Díaz Ayuso aún se pone de los nervios al pensar en Salvador Illa

Barcelona —
6 de mayo de 2024 22:20 h

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De la misma forma que no se aplaude a un tenor si se aclara la garganta, como decía Glenn Close en ‘Las amistades peligrosas’, no se invita a Isabel Díaz Ayuso a que dé un mitin electoral con la condición de que dispare con pistola de agua. Fue lo que ocurrió en Euskadi, donde al PP vasco no le convenía agitar el fantasma de Bildu y ETA, ya que en ese caso buena parte de sus votos se iría al PNV. Que fue lo que finalmente pasó. La versión de Ayuso baja en calorías que se vio en Bilbao tenía que ser diferente en Barcelona. Aquí tocaba disparar con munición real.

La presidenta de Madrid estaba en el mejor de los mundos, uno en el que podía soltar su soflama habitual y en el que también cumplía las expectativas de sus anfitriones. El candidato del PP, Alejandro Fernández, es un gran creyente en la respuesta más dura posible contra los independentistas. La verdad es que su fe es una roca. No importa cuántas veces haya fracasado en las urnas. En las de 2021, se hundió con estrépito. Él seguirá difundiendo la palabra del Señor, como un apóstol en tierras de infieles. Y es un problema, porque los infieles son un montón.

Una de las consecuencias de esa respuesta es que obliga a ignorar todo lo que ha ocurrido en Catalunya desde 2017. El PP necesita que continúe existiendo el procés para seguir enarbolando la bandera de la contrarreforma. Hay que insistir en que el drama está a punto de ocurrir, que Catalunya está a dos telediarios de TV3 de independizarse, que no se puede bajar la guardia y que meter a algunas personas en la cárcel tuvo efectos milagrosos. 

Por la misma razón, dejar que alguien salga de prisión o impedir que sea procesado es un horror. 

“El problema de Cataluña es que el ‘procés’ no ha acabado”, ha dicho Fernández en una entrevista reciente. Es lo mismo que diría un indepe que no pueda soportar la idea de que estos años de confrontación no han impedido que la reivindicación independentista se haya ido apagando ante la fuerza de los hechos. Es una frase que firmaría Carles Puigdemont si le dejaran sustituir la palabra ‘problema’.

Ayuso tuvo el lunes la oportunidad de explicar su biblia a los catalanes en la plaza d'Artós en la zona alta de Barcelona, un lugar en el que por lo visto el fachaleco es una prenda apropiada para una agradable tarde primaveral. Por tus ideas, hay que hacer sacrificios incluso con el vestuario. Fernández y Daniel Sirera presentaron el lugar como un símbolo de la lucha contra el separatismo, porque allí se concentró un grupo de jóvenes poco después del discurso de Felipe VI del 3 de octubre. También había sido un lugar habitual de reunión para la extrema derecha y los hinchas ultras del fútbol. Pero con la movilización contra los indepes la plaza ha quedado convenientemente blanqueada.

La líder del PP madrileño llegó para explicar que Catalunya es una purria comparada con Madrid. Por culpa de los nacionalistas, claro. “Hay que revertir de una vez por todas el negocio corrupto que representa el independentismo”, dijo. Catalunya se ha quedado en nada a causa de los impuestos y de una política intervencionista por la que “los independentistas sólo se mueven por la subvención”. Afirmó que había perdido “su imagen vanguardista”. Esto es de una época muy antigua porque ya ninguna ciudad o región españolas es vanguardia en casi nada y en cualquier caso las vanguardias nunca han sido vistas con agrado en una de las zonas con más ricos de la ciudad.

Ayuso insistió en su defensa tradicional de la libertad, aunque lo hizo el mismo día en que se supo que aún hay clases en esa libertad en Madrid. Ha comunicado a los rectores que no quiere concentraciones de estudiantes en las universidades en solidaridad con Gaza. La libertad es esencial, pero no para los estudiantes si deciden movilizarse por ideas que molestan a Ayuso.

Estaba lanzada en un discurso que duró media hora. Fernández se tuvo que conformar con diez minutos. Ella era la estrella invitada que denunciaba a los partidos que sumaron la mayoría absoluta en las anteriores elecciones por “ese sentimiento identitario, terruñero”. Se ha aprendido esta última palabra y la utiliza con frecuencia, a pesar de que antes 'terruño' siempre ha sido un término que cuenta con una connotación positiva, de amor por la tierra propia.

Entre los pecados mortales de los indepes, Ayuso se paró en uno que confirma hasta qué punto algunos políticos son inmunes a la ironía. Les acusó de “utilizar la televisión pública catalana para hablar todo el rato de Madrid” y con un presupuesto mucho mayor. Cualquiera que haya visto un informativo de Telemadrid habrá comprobado que nunca han dejado de hablar de Catalunya y que es el mascarón de proa de la propaganda favorable a su Gobierno. Para eso se ocupó Ayuso de cambiar la ley con el fin de nombrar a una dirección encabezada por un periodista de confianza del PP.

“Esto es lo que más me duele como periodista”, dijo. Como si fuera una profesión que haya ejercido durante mucho tiempo. Sería una tragedia que un periodista de Telemadrid se autolesionara o desarrollara instintos homicidas al leer esta frase, así que es mejor que no pasen por este artículo.

Cómo no iba a acercarse Ayuso a la campaña catalana si eso le permitía hablar de Salvador Illa, el presumible vencedor de las elecciones, al menos en número de votos. Dijo del candidato socialista que no era constitucionalista ni liberal. También le llamó mentiroso. Quería ir más lejos y le endosó la poco realista etiqueta de cómplice de los nacionalistas. Es poco probable que Junts y Esquerra compartan esa descripción. “Es ese caballo de Troya del independentismo xenófobo”, sentenció.

En realidad, lo que a Ayuso le interesa de Illa no es su condición de líder del PSC ni sus frías relaciones con los nacionalistas, sino haber sido ministro de Sanidad. Eso es lo que le quema por dentro, porque desmiente el retrato que Miguel Ángel Rodríguez y ella elaboraron durante la pandemia, según el cual Ayuso fue la gran salvadora de la nación. “Como un cobarde, miró a otro lado en enero, en febrero, hasta que la Comunidad de Madrid decidió movilizarse”, dijo.

Para aceptar esta versión, es muy conveniente no fijarse en las decisiones de Ayuso en esos dos meses sobre la emergencia sanitaria. O las que no tomó. Y eso que ella no se considera una cobarde.

Se refiere a la decisión de su Gobierno de cerrar los colegios en la que es cierto que se adelantó a otras administraciones autonómicas. Se produjo el 10 de marzo de 2020, sólo cuatro días antes de la declaración del estado de alarma por el Gobierno. A la hora de la verdad, Ayuso se resistió a la mayoría de las medidas restrictivas del confinamiento aplicadas por el Gobierno central y que terminaron siendo eficaces en la pandemia, sin que en eso España fuera la excepción en Europa.

Ella no podía permitir que se dudara del éxito de su política sobre la emergencia sanitaria, ante la evidencia de sufrir los peores números de fallecimientos en Europa, junto a Lombardía, en el norte de Italia.

Los catalanes ya están avisados. No pueden erigir a Illa como principal baluarte contra los partidos independentistas en Catalunya. No pueden conceder el triunfo a la némesis de Ayuso, aunque ya hace tiempo que el dirigente socialista está a otras cosas. Ella nunca se lo perdonaría.