Arturo Puente

14 de octubre de 2020 22:46 h

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Cuando lo tuvo entre sus manos supo que estaba ante un documento histórico extraordinario. Joaquim Aloy había conseguido un relato escrito en primera persona y del puño y letra de Carme Ballester, viuda de Lluís Companys, sobre cómo fue la detención del president por la policía militar alemana en la localidad francesa de Baule-les-Pins. “Sólo grité: '¡Lluís!'. Él se volvió hacia mí y me hizo un gesto con la mano queriendo decir: '¡Huye de aquí!'. Ya no lo vi más”, relata Ballester.

El hallazgo de Aloy era una de las últimas piezas para completar el puzzle, el documento que acababa de reconstruir mediante testigos presenciales y fuentes primarias todo el camino recorrido por Lluís Companys desde su detención, el día 13 de agosto en una localidad de la Bretaña, hasta su fusilamiento en el castillo de Montjuïc de Barcelona, 62 días después. Era el año 2010 y habían tenido que pasar 70 para recuperar la historia completa.

El periplo recorrido en los últimos días de vida del president de la Generalitat está hoy documentado casi jornada por jornada, pero hasta solo hace un par de décadas tenía más sombras que luces. Los documentos habían sido destruidos o desperdigados entre diversos lugares y guardados por el Ejército en archivos inaccesibles. Tampoco era fácil encontrar fuentes presenciales de primera mano, más allá de las que estuvieron disponibles desde el primer momento, como las hermanas del president.

Fue el empecinamiento de la historiografía catalana, con nombres como Josep Benet, Josep Maria Figueres, Josep M. Solé i Sabaté, Jordi Finestres o el propio Joaquim Aloy, entre otros, los que a lo largo de un trabajo de décadas consiguieron obtener los documentos del consejo de guerra que acabó en la sentencia de muerte, documentación personal de todo tipo, o testimonios sobre el largo viaje entre Francia y Barcelona pasando por Madrid. Y eso que, como ocurre con cualquier figura mítica, de Companys se han conservado por tradición popular toda una serie de reliquias más o menos valiosas y con diferentes grados de interés histórico, desde una de las últimas cartas enviadas por el president que un soldado recogió y escondió durante 72 años, a diversos objetos personales como carteras, pañuelos o el mechero y la pitillera que la familia depositó en el Arxiu Nacional de Catalunya.

A la existencia de todo tipo de documentos, leyendas populares y objetos desperdigados hay que añadirle el interés que desde muy pronto suscita la figura de este político en los historiadores catalanes, tanto en el interior como en el exilio. Desde que Ossorio y Gallardo publica desde Buenos Aires en 1943 la primera biografía, Vida y sacrificio de Companys, hasta la Transición, donde la libertad de imprenta y cátedra reactiva el interés por el president fusilado, aparecen decenas de biografías y libros de todo tipo sobre Companys. Pero incluso las obras más serias chocan de bruces con la dificultad, cuando no imposibilidad, de acceder a archivos y fuentes fidedignas sobre el final de sus días.

No fue hasta bien entrados los años 90 cuando los historiadores pudieron comenzar a hurgar en el archivo más importante sobre el fin de la vida del president: el que contenía los papeles del paripé de juicio que el ejército franquista hizo contra él en menos de una hora en la mañana del 14 de octubre de 1940. Por lo que se sabe, aquellos documentos siempre habían estado depositados en el Tribunal Militar Territorial Tercero de Barcelona, situado en el edificio de la Capitanía, pero el Ejército nunca había permitido su consulta, hasta el año 1997.

Son dos los historiadores que, casi en paralelo, consiguen acceder al sumario: Josep Maria Figueres, que lo hace en mayo de 1997 mediante una reproducción, y Josep Benet, que consulta el archivo en octubre de ese mismo año. Ambos sacarán a la luz en sendos libros fragmentos de un valor incalculable, pues permitirán reconstruir todo el falso proceso judicial, las acusaciones, la defensa o referencias verídicas sobre discurso, tan político como emotivo, pronunciado por Companys delante del tribunal que lo condenó a muerte.

El Consejo de Guerra de Oficiales Generales emitió su veredicto el 14 de octubre de 1940. “Fallamos, que debemos condenar y condenamos al ex-Presidente del disuelto Gobierno de la Generalidad catalana, Luis Companys Jover, como responsable en concepto de autor por adhesión del expresado delito de rebelión militar, a la pena de Muerte con accesorios legales caso de indulto y expresa reserva de la acción civil o responsabilidad de igual clase en cuantía indeterminada. Lo que por esta nuestra sentencia juzgando, pronunciamos, mandamos y firmamos Manuel González, Federico García Rivera, Fernando Giménez Sáenz, Rafael Latorre, Gonzalo Calvo, José Irigoyen y Adriano Velázquez”, rezaban las actas conseguidas en primer lugar por Figueres.

La aparición de las actas del consejo de guerra es seguramente el momento más importante en la recuperación de la memoria del dirigente republicano, pues hasta el momento casi todas las fuentes sobre lo que ocurrió los días 14 y 15 de octubre en el castillo de Montjuïc eran orales o de segunda mano. Figueres reproduce, en cambio, 77 documentos que obtiene directamente del archivo y que permiten descubrir todos los detalles sobre el proceso, las acusaciones, las declaraciones de los testigos que se presentan contra él o la argumentación del veredicto.

“Yo ya había hecho algunos trabajos sobre periodistas de los años treinta y, siguiendo aquella línea, pedí entre otros el consejo de guerra de Companys, quien había sido editor y siempre se consideró periodista. Coincidió que precisamente estos archivos se estaban abriendo entonces, así que pude tener acceso a ellos por primera vez”, indica Figueres. El impacto académico, mediático y político de aquel libro fue muy notable, tanto que Figueres recuerda que abrió un telediario y apareció en innumerables artículos.

El libro de Figueres aparece casi a la vez que el de Benet que, en el caso de este último, había tenido además acceso al sumario original. En La mort del president Companys consta ya una reconstrucción casi completa de aquellos últimos días, incluyendo también fragmentos del sumario. Pero además, Benet se vale de otros documentos, como fichas policiales para arrojar luz sobre la detención en Francia, testimonios de testigos de primera mano, como el de la hermana del president, Ramona, que certificó las torturas sufridas por el líder republicano en Madrid por las manchas de sangre en la ropa recogida. En ese libro ya se habla de un tal Pedro Urraca como la persona detrás de la captura y traslado de Companys a España.

Para Benet, Companys siempre fue una figura muy importante, hasta el punto que escribe dos grandes obras biográficas sobre él y diversas reediciones en las que va ampliando la información. El historiador investigó sobre el president fusilado durante toda su vida. “Benet en algún momento que no puedo precisar entiende que el estudio de los asesinatos de diversos personajes simbolizan mejor que cualquier otra cosa que la represión contra Catalunya fue total”, explica Jordi Amat, biógrafo de Benet y uno de los que mejor conocen la figura del prestigioso historiador.

“Cuando Benet piensa en cómo puede representar la idea del genocidio, y por tanto de la reparación, piensa en el proyecto de los fusilados, que entiende que es una manera de demostrar que la represión no pretendía acabar con los catalanes republicanos, o con unos catalanes concretos, sino con todos”, explica Amat, en referencia a los libros que Benet escribió sobre cinco figuras muy diferentes pero todos ellos fusilados: “Un intelectual, Carles Rahola, un sindicalista, Joan Peiró, un activista, Domènec Latorre, un católico, Carrasco i Formiguera, y después el president”, enumera Amat. Para este proyecto, Benet considera que Companys es una especie de figura total sobre la que construir un mito que represente al conjunto de los catalanes.

Nuevos descubrimientos tras el sumario

Aunque el consejo de guerra fue publicado íntegramente en los últimos compases del siglo XX y las sombras sobre la detención, conducción y ejecución de Companys iban poco a poco despejándose, la historia aún no estaba escrita por completo. Fue el propio Josep Benet quien le trasladó este pensamiento al historiador Jordi Finestres, de la revista Sàpiens, a quien le subrayó en 2003 la importancia como fuente primaria que tenía Ramon de Colubí, un militar que había luchado con el bando franquista. Colubí había acabado haciendo la función de abogado defensor de Companys, tarea que según todas las fuentes realizó con diligencia y que el propio president le agradeció. Todo lo que sabía de esta figura entonces es que poco después de la guerra se había trasladado a Venezuela, pero en los años noventa Benet creía que ya habría muerto.

Casi solo con un nombre como referencia, Finestres tiró del hilo. “A veces estas cosas son un trabajo de investigación que llevan años, pero recuerdo que cogí las páginas blancas de Caracas y busqué Colubí”, relata el historiador. Allí encontró el teléfono de Mercedes de Colubí, al que inmediatamente llamó. “¿Usted por casualidad no será familia de Ramon de Colubí”, preguntó Finestres. “Es mi papá”, contestó la voz al otro lado. Había encontrado a una familiar directa. Lo que el historiador no esperaba es que, al preguntarle por si conocía la historia de su padre como defensor de Companys, Mercedes le pasara el teléfono directamente al propio Ramon de Colubí, que estaba a su lado y en aquel momento tenía 83 años.

“Me acuerdo de todo como si fuera ayer”, fue lo primero que le dijo a Finestres el militar que defendió a Companys. El historiador tomó un vuelo la semana siguiente y se presentó en el domicilio de los Colubí, en la capital venezolana. El hallazgo que la revista Sàpiens encontró allí no fue únicamente el testimonio directo y en primera persona del abogado, sino también las cuatro cuartillas originales donde Colubí redactó el alegato de defensa, que había conservado durante más de seis décadas. Un documento que no aparecía íntegramente en el sumario y que salió a la luz en 2003. Ramon de Colubí no había contando nunca en público nada sobre su participación en el juicio de Companys.

Finestres y la familia Colubí estuvieron tres días juntos. El testimonio del exmilitar sirvió para corroborar o matizar algunos de los detalles del proceso y el fusilamiento de Companys, así como para verificar con uno de los participantes que el juicio fue una farsa. Ramon de Colubí explicó las prisas con las que le obligaron a redactar su defensa y cómo le impidieron aportar testimonios que hubieran podido acreditar que el president salvó a diversas personas en los primeros días de caos en los que incontrolados de izquierdas causaron terror en Catalunya, o que hubieran servido para negar la acusación que decía que desde la presidencia de la Generalitat se habían repartido armas a la población.

El octogenario exmilitar también corroboró la leyenda de que Companys acudió a su fusilamiento fumando, tranquilo y con la cabeza alta, y que se descalzó antes de recibir los disparos. Además, Colubí sostiene que la sentencia ya estaba escrita y que el asesinato fue una venganza política contra el president de la Generalitat. El defensor corroboró por último que, como no podía pagarle con dinero, Companys le regaló los dos botones de los puños de su camisa. “Llevaba un traje sencillo, de color blanco, calzaba alpargatas. Observé cómo se descalzaba. Después le dispararon. Gritó ”¡Por Catalunya!“, rememoraba en el reportaje de Finestres.

Josep Benet está detrás de la mayoría de los hilos que siguen los detalles de la muerte del llamado “president mártir”. Él es, por ejemplo, uno de los primeros en citar el nombre de Pedro Urraca como el agente que dirigió las operaciones de represión a los republicanos fuera de las fronteras españolas, gracias a las que cayó Companys. El nombre no era nuevo, pero la figura de este metódico cazador de rojos no fue conocida en toda su magnitud hasta la aparición en 2006 de la tesis doctoral de Jordi Guixé Corominas, quien llevaba años investigando la persecución del exilio republicano en Francia. Guixé había encontrado, en los archivos del Servicio Exterior de la Falange depositados en Alcalá de Henares, el informe escrito por Urraca sobre el primer interrogatorio de Lluís Companys tras su detención.

Fue este mismo historiador quien, gracias a diversos documentos como una nota de la embajada española en Francia, reconstruyó paso a paso cómo Urraca trasladó a Companys desde París hasta la frontera en Irún, donde le entregó a la policía franquista después de fotografiarle para probar que su pieza de caza mayor llegaba viva.

Como en el caso de otros historiadores, Guixé encontró problemas más que arduos para completar su investigación, una circunstancia de la que dio cuenta en su tesis, en la que se queja de que “la documentación policial y secreta todavía está mal localizada (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de los casos) en los archivos españoles. La identidad de represores y torturadores todavía nos es camuflada bajo leyes de protección, a falta de una regulación legal de los archivos españoles y una necesidad de democratizar los archivos de ministerios como Interior y Exteriores”. Cuando el historiador escribió estas líneas era 2006, un año antes a la aprobación de la ley de memoria histórica del Gobierno de Zapatero.

La mayoría de las piezas del complejo puzle histórico que forma el desenlace de la vida de Companys fueron conseguidas gracias al tesón y la búsqueda. Otras, sin embargo, aparecieron casi por casualidad. Es el caso de archivo personal de Carme Ballester, esposa del expresident y luchadora antifascista contra los nazis en la resistencia francesa, que fue descubierto en 2010 por Joaquim Aloy en un centro de documentación de Ámsterdam.

“Podría decir que lo iba buscando o que sospechaba que podía estar ahí, pero lo cierto es que apareció por casualidad. Yo seguía la pista de Joaquim Amat-Piniella, escritor manresano que estuvo en Mauthausen, y que suponía que debía tener documentación en el archivo de Josep Ester i Borrás, un militante anarquista que también sobrevivió a Mauthausen y que lideró la Federación Española de Deportados e Internados Políticos”, explica Aloy.

El historiador no encontró apenas nada sobre Amat-Piniella. Pero, antes de irse a casa con las manos vacías, aprovechó la visita al Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis de Amsterdam para indagar sobre otros documentos. Fue entonces cuando descubrió el legado de Ballester, en su mayoría documentos de los trámites que siguió para reclamar la pensión como víctima de la Alemania nazi, que realizó a través de Ester. Entre los numerosos escritos depositados, uno destacaba especialmente: el relato completo escrito por su esposa sobre la detención de Companys y el último encuentro que la pareja tuvo antes de su muerte.

“Sentí una mezcla de emoción y dudas. No podía creer que aquel documento fuese inédito. Tuve que consultar con Josep M. Solé i Sabaté, y resultó que sí lo era”, rememora Aloy. La documentación encontrada, que está recogida en la web memoria.cat, detalla no solo la detención, sino cómo Ballester va a buscar a su marido detenido a la torre desde la que operan los soldados nazis, también el registro de la casa que compartían, en el que los alemanes buscan dinero porque no se creen que el president de Catalunya viva en tan miserables condiciones. O cómo dos meses después se entera escuchando la radio de que han matado a su marido, lo que le provoca un desmayo.

Ochenta años después las grandes claves de la historia de Companys se consideran descifradas, pero cada tanto siguen apareciendo nuevos documentos y detalles inéditos que permiten profundizar en una de las figuras centrales y míticas de historia de Catalunya. En el año 2015, con motivo del 75º aniversario, aparecieron hasta tres nuevos libros sobre diferentes facetas del president de la Generalitat. Uno de ellos era Retrat d'un magnicidi, de Jordi Finestres, donde el autor explica que existen unas fotografías de Companys hechas en Montjuïc el día de su ejecución pero que, por el momento, nunca han aparecido. Un interrogante más que recuerda que, pese a toda la investigación realizada durante ocho décadas, la historia del fusilamiento de Companys aún no ha acabado de contarse.