Un día con 21.000 cruceristas en Barcelona: “Nos da tiempo de ver un par de cosas y volver al barco”

Pol Pareja

31 de mayo de 2022 21:55 h

0

Le hubiese encantado, pero Cheryl Halliday no tendrá tiempo de visitar Barcelona. Esta escocesa de 48 años acaba de pisar tierra firme en la capital catalana y está un poco agobiada. Pasan unos minutos de las ocho de la mañana y, junto a una gran maleta, busca un taxi en la terminal de cruceros del puerto. “Necesito que alguien me lleve al aeropuerto para volver a mi casa”, explicaba.

Halliday era una de las 21.000 personas que el domingo embarcaron o desembarcaron de un crucero en el puerto de Barcelona. Venía de pasar junto a tres amigas una semana en el Wonder of The Seas, el buque más grande del mundo con capacidad para casi 7.000 turistas. Ahora tocaba enfrentarse al duro momento de tomar un avión y regresar a su rutina.

“Me hubiese quedado un año entero viviendo ahí dentro”, aseguraba. “Teníamos todo lo que queríamos sin salir del barco”.

Mientras la ciudad todavía no ha despertado, la actividad a primera hora en la terminal de cruceros es frenética. Hileras con cientos de taxis acuden a recoger a los recién llegados. Decenas de buses aparecen a la misma hora para recoger a más visitantes y dejarlos en algún lugar de la ciudad. Varios chóferes aguardan sosteniendo cartelitos con los nombres de sus clientes. 

La cantidad de maletas que lleva cada turista permite distinguir todos los tipos de cruceristas. Bryan y su mujer han bajado del Nieuw Statendam (2.600 pasajeros, 329 metros de eslora) con una pequeña mochila. El plan es pasear por La Rambla, subir por Paseo de Gracia, comer algo y a las 15 h regresar al crucero. “Nos da tiempo de ver un par de cosas y volver al barco”, admite esta pareja estadounidense. 

Los hay que bajan cargadísimos, poniendo punto final al viaje y con intención de pasar una o dos noches en Barcelona. Otras, como Halliday, simplemente buscan una manera de llegar al aeropuerto y regresar a su casa. “Espero en un futuro poder visitar Barcelona”, lamentaba apresurada al despedirse.

La escena se repite prácticamente idéntica al principio de la tarde. Miles de turistas aparecen con su maleta dispuestos a empezar su crucero. Muchos han llegado esa misma mañana en avión o han venido en coche desde otros puntos del país. Algunos simplemente han bajado del barco para dar una vuelta por Barcelona y regresan a su camarote.

Solo entre enero y abril de 2022 se calcula que pasaron 220.000 cruceristas por Barcelona. Son casi la mitad de los que hubo en el mismo periodo de 2019, a pesar de que los barcos de este tipo que han atracado en la ciudad –con sus correspondientes emisiones– son casi los mismos: 265 en ese periodo de 2019 frente a los 252 de este año.

Desde el Port de Barcelona admiten que los cruceros llegan más vacíos que antes de la pandemia y no se atreven a hacer previsiones para este año, pero apuntan a que el sector se está recuperando rápidamente y esperan volver a las cifras de 2019, cuando pasaron por la ciudad 3,1 millones de cruceristas, una cifra récord en todo el Mediterráneo.

La idea de que el negocio vuelva a su punto álgido, sin embargo, no genera el mismo entusiasmo en toda la ciudad.

División en el Ayuntamiento

El regreso masivo de estos visitantes ha vuelto a abrir una brecha –la enésima– entre Comuns y PSC, los dos partidos del Ayuntamiento de Barcelona. A falta de menos de un año para las próximas elecciones municipales, el enfrentamiento entre ambos partidos por cuestiones como el retorno del turismo es evidente y nadie trata de esconderlo.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, pidió por carta al president de la Generalitat, Pere Aragonès; a la ministra de Transportes, Raquel Sánchez; y al presidente del Port de Barcelona, Damià Calvet, crear una mesa en la que se aborde la limitación de este tipo de embarcaciones, como ha hecho Palma de Mallorca, donde solo se permiten tres al día y solo uno de ellos puede tener capacidad para más de 5.000 pasajeros.

“No me sorprendió la carta de la alcaldesa”, señala en conversación telefónica Xavier Marcé (PSC), concejal de Turismo de Barcelona. “Es un debate más político que real y obedece al criterio predefinido que cada uno tiene sobre el turismo”.

La polémica está servida. En un lado están los que destacan la contaminación que generan los cruceros, las molestias y el poco retorno de algunos de estos turistas, que en ocasiones pasan apenas unas horas en la ciudad. Después están los que conciben a los cruceristas como la gallina de los huevos de oro y apuestan por preservarlos y ponerles facilidades. 

Marcé, el concejal de Turismo, no ve ningún indicador que haga pensar que el número de cruceros sea excesivo. Explica que, como máximo, vería bien limitar “para algún día concreto” el número de barcos de este tipo atracados en el puerto. “Deben reducirse las externalidades del turismo pero nosotros no escondemos un discurso de bienvenida a la economía del visitante”, esgrime.

“El problema no son los visitantes, sino los propios cruceros”, opina Daniel Pardo, de la Assemblea de Barris per un Decreixement Turístic (ABDT), una entidad que aúna distintas asociaciones vecinales favorables a reducir los visitantes y que prepara movilizaciones para el verano. “Representan la versión más concentrada e intensiva del turismo”, remacha.

No es difícil identificar a los cruceristas en el centro de la ciudad, que queda a pocos metros de la terminal del puerto. Suelen ser grupos grandes y homogéneos, a veces incluso con algún identificador del propio crucero. “En Ciutat Vella notamos mucho la correlación entre los barcos atracados y los grupos de turistas que hay en la calle”, añade Pardo.

Los dos tipos de cruceristas

Hay dos tipos de cruceristas que llegan a Barcelona. Está el de tránsito, es decir, el que está de paso y sale unas horas del barco a pasear por la ciudad y vuelve a su camarote antes de zarpar. Y luego está el de base, que es el que finaliza o inicia su crucero en la capital catalana. 

“Nuestra política es a favor del crucerista de base”, insiste Marcé. “Tiene una afectación muy limitada en la masificación de la ciudad porque llega, duerme en la ciudad y se va”. Marcé compara estos visitantes con los que vienen al aeropuerto y destaca que los cruceros de base no se mantienen con el motor encendido, como sí hacen los de tránsito para poder ofrecer sus servicios a los turistas que optan por quedarse toda la jornada sin salir del barco.

Según aseguró el domingo el presidente del Port de Barcelona, Damià Calvet (Junts), cada crucerista gasta unos 230 euros diarios en la ciudad frente a los 70 euros del resto de turistas. No es exactamente así.

La cifra proviene de un estudio de 2016 de la Universitat de Barcelona, encargado por la Asociación Internacional de Líneas de Crucero. El estudio, sin embargo, admite que estos 230 euros de gasto solo corresponden a los que pernoctan varias noches en algún hotel de la ciudad. Según el mismo documento, esto solo se puede aplicar a un 27% de los cruceristas. 

El mismo informe señala que casi la mitad de los cruceristas visitan la ciudad sin dormir en ella, ya sea porque regresan a su barco o porque el mismo día en que bajan del crucero se van para su casa. Estos visitantes desembolsan una media de 57 euros durante la jornada en Barcelona.

Según las previsiones de mayo del Port de Barcelona, de 123 cruceros que habrán pasado por la ciudad solo 27 de ellos (el 22%) son de tránsito. El resto son de base. El domingo eran muchos los cruceristas “de base” que acababan de llegar a Barcelona y se iban el mismo día o bien habían aterrizado por la mañana para subirse al crucero por la tarde. Resulta difícil imaginar cómo un turista que llega en crucero y se sube directo a un taxi para ir al aeropuerto puede gastar 230 euros en la ciudad.

El coste medioambiental

Según un estudio publicado en septiembre de 2021 por investigadores de la Universitat de Girona, de la de Exeter (Reino Unido) y del Instituto del Turismo de Zagreb (Croacia), un gran crucero puede emitir tanto CO2 como 12.000 coches. El domingo había cinco barcos de este tipo en la capital catalana, el equivalente a 60.000 vehículos.

El informe también señala que emiten partículas ultrafinas que son perniciosas para la salud y añade que la generación de residuos es desaforada: un crucero de 7.000 personas como el Wonder of The Seas puede generar unas tres toneladas diarias de residuos.

“Hay que actuar sobre las emisiones del puerto sin falta”, señala Xavier Querol, investigador del CSIC y experto en contaminación atmosférica. Este geólogo señala que, entre otras emisiones, los cruceros varados en el puerto generan una polución que cuando entra la brisa marina acaba en la ciudad. “El dinero que aportan debería invertirse en reducir las emisiones”, añade.

Querol propone, además, el establecimiento de zonas de exclusión en el Mediterráneo donde no puedan transitar estos barcos tan contaminantes. “Es necesario y sería beneficioso para la salud de todos”, apunta.

El Ayuntamiento y el Port de Barcelona llegaron a un acuerdo en 2018 para alejar las nuevas terminales de cruceros de la ciudad, aunque con margen para seguir ampliando la capacidad del puerto. También se prevé que para 2030 estas embarcaciones puedan enchufarse a la red eléctrica del puerto para poder apagar sus motores y evitar así mantenerlos encendidos durante toda la jornada para poder ofrecer todos sus servicios a bordo.

¿Y hasta 2030 qué hay que hacer? “Estamos en proceso para que de cara a ese año la contaminación sea prácticamente cero”, asegura Marcé, concejal de Turismo. “Pero lo que no podemos es hacer desaparecer los cruceros de un día para otro”.

El Govern, por su parte, tampoco ha implementado el impuesto que pretendía gravar la actividad de los buques contaminantes en los puertos, que está incluido en la Ley del cambio climático pero sin embargo no se ha desplegado aún.

Querol, el investigador del CSIC, recuerda una frase de la posguerra que durante su infancia le repetían hasta la saciedad. Fam o fum [hambre o humo], le decían, en referencia a que si salía humo por las chimeneas de las fábricas significaba que habría comida para todos.

“Me preocupa que todavía estemos a día de hoy con conceptos de los años 30”, señala este reputado investigador. “¿Cómo puede ser que una aportación relevante al PIB de la ciudad justifique que se afecte la salud de los ciudadanos?”.