Para Cristina Rosa de Paz y Matías Infante, el cierre de Nissan parece el segundo capítulo de una pesadilla que creían superada. Ambos se quedaron sin empleo tras la crisis financiera de 2008. Se apretaron el cinturón, ampliaron la hipoteca y se acabaron las vacaciones y fines de semana con sus hijas. Pasaron los años, la economía mejoró y Cristina fue readmitida en Nissan, de donde había sido despedida en un ERE. Matías empezó a trabajar de operario en Marelli, una empresa donde se montaban los radiadores para los coches de la compañía nipona. El jueves regresaron de golpe a la peor parte de su pasado: ambos se quedarán otra vez sin trabajo y las posibilidades de encontrar otro se presentan complicadas. “¿Quién me va a contratar a mis 53 años?”, se preguntaba Matías el miércoles en Barcelona. “Además con todo paralizado por la pandemia... Sinceramente no sé qué voy a hacer”.
La historia de esta familia, con dos hijas de 13 y 17 años a su cargo, ilustra el alcance que tiene la decisión de Nissan de cerrar su histórica planta de Barcelona. No sólo se quedan sin empleo sus 3.000 trabajadores directos, sino que hay unos 20.000 más que perderán también su trabajo porque estaba vinculado con la actividad de la automovilística. “Notarán el cierre hasta los hoteles de la zona donde pernoctaban ejecutivos y se realizaban convenciones”, explicaba Pablo Benito Artigas, 52 años y empleado de Nissan en la parte de control de producción. “También los restaurantes donde iba la gente a comer… Es una mancha que se extenderá por toda Catalunya”.
Exhaustos tras semanas de movilizaciones en medio de una pandemia, los trabajadores de Nissan y sus subcontratas explican que durante este tiempo han intercalado los días de pesimismo con los que parecía que saldría una solución. “El martes era optimista, hoy lo vuelvo a ver todo negro”, señalaba Cristina el miércoles en Barcelona, tras acudir a una protesta ante el consulado japonés. “¿Dónde vamos a ir a buscar trabajo 25.000 personas si no hay?”, se preguntaba.
La noticia del cierre, confirmada el jueves por la mañana, abocaba a todos estos empleados a un futuro incierto en un momento en el que las oportunidades laborales se están desplomando. Muchos de ellos, como Matías, Cristina o Pablo Benito, tenían intención de jubilarse en la empresa y llevan décadas trabajando en los mismos productos. “Llevo 30 años especializado”, señalaba este último, separado recientemente y también con dos hijos. “Lo que yo hago es muy difícil de hacer en otro lado”.
Un grupo unido
Los cuatro empleados de Nissan entrevistados aseguran que los trabajadores de la empresa son como una familia. Grupos de cientos de empleados empezaban a la vez y se formaban amistades que iban mucho más lejos que una relación laboral. “Hemos madurado juntos”, señalaba este jueves Miguel López, 42 años y desde los 26 trabajando en la compañía. “Entramos siendo unos críos y ahora salimos todos con familias y responsabilidades. Dejamos muchas cosas atrás”.
“Amistades las que quieras”, señalaban Matías y Cristina, la pareja citada al principio de este texto. “Bodas, nacimientos, viajes… En la empresa somos más amigos que compañeros”, remachaban, antes de recordar que precisamente esta buena relación entre los empleados hace todavía más amargo el final de la Nissan en Barcelona.
Los trabajadores también destacan que esta unión ha permitido que las movilizaciones de esta planta, conocida por su combatividad, no hayan desfallecido ni siquiera en medio de la pandemia, con una huelga indefinida que ha durado prácticamente un mes. “Para no dejar a todos los trabajadores sin sueldo, decidimos ir a la huelga solamente en la planta más pequeña, en Montcada i Reixac”, recordaba Pablo Benito. “Así obligamos también al resto de puntos a frenar su actividad y los trabajadores de las plantas que no estaban en huelga contribuían a la caja de resistencia para ayudar a los que habían parado”.
Miguel López cree que precisamente fue este carácter combativo el que les permitió a los empleados tener unas condiciones laborales aceptables. “Cuando ha habido que parar se ha parado”, señalaba este empleado de la llamada línea final de Nissan, donde se comprueba que los vehículos salgan sin defectos. “Estos días han venido a las movilizaciones hasta los que ya están jubilados”.
El declive de la empresa
Los empleados de Nissan coinciden en señalar 2009 como el año en el que hubo un “antes y un después” en la compañía. En medio de la Gran Recesión, la empresa anunció un recorte de 1.680 empleos en Barcelona que finalmente se quedó en 581 salidas (incluyendo la de Cristina) tras la movilización de los trabajadores.
“Nissan siempre fue una empresa muy paternalista, estabas en una multinacional pero el carácter era muy familiar”, explica Pablo Benito. “A partir de 2009 eso desapareció y la obsesión fue la productividad y los números”. Los veteranos explican como cada año en la empresa había la esperanza de que llegase un nuevo gran proyecto que devolviera el brillo a la planta, pero el tiempo iba pasando y lo único que había eran deslocalizaciones y reducciones de personal.
Lo que empezó en 2006 con la apertura de una planta en Tánger (Marruecos) fue suponiendo la marginación paulatina de la fábrica de Barcelona. La alianza Nissan-Renault-Mitsubishi priorizó las plantas de Renault en Europa y las dependencias catalanas fueron perdiendo brillo a pesar de los intentos de los trabajadores y de la administración para que no se cerrara. El plan de reestructuración anunciado este jueves, que pretende recortar 12.000 puestos de trabajo en todo el mundo, ha sido el golpe final.
“Los trabajadores lo hemos dado todo durante este tiempo mientras la empresa incumplía todos sus compromisos”, señalaba molesto Miguel López, el trabajador de 42 años. “La decisión es totalmente injusta”.
Ni Miguel, ni Pablo Benito, ni Cristina, ni Matías saben qué van a hacer a partir de diciembre cuando se haga efectivo el despido. Miguel se plantea la hostelería o montar un negocio, pero tiene asumido que no es el mejor momento. El resto también está desconcertado, planteándose qué harán con el resto de su vida tras dedicar buena parte de ella a esta empresa de automóviles.
Cristina y Matías solo piensan en que de aquí poco a sus hijas les llegará el momento de ir a la universidad. Han perdido de golpe los dos sueldos y tienen una hipoteca que ya ampliaron hace 10 años, cuando todo se derrumbó. “Tras lo que pasamos en 2009 habíamos empezado a ver la luz”, explicaban sin perder la simpatía pese a la dureza de las circunstancias. “Ahora hemos caído otra vez. Tocará volverse a levantar”.