ADELANTO EDITORIAL

Carta a un republicano español

Jordi Serrano

30 de julio de 2021 22:02 h

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'Carta a un republicano español. La revuelta catalana. Unos meses que estremecieron a España' (Editorial Bellaterra), del historiador Jordi Serrano, es un análisis militante y optimista de los horizontes republicanos en España y, según el autor, pretende ser también un aviso para los que no quieren ver las amenazas a la libertad y al estado de bienestar que se ciernen sobre ellos ni los peligros que conlleva trasladar a la cúpula judicial la dirección política del país.

Serrano considera que con el aplauso de la derecha y la timidez de la izquierda española la revuelta catalana de 2017 resucitó comportamientos antidemocráticos en la judicatura, la Corona, el Ejército, medios de comunicación y cuerpos policiales, y sacudió un régimen monárquico incapaz de afrontar una realidad inaplazable. El autor defiende que hoy, en 2021, “el substrato neofranquista” reaparece contra el actual gobierno de coalición de izquierdas y sus apoyos. “Vuelve el espantajo de la España rota y la España roja”, alerta Serrano.

elDiario.es avanza los dos primeros capítulos del libro.

¿Qué pasa en el Reino de España?

Los países felices se asemejan, los desafortunados lo son a su manera. De donde podemos deducir que «cada español lo es a su manera». En España la extrema derecha está intentando un golpe de Estado escudándose en la bandera monárquica. La respuesta la está dando Cataluña.

Me siento como un habitante de Bélgica, no saquéis conclusiones precipitadas. A menudo los belgas entraban en conflicto con la tribu lugbara de Uganda. Para los lugbara los belgas «desaparecían por el suelo y volvían a aparecer a alguna distancia. Entonces se marchaban caminando cabeza abajo». Así parece que nos ve a los catalanes buena parte de la casta del Reino de España: gente que camina cabeza abajo y desaparece bajo el suelo. Sin embargo, ¡estamos tan cerca en todo! Nos parecemos mucho, hemos sufrido tres guerras civiles carlistas, un gran fracaso del Estado liberal, una represión brutal de las izquierdas y del movimiento obrero, la corrupción institucional y electoral: el turnismo, la Guerra Civil, la durísima posguerra, la violenta Transición, etc.

No seré como Enric Ucelay-Da Cal, que pretende ser neutral, a mi modo de entender imposible utopía, ni «objetivo (desinteresado, desapasionado)». Tampoco me mostraré tan arrogante como José Enrique Ruiz-Domènec cuando afirma que va a «explicar la verdadera historia catalana» o que hará unas reflexiones que se «ajustan a la verdad». Me conformaré con ser apasionado y militante. Alguien que sabe que la verdad no existe, que solo hay pequeñas verdades construidas a partir de un espejo roto. Trataré de ser más modesto explicando las razones de un republicano catalán acerca de lo sucedido los últimos años en Cataluña. Este no pretende ser un libro que aborde todos y cada uno de los elementos del conflicto. Pondré el foco en algunos elementos de cada tema que trate, centrándome en aspectos concretos para ilustrar los argumentos. Y, en fin, daré mi versión ante una opinión pública en su mayor parte monárquica y de derechas alienada en la parte más convencional del sentido común, del rigor y del racionalismo. Este libro está pensado –no pretendo engañar a nadie– desde un «espíritu de combate», como diría Antoni Rovira Virgili. Nos detendremos en algunos momentos de este relato, serán como unos flashes que iluminan la historia. El historiador marxista catalán Josep Fontana, fallecido hace un par de años, nos lo explica mejor: hay «escenarios en los que el pasado se ilumina».

En efecto, el Reino de España resulta, a veces, un país fallido. Tuvo un gran imperio, al que dedicó todas sus energías sin importarle nunca sus habitantes. Robó toneladas de oro y plata de América pero en lugar de aprovecharlas para construir carreteras, hospitales o escuelas, fueron dilapidadas en lujos de la corona y guerras por todo el mundo. La riqueza americana, en vez de significar una ventaja, representó la ruina: una maldición para el Reino de España. España hizo su revolución industrial poco, mal y tarde. Ello ha dado lugar a un empresariado más pendiente del BOE que de la generación de riqueza. Se comportan más como «dueños» que como emprendedores. Por eso los jóvenes no quieren ser empresarios: lo ven cutre. El Reino de España es un país que mira más por el retrovisor de la historia que hacia delante, las élites añoran lo que un día fue, aunque a los habitantes de este reino nunca les fue demasiado bien.

No estoy de acuerdo con Ramón Cotarelo cuando afirma que «el Estado español es irreformable». España es un país que, sabiéndose cutre, se muestra muy ágil y cuando se lo propone avanza rápido, aunque haya podido hacerlo en pocos momentos a lo largo de su desdichada historia. El Reino de España cuenta con cuatro naciones, numerosos climas, muchos mares y distintas gastronomías que son la envidia de medio mundo. En el fondo la mayoría de europeos sueñan todo el año con pasar unos días de vacaciones en España o jubilarse para vivir directamente aquí, donde encuentran una mejor sanidad y un mejor clima, claro, pero también una mejor gastronomía y una sociedad mil veces más tolerante en relación a sus comportamientos, actitudes y preferencias personales. El católico y atrasado Reino de España fue de los primeros países del mundo en legislar sobre el matrimonio gay, en 2005, mientras en la vecina y avanzada Francia lo hicieron ocho años después.

Sin embargo, en los últimos años en el Reino de España se ha producido una evidente involución. Muchos son los síntomas de esta vuelta atrás. Volvemos a tener presos políticos, se piden penas de prisión por llevar a cabo manifestaciones, volvemos a oír hablar de sedición, rebelión, tumultos. También se han pedido años de prisión para unos titiriteros o algunos grupos de rap. Para otros, acusados de enaltecimiento del terrorismo, se han solicitado penas increíbles. Todo esto ocurre paradójicamente cuando, por fin, el terrorismo es cosa del pasado. ¿Qué está sucediendo en el Reino de España? ¿Qué pasa en Cataluña? ¿Se están despertando todos los fantasmas del pasado? ¿Los catalanes han despertado a la bestia del fascismo español? ¿Tiene algo que ver lo que ocurre aquí con lo que pasa en otros lugares del mundo? En estas páginas pretendemos salir al paso de mil cortinas de humo que, a mi entender, nos impiden ver la gravedad de lo que se nos viene encima de no mediar rápidamente una reacción de la ciudadanía de izquierdas en el Reino de España.

El fantasma de la extrema derecha recorre el mundo

El expresidente de EE UU Donald Trump, es un impresentable que reúne todos los requisitos para una pesadilla: racista, machista, analfabeto y tonto. Se ha ido con 74 millones de votantes y cinco muertos en el Capitolio. A los listos que ven un paralelismo entre el fenómeno Trump y lo que pasa en Cataluña les recuerdo que cuando Steve Bannon vino a España, ¿adónde va? A ver a Vox, y también se entrevistó con quien fue director de política internacional de la FAES. En Francia tenemos a la neofascista del Frente Nacional –ahora Agrupación Nacional– Marine Le Pen. En Gran Bretaña ganó el Brexit con una parte de los argumentos falsos y/o racistas del UKIP de Nigel Farage. En Alemania suben los xenófobos de Alternativa por Alemania (AfD). En Austria encontramos el Partido de la Libertad (FPO), Sebastian Kurz es amigo de Pablo Casado. También en Grecia, Aurora Dorada. En Italia hubo un precedente de lo que se nos venía encima, el Trump avant la lettre, Silvio Berlusconi, y ahora está la Liga Norte de Salvini. En fin, en Polonia, Países Bajos, Hungría, Bélgica, Dinamarca, etc., hay partidos de extrema derecha cuando no directamente neofascistas. Ha habido un golpe de Estado en Brasil. Expulsaron a Dilma Rousseff y metieron en la cárcel a Lula sin pruebas –los fiscales se las inventaron– y ahora manda Jair Bolsonaro: es racista, machista y homófobo. En noviembre de 2019 dejaron a Lula provisionalmente libre. La Turquía de Erdogan es cada vez más un régimen totalitario. Sin duda, la falta de respeto a los principios básicos de la democracia se está convirtiendo en un fenómeno global. Marina Garcés describe así la situación: «Crece un deseo autoritario que está haciendo del despotismo y la violencia una nueva forma de movilización».

Cuando la gente analiza el ascenso de los fascismos en Europa dice que en España nos hemos librado de este fenómeno. ¿Se ha vuelto loco todo el mundo? ¿Acaso aquí somos inmunes a lo que pasa en el mundo? ¿Se lo creería realmente algún lector? Parece que en España el único problema seamos los catalanes. ¡Pues qué bien! La tesis que defiendo es que en España ya tenemos al PP, a C's y a Vox. En este libro vamos a intentar mostrar cómo, por qué y de qué forma la extrema derecha es dueña en algunos casos y en otros se va apropiando de todos los espacios de la mentalidad colectiva y de las instituciones. Nos advertía Antonio Gramsci que «la crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos». Está claro que son morbosos, monstruos en otras traducciones: Trump, Salvini, etc., pero también lo son sin duda alguna José María Aznar, Inés Arrimadas, Mariano Rajoy, Pablo Casado o Santiago Abascal. En esas estamos. No andamos faltos de fenómenos morbosos.

¿Vivimos en una democracia? ¿Es esto un Estado de Derecho? No hay ningún país perfecto, que lo sea democráticamente al cien por cien. Estoy de acuerdo con Ignacio Sánchez-Cuenca en que «España es un país homologable a muchas otras democracias liberales en países económicamente avanzados». Pero la democracia no se conquista una vez y ya está, no se tiene una vez del todo y dura para siempre. Se puede tener un poco, limitadamente, o mucho. Aunque puede perderse en cualquier momento. Todo, o solamente una parte. Esta es la tesis de este libro. Son muchísimas las evidencias de que está en juego nuestro futuro.

Si miramos alrededor vemos cómo las dificultades en la libertad de expresión, en la libertad sindical, en los derechos sociales, en la libertad de la protesta en general, nos empujan claramente hacia atrás. Los fascistas y los reaccionarios se han envalentonado y actúan sin máscara. El COVID-19 acentúa aún más los peligros ante los derechos civiles. Participé en mítines a favor de la Constitución española junto al alcalde comunista del PSUC de Sabadell, Antoni Farrés. Mientras tanto, los que ahora afirman defenderla luchaban directamente a favor de los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional y contra la Constitución de 1978. Como José María Aznar. Eran tiempos, como nos recordaba José María García, en los que ante un campeonato internacional de natación se decía: «Los nuestros bien, no se ha ahogado ninguno».

Nunca creí que, amparándose en la Constitución, se pudiera acabar con la Generalitat. Hay que recordar que el Govern de la Generalitat es anterior a la Constitución. Y tampoco que con esta ley se pudiera encarcelar a personas con ideas republicanas. Ni que yo mismo me sintiera amenazado. Creía, en el año 1992, que España se parecía ya a un país democrático «normal», con sus peculiaridades, eso sí, pero democrático. Me equivoqué. Tampoco defiendo la idea de que esto sea una dictadura como la franquista. No. Sin embargo, se está debilitando a marchas forzadas el Estado de Derecho. Ahí me surge una duda: ¿se está debilitando o es que ahora afloran sus debilidades e imperfecciones? Como bien explica Pablo Iglesias, la alternativa «es que la reacción se apodere del Estado y todos sabemos lo que eso significaría: un PP y un Cs compitiendo con Vox por ocupar posiciones de extrema derecha no tendrían problema en convertir nuestro Estado en algo equivalente a Turquía, un sistema de apariencia democrática en lo formal, pero, en la práctica, con ataques sin escrúpulos a las libertades civiles. Es el estilo de la extrema derecha del PP y Cs el que ha llevado a la cárcel a tuiteros y titiriteros, y creo que si la reacción se hace con el poder del Estado, en España no solo habrá presos políticos catalanes, sino que habrá más presos políticos, y que tendríamos que decir adiós a buena parte de las conquistas de la Transición».