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Manuel Borja-Villel: “Los museos españoles deben preguntarse cuánto oro y cuántas vidas costaron sus colecciones”

Jordi Sabaté

29 de noviembre de 2024 10:43 h

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Manuel Boja-Villel (Burriana, Castelló, 1957) ha sido acaso el hombre más poderoso del arte moderno en España en lo que va de siglo XXI. Tras pasar por la dirección de la Fundació Tàpies, entre 1990 y 1998, dio el salto al Museu d'Art Contemporani de Barcelona (MACBA), donde estuvo al mando hasta 2007.

En enero de 2008 estrenó una nueva etapa al frente del Museo Reina Sofía de Madrid, sin duda el mayor centro de arte del siglo XX en España. Permaneció en el cargo hasta diciembre de 2023, cuando salió renunciando a una eventual renovación entre opiniones polarizadas sobre su gestión, si bien con el respaldo de más de mil artistas e intelectuales.

Regresó entonces a Catalunya como máximo asesor museístico de la Generalitat, no sin suscitar de nuevo cierta polémica sobre el alcance de sus atribuciones. Su misión en el nuevo cargo es repensar la función social y la estructura que actualmente tienen los museos en Catalunya, una reflexión que se hace extensible a toda España e incluso al ámbito internacional, donde Borja-Villel es ampliamente reconocido y respetado.

Como primer gran hito de esta nueva etapa, ha organizado recientemente las jornadas Museu Habitat (Museo Habitado), en las que un grupo de expertas y expertos en museografía ha debatido, junto a artistas y activistas culturales de todo el mundo, sobre cómo actualizar los museos a las actuales conversaciones, que implican hablar de clase, raza o género entre otras cuestiones.

¿Cómo explicaríamos los objetivos de las jornadas Museu Habitat?

Los museos han evolucionado siempre: han sido palacios, ha sido aulas, han sido enciclopedias; también cubos blancos, caja negras, etc. No son algo estático, sino que van mutando al igual que muta la sociedad. El concepto de museo que tenemos actualmente empezó básicamente en los siglos XV y XVI y desde entonces no ha parado de evolucionar. Y en este contexto de continua mutación, es fundamental preguntarse cuál es la función del museo en estos momentos. ¿Qué tipo de museos queremos para el siglo XXI en adelante? ¿A quién deben servir y por qué? Todas estas preguntas han sido expuestas en las jornadas con unos resultados muy prometedores.

Pero muchos de los museos españoles más importantes, exceptuando el Prado, se conforman ya bien entrado el siglo XX, incluso en democracia. ¿Es tan necesario repensarlos?

Es cierto que el sistema de museos catalán, y el español en general, empieza a estructurarse a finales de la década de los 80. El Reina Sofía es del 86 y en los 90 en Barcelona aparece la Fundació Tàpies; el MACBA surge en el 95 y la idea del MNAC se estructura también a principios de los 90. Si miramos a esa época veremos que es la época de Thatcher, cuando parecía que no había alternativa al capitalismo.

Es también el tiempo del 'fin de la Historia' que postuló Francis Fukuyama, de la caída del muro de Berlín y el fin del bloque soviético; un tiempo que parecía que no iba a cambiar más, que duraría toda la eternidad. Pero con la entrada en el siglo XXI llegaron primero los atentados a las Torres Gemelas en 2001, también la bestial crisis de 2008 y luego la pandemia, la guerra de Ucrania, etc...

La extrema derecha ha leído mucho a Gramsci y sabe que para consolidar el poder hay que ganar la batalla cultural

Es decir que hemos pasado a un tiempo inseguro y muy cambiante, donde, además, en el ámbito social se han producido grandes cambios de paradigma sobre el género, con teorías como la queer, sobre el feminismo, sobre la descolonización gracias al pensamiento diaspórico indigenista; sobre ecologismo o sobre especismo, etc. Y los museos españoles no pueden ser ajenos a estos cambios, porque al fin y al cabo pertenecen a la sociedad, que es quien paga para mantenerlos.

¿No adolecen los museos clásicos, pensando en pinacotecas como el Prado o el Louvre, pero también en otros como el British Museum e incluso en algunos de arte moderno, de una descontextualización de lo que exhiben, como si fuera un arte muerto y desligado del significante que motivó al artista?

Totalmente. De hecho, su relato sigue esta historia lineal que empieza en Egipto, luego sigue en Grecia, pasa por Roma y acaba en nuestra civilización... Acaba en Europa o Estados Unidos o lo que sea. No han variado su relato, que es exclusivo de Occidente sin tener en cuenta el que podrían aportar otras culturas. Esto ocurre porque la idea de progreso occidental es una cosa lineal, evolutiva, darwiniana, que les obliga a crear ficciones, historias inventadas.

Por ejemplo, cuando Gauguin va a Tahití y pinta a las nativas, en su momento resulta lo más avanzado. Pero esas obras contemporáneas rompieron los esquemas en los museos de entonces, ya que fueron consideradas como si estuvieran en la prehistoria, dado que su estilo no se correspondía con la evolución de la pintura occidental. No tenían cabida en su discurso lineal.

¿Podríamos decir que los museos, que antaño fueron instrumentos de demostración de riqueza y poder de los imperios coloniales, actualmente son el invitado incómodo a la conversación social actual? Lo digo porque el contenido de sus colecciones muchas veces delata situaciones vergonzantes de expolio, de esclavitud, racismo o incluso violencia sexual...

En las jornadas se ha tratado el tema del expolio y, por ejemplo, en el caso de las estatuas moái de la isla de Pascua, hay quien ha argumentado que si no hubieran sido sustraídas no las vería nadie. En cambio, gracias a que están en París o en Londres, las podemos ver. Eso es cierto, pero no debemos confundir el mensaje: están en nuestros museos por una cuestión de poder de quien las sustrajo, no para que las vea la gente.

En España el tema de las obras expoliadas no nos afecta tan directamente, si exceptuamos el tema del tesoro de los Quimbayas, pero sí lo hace el del origen, muchas veces oscuro, de las fortunas que pudieron adquirir las obras para nuestros museos. ¿De dónde salió oro para comprarlas? ¿Cuántas vidas costó ese oro? Hablamos de la colonización americana, del tráfico de esclavos, de la explotación en Marruecos, de Filipinas, etc. Debemos introducir la visión de los cubanos, los filipinos, los rifeños en nuestros museos para completar un relato que ahora es totalmente sesgado.

¿Usted es partidario de la restitución del patrimonio artístico expoliado por Inglaterra o Francia a Egipto, Grecia u otros países?

Bueno, es que lo robaron; es que es de cajón. Eso ya no debería cuestionarse. Estos países tienen además un discurso para no restituirlo que está lleno de falacias, como que nosotros hemos cuidado su patrimonio porque ellos estaban en guerra... Pero, ¿quién provocó esas guerras? O bien argumentan que la restitución vaciaría los museos. Ahora bien, después nos enteramos de que sus museos muestran, con suerte, el 10% de sus colecciones, el resto está guardado y no se muestra... 

Debemos introducir la visión de los cubanos, los filipinos, los rifeños en nuestros museos para completar un relato que ahora es totalmente sesgado.

Es un debate falso. Lo que sería más problemático para estos museos sería tener que restituir el busto de Nefertiti, porque atrae muchos visitantes... Pero ahí estamos hablando ya no de cultura, sino de dinero. Por decirlo de un modo gráfico: dicen que hablan de amor pero la cuestión de fondo es el sexo.

Hablemos de los museos y su relación con el entorno. Tenemos en Barcelona el MACBA y el CCCB en un entorno en riesgo permanente de exclusión como es el Raval; al MNAC o la Fundació Miró en una colina que es un jardín separado de la ciudad y el Picasso, en plena zona turística. ¿Cómo abrirlos a la gente que los rodea pero no los habita?

Antes de plantearse estos temas habría que hablar de desinstitucionalizar los museos, porque si no eliminamos la estructura institucional será difícil que se abran. Te daré un ejemplo: cuando era director del Reina Sofía, durante la pandemia tuvimos una petición de ayudar al barrio de Lavapiés, que es vecino del museo.

Habría que hablar de desinstitucionalizar los museos, porque si no eliminamos su estructura institucional será difícil que se abran a los nuevos tiempos

Se trataba de dejar que en parte de los 60.000 metros cuadrados del museo se constituyera un comedor social para gente necesitada, afectada por la imposibilidad de trabajar durante el encierro. Obviamente, no fue posible dada la estructura institucional del museo. Yo creo que una de las funciones que deben tener los museos con la sociedad, que además es su propietaria, es la solidaridad.

¿Quizás haría falta eliminar las grandes sedes monumentales como hogar de las colecciones?

Bastaría con sacar todo lo que tienen en los sótanos y llevarlo a nuevas sedes, sin tocar las colecciones principales. Hay un tema aquí directamente conectado, y es la actividad colaborativa de los grandes museos con otros más pequeños, de localidades menores. Debe haber en este sentido una mayor colaboración, una cesión de obra para exposiciones, por ejemplo.

Ahora que la extrema derecha podría llegar al poder incluso en España, ¿no deberían ser los museos una especie de monasterios para guardar el pensamiento democrático a buen recaudo?

En cierto modo sí, pero no pensando en un saber o un arte escondido, sino para compartir, porque los museos deben servir para compartir y para aprender, también el pensamiento democrático. Porque la extrema derecha, no nos engañemos, ha leído mucho a Gramsci y sabe que para consolidar el poder hay que ganar la batalla cultural. Y desde luego que la van a dar, porque lo que nosotros proponemos para actualizar los museos es justamente todo lo que ellos odian.

Para terminar: ¿qué balance hace de su paso por el Reina Sofía?

Me quedo en primer lugar con el cambio de paradigma que imprimimos a la colección del museo, aunque provocara mucha polémica y muchas resistencias. También con el programa de exposiciones bastante potente que lanzamos en esos 15 años, así como con la creación del Centro de Estudios.

Por otro lado, también me enorgullece haber cambiado las leyes de la institución, en la etapa de González-Sinde [como ministra de Cultura hasta 2011, si bien actualmente es presidenta del Real Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía], para dotar al cargo de mayor libertad. Gracias a nuestra reforma, la estructura del museo se resume en tres órganos de gobierno: ministerio, patronato y dirección. Cultura puede cesar o bien nombrar al patronato y también aprueba, o rechaza, los presupuestos. Pero más allá de esto no se puede meter.

En cuanto al patronato, aprueba las actividades pero lo hace, digamos, en términos de grandes números. No se puede meter en las decisiones y el diseño que decida el director o directora del centro. Si lo hiciera, estaría prevaricando.

¿Ninguna experiencia negativa a mencionar?

En cuanto a las cosas que no salieron tan bien, he preferido borrarlas y quedarme solo con lo positivo.