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El lado amargo de la quinoa

Javier Guzmán

Dtor de VSF Justicia Alimentaria Global —

Este año 2013 ha sido declarado por la ONU como el Año Internacional de la Quinoa, en reconocimiento a los pueblos andinos. Según la ONU, la expansión de este cultivo puede ayudar a mejorar de manera importante la seguridad alimentaria mundial.

La quinoa es uno de los alimentos más ricos y completos que existen: contiene los ocho aminoácidos esenciales para el ser humano y es cultivada desde hace unos 5.000 años en los Andes bolivianos, peruanos, ecuatorianos y chilenos. Según la FAO, estas cualidades hacen de la quinoa un alimento ideal para los países que sufren de desnutrición, además de ser un cultivo fácil y barato de cultivar, con capacidad de adaptarse a otros continentes y latitudes.

Podría parecer, por tanto, que estuviéramos ante la solución a los problemas de uno de los países con mayores índices de hambre crónica de América Latina, Bolivia. Según datos de la FAO (2011), el hambre afecta al 24 por ciento de la población boliviana, unos dos millones de personas. Estas cifras resultan más que sorprendentes si tenemos en cuenta que Bolivia es el mayor productor de quinoa del mundo: abastece al 46 por ciento del mercado global.

Pero, lejos de resultar una solución mágica para miles de personas, la quinoa se ha convertido en toda una tendencia alimentaria en los países ricos. Es el alimento saludable de moda y ha sido adoptado rápidamente en las dietas de millones de personas de Estados Unidos y Europa. El estado español se ha apuntado recientemente a la tendencia y nuestro consumo de quinoa es ya de unas 175 toneladas al año.

Esta moda empieza a convertirse en una auténtica pesadilla para las poblaciones más vulnerables de Bolivia. La nueva demanda de los países ricos ha provocado que el precio e la quinoa se haya triplicado en los últimos seis años. En este momento, el 90 por ciento de la quinoa producida en Bolivia sale del país y, como consecuencia, su precio en el mercado interno boliviano también se ha disparado.

Así, lo que podía ser oportunidad para asegurar el derecho a la alimentación se ha convertido en un nuevo filón para las empresas del agronegocio y en la última vuelta de tuerca sobre la población más vulnerable, la campesina. El aumento de la superficie cultivada, que ha pasado de 48.897 hectáreas en 2007 a 64.770 hectáreas en 2011, está provocando un desplazamiento y un debilitamiento de la agricultura familiar campesina, dedicada a la alimentación y la subsistencia.

Una vez más, queda en evidencia que la solución al hambre no está en el descubrimiento de nuevos cultivos mágicos. Se trata de un problema político. La quinoa reproduce el esquema del sistema alimentario que se ha impuesto en Bolivia y en todo el mundo. Un modelo que margina las políticas dirigidas a la soberanía alimentaria y que vulnera el derecho a la alimentación, que apuesta únicamente por grandes agronegocios exportadores.

Este cambio de modelo ha supuesto que, en Bolivia, se pase de una producción de alimentos en manos campesinas -un 80 por ciento hace 20 años-, al momento actual donde el 78 por ciento de la producción de alimentos está en manos del agronegocio y está dirigida por los precios y los mercados de exportación.

La quinoa podría ser, si no la solución, una gran ayuda, si cayera en las manos adecuadas, las campesinas…

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