Los tres meses de confinamiento van a dejar una cicatriz educativa en muchos niños y niñas, sobre todo en aquellos que viven en hogares con mayores carencias y allí donde las familias no han podido dedicarles el tiempo necesario. La parcial y voluntaria reapertura de los colegios en junio y ahora el cierre vacacional no ayudarán a que desaparezca.
A Sheila González, investigadora y socióloga de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB), le preocupa que se esté hablando poco de los costes que ello conlleva. En un estudio junto a Xavier Bonal titulado Desigualdades de aprendizaje en confinamiento, ha detectado que el confinamiento ha agravado las diferencias educativas que ya existían, y por eso no esconde su tristeza y cierto enojo al constatar que miles de escolares pasarán hasta seis meses sin apenas pisar un aula.
Los riesgos, dice, que las autoridades y la sociedad en general han asumido a la hora de reactivar algunos sectores económicos no se han contemplado en el caso de la escuela presencial. “El cierre de un bar tiene un coste económico visible a corto plazo, pero el de la educación también existe y puede que sea mayor, aunque sea a más largo plazo”, apunta. De ahí que haya participado estos días en una iniciativa familiar en Catalunya para abrir centros: Tornem a les escoles.
¿El confinamiento ha afectado de forma desigual a los niños y niñas a la hora de aprender? ¿Qué ha detectado su estudio?
Las desigualdades se dan en un sentido muy amplio. En la educación formal, la de las escuelas con el alumnado, y en la informal y no formal, que es la que se da fuera de los colegios y en familia. Si no hay escuela, todo pasa por casa, y sabemos que no todas las familias pueden proporcionar los mismos recursos educativos a sus hijos, sino que esto suele depender de su clase social. Se ve con el uso del tiempo. Las familias con estudios universitarios nos decían que hacían manualidades, música, idiomas, deporte… En cambio, en las familias sin estudios había porcentajes más elevados de mirar la tele, usar videojuegos en edades tempranas o las redes sociales. Es decir, que las familias de clases medias y altas hacen actividades más parecidas al colegio y notarán menos el impacto del cierre.
Los sociólogos hace años que advertís que los deberes pueden ser un factor de desigualdad, porque no todo el mundo tiene a un padre o una madre que le ayude a hacerlos.
Hemos sustituido al profesor en el aula por un profesor a distancia más un adulto en casa. Pero allí donde no hay adulto que acompañe es donde se genera el decalaje. Un dato del estudio: en Secundaria, el 48% de madres con estudios universitarios ha ayudado a sus hijos, mientras que el resto no lo ha hecho porque el joven no lo necesitaba. Entre las familias sin estudios, solo el 38% de las madres ha podido acompañarlos, y del resto, el 25% no tenían conocimientos para hacerlo aunque su hijo sí lo hubiese necesitado.
En Estados Unidos, que tienen un programa informático para aprender matemáticas online, han detectado cómo las diferencias de aprendizaje se han disparado desde marzo. Todos los niños han bajado su rendimiento, eso es algo previsible, pero la distancia en los resultados ha aumentado entre los de renta alta y baja. Y nosotros podemos intuirlo solo con ver lo que dicen los docentes sobre los alumnos que se han conectado y los que no.
¿Cómo han respondido los equipos directivos y el profesorado ante el cierre? ¿Ha habido diferencias entre centros?
La encuesta la hicimos en la segunda semana de confinamiento, cuando todavía no había instrucciones claras. En Catalunya, donde la Generalitat dijo que sería tiempo no lectivo, las escuelas públicas pararon en seco. En cambio las concertadas, puede que para justificar el cobro de cuotas, se activaron. Después de semana santa, las públicas iniciaron su actividad, pero con mucha desigualdad. Algunas lograron mantener cierta vinculación con el aprendizaje, mientras que otras no, aunque es cierto que la mayoría han contactado con su alumnado aunque sea por vía telefónica.
Y luego lo más sorprendente es la diferencia de problemas a los que han tenido que dar respuesta los centros. Unos solo han tenido que replantearse el proceso de aprendizaje, pero otros han tenido que replantearse esto, las becas comedor, la desconexión de internet de sus alumnos, la gestión de la violencia familiar… Por eso los centros más desfavorecidos han dedicado más tiempo al acompañamiento emocional que al aprendizaje. Y esto también tendrá un efecto.
¿Ha sido la falta de conexión a internet en algunos hogares el principal problema para lograrlo?
Esto es lo único que la administración pública contempló. Pero el alumnado totalmente desconectado no es tanto, porque todo el mundo tiene móvil. Más bien la brecha digital tiene que ver con la falta de ordenadores y sobre todo la falta de información y recursos de las familias para entender cómo se organiza el aprendizaje a distancia. No es fácil entender cómo funciona un Google Classroom si no lo has usado antes.
Las videconferencias, las tareas por mail… ¿Son suficientes para garantizar el derecho a la educación?
No. El derecho a la educación no es el derecho al aprendizaje. Y ya ni siquiera el aprendizaje se ha podido garantizar bien. Pero es que la educación es mucho más que esto: es la socialización, la generación de expectativas, la adquisición del idioma en el caso de los alumnos extranjeros, lo que los alumnos aprenden unos de otros –esto se nota mucho en la lectoescritura, en Infantil–… Todo esto a distancia no se puede conseguir, por mucho que se hayan esforzado los docentes.
Acabado el curso, vemos cómo miles de niños y niñas no pisarán un aula en casi seis meses. ¿Cómo va afectar eso a su desarrollo?
Depende de la relación que hayan tenido con la escuela durante estos seis meses. Hay escuelas en las que los alumnos no han visto a algunos profesores en tres meses, que no han hecho videoconferencias, y otras en las que han hecho clases diarias. Lo primero afecta a la adhesión escolar, al hecho de sentirse parte del colegio. Y ha aumentado el riesgo de abandono escolar. La desconexión hace también que el trabajo de los colegios más vinculado a las rutinas y los hábitos se vea alterado. De todo esto me preocupa también que el sistema educativo se reactive en septiembre sin tener en cuenta esto, exigiendo lo mismo a los niños y niñas.
Ha sido muy crítica con los planes de apertura de los centros educativos, que ha afectado a una minoría de alumnos. ¿Por qué?
Me da la sensación que ha habido un salto entre las intenciones de la administración, que estaban bien planteadas, y las decisiones para materializar la reapertura, que han sido un fracaso. Se planteó la priorización del alumnado vulnerable, pero hacer el retorno voluntario no suele favorecerlo. Ya se vio en Francia o Noruega. También creo que la Administración no ha sabido sumar a los equipos directivos para hacerles entender esta preocupación. La sensación es que los docentes se han replegado. No ha habido conciencia desde el propio ámbito educativo de los costes de cerrar una escuela. Los propios profesores no se han acabado de creer el valor que tiene su tarea presencial y las consecuencias de su ausencia. No obstante, entiendo que todos estamos cansados.
Los epidemiólogos siempre han sido muy prudentes a la hora de dar el visto bueno a la apertura colegios debido al riesgo de contagios.
En todos los ámbitos ha habido riesgos y se han puesto sobre la mesa igual que los costes. A la hora de abrir los bares, hemos asumido el riesgo porque los costes se temían mayores. En el caso del colegio, es como si cerrarlo hubiese sido a coste cero. Y no es solo un coste social, también económico. Lo que pasa es que en los bares el coste es a corto plazo, pero en la educación es a largo plazo.
¿Cuáles cree que deberían ser las condiciones mínimas de apertura de los centros en septiembre para que no sigan ensanchándose estas desigualdades?
La presencialidad en toda la etapa obligatoria, porque sin ella no garantizamos la igualdad de oportunidades. Tiene que haber un incremento de recursos dirigido al alumnado que más ha perdido: planes de refuerzo escolar y ampliar su exposición al aprendizaje con actividades educativas y de ocio. Hemos de ser muy conscientes que entraremos en una crisis económica fuerte y la de 2008 ya nos dejó claro que estas perjudican a los más desfavorecidos. Necesitaremos un doble esfuerzo: más recursos para compensar lo perdido y más recursos para no perder más. Y necesitaremos mejor coordinación con las administraciones locales, que son las que suelen llegar allí donde no llega la administración educativa y que disponen de bibliotecas, centros cívicos, museos… Serán clave para asegurarnos de que si se reduce la jornada escolar debido a la epidemia, esto no implique que los más vulnerables tienen que pasar más tiempo en casa.
¿Cree que se debería haber modificado el calendario escolar para poder hacer algo de actividad lectiva en verano o a principios de septiembre?
Hay una mirada a las vacaciones que es muy de clase media, y que denota muy poca conciencia de las desigualdades que se dan en verano. Pensamos que los niños van a campamentos de verano, a la piscina, al pueblo… Y esta no es la realidad de muchos. Si no se ha cambiado el calendario es porque implicaba llegar a un acuerdo con la comunidad educativa y del profesorado que se oponía a ello, argumentando que julio debía servir para preparar el curso siguiente. Pero los expertos consideran muy recomendable que no se deje el verano solamente en manos de las actividades de ocio, no porque no tengan valor, sino porque es importante reconstruir puentes con la escuela. Es una oportunidad para conectar, para encontrarse y para hacer adaptación. Pero la hemos dejado pasar.