'El 47', la película que cuenta la historia de Torre Baró, el barrio barcelonés que aún se siente abandonado

Jordi Sabaté

Barcelona —
7 de septiembre de 2024 22:03 h

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Entre autopistas, vías de tren y bosque mediterráneo, Torre Baró es un barrio encimado sobre las rocosas pendientes de la montaña de Collserola, que termina justo a sus pies. Pertenece a Barcelona, pero está a 12 kilómetros de la plaza de Catalunya, una distancia que le define como el barrio más remoto de la ciudad.

Precisamente sobre Torre Baró va El 47, la última película del cineasta catalán Marcel Barrera. Aparentemente la historia parte de 1978, cuando Manuel Vital, un vecino conductor de autobuses y sindicalista secuestra el autobús que conduce y lo lleva hasta el barrio para demostrar que, en contra de lo que decía el Ayuntamiento de Barcelona, sí se podía hacer llegar en transporte público al barrio. Vital, que hacía el trayecto de plaza de Catalunya al barrio de La Guineueta con el 47, estaba cansado de reclamar una línea que llegara a Torre Baró.

Pero en realidad la obra viaja más lejos en el tiempo, hasta los años 60, cuando miles de migrantes procedentes de Extremadura –como el propio Vital–, Andalucía y otras partes del país llegaron a aquellas tierras de orografía imposible y construyeron con sus propias manos sus casas. Al principio eran humildes chamizos levantados a toda prisa, para poder techarlos antes de que llegara la Policía Nacional y los tumbara, pues la ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera ya el techo puesto.

Luego, poco a poco, las fueron ampliando y dando solidez con los materiales que podían comprar. Así se creó, según la cinta, el primer germen de Torre Baró: un barrio de arquitectura popular más extremeña o andaluza que catalana, con calles de tierra y sin agua hasta 1973, sin farolas y con los animales domésticos merodeando por las calles. A base de lucha vecinal, el progreso fue llegando con cuentagotas. Pero lo que no llegaban, ni siquiera con el fin de la dictadura, eran los autobuses.

La gesta de Vital, interpretado por un inmenso Eduard Fernández, supuso un “sí se puede” que cambió para siempre el barrio, pues a partir de ese momento fue llegando el transporte público a todo el extrarradio barcelonés. Así lo cuenta el filme, en el que también participan otros actores como Clara Segura, Zoe Bonafonte, Carlos Cuevas o Salva Reina, todos con una gran solvencia interpretativa.

Una película optimista después de 'Mediterráneo'

El 47 es una cinta emotiva, optimista y a la vez reivindicativa de unos tiempos de inmigración y lucha vecinal que a día de hoy parecen borrados de la memoria. “A mucha gente que venía del sur se la rechazó en Catalunya igual que hoy se rechaza a los migrantes que vienen de África, Asia u Oriente Medio”, expresa Marcel Barrera, también director de la combativa Mediterráneo, película que ponía el punto de mira en el trabajo de la organización Open Arms.

“Y lo que más duele”, prosigue Barrera, “es ver que muchos de los descendientes de los que entonces acababan de llegar, están entre los que hoy rechazan a los migrantes extranjeros”. El cineasta explica seguidamente que lo que le motivó a filmar El 47 fue el descubrimiento de la historia de Manuel Vital. “Me pareció un personaje de una potencia bestial y me sirvió para hablar de una época que mucha gente joven hoy desconoce”, observa para matizar que, para romper con el pesimismo de Mediterráneo, se planteó dar a la historia un enfoque más optimista.

Pero a pesar del optimismo de El 47, los cambios que el barrio ha experimentado desde aquel día de 1978 en que Vital secuestró el autobús, han sido insuficientes para asegurar el bienestar de los vecinos. Al menos a tenor de lo que contaron algunos de ellos durante la presentación del filme.

La productora invitó al estreno a algunos vecinos, como Antonio, que de muy joven conoció a Vital e incluso trabajó con él cuando entre 1969 y 1977 fue despedido por sus actividades sindicales. “Era un hombre muy callado, siempre andaba pensativo”, recuerda.

“Siempre fue un sindicalista duro, muy rojo, y en los tiempos de la transición se acercó al PSUC”, agrega para dar sentido político al perfil de Vital, que tras secuestrar el 47 en 1978 fue nuevamente despedido, aunque regresó a la conducción de autobuses merced a una amnistía laboral dictada al año siguiente.

Sin aceras ni bares y con los cables colgando

Antonio asegura que el barrio ha mejorado mucho desde 1978 en lo que refiere al transporte público: “De no tener autobús, ahora tenemos al menos cinco líneas, dos de ellas a demanda. Lo llamas y viene a buscarte a la parada que tú le dices”. Pero cuando se le pregunta sobre el asfaltado de las calles, se le borra la sonrisa, al igual que al resto de sus convecinos.

“No hay aceras; una mujer que vaya con el carrito del niño tiene que ir por mitad de la calle”, cuenta José Manuel, otro vecino, que añade: “Y las calles, aunque sí están asfaltadas, se encuentran en muy mal estado porque no hay una conservación”. “Lo mismo que en el Paseo de Gracia para lo de la Fórmula 1”, interviene socarrón Antonio. Todos ríen.

Como anécdota, los vecinos rememoran a aquel concejal de urbanismo de la era Trías, que les espetó que eran unos privilegiados por las vistas que tenían. “Es cierto”, reconoce José Manuel, “pero de ahí a decir que éramos el Pedralbes del norte de Barcelona...”. Todos muestran su sonrisa entre irónica e indignada.

Desideria, una vecina octogenaria que tiene un pequeño papel en la película, se suma a la conversación y explica que “incluso cuando llueve los autobuses tienen que dejar de circular porque las calles se llenan de tierra y piedras; no pueden pasar hasta que no vienen a limpiarlo y por tanto se suspende el servicio”.

Mónica, la más joven del grupo, que lleva al igual que Antonio una camiseta donde aparece estampado el afiche de El 47, apostilla que “el cableado es el otro gran problema, puesto que es todo exterior, colgando de poste en poste y a veces roban cable”. José Manuel añade que “no quedan bares ni ningún otro tipo de comercio, nada”. Y todos convienen en que vivir en Torre Baró sigue siendo una heroicidad. “¡Torre Baró existe y resiste!”, dicen al unísono que gritarán cuando concluya la película.

La menor esperanza de vida de Barcelona

En 2015, la entonces comisionada de Salud del Ayuntamiento de Barcelona, Gemma Tarafa, subrayaba que hay once años de diferencia entre la esperanza de vida en Pedralbes y Torre Baró. “Es una situación que no ha cambiado en absoluto; mis padres murieron los dos con 60 años”, explica por teléfono el librero fundador de la librería LGTBI+ y feminista Acció Periférica José Martínez Vicario. Nació y creció “en la parte vieja de Torre Baró”, la de las pronunciadas pendientes y aceras exiguas, al igual que sus padres, que llegaron junto con sus abuelos a finales de los años 50.

Habría que secuestrar un segundo autobús para que se hagan mejoras de nuevo en Torre Baró

Martínez tiene claro que jamás abandonará el barrio. Vive en la casa que heredó de su abuela. “¡Tenemos la mejor vista de Barcelona!”, reivindica. Pero seguidamente pasa a indignarse porque no hay ninguna farmacia. “Imagínate”, dice, “en un barrio con el índice de enfermedades crónicas tan altas y sin una farmacia de guardia”. “¿Qué hace una persona que tiene un problema grave de salud por la noche?”, se pregunta y agrega: “Porque en la parte vieja de Torre Baró, los autobuses por la noche no llegan, hay que tirar de coche para todo”.

“Claro que somos pocos vecinos ahí arriba”, añade. “Pero es porque nos echan, con todo este desinterés por nosotros, no porque queramos irnos”. El dilema entre quedarse, y resistir en un barrio tan especial, o tirar la toalla y mudarse a barrios con mejores servicios (o directamente con servicios), planea en toda la película de Marcel Barrera.

El propio director incide en la situación de Torre Baró: “Actualmente apenas hay comercios y si pides una pizza a domicilio o compras unos calcetines por internet, te dicen que no te traen los pedidos hasta allí”. “Son cosas poco admisibles en la Barcelona de hoy en día”, remacha Barrera en conversación con elDiario.es.

El alcalde dice que, con la Copa América, Barcelona mira de nuevo al mar y yo me pregunto cuándo volverá a mirar de nuevo a la montaña, si es que lo ha hecho alguna vez

Por su parte, el librero sentencia: “El alcalde dice que, con la Copa América, Barcelona mira de nuevo al mar y yo me pregunto cuándo volverá a mirar de nuevo a la montaña, si es que lo ha hecho alguna vez”. Martínez Vicario reclama un plan especial para el barrio que “proponga soluciones a partir de las dificultades técnicas evidentes que tiene”.

Y también pide una regularización masiva de la propiedad de las casas, ya que muchas no están inscritas por ser autoconstruidas, lo que dificulta a sus propietarios muchas gestiones de servicios municipales a los que, si fueran reconocidos como tales, tendrían derecho.

Hay once años de diferencia entre la esperanza de vida en Pedralbes y Torre Baró

“Recuerdo que en una ocasión pedí al Ayuntamiento un lavabo especial para mi madre, enferma del riñón, y me lo denegaron por no figurar el domicilio en el registro”. “¿Qué haces cuando eres pobre y no te ofrecen los servicios a los que tienes derecho?”, se lamenta este activista cultural.

Preguntado por las reivindicaciones de los vecinos, Eduard Fernández reconoce que le impresionó Torre Baró. “Ahora ha cerrado el último bar y las calles están como están”, lamenta el protagonista del filme, para concluir en referencia a los sucesos que narra El 47: “Habría que secuestrar un segundo autobús para que se hagan de nuevo mejoras en Torre Baró”.