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Escocia, una tierra esculpida a golpe de viento y agua

Que te toque la lotería es como disfrutar de un día soleado en Escocia. Casi un milagro. Por eso, cuando la lluvia te da un respiro y el país del intrépido William Wallace se muestra en todo su esplendor, no hay que perder ni un minuto.

Encrucijada de caminos, escenario de cruentas batallas y de películas de Hollywood, paraíso del whisky y hogar del monstruo del lago Ness, Escocia es un regalo para los sentidos. Tierra dura e inhóspita, esculpida sin piedad por los dioses a golpe de viento y agua, se muestra orgullosa, puritana y desconfiada al extraño. Sin embargo, después de un par de tragos en un pub, el calor del alcohol y el sonido de las gaitas funden su huraña fachada y se muestra tal como es: cordial, generosa y llena de contradicciones.

La vieja dama escocesa tiene dos almas. Es urbana y es rural. Es celta y es británica. Es mar y es montaña. Es cerrada y es abierta. Es el llano y es las tierras altas –Highlands–. Es Edimburgo y es Glasgow.

Edimburgo, de piedra ennegrecida, parece un buque varado con su imponente castillo en la proa y la residencia oficial de la reina de Inglaterra en la popa. Desde los escaparates de las tiendas de la Milla Real, los maniquíes vestidos con las típicas faldas escocesas –kilts– contemplan impertérritos el trasiego de peatones y coches por sus calles empedradas.

La capital escocesa es una ciudad universitaria y cosmopolita, es artística y es política. Su Parlamento, obra del arquitecto valenciano Enric Miralles, es visita obligada no tanto por la originalidad del edificio, sino por su diseño sorprendentemente rompedor para una sociedad tan convencional.

Los setenta kilómetros que separan Edimburgo de los astilleros de Glasgow son un mundo. Rica ciudad industrial en el pasado y condenada al ostracismo durante el implacable gobierno de Margaret Thatcher, Glasgow es una ciudad obrera y contaminada que esconde delicadas joyas arquitectónicas.

Desahuciada por la política de deslocalización que promovió la Dama de Hierro durante la década de los ochenta para acabar con el poder de los sindicatos, la cuna del modernismo de Charles Rennie Mackintosh se está reinventando con éxito para dejar atrás su imagen fantasmagórica de fábricas vacías y hierros oxidados. La inmigración y los jóvenes han vuelto a repoblar sus calles y los supporters del Celtic Futbol Club y de los Rangers siguen tirándose los platos a la cabeza.

Escocia no sería nada sin las historias de los indómitos guerreros pictos y de los fantasmas bromistas que pueblan sus castillos. Entre la bonita Saint Andrews –ciudad universitaria de la 'jet set', cuna del golf y escenario de Carros de Fuego– y la gris Aberdeen –hogar de Alex Salmond y punto de partida hacia las plataformas petrolíferas del Mar del Norte– las ruinas de Dúnottar dejan sin aliento.

Erigido en un promontorio frente al mar y rodeado de playas inhóspitas, el castillo soportó durante siglos los ataques de vikingos y sajones, y dio refugio al ejército de William Wallace. Hoy es el lugar preferido de los recién casados escoceses para fotografiarse.

Si el castillo de Dúnottar fue el escenario de la guerra contra los ingleses, el de Eilean Donan lo fue de la inolvidable lucha a espada entre Sean Connery y Christopher Lambert en la primera parte de Los Inmortales. Situado en un entorno de película, sobre una pequeña isla punto de encuentro de tres lagos, el castillo de Eilean Donan es uno de los iconos, junto con el lago Ness, más importantes de las tierras altas escocesas.

Dicen que para ver mejor al monstruo del lago Ness es imprescindible hacer antes unas cuantas paradas en las destilerías de whisky que hay entre Aberdeen e Inverness. En ruta, sorprende la cantidad de marcas de neumáticos y de tapacubos abollados que se encuentran en la carretera. El alcoholismo sigue siendo uno de los problemas más graves de la sociedad escocesa y la ciudad de Inverness encabeza el ranking de suicidios, sobre todo durante los seis meses de frío y oscuro invierno.

El paisaje que rodea el lago Ness es impresionante. Las frías aguas donde supuestamente habita Nessie cubren una profunda sima que parte Escocia en dos. El ser mitológico que llena de pesadillas el etílico descanso de los escoceses es en realidad una hembra inofensiva que se alimenta de peces y se divierte volcando las barcas de los pescadores con su larga cola. Al menos eso es lo que explican en el museo.

Las montañas y los lagos se suceden de camino hacia la bucólica isla de Skye, con sus acantilados, prados verdes y casitas blancas; y sorprende la huella que las invasiones vikingas han dejado en el oeste de Escocia. Sus habitantes son más altos, más rubios y más guapos, y la insípida carne con salsa que acompaña al viajero durante la ruta deja paso al pescado, bacalao y salmón sobre todo.

Antes de dejar las tierras altas del oeste hay que hacer un alto en la ciudad de Fort William, una antigua fortificación construida por los escoceses para luchar contra el ejército inglés de Oliver Cronwell convertida ahora en campo base para ascender al Ben Nevis, el pico más alto del Reino Unido con 1.344 metros.

Los valles que rodean la ciudad atraen cada verano a miles de senderistas y montañeros, y también han sido el escenario de películas como Braveheart, Rob Roy: la pasión de un rebelde, y Harry Potter y la piedra filosofal. Toda Escocia es un gran plató de cine.

Vueling vuela de Barcelona a Edimburgo

Que te toque la lotería es como disfrutar de un día soleado en Escocia. Casi un milagro. Por eso, cuando la lluvia te da un respiro y el país del intrépido William Wallace se muestra en todo su esplendor, no hay que perder ni un minuto.

Encrucijada de caminos, escenario de cruentas batallas y de películas de Hollywood, paraíso del whisky y hogar del monstruo del lago Ness, Escocia es un regalo para los sentidos. Tierra dura e inhóspita, esculpida sin piedad por los dioses a golpe de viento y agua, se muestra orgullosa, puritana y desconfiada al extraño. Sin embargo, después de un par de tragos en un pub, el calor del alcohol y el sonido de las gaitas funden su huraña fachada y se muestra tal como es: cordial, generosa y llena de contradicciones.