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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Essauira, la belleza mestiza del sur marroquí

Essauira, la perla sureña de la costa atlántica marroquí, desde la playa / C. P.

Cristina Palomar

Eclipsada por las ciudades imperiales del norte y azotada sin misericordia por los vientos alisios, resiste el paso del tiempo y los embates de un océano embravecido protegida tras su muralla. Essauira, la perla sureña de la costa atlántica marroquí, famosa ya en época romana por sus yacimientos de púrpura y lugar de refugio para hippies, orfebres judíos y surfistas, esconde su belleza mestiza y su terrible pasado de puerto negrero tras el velo del olvido.

Sólo los iniciados conocen su magia a pesar de que la sobreexplotación turística de la vecina Agadir la haya convertido en visita obligada para los miles de forasteros que llegan desde la lejana Europa buscando sol y playa.

La irrupción del turismo con divisas, sobre todo francés, ha contaminado el espíritu tranquilo de la encalada Essauira y ha disparado los precios. Aun así, todavía es posible descubrir sus encantos escondidos recorriendo la medina y el puerto o visitando los talleres de los artistas que buscan inspiración en esta tierra encrucijada de culturas y cuna de la música gnaua.

Desde Marrakech, la mejor forma de visitar la cosmopolita Essauira es en grand taxi, unos destartalados Mercedes que pueden transportar hasta seis pasajeros. Sólo hay que buscar la parada, preguntar por el taxi que cubre nuestro destino y cerrar el precio después del obligado y agotador regateo.

El recorrido máximo entre Marrakech y Essauria no llega en teoría a las tres horas. La carretera es buena y no hay mucho tráfico, pero a veces el trayecto se alarga por los peajes obligados que hay que pagar a algunos agentes de policía que buscan un sobresueldo a costa de los turistas.

La carretera hasta Essauira atraviesa Chichaua, una animada ciudad famosa por el diseño de sus alfombras. El paisaje es árido, propio del sur marroquí, pero está lleno de sorpresas como la que supone ver rebaños de cabras encaramados a unos solitarios árboles llamados arganes devorando sus hojas bajo un sol inmisericorde.

El fruto de este árbol que “prospera allí donde ningún otro crece, ni siquiera las malas hierbas o los cactus”, como escribió Paul Bowles en su libro 'Cabezas verdes, manos azules', se convierte en el preciado aceite de argán, muy utilizado en cocina y cosmética.

Al igual que la industria cosmética marroquí, los pastores de cabras también han descubierto una forma fácil de hacer dinero con el argán y se ha montado un lucrativo negocio a costa de los sorprendidos turistas que incluye a los taxistas. Se ata a los animales a los árboles más cercanos a la carretera y se espera pacientemente el paso de un grand taxi seguro de que el coche parará en el lugar pactado y de que los extranjeros pagarán encantados lo que les pidan a cambio de fotografiar el rebaño encaramado al resistente y espinoso argán.

A diferencia de Marrakech, Meknes y Fez, la Essauira actual es una ciudad relativamente nueva, aunque la historia nos traslade a tiempos remotos y la haya bautizado con muchos nombres. Fue colonia fenicia, cartaginesa y romana. En el siglo X, se llamó Amogdul en honor del santón bereber Sidi Mogdul.

Cinco siglos después, los portugueses incluyeron la ciudad en su ruta comercial y transformaron su nombre original en Mogdura. El paso de los españoles primero y de los franceses después la convirtió en Mogador y, hasta el siglo XVIII, no fue la árabe Essauira, que significa lugar fortificado.

El trazado moderno de su medina es obra de Théodore Cornut, un ingeniero francés hecho prisionero por el sultán alauita Sidi Mohammed Ben Abdallah, que soñó con convertir Essauira en una de las ciudades más prósperas de la región.

En el siglo XVIII, se enriqueció con la exportación de caña de azúcar, el tráfico de esclavos, el marfil y el oro que llegaba de Tombuctú; y se llenó de familias ricas, joyeros judíos y cónsules extranjeros que llegaron del norte, así como de antiguos esclavos originarios de Sudán, Senegal y Guinea.

Sede de uno de los puertos más activos de Marruecos gracias a la pesca de la sardina y la anchoa, Essauira huele a sal y a algas en descomposición. Sus casas pintadas de blanco contrastan con el color ocre de su muralla coronada por cañones y con el azul intenso del mar.

Con la marea baja se vislumbra una bella playa que invita a remojarse los pies mientras las gaviotas ponen con su incesante graznido la banda sonora al paisaje. Contemplar una puesta de sol en Essauira quita el aliento y abre el apetito. Una vez saciado de pescado fresco a buen precio cocinado por los pescadores en el mismo puerto, lo mejor es perderse para siempre en el bullicio de sus calles.

Vueling ofrece varios vuelos semanales desde Barcelona a Marrakech.

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