ENTREVISTA

Jordi Amat: “Ferrater era trágicamente consciente de no capitalizar su talento”

Gabriel Ferrater fue poeta, crítico, conferenciante. Traductor políglota, lingüista. Lector, el mejor que hubo nunca, dijo de él Jaime Gil de Biedma. Dinamizador, también Ferrater, de círculos literarios de mediados del siglo veinte que podían ser tanto la Feria de Frankfurt como la barra de los bares Carioca y Mesón. Una persona de una seguridad intelectual tan honda como lo era su búsqueda de un amor no por reflexionado menos cálido. Profesor canoso y flaco en vaqueros. Alguien, Ferrater, que pedía mucho perdón. Que tuvo durante décadas abierta una ventana que la mayoría cierra por supervivencia. Que se puso fecha de caducidad terrenal. Jordi Amat (Barcelona, 1978) reconstruye cuidadosamente la biografía de una figura clave de la cultura catalana en Vencer el miedo (Planeta) / Vèncer la por (Edicions 62).

La documentación está premeditadamente basada en cartas y fechas más que en testimonios posteriores. Aun así la narración, sin recuerdos deformados, funciona a un nivel cercano a la leyenda. Da idea de la grandeza del personaje.

Ferrater es fascinante. Hay pocos personajes con ingredientes vitales tan atractivos: su actividad pública, su vida íntima, la relación entre obra y vida. No acudir a fuentes orales, con excepciones, es debido a que ya hay un mito sobre Ferrater. Hay una inercia que lleva a la anécdota y esta, a su vez, refuerza ese mito. Las personas no van por la vida convertidas en mito. En una entrevista, Félix de Azúa dijo que Ferrater era un personaje sacado de una novela. Yo creo que es bastante verdad. No sé si es cierto que el personaje estaba por encima de la obra, pero es un punto de vista interesante. Eso ha facilitado que se cuente el mito del poeta romántico en una ciudad europea de posguerra, el tipo solo, borracho en un bar hablando de literatura. La tentación de incurrir en ese mito existía, pero los documentos permitían explicar el personaje sin mitificarlo.

¿Ha contribuido esa leyenda a que se conozca más el personaje, casi como un cromo de la cultura catalana, que la obra?

Ferrater es básicamente conocido como poeta y los poetas son poco leídos. Es difícil no quedarse con el cromo porque el cromo es una pasada. Cumple con muchos de los tópicos que configuran al artista moderno, pero hay una dimensión íntima que tenía que ver con un sufrimiento no mitificable y con su vivencia del amor, que es lo que le hace un personaje de novela. No el alcohólico, sino el hombre que sufre en sus relaciones amorosas y con las dificultades para encarrilar su vida.

¿Ferrater quería entender la vida entendiendo la literatura?

Conocí a su hermano, Joan Ferrater, un crítico extraordinario. Alguien con más problemas íntimos que Gabriel. Cuando conocí a Joan, yo estudiaba Hispánicas y descubrí que no estaba extrayendo de la literatura el conocimiento sobre los hombres que la propia literatura da. Cambió mi forma de leer. La historia literaria convencional tiene paradigmas útiles, como los contextos históricos o las generaciones, pero eso sirve poco para comprender a Ferrater. Él tiene clarísimo desde muy pronto que lee para saber cómo funcionamos y cómo lo hacen las relaciones, la frustración, el desconcierto o el placer.

Hay una paradoja en Ferrater. Un talento intelectual sobresaliente, un saber que es casi inútil para la vida práctica y diaria. Pero la posibilidad, capacidad o voluntad de abandonarse al mero hedonismo está cerrada: usted apunta a que sentía el peso de fracasar en la vida adulta.

La cuestión moral es básica a la hora de hablar de Ferrater. De su poesía y de cómo se piensa a sí mismo. Pensarse sistemáticamente tiene que ver con su idea moral de la vida, con su reflexión honesta sobre cómo somos. Ferrater era trágicamente consciente de que no puede capitalizar su talento. Por eso, el dinero forma parte de sus angustias con el tiempo. Es consciente de ese proceso y, lo más jodido, es consciente de que quiere vivir en la inmadurez. El ámbito donde está más feliz es con la juventud. Quería ser un joven eterno y probablemente esa tensión, a solas, la vivía con una angustia resuelta mediante la pasión por el conocimiento. Fuera de casa, con la bebida. Había una conciencia de su propia inmadurez y un deseo de ser joven siempre. Y cuando ya el cuerpo no da más de sí, no tiene sentido vivir.

¿Se debía sentir menos reconocido que otros contemporáneos?

Creo que no. Aunque en los textos pocas veces es displicente, era perfectamente consciente de que tenía un saber superior al de sus contemporáneos, algo que era evidente. Jaime Gil de Biedma dijo que no había conocido mejor lector. Era alguien con un don. Lo que vivía con incomodidad era ser consciente de tenerlo y que eso no le permitiese una vida de felicidad continuada. Era demasiado inteligente y exigente consigo mismo como para buscar una coartada sobre dificultades sobre las que se sentía plenamente responsable.

Lo que Ferrater vivía con incomodidad era ser consciente de tener un don y que eso no le permitiese una vida de felicidad continuada

El alcohol, el desamor, el paso del tiempo, el miedo al fracaso. ¿Cuál cree que fue el mayor de los demonios de Ferrater?

El miedo fundamental era al fracaso. El miedo de saber que tu padre fracasó y que su salida fue el suicidio. Es absurdo pensar que eso no planease sobre su madurez. No tanto la tentación del suicidio como no hacer lo que se espera de ti o lo que querrías hacer. Porque hay solo dos dimensiones en las que él puede controlarlo. Una es la bebida. Ferrater bebe para brillar y, cuando brilla, no piensa en que fracasa porque fascina y gana. Después, algo que explica por carta a una de sus parejas, Helena Valentí: que somos sujetos que valemos en tanto que deseamos y compartimos ese deseo. Cuando él tiene una relación de pareja es cuando siente que la vida tiene sentido y por eso sus rupturas son tan traumáticas. Hay ángeles que pasan por su vida. José María Valverde, el profesor Antoni Comas, su esposa Jill Jarrell, jóvenes que quieren tenerlo como maestro. Pero, cuando llega la hora de la verdad, depende de él.

Ferrater no tuvo una relación de amor correspondida, con Helena Valentí, hasta los 38 años.

Como tantos hombres su generación en este país, la educación sexual de Ferrater es la prostitución. Su aprendizaje del amor corporal dificulta una relación cuyo adjetivo no sé si es sana o normal con las mujeres. Lo interesante es que es alguien a quien le fascina pensar el amor. Para mí fue emocionante ver cómo él aprendía a entender el deseo a través de la poesía de Ausiàs March. Él espera la llegada de ese momento de plenitud que ha pensado desde la literatura, sabiendo que eso es lo que da sentido a la vida de las personas. Por eso Teoria dels cossos, el libro de la relación con Helena, me parece extraordinario.

¿No fue nunca tan feliz como con su esposa Jill Jarrell?

Me gustaría tener esa respuesta. Ferrater tiene instantes de felicidad. Hay un día a partir del que despliega el máximo de su calidad literaria. El día en que se acuesta con Helena Valentí, septiembre del 61 en Cadaqués. Después, el fervor con el que espera reencontrarse con Jill Jarrell en Barcelona en las navidades del 64 es precioso. Y profesionalmente hay un día extraordinario, cuando consigue que Witold Gombrowicz gane el Premio Formentor.

Beber no restaba lucidez a Ferrater. De hecho, “para ser quien quiere ser depende del alcohol”, escribe usted. El alcoholismo es la enfermedad laboral del escritor, según Malcolm Cowley.

Jill Jarrell decía que Ferrater no tenía un mal beber. No era un borracho que provocase situaciones de incomodidad ni era agresivo. Lo que jode a Ferrater no es beber, son las resacas. Después es consciente de cómo está arriesgando su salud con la bebida, sobre todo lo es cuando toma antidepresivos tras la separación de Jill, intenta dejar de beber y no lo consigue. Su última pareja, Marta Pessarrodona, lo lleva al médico pero tampoco consigue que abandone la enfermedad. ¿Has visto Mad men?

No.

Hay algo que sorprende y es que están todo el día pimplando. Rosa Regàs me decía: “Es que bebíamos mucho, sois vosotros los que no bebéis”. Son bastantes los escritores de esos años que beben y tienen problemas de salud. José María Castellet me contaba él que siempre se iba antes de la última copa. Ferrater no. Tenía un aguante descomunal y empezó a beber muy pronto. No tiene mala conciencia, es solo que asume que eso va a generar problemas.

¿Cómo describiría la relación de Ferrater con la política? ¿Su marcado carácter o su falta de fe en colectivos o ideologías fue un antídoto para un compromiso activista?

Sabe perfectamente que vive en una dictadura que imposibilita la libertad y que ha trabajado para destruir la tradición cultural a la que él se adscribe. No es un nacionalista y no tiene una militancia en ese espacio, que en la cultura de oposición en Cataluña era dominante. Es muy escéptico. No tiene la fascinación utópica que tuvo otra gente a su alrededor. Hay pocos momentos de compromiso activista. El ejemplo más claro es hacia el final, durante el encierro de intelectuales en Montserrat en protesta contra el proceso de Burgos. Y él ahí está muy incómodo.

Ferrater procedía de una burguesía arruinada. Durante casi toda su vida se movió entre la élite, pero prácticamente hasta sus últimos cuatro años de vida con el trabajo en la universidad fue casi un jornalero de las letras.

Sin ser hijo de esa burguesía decadente, yo no me sé explicar a Ferrater. A la vez, es alguien que quiere compartir una conversación culta que no podía tener con gente que no tuviese ese capital cultural. Para mí, hay un momento duro cuando Ferrater invita a Gil de Biedma y otros, después de una noche de borrachera, a la casa donde vive con su madre, para que le compren parte de los libros porque necesita el dinero para la ginebra del día después y el propio alquiler. Es un hombre que ha crecido con una biblioteca de primerísimo nivel y muere con poquísimos libros en casa. No había pensado en la expresión ‘jornalero de las letras’ pero, efectivamente, Ferrater es un traductor a destajo y un tipo que redacta informes de lectura o entradas de enciclopedia. Eso rompe con el mito y a la vez es mítico: sabemos de esa inteligencia descomunal casi siempre por literatura de segundo orden, al margen de la poesía.

Tuvo oportunidades laborales. Trenes a cierta estabilidad que sabía que quizá había que coger.

En Europa solo hay dos autores que tengan publicados sus informes de lectura. Uno es Calvino y el otro Ferrater. Cuando se instala en Hamburgo para hacer esos informes en Rowohlt, Ferrater cree que puede tener una carrera en el sector editorial como alfil cualificado. Yo creo que es el amor el que hace girar ese momento y que vuelva a la rutina del jornalero. Hay una oportunidad sobre la que no hay suficiente documentación para explicarla bien: la dirección literaria de Seix Barral. Ahí podría haberse convertido en un referente público con capacidad de decisión sobre el catálogo español más interesante del momento.

Da la impresión de que ni toda la literatura del mundo parecía, al final, rivalizar en importancia con el calor humano. Es la biografía de un poeta pero habla de compañía, atención y cariño.

El corazón del libro, para mí, es otoño del 62 en un piso cutre que alquila en Calafell y donde Helena decide romper la relación. Ferrater comienza a escribirle cartas casi a diario y hay una en la que él expone su idea de la vida. Habla de que quienes viven auténticamente son quienes viven el deseo como la compañía del cuerpo y ese vacío, añade, lo consigue llenar con momentos de concentración intelectual muy intensos.

¿Era un arquetipo de creador sufriente?

Respeta demasiado a la poesía como para aparecer como un poeta sufriente. Enseña que sufre, pero el lector de su poesía no ve un hombre que sufre. Ve un hombre que siente, que lo hace con una profundidad superior y con la que el lector además aprende a sentir. La de Ferrater no es una poesía de sufrimiento o de lamento.

Respeta demasiado a la poesía como para aparecer como un poeta sufriente. Enseña que sufre, pero el lector de su poesía no ve un hombre que sufre

Ya había anunciado que a los cincuenta años se suicidaría. Su padre lo había hecho. Esa ventana que la mayoría de personas suele tener cerrada, ¿estuvo abierta durante décadas en Ferrater?

Cuando empecé a investigar sobre él no era consciente de que la depresión fuese un elemento estructural de su personalidad, pero creo que lo es de su personalidad ya adulta. En la juventud no le sé ver la depresión, sí en algún momento la dispersión. Es después del suicidio de su padre que toma conciencia de que no va conseguir tener una vida madura como se espera. Me gusta esa imagen del suicidio como ventana que la mayoría tiene cerrada y que su padre abre. Esa ventana no la cierra en su familia él ni la cerrará su madre ni la cerrará su hermano. Hay multitud de teorías sobre el condicionamiento genético para el suicidio pero lo que sí sé, y me parece una imagen preciosa que ojalá hubiera usado, es que esa ventana estaba abierta. Esther Tusquets dijo que “Gabriel era muy suicidable”.

Durante sus últimos años, fue un profesor admirado por sus alumnos.

Ferrater transmite un legado de libertad a la hora de acercarse a la cultura. Propone un canon, y lo hace de manera informal, que está presente en los últimos cincuenta años de comprensión de la cultura catalana. Era el profesor con vaqueros, el tipo que, ya mayor, transmitía modernidad. Es un referente de inteligencia clarísimo. La conciencia de la inteligencia en acción que tenía un personaje enorme no se ha interrumpido.