El exdiputado socialista en el Congreso por Granada José Antonio Pérez Tapias acaba de publicar Invitación al federalismo, un libro que se subtitula España y las razones para un Estado plurinacional. Lleno de razones históricas y de actualidad, el libro insiste en la idea de que hay federalistas españoles más allá del Ebro y que, aunque se va con retraso, todavía hay tiempo para que España se convierta en un Estado federal.
¿Qué papel juega el federalismo en la historia de España?
El federalismo juega un papel relevante en la historia de España. Cabe recordar especialmente la figura de Pi y Margall. Desde el siglo XIX, el federalismo tuvo un papel destacado en la tentativa de rearticular el Estado español haciéndose cargo de las diferencias que convivían en él, en cuanto a naciones y territorios. Este fue el esfuerzo de la efímera Primera República, del siglo XIX. En varios lugares de España esta tradición federalista tuvo una intensidad especial, no sólo en Cataluña. En Andalucía, como en otros lugares, hubo voces muy significativas y movimientos políticos que apoyaron esta forma de entender la realidad política española.
Hay quien da por muerto y enterrado el federalismo, como si fuera algo del pasado...
El federalismo representa ahora la salida idónea para la crisis institucional de España. Llevamos unos 35 años del Estado de las autonomías, desde la Constitución del 78. Desde el título octavo de la Constitución se dibuja un modelo que queda abierto e indefinido. Se ha desarrollado el Estado de las autonomías para articular la diversidad territorial de España. Esto ha dado lugar a importantes progresos con la descentralización no sólo administrativa sino también política, progresos de autogobierno, participación y desarrollo social y económico de las diferentes comunidades autónomas. Pero hemos llegado a un momento en que el Estado de las autonomías muestra sus límites y hay que proceder a su reforma.
¿Cómo se hace esto? Somos muchos los que pensamos que la salida de esta crisis es dar un salto cualitativo hacia un Estado federal. Un Estado federal que resuelva estas contradicciones -limitaciones del Estado autonómico-, que plantee no sólo las cuestiones relativas a competencias o a organización de un Estado compuesto y complejo, no sólo la redistribución de cargas y beneficios entre territorios y ciudadanos, sino también su pleno reconocimiento.
Unos creen que el Estado está demasiado descentralizado y otros apuestan por la independencia... satisfacer a todo el mundo parece imposible.
Es necesario un trabajo duro de explicación, de convencer, compartir argumentos. La tarea no es sencilla. Hay que hacer posible lo que parece imposible, porque lo vemos totalmente necesario. Es cierto que en algunos lugares la solución federal se puede interpretar como disgregadora y en otros, como en Cataluña, por amplios sectores de su ciudadanía, puede parecer una solución que llega tarde o que es insuficiente. Es una solución que se abre camino entre la polaridad que se hace evidente entre planteamientos soberanistas, a los que llegan algunas fuerzas nacionalistas, y planteamientos de un nacionalismo españolista que tiene tentaciones o pretensiones de dar marcha atrás en el Estado de las autonomías. No nos podemos quedar atrapados en esta pinza que nos dejaría en un callejón sin salida.
En el libro utiliza la expresión “nación cívica”.
Viene de muy lejos. De Aristóteles. El concepto “nación” se utiliza de muchas maneras. No nos podemos quedar encerrados en un uso unívoco del término nación, porque las realidades nacionales son plurales y diversas. Hablamos de una “nación cívica” para dar cabida a identidades nacionales diferentes. Intento por esta vía conceptual abrir salidas a un conflicto político que hay que solucionar. También se habla de “nación de naciones”. Yo prefiero hablar de “Estado de naciones” o “Estado plurinacional”.
También se debe repensar la noción de soberanía. Hay algunas formas que están en nuestra Constitución. La soberanía ya no se puede entender como una soberanía monolítica, que corresponde a un sujeto único. Nos encontramos en una situación paradójica. El Estado pierde soberanía, que cede no sólo a la Unión Europea sino también a los mercados económicos y se muestra impotente para muchas cosas, pero parece que se quiera encasillar en la defensa de una soberanía monolítica, un tabú del que no se puede hablar o cuestionar. La realidad va por delante de estos dogmas.
La soberanía debe desmitificarse. No digo que sea irrelevante, pero sí hay que replantearla. Hay que ir hacia un concepto laico, secularizado de la soberanía, que no mantenga estas interpretaciones casi teológicas. Si no lo hacemos, el Estado español, tal y como lo hemos conocido, no tiene garantizada una supervivencia indefinida.
Vamos hacia una Europa federal. Una Europa federal de Estados federales ¿no es demasiado complicada?
Es complicado. Lo que decimos de “lo imposible necesario” para España también se ha dicho de Europa y del proyecto de Unión Europea. Se va abriendo paso. En otros momentos, con más facilidad. El proyecto europeo no pasa por su mejor momento ahora mismo, por las constricciones que representa la crisis económica y los nacionalismos económicos que se han activado a raíz de la crisis. Pero el proyecto europeo debe entenderse en clave federal. Una federalización progresiva a partir de los pactos plasmados en tratados, donde los Estados no sólo llegan a acuerdos coyunturales sino que generan instituciones que suponen cesiones de soberanía. Se camina hacia un planteamiento federal de autogobierno de las entidades federadas y gobierno compartido de las instituciones comunes europeas.
El federalismo supone más democracia, una democracia coherente y consecuente. Y no sólo hay que verlo mirando hacia arriba sino en relación a otros niveles. El municipalismo mismo encuentra una mejor acogida y se potencia mejor en un contexto federal que en un contexto con regresiones neocentralistas.
Hay quien señala que Cataluña tiene más competencias que muchos estados federados.
La casuística que ofrece el Derecho comparado da para mucho. No sólo en Cataluña sino en general al conjunto de las comunidades autónomas. En ciertas cuestiones, con las transferencias que ha habido, el nivel competencial es alto y se puede entender que mayor que muchos Estados federados. El problema del Estado autonómico no es que en determinados aspectos haya más competencias sino que hay un enorme desequilibrio entre las competencias que se tienen y otras que no se tienen. En algunas direcciones se ha avanzado mucho y eso deja en evidencia lo que queda atrás sin resolver. Las comunidades autónomas tienen una gran capacidad de actuación en áreas como la sanidad, la educación, dinámicas económicas... y, en cambio, en otros aspectos, quedan muy por debajo de lo que estas competencias requerirían en capacidad recaudatoria, en fiscalidad...
Como no está bien resuelto el Estado autonómico actual, se necesitan nuevas formas de distribución de competencias, convertir el Senado en una Cámara territorial de verdad, avanzar hacia la federalización del poder judicial... Yo me atrevería a hablar de la necesidad de un Proceso Constituyente. En el fondo hay un programa de legitimidad, de justificación y aceptación del Estado como marco institucional en el que queremos articular y desarrollar la convivencia colectiva en el conjunto de España. Y esto desde el momento en que está fuertemente cuestionado por amplios sectores de su ciudadanía, requiere una legitimación más explícita por vía democrática. Esto es lo que se plantea con fórmulas, a veces poco explicitadas, como el “derecho a decidir”. Se trata de cómo avanzar no sólo en el diseño institucional, sino que lo que se haga sea aceptado, asumido por la ciudadanía en su conjunto como el marco de convivencia en el que se quiere estar.
Modificar la Constitución en esta dirección lleva su tiempo y la tensión que se vive en Cataluña no parece que permita posponer demasiado tiempo las soluciones que se reclaman.
No nos podemos engañar. Este planteamiento federalista debería haberse explicitado antes, difundido mejor, madurado colectivamente y haberse desarrollado en el marco de formaciones políticas con vocación federalista, como es el PSOE o, por supuesto, el PSC. Hay determinadas cosas que podemos reconocer como deficitarias en cómo se ha actuado hasta ahora pero tampoco debemos dejar que el tiempo nos pase por encima. Hay que dotarse de procedimientos e, incluso, de plazos que nos permitan conjugar todo. Una reforma constitucional de esta magnitud requiere un consenso fuerte, generar acuerdos importantes.
Hay que hacer un cierto recorrido. Algunos sugerimos que una parte de este recorrido es que la ciudadanía catalana pueda ejercer, de alguna manera, este 'derecho a decidir'. Clarificaría las cosas de cara al futuro. Abriría la posibilidad de tomarse un tiempo, tanto en el Parlament de Catalunya como en el Congreso y el Senado, para articular una Comisión que trabajara en el diseño de una reforma constitucional seria. La historia pasa pero también pesa y hay que tenerla en cuenta en los desafíos que tenemos planteados. Hay que trabajar a conciencia y en profundidad. Requiere tiempo. La cuestión es cómo ganamos, entre todos, este tiempo. Algunas cuestiones facilitarían este recorrido, como puede ser, por desactivar la presión y canalizarla positivamente y de forma fructífera, dar paso a este 'derecho a decidir', avalado por un porcentaje altísimo de la ciudadanía de Cataluña.
Escuchamos a menudo que en España no hay federalistas y que si los hay, están callados.
Los hay. Hay personas, colectivos y partidos políticos, y hay tendencias que lo han asumido, y no sólo ahora coyunturalmente, sino hace ya tiempo. Posiciones federalistas explícitas. Es cierto que este federalismo debería haber sido acompañado por más sectores, más personas, con más apoyo desde el ámbito académico. El federalismo, para avanzar hacia el pacto federal, requiere de una cultura federal, una forma de entender todos estos procedimientos, la articulación democrática, el reconocimiento de la diversidad, la plasmación de los compromisos solidarios en formas de redistribución.
Todo esto requiere una cultura federal que debe ser difundida, asimilada, compartida. Y es en este punto donde se detecta un déficit en la sociedad española, en el conjunto de la opinión pública española. En algunos lugares, la presencia del federalismo ha sido tradicionalmente fuerte, como Cataluña. Pero hay que reconocer que hay que trabajar mucho en este sentido. Hay tradición federalista. Necesitamos recuperarla.
Tenemos elementos en nuestra propia tradición para trabajar en este sentido. No debemos vivir sólo de lo que importamos de fuera, con respecto a planteamientos federalistas. Podemos escucharlos pero aquí tenemos una tradición importante a recuperar y Cataluña tiene mucho que decir. En Cataluña, a lo largo de finales del siglo XIX y del siglo XX, la presencia del federalismo ha sido muy destacada. En la Segunda República, en su fase constituyente, tanto en Cataluña como en el Congreso, este debate fue muy intenso. Eran avances importantes que hay que retomar. Ahora es necesario y posible un salto cualitativo porque la conciencia democrática en nuestra sociedad es mucho mayor que en momentos anteriores, y porque la madurez de la sociedad civil es diferente. El contexto en el que nos movemos es otro y porque la realidad del Estado es otra.
El federalismo suena muy técnico. Por no tener, no tiene simbología, banderas. ¿Esto juega en su contra?
Esto tiene que ver con las circunstancias históricas en las que ha vivido la tradición federalista durante décadas y siglos. Todo esto se puede recuperar también. En el plano político no se puede resolver todo con buenas ideas y argumentos potentes. También se han de ganar los corazones, no sólo las mentes. Hacen falta símbolos y no sólo conceptos. Frente a ciertos ardores nacionalistas, que avocan mucha emotividad en sus actitudes, el federalismo debe dotar de pasión sus razones. El federalismo tiene buenas razones para apasionarse individual y colectivamente. En la medida que esto se logre, el federalismo irá encontrando sus formas de expresión en los diferentes ámbitos.
Es fundamental que se articule la voluntad de querer vivir juntos. Que se vea como algo que vale la pena, que se justifica con buenas razones y ofrece un proyecto de futuro, un horizonte de vida en común. La ciudadanía implica mucho más en un Estado federal que en un Estado centralista en todas aquellas cuestiones que le interesan. En la medida en que seamos capaces de establecer este vínculo -y que se vea- entre federalismo político, en sus términos cooperativos y pluralistas, y un federalismo social, de fuerte arraigo en el terreno de los derechos sociales, podremos hacerlo muy atractivo a la ciudadanía, que lo vea como la vía idónea para transitar colectivamente.