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El encanto olvidado del viejo Lyón

Debe de ser difícil promocionar tus encantos turísticos si vives a la sombra de la ciudad más visitada del mundo. Eso es lo que le pasa a Lyón, la segunda gran metrópolis francesa, pero no el segundo ni el tercero ni el cuarto destino más visitado del país galo. Por Lyon se suele pasar de largo o, sencillamente, no se piensa en él. Grave error. Su centro histórico es absolutamente maravilloso, ideal para perderse un fin de semana, pues por algo está catalogado como patrimonio cultural de la Humanidad por la Unesco.

El vieux Lyon está situado en la confluencia de los ríos Ródano y su afluente Saona. Allí donde se encuentran se forma una península –una casi-isla, como se le llama en Lyón–, donde se desarrolla la ciudad desde la época romana hasta la revolución industrial.

Por eso, al contrario que París, Lyón tiene un casco antiguo perfectamente delimitado y que se puede recorrer de arriba abajo casi sin la molestia de coches –buena parte de las calles están peatonalizadas– y sin más necesidad de transporte que las propias piernas. Eso sí, se necesitan buenas piernas, porque en esta casi-isla hay dos colinas, Fourvière y Croix-Rousse, dignas de un excursionista entrenado.

Lo mejor es empezar por Fourvière, que, de hecho, se encuentra al otro lado del Saona. En su cima, además de disfrutar de unas impresionantes vistas de la ciudad, se puede visitar un anfiteatro romano sorprendentemente bien conservado, la Catedral de Lyón y la Basílica de Notre Dame, que recuerda, por estética y ubicación, al Sacré Coeur de París.

Si después aún quedan ganas y fuerzas para atacar el Croix-Rousse, una parada obligada son los Jardines de Rosa Mir, creados por un refugiado de la Guerra Civil española –Jules Senis– que los dedicó a su madre, Rosa Mir Mercader.

Pero volvamos a la planicie del viejo Lyón, que es la madre del cordero de la visita. Las calles y callejones medievales forman un conjunto laberíntico, al que contribuyen en especial los pequeños pasajes que atraviesan por medio de los edificios, los llamados traboulés.

Este laberinto del viejo Lyón está lleno de pequeños comercios y restaurantes al más puro estilo francés, lo cual no quiere decir que no haya algún burger o kebab, pero en todo caso no predominan. Cuando hace buen tiempo, es muy agradable almorzar o cenar en la terraza de alguno de estos pequeños bistrots ubicados en un traboulé.

Entre tantos callejones sobresalen dos plazas, la de Bellecour, sorprendentemente extensa en una zona tan apretada, y la de Terreaux, donde se encuentra el ayuntamiento y el museo de Bellas Artes. Mucha gente opina que esta última es la más bonita de la ciudad e incluso del país. Quizás no sea para tanto, pero en todo caso es uno de los iconos de la ciudad, gracias a la espectacular fuente esculpida por Frédéric Auguste Bartholdi (1892), el mismo artista que esculpió la estatua de la Libertad que Francia regalaría a Estados Unidos en señal de amistad.

Los lioneses están muy orgullosos de cuatro cosas: de su gastronomía, y en especial de Paul Bocuse, el padre de la nouvelle cuisine (eso sí, no pida lionesas en una pastelería, que es como pedir una ensaladilla rusa en Moscú o una salchicha de frankfurt en la ciudad alemana); de ser la cuna del cine: los hermanos Lumière nacieron en Besançon, pero vivieron toda su vida en Lyón y de ahí que haya un par de pequeños museos del cine muy recomendables; de sus guiñoles: también en Lyón surgieron los primeros, por lo que hay bastantes tiendas y un museo dedicados a las marionetas; y, finalmente, de su experiencia en el arte lumínico: pueden presumir de tener el festival de luces más espectacular del mundo, durante el cual los edificios más emblemáticos, los parques y hasta los ríos se iluminan con formas y colores sorprendentes (para los interesados: este año, tendrá lugar del 5 al 8 de diciembre).

Y por último, presumen también de modernidad. En los últimos años se han construido varios edificios singulares, los típicos edificios de autor que no siempre han dado buenos resultados, entre los que se encuentran la estación del TGV (obra de Santiago Calatrava), el nuevo Palacio de la Ópera (Jean Nouvel) o varios edificios levantados o reformados por el arquitecto lionés Tony Garnier.

El último de esta colección es el nuevo Musée des Confluences, espectacular museo con aires de Guggenheim (la autoría es de un estudio austriaco) dedicado a las ciencias, las artes y la sociedad. Fue inaugurado en diciembre de 2014 y está situado en la zona donde se encuentran los dos ríos, que precisamente por eso se llama barrio de la confluencia. Un nuevo aliciente para hacer una escapada a Lyón, por si no había suficientes.

Vueling ofrece vuelos diarios desde Barcelona a Lyón.

Debe de ser difícil promocionar tus encantos turísticos si vives a la sombra de la ciudad más visitada del mundo. Eso es lo que le pasa a Lyón, la segunda gran metrópolis francesa, pero no el segundo ni el tercero ni el cuarto destino más visitado del país galo. Por Lyon se suele pasar de largo o, sencillamente, no se piensa en él. Grave error. Su centro histórico es absolutamente maravilloso, ideal para perderse un fin de semana, pues por algo está catalogado como patrimonio cultural de la Humanidad por la Unesco.

El vieux Lyon está situado en la confluencia de los ríos Ródano y su afluente Saona. Allí donde se encuentran se forma una península –una casi-isla, como se le llama en Lyón–, donde se desarrolla la ciudad desde la época romana hasta la revolución industrial.