacionarnos plenamente es 150. No me malinterpretes, pero creo que estaba equivocado. ¿Nos sentimos cómodos con 150 personas? Creo que nuestro máximo es de 5 personas. Pero, a la vez, necesitamos sentirnos parte de una comunidad mayor. ¿Cómo podemos conseguirlo? Pues un espacio público en el que se puedan juntar miles de personas tiene que tener zonas íntimas para grupos pequeños. Por ejemplo, mesitas en una plaza o separadores naturales como arbustos o árboles. Lo contrario es abrumador.
Pero muchas ciudades tienden a dificultar estos encuentros en el espacio público con arquitectura hostil. ¿Por qué?
En el pasado, las plazas tenían diversas funciones: militares, ceremoniales o prácticas como acoger mercados. Los usos temporales animaban el espacio. Luego, entramos en una época de conflictos armados en la que muchas plazas europeas dejaron de tener sentido. No ha sido hasta hace pocas décadas que hemos empezado a reclamar estos espacios. Y requiere reimaginar cómo estar juntos en público y rediseñar las plazas, que fueron pensadas para otros usos. Necesitamos entender conceptos como el de triangulación, que sugiere que la vida surge en espacios en los que hay diversos puntos magnéticos simultáneos. Una fuente, un árbol y un banco. Porque una fuente sola no hace nada.
Hay otro problema en el debate sobre los espacios públicos. Todo el mundo quiere zonas bonitas, pero nadie las quiere bajo su ventana porque generan ruido, posibles conflictos... ¿Cuál es la solución?
Las ciudades son máquinas de relaciones y, obviamente, crean espacios para que la gente se encuentre, juegue, converse y comparta de manera positiva. Esto no quita que en zonas masificadas de las ciudades los vecinos tengan necesidad de paz y silencio, sobre todo por la noche. Si la gente no es capaz de dormir, estará enfadada, ansiosa y antisocial. Cada ciudad necesita encontrar un equilibrio entre la socialización y la privacidad, sin que esto signifique destruir sus maravillosos espacios públicos. La culpa no es del espacio, sino de una ciudad y una sociedad que no es capaz de hacer cumplir las normas sociales y respetar las necesidades de la gente.
Cada ciudad necesita encontrar un equilibrio entre la socialización y la privacidad, sin que esto signifique destruir sus maravillosos espacios públicos
¿Cree en la ciudad de los 15 minutos?
Creo que es uno de los conceptos más útiles para traer paz, salud, libertad y satisfacción a la vida de la gente. En esta línea Carlos Moreno, su ideólogo, es un héroe. Pero te puedo decir que mi ciudad ideal no es de 15 minutos, sino de ocho. La mayoría de la gente no está dispuesta a caminar más de ocho minutos.
Bueno, usted me habla desde Norteamérica, donde se camina muchísimo menos que en Europa.
Cierto. La gente camina más si el entorno es bonito. Los españoles sabéis la libertad que te da no necesitar un coche, pero el 90% de la gente en Norteamérica no tiene esa libertad. Aun así, debéis vigilar, porque en Europa están comenzando a proliferar esas horrorosas comunidades nuevas, construidas a las afueras de las ciudades en la década de los 2000 y ellos tampoco tienen esta libertad. Necesitamos ser más ambiciosos y apostar por núcleos en que no necesites desplazarte para ir a trabajar o a hacer la compra.
Tal como dice, se tiende a concentrar actividades y crear barrios residenciales, de negocios, de ocio... En este esquema, ¿es posible crear ciudades de 15 u ocho minutos?
Las ciudades están en un momento de crisis debido a diversas cuestiones: la compra online, el aumento del teletrabajo y la escasez de vivienda. Mirando las dos primeras, vemos que los distritos de negocios de todo el mundo están sufriendo ahora por su falta de complejidad. Durante demasiado tiempo han dependido sólo de los trabajadores de oficinas y de la gente que volaba a estas zonas a diario para trabajar. Necesitamos dotar de complejidad estos distritos, por ejemplo, añadiendo vivienda. De esta manera, mataríamos dos pájaros de un tiro.