Mano a mano entre Vázquez Montalbán y Camilleri
Andrea Camilleri (1925-2019) definió su amistad con Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) como verdadera, condicionada por las lecturas y por encuentros como los cuatro que forman parte de las Conversaciones sobre la escritura (Altamarea), en los que los creadores de Pepe Carvalho y Salvo Montalbano reflexionan sobre el oficio de escribir, sus personajes, la política, la comida o la religión. En resumen, hablan de la vida.
“Creo que el hombre tiene necesidad de un tipo u otro de religión y para mí, de momento, la religión menos peligrosa es el fútbol”, le explica el escritor catalán y empedernido culé a su amigo siciliano, un marxista pero no de los nostálgicos. Vázquez Montalbán se declaraba hijo de un conflicto ideológico, el que existe entre la historia y la cotidianidad pero también el que enfrenta al “yo” y al “nosotros”, el equilibrio entre lo particular y lo colectivo (puede cambiarse el orden) y que tantos quebraderos de cabeza daba y da a la izquierda. “La lucha por cambiar la historia y la conciencia de que la historia depende de una dialéctica interna siguen siendo importantes, pero gana terreno la idea de que solo se vive una vez. Este descubrimiento supone recuperar el derecho al placer”, argumenta Vázquez Montalbán, que ironizó más de una vez con que tras el Palacio de Invierno se había asaltado la cocina. Fue cuando muchos comunistas, también él, comenzaron a preocuparse por los buenos vinos y a diferenciarlos por las añadas.
Carvalho y Montalbano son dos personajes que no se entienden sin su relación con la gastronomía. “Tienen un interés compartido por la comida, aunque no creo que fueran a comer al mismo restaurante –explica Camilleri–. Creo que si tuvieran que investigar juntos un crimen, su relación se rompería en la cocina. Una vez dije que Vázquez Montalbán debería ser llevado ante el Tribunal de La Haya acusado de genocidio porque, si intentáis comer lo que come Carvalho…¡es algo terrible! Montalbano prefiere platos más sencillos, más genuinos”.
El autor italiano considera que para su comisario la comida es una especie de compensación ante todo lo que le entristece de esta vida y define como un vicio solitario horrendo esa costumbre que tiene de comer solo y en silencio. Las recetas que aparecen en los libros del novelista italiano son reales y las rescató de una libreta de su abuela. Camilleri, a diferencia de Vázquez Montalbán, se limitaba a tener buen paladar. En cambio el creador de Carvalho no solo era de buen comer sino que le gustaba dejar de escribir para meterse en la cocina. Muchos platos y para varios días. Decía que así contribuía a mejorar la vida familiar, o sea lo que con los años hemos bautizado como conciliación.
El investigador barcelonés y el comisario de Vigàta tal vez no hubiesen podido compartir mantel aunque tienen otras muchas cosas en común y una de ellas, quizás la más importante, es la honestidad. “Ambos saben perfectamente que la verdad, en el noventa y nueve por ciento de los casos, no coincidirá nunca con la justicia. Sin embargo, son honestos con ellos mismos”, resume Camilleri.
Carvalho surgió una noche a altas horas cuando Vázquez Montalbán, divagando con un grupo de jóvenes de izquierda, expresó su hartazgo con tanta literatura pesada, esa en la que, como bien describió Rafael Alberti, los protagonistas necesitan cuarenta páginas para subir una escalera o treinta para abrir una ventana. “Quiero escribir una novela como las de antes, una novela de policías y ladrones, llena de acción; contar una historia en la que sea necesario organizar la trama, donde la intriga sea parte necesaria; escribir una novela policíaca”. Esa novela fue Tatuaje, escrita en 15 días y publicada en 1974. Así nació el investigador privado más famoso de la literatura española, un personaje a quien su autor define en una de las conversaciones con Camilleri como un cínico en sentido filosófico, más parecido a un nihilista activo y por lo tanto no un cínico a secas. “Un anarquista”, concluye Vázquez Montalbán, con tintes de héroe romántico y capaz de empatizar con los perdedores.
Ambos novelistas fueron ávidos lectores. Vázquez Montalbán, que no fue a la escuela a tiempo completo porque su familia necesitaba que también trabajase, ganó un premio provincial y en el instituto de un barrio que tilda de desahuciado ya se le empezó a llamar “el escritor”. Camilleri comenzó con la poesía a los diez años. Era hijo único y la cama obligada por todas las enfermedades infantiles de la época la rememora como momentos felices en los que podía leer lo que le apetecía durante varios días. Con los años, de la lucha política, uno contra el fascismo italiano y otro contra el franquismo, surgiría no solo un compromiso con la izquierda. También una mirada irónica respecto a la vida. La suya y la de sus personajes.
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