David Bueno (Barcelona, 1965) es doctor en biología y profesor de genética en la Universitat de Barcelona. Hace años que se ha enfocado en la neurociencia y su relación con el comportamiento humano, un tema al que ha dedicado buena parte de los más de 20 libros y ensayos de divulgación científica que ha escrito a lo largo de su carrera.
Bueno tiene claro que la ciencia es demasiado importante como para que no la entendamos, así que se esmera en explicar con términos sencillos cuestiones que preocupan a la ciudadanía y que pueden tener una explicación científica. Un ejemplo se encuentra en su último libro 'Educa tu cerebro' (de la editorial Grijalbo en castellano y de Rosa dels Vents en la versión original, en catalán). En esta obra, Blanco analiza cómo las diversas decisiones que tomamos pueden determinar el desarrollo de nuestro cerebro y cómo eso afecta a quiénes somos y cómo nos relacionamos.
¿Siempre estamos a tiempo de educar a nuestro cerebro?
Siempre. Puede ser más fácil o más difícil, pero nuestro cerebro es plástico y hace conexiones neuronales y sinápticas nuevas durante toda la vida. Es en estas conexiones donde almacenamos experiencias, memorias, recuerdos, aprendizajes, pensamientos... Y son las mismas que gestionan nuestro comportamiento, nos ayudan a relacionarnos mejor, a ser más optimistas o más resilientes. Según vivimos y pensamos, educamos a nuestro cerebro.
Mucha gente piensa que educar el cerebro sólo sirve para ser más listos, cuando no es así. Usted dedica una parte de su libro a este tema. ¿Cree que damos demasiada importancia a la inteligencia?
Es importante, pero como lo es la creatividad, la empatía, la sociabilidad o la capacidad de gestionar la propia vida y las emociones. Es una parte más de quienes somos, pero durante mucho tiempo se ha magnificado. Parece que si eres inteligente eres el rey del mambo y no es así.
¿Qué otras cosas son importantes?
Debemos ampliar el concepto de inteligencia e incorporar otros elementos. Una persona puede tener mucha inteligencia logicomatemática y en cambio tener problemas a la hora de relacionarse. Debemos relativizar la inteligencia clásica.
¿Cuál es?
La que se destaca en los test de coeficiente intelectual, que es logicomatemática, lingüística y visoespacial. Y ahí faltan el resto de componentes que nos hacen inteligentes.
¿Qué nos hace inteligentes?
La capacidad que tenemos de adaptarnos al presente en base a nuestro pasado y a cómo somos biológicamente, pero siempre con perspectiva de futuro. La inteligencia es dinámica, flexible, no estática. No es que seas muy inteligente siempre, sino que hoy demuestras mucha y mañana, quizás, no tanta. Y viceversa.
En el libro menciona el efecto Flynn, que fue la subida global del coeficiente intelectual desde 1938 hasta 2008. Después se empezó a ver un descenso, también global, del coeficiente al que se ha bautizado como efecto Flynn a la inversa. ¿Nos estamos volviendo menos inteligentes o es que debemos actualizar la manera de evaluarnos?
Tenemos que evolucionar. Pongo trabajo a los pedagogos, para que piensen cómo podemos evaluar las competencias que actualmente son necesarias y dar menos peso a las que no lo son tanto. En la universidad, por ejemplo, los exámenes son individuales, pero durante el curso el trabajo se hace en grupo, de manera colaborativa. Tiene que haber una parte de la evaluación que sea individual, pero no la estamos planteando bien. Un examen escrito, sin libros ni aparatos electrónicos, no permite comprobar las habilidades de raciocinio o de búsqueda de información.
Le pregunto esto por las pruebas PISA, de las que se ha hablado mucho. ¿Son unas buenas pruebas?
No hay pruebas excelentes. No diría que son unas malas pruebas, pero son mejorables. Desde el momento en que haces un examen escrito, te pierdes las capacidades interpersonales. Me gusta reivindicar los antiguos exámenes orales, que permiten jugar intelectualmente con la persona examinada y comprobar cómo se desenvuelve en el trabajo colaborativo. Eso es muy importante, porque en tu día a día no estás solo. Y todo eso estas pruebas no lo miden.
Las PISA evalúan las competencias que la OCDE valora como necesarias y todos sabemos que ahí hay unos intereses. Otro problema que ha habido es que no miden el aprendizaje por competencias que, por otro lado, tampoco está bien implementado todavía. Pero no se trata, para nada, de que tengamos que volver a aprender de memoria, como reivindican los sectores más retrógrados. La memoria es importante, pero hay que reequilibrarla y encajarla en las competencias necesarias hoy en día.
Las PISA evalúan las competencias que la OCDE valora como necesarias y todos sabemos que ahí hay unos intereses
Se ha demostrado que, con las nuevas tecnologías, hemos perdido capacidad de memoria. ¿Por qué?
El cerebro se adapta muy bien, es su trabajo. Una de sus funciones es hacer las conexiones necesarias para aprovechar el entorno de la mejor manera posible. Lo que pasa es que necesitamos pensar muy bien hasta dónde usamos las nuevas tecnologías para que las consecuencias sean positivas y minimicemos las negativas. Por ejemplo, los nativos digitales -a los que muchos llaman huérfanos digitales porque no les hemos sabido educar- tienen menos conectividad en el hipocampo, la zona de la gestión de la memoria, porque desde pequeños la han externalizado en la tecnología. En cambio, tienen más conexiones en la zona de integración, porque disponen de más datos simultáneos que deben ir integrando.
¿Eso es bueno o malo? Pues depende. Mientras no haya un abuso, es lo que necesitan en la sociedad actual: menos memoria, porque la podemos externalizar, y más integración. Pero no podemos quedarnos sin nada de memoria porque no sabremos qué integrar. Y pasa lo mismo con la atención. Es un recurso muy limitado porque requiere mucha energía. Puedo estar atento al 100% sólo a una cosa pero, si tengo dos cosas, ya no es 50-50, sino que quizás es 40-40 porque necesito un 20% para ser consciente de tener la atención dividida en dos.
Si se ha abusado y se ha perdido demasiada memoria o capacidad de atención, ¿se pueden recuperar?
Todo es recuperable, porque el cerebro es plástico. Ahora bien, es muy difícil recuperarse totalmente. Aun así, es importante no demonizar la tecnología, porque tiene cosas excelentes, necesarias e imprescindibles. Pero hay que saberla gestionar: ni prescindir de ella ni abusar.
¿Qué es lo que consideraría usted un abuso de la tecnología?
Una imagen que me da mucha grima son esas aulas de Educación Infantil que tienen una pizarra digital, muy bonita, en el centro del aula. Una sala con un montón de juguetes súper bien puestos, pero con todos los niños mirando a la pizarra. No es bueno que escuchen música ni jueguen a través de la pizarra de tan pequeños, porque si ven imágenes todo el rato no trabajan la imaginación. Tienen que escuchar el cuento, no verlo. Aquí sí que se pierden recursos mentales.
¿Qué le parece la decisión del Govern de prohibir los móviles en la Primaria y restringirlos en Secundaria?
Hay que regularlos, sí, pero no estoy de acuerdo en una prohibición absoluta. Prohibir genera el efecto contrario, sobre todo en adolescentes. Hay que regularlos para garantizar que haya espacios sin tecnología y que socialicen a la manera clásica: que hablen, jueguen, que se vayan a un rinconcito a criticar al profe. Cuando tienen un móvil en la mano, con tantos estímulos, esas cosas no se hacen.
Habla de los estímulos, pero estos no sólo vienen del móvil. Todo nuestro alrededor está repleto de estímulos lumínicos, sonoros y visuales. ¿Qué efectos tiene que nuestro cerebro esté constantemente sobreestimulado?
Que está constantemente estresado. Aunque no nos demos cuenta, está siempre pendiente de cualquier cambio a nuestro alrededor, por si acaso, para avanzarse a las amenazas o a las oportunidades y poderlas aprovechar. Cuando el tálamo [el centro de la atención involuntaria] se activa de manera constante porque hay un ruido o una luz, la amígdala, que está justo al lado y que es el centro que genera las emociones, se activa en modo estrés.
Y, ¿qué pasa si estamos siempre estresados?
Es de lo peor que le puede pasar al cuerpo y al cerebro, porque altera toda la fisiología. Hace bajar la eficiencia de rendimiento y puede llegar a bloquear aspectos cognitivos tan importantes como la reflexión, la planificación y el raciocionio. Por eso, somos más impulsivos cuando estamos estresados y, por eso, cuando echas la bronca a un adolescente no puede reflexionar, porque el estrés le bloquea.
En el libro habla del juego y de la importancia que tiene para el desarrollo del cerebro de los niños. Si tan bueno es, ¿por qué los adultos no jugamos?
¿Porque somos muy aburridos? Se ha considerado que el juego es algo de criaturas y que los adultos debemos ser serios. Pero se ha demostrado que jugar, hacer bromas y reír activa el cerebro, aumenta la plasticidad y la flexibilidad cerebral.
Y eso ¿qué quiere decir?
Es la capacidad, ante una situación, reto o problema, de pensar diversas alternativas para decidir cuál es la que nos conviene más. Reír nos hace resilientes, nos permite alcanzar mejor los objetivos, nos hace relativizar las situaciones, genera endorfinas y serotonina, que son los neurotransmisores del buen rollo. Genera optimismo y eso nos hace afrontar mejor los retos porque te ves más capaz de superarlos. También incrementa la motivación intrínseca y aumenta la energía disponible del cerebro.
Su explicación tiene una base científica, pero el mensaje de “ríete y todo irá bien” recuerda un poco a algunas tesis de la autoayuda. ¿Qué opinión le merecen esos postulados?
La autoayuda puede ser útil, a veces, para una persona que necesita una confirmación externa de lo que ya piensa. El problema es que alguna de estas propuestas se llevan al extremo. Ningún extremo es útil: ni el cientifismo puro y duro de pensar que sólo la ciencia tiene razón, ni el de la autoayuda. Una de esas frases que llevada al extremo es terrible es “si quieres, puedes”. Si piensas eso y no puedes, la sensación de fracaso es terrible.
Volviendo al juego: cada vez dejamos de jugar antes. ¿Qué efectos tiene en los adolescentes que su infancia se corte antes de tiempo?
Que su cerebro no carbura y no está maduro para ciertas actividades. Si dejan de jugar, se pierden una parte de aprendizaje en la infancia. Se vuelven adultos menos creativos y más impulsivos porque no han tenido tiempo de explorar el mundo de forma reflexiva. Adultos más amodorrados y aburridos sin capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
Es paradójico, pero los niños tienen hoy una adolescencia más complicada porque comen mejor
Se lo preguntaba porque usted forma parte del grupo de expertos que creó la Generalitat para analizar el incremento de violaciones grupales entre menores de edad y una de las conclusiones que extrajeron es que las agresiones aumentan porque la adolescencia llega antes. ¿Por qué pasa eso y qué consecuencias tiene?
Correcto: las agresiones sexuales entre jóvenes aumentan porque cada vez llegan antes a la adolescencia y eso supone que su despertar sexual les llega con un cerebro más inmaduro. Hoy en día, la adolescencia se está adelantando, de media, entre 9 meses y un año respecto hace unas décadas. Y eso es así porque comemos mejor que en toda la historia de la humanidad. Para empezar la pubertad, que es el inicio de la adolescencia, es necesario que el cuerpo haya acumulado energía, porque empieza a estirarse, madura el aparato reproductor, las chicas tienen la menstruación, a ellos les crece la musculatura... Todo eso consume energía y, como comen más y mejor, este momento de maduración llega antes.
No podemos hacer nada, no se trata de matarles de hambre, pero es cierto que los cambios hormonales les cogen con un cerebro más inmaduro. Por tanto, tienen más dificultades para integrar esos cambios. Es paradójico, pero los niños tienen hoy una adolescencia más complicada porque comen mejor.
¿Cómo afecta eso a sus impulsos sexuales?
Los adolescentes se caracterizan por querer romper límites, experimentar con cosas nuevas, mientras que los niños experimentan a su alrededor. Como hemos visto, las ganas de romper límites llegan antes, con menos experiencias vitales que les enseñen a calcular riesgos y consecuencias. Por eso, la relación de los adolescentes con el sexo es más problemática, porque tienen el cerebro más inmaduro que hace unos años.
Como decía, esto es inevitable, pero se puede corregir no sobreprotegiendo tanto a los niños y ofreciendo una buena educación sexual. No podemos dejar en manos del porno todo lo que los niños saben del sexo, porque tiene componentes de violencia y machismo brutales. Si empezamos en la adolescencia es tarde, porque ya lo han visto. Hay que empezar con la educación sexual en las aulas de Infantil. El sexo es parte de la vida y así hay que explicarlo. El problema no es de los adolescentes, sino de los adultos a los que les da vergüenza hablar de sexo.