Una calcula que para hablar con el presidente de Wallapop tal vez no hará falta recurrir a los seis grados de separación pero que para contactar con alguien así se necesitará más de un intermediario. Pues no. Bastó un mensaje de whatsapp a su teléfono y la respuesta fue una invitación para desayunar al día siguiente. Agustín Gómez nos recibe en su casa, en el barrio del Poblenou de Barcelona. Podría vivir en la zona alta, en una casa lujosa y rodeada de seguridad, llevar a sus hijos a una escuela de élite, y que una empresa de comunicación o una secretaria gestionasen sus apariciones públicas. Lo lógico sería parecerse a la mayoría de millonarios, lo que pasa es que no quiere.
Su historia es la del sueño americano en versión chico de L’Hospitalet que a los 17 años ya se fue de casa. Trabajaba en una empresa de videovigilancia para poder pagarse la carrera de Telecomunicaciones. La empezó en Barcelona y la acabó en Suiza, con unos ahorros que solo le alcanzaron para una semana y sin dominar ni el inglés ni el francés. Después estuvo en otros países, entre ellos Francia y Estados Unidos, contratado en varias consultorías tecnológicas. Su madre estaba contenta porque el chaval era de los que iba con traje y corbata, pero él buscaba otra cosa. Dándole vueltas con el que acabaría siendo su socio, David Muñoz, pensaron en un negocio que fuese lo más parecido a crear un mercadillo de barrio en internet. Tenían la idea pero no el dinero.
–No había tenido cabeza y estaba sin un duro en el banco. Metí los 30.000 euros que conseguí reunir. El dinero nos marcaba el tiempo y calculamos cómo llegar a los seis meses de vida. Yo me iba con mi primo pequeño, que no cobraba nada, por los mercadillos a hacer fotos. En Catalunya decíamos que éramos una iniciativa de la Generalitat y en Madrid que éramos una del Gobierno. Así, picando piedra, elaboramos el primer inventario para toda España. Mientras, David y un par más se dedicaron a programar la aplicación.
–El día que salió la aplicación para iOS, la de Apple, se situó número uno en España. Supongo que no se lo esperaban.
–Flipamos en colores. Fichamos a un tío que estuvo dos semanas casi sin dormir para sacar la versión de Android. En menos de quince días conseguimos dos millones de usuarios. Estábamos en mi zulo en Gràcia, con la pantalla viendo las estadísticas en tiempo real, y era espectacular.
El “zulo” era su piso y la oficina, la mesa donde trabajaban. Dice que no tenían ni idea de marketing y que lo único que hicieron fue aplicar el sentido común de la abuela.
–Yo tengo tendencias radicales y el ADN de la compañía fue muy radical. Inspirado en el Che Guevara nuestro mantra era 'victoria o muerte'. Si morimos, vamos a morir a lo grande. No queríamos ser zombis. Lanzamos la aplicación y los últimos 10.000 euros que nos quedaban nos los gastamos en marketing en dos días. Nos pusimos a buscar pasta, mi gran función en Wallapop fue mendigar dinero y en seguida se vio que eso era un cohete.
–¿Sin la televisión hubiesen triunfado tanto?
–Sí, pero hubiese sido más lento. La televisión fue un acelerador. Otra vez tiramos de sentido común. ¿Qué veía la gente? La tele. Fuimos a buscar a Atresmedia y les propusimos algo que ahora se hace mucho pero entonces no existía. Les planteamos que nos diesen espacios sobrantes. El inventario publicitario basura de las televisiones era perfecto para Wallapop. Programas secundarios, horarios extraños… Todo el rato tuvimos la suerte de hacer cosas que nadie hacía en ese momento. Por ejemplo, nadie invertía todo su presupuesto en canales móviles. En ese momento todas las empresas digitales invertían en la web.
–¿Recuerda el primer anuncio?
–¡Claro! Apareció en el programa de la Campos a las 10 de la mañana. Estábamos en un bar de chinos y nos pegamos una juerga espectacular. Salir por la tele fue muy simbólico.
–El día que aparecieron a la venta en Wallapop una lavadora y un Fiat supieron que lo habían logrado, pero tardaron cinco años en empezar a ganar dinero. ¿Por qué costó tanto?
–Porque habíamos decidido no hacer dinero. Priorizamos el crecimiento a la monetización. En apenas un año éramos líderes y podíamos haber monetizado. Internacionalizamos la empresa en apenas siete meses. Lanzamos Inglaterra, Francia y México a la vez. Me iba a pedir dinero a Inglaterra y con un sentido común hospitalense me decía, 'ahí no me conoce nadie, hablo mal el inglés, no me van a hacer ni puñetero caso, pero si pongo Wallapop como número 1 en Inglaterra, ya verás cómo las empresas de capital riesgo a las que voy a pedir dinero me harán caso’. Era algo muy emocional.
–En Francia aprendieron que es mejor pasarse de capital que no meter el dinero necesario y acabar perdiéndolo todo. Allí se dejaron cinco millones. Asegura que todo lo que hizo de forma racional le salió mal.
–Cuando empiezas a medir, a tener miedo porque son muchos millones, es cuando te equivocas. La intuición que habíamos aplicado en España era la correcta.
–La lección les sirvió para no equivocarse en los cálculos para dar el gran salto. ¿Estados Unidos fue lo mejor y no sé si lo peor?
–Estados Unidos fue muy bonito y a la vez agridulce. Era la meta. En ese momento era muy simbólico que una empresa española triunfase ahí. Me emocionaba mucho innovar desde aquí y lanzarlo allí. Nos compraron muy rápido. Había mucha competencia. Los primeros seis meses éramos líderes pero vino un gran monstruo, Naspers, uno de esos que mucha gente no conoce, y en ese momento los inversores se dieron cuenta del riesgo que estaban asumiendo. Yo les entiendo porque estaban con un tío de L’Hospitalet, que para ellos era como si fuese de Swazilandia. De hecho algunos no tenían claro si era mexicano o español y a veces incluso les hacía la broma de decirles que les pedía pesos y no dólares. Naspers lanzó LetGo, que era una copia de Wallapop, y con un capital que era inhumano. Fíjate cómo era la batalla que invertíamos tanto en televisión que la inflacionábamos. La consecuencia era que nos íbamos desgastando. Primero nos fusionamos y al final nos acabaron comprando. Me puse muy triste. Siempre me han movido los retos, era mi gasolina, y el no poder seguir en Estados Unidos fue el primer paso para irme.
–Les compraron la filial norteamericana por 189 millones de dólares en el verano del 2018 y un año después, en septiembre del 2019, los inversores eligen a Rob Cassedy para sustituirle como CEO de la empresa. Él dejó la dirección de Ebay Kleinanzeigen en Berlín para venirse a Barcelona. ¿Qué pasó?
–Fue una combinación de varias cosas. Mi cansancio personal, una clarísima desalineación con los inversores, y porque era bueno para la empresa. Yo ya no le podía dar lo que se estaba buscando. Soy el peor gestor del universo, soy un loco, sé hacer muchas otras cosas, por ejemplo, organizar la empresa, pero para lo que se quería hacer yo no estaba en línea con los inversores. Para eso Rob era y es perfecto. La transición ha sido fantástica.
–¿Es porque él sí era un profesional?
–Sí. El inversor de capital riesgo en el fondo lo que busca es seguridad. Es un baile muy raro. Busca algo innovador, muy arriesgado, pero una vez ha puesto el dinero lo que quiere es seguridad. Hay emprendedores que evolucionan hacia el papel de gestor, pero ese no era mi caso. A mí me gusta crear cosas nuevas, otros retos, y en determinados estadios de una compañía no es lo que se necesita.
Wallapop tiene una comunidad de 15 millones de usuarios en España. En el argot de las startups es un ‘unicornio’ porque su valoración, según confirma Gómez, supera los 1.000 millones de dólares. La plantilla es de 200 trabajadores y detrás del nombre que Agustín y su socio se inventaron después de hacer varias combinaciones sin ningún criterio concreto están fondos de inversión como Korelya Capital, Accel Partners, inversor original de Facebook y de otros gigantes tecnológicos, y unos cuantos más.
–¿Una empresa como esta puede sobrevivir sin los inversores?
–El marketing es un mal necesario cuando tú tienes un producto que va a consumidor final. Darte a conocer es muy caro. Parece que todo sea viral pero eso ha pasado muy pocas veces, con Facebook y Youtube y cuando no había tanta competencia como ahora. Hoy en día es muy difícil lanzar algo a consumidor final sin el respaldo de los fondos.
–¿Este tipo de fondos son un mal necesario?
–Lo que es un mal es que las empresas tecnológicas no seamos capaces de expandirnos de otra manera o entender que a lo mejor no hay que hacerlo tan rápido o ver que a veces competir es absurdo. ¿Si hay tres modelos, por qué tienen que morir dos y que gane solo uno? La forma de hacer negocios es yo gano, tú pierdes. Quizás si entendiésemos que si yo gano y tú ganas, ganamos todos, tal vez las cosas se podrían hacer de una manera más sana.
Dejó de ser el CEO de la empresa y se convirtió en su presidente, un cargo más representativo que ejecutivo. Lo resume comparándose con Di Stéfano. Dejar la adrenalina de un cargo como el que tenía, habiendo sido el alma de Wallapop, no es solo un cambio profesional, por más dinero que se tenga.
La vida de nuevo fue muy buena conmigo y me dio un cáncer
–El primer año tuve muy clara la sensación de libertad financiera. Hablaba con mi mujer y le decía, ¿qué hacemos? ¿Damos la vuelta al mundo? Pero la verdad es que lo que quería era dedicar ese tiempo a reflexionar sobre la vida. Aprovechar este momento de pausa, digerir toda la etapa anterior, y pensarlo en plan profesional. Me lo tomé muy en serio, incluso me apunté a la carrera de Filosofía. Sentarse con uno mismo en el sofá a reflexionar es muy jodido. Es incómodo ponerte a pensar quién eres y qué quieres hacer. Al final acabé yendo mucho en bici. Y la vida de nuevo fue muy buena conmigo y me dio un cáncer.
–Supongo que tiene claro que esta última frase impacta mucho al escucharla.
–Después de haberlo pasado lo siento así. El cáncer fue la motivación que necesitaba para entender quién era y qué quería hacer. No le llamo enfermedad sino motivación. Era un linfoma de Hodgkin en estadio cuatro, o sea muy avanzado.
El cáncer le pilló con 39 años, siendo un ‘viejoven’, como resume al recordarlo. Considera que le permitió conocerse mejor y aprender una lección.
–Mi gran error es que yo buscaba el amor de una forma incorrecta. Me preguntaba de dónde sacaba mi motivación para meterme en tantos pollos, vivir con tanta tensión, sin saber exactamente qué buscaba. Pensaba que era la gloria, la épica de conseguir una hazaña. Y entendí que no. Me di cuenta que estaba confundido y que había estado buscando lo que ya tenía a mi lado. Cada uno tiene su contexto. Yo procedía de una familia muy humilde de L’Hospitalet, me criaron mis abuelos porque mis padres no me hacían mucho caso. Pero cada vez que hacía algo excepcional había una reacción. Por ejemplo, me fichó el Joventut de Badalona y entonces mi padre venía a los partidos. Ahí pensé, si hago cosas guays, me quieren. Esto lo entiendo ahora con 40 años, pero es algo que quedó grabado en mí“.
Añade que las cosas que más le molestan de la gente que más quiere son sus lecciones. Una de las que no olvida es el día que hace años paseando con su padre, cuando ya había triunfado con Wallapop, él le soltó: “¿Sabes el que lo ha petado de verdad? El de Facebook”.
–¿Con tanto dinero se puede seguir siendo un tipo normal?
–Totalmente. De manera radical. Si eres gilipollas y tienes mucho dinero, seguramente te volverás supergilipollas. Yo tengo mucho más dinero del que hubiera imaginado en mi vida, pero como nunca lo busqué, optamos por seguir haciendo una vida normal. Tengo un buen piso, pero que no es un exceso salvaje. Mucha gente que hace pasta se va para arriba, a la zona alta, pero yo ahí no tengo nada qué hacer, no soy de esa especie. Todo es lícito. Si la ilusión de tu vida es tener un Ferrari y tienes el dinero, cómpratelo. No lo hagas para demostrar tu estatus. Yo me compré una súper bici, un Ferrari de bici. La mejor, porque esa era mi ilusión.
–A menudo repite que tiene un clasismo hacia arriba y que eso lo transmitió siempre a sus colaboradores.
–Sí, tengo un clasismo de clase alta, es decir, hacia arriba. Siempre he huido, a veces de forma infantil, del postureo de las startups, es algo que me rechina porque lo banaliza mucho. Lo nuestro fue un 90% de suerte y un 10% de currar mucho, pero eso no tiene mérito porque lo hubiese hecho cualquiera. Nuestro mérito fue no autolimitarnos. El modelo no existía en todo el planeta Tierra y lo que hicimos fue pensar en el mundo. No hace falta ser muy listo, basta con que lo seas suficiente. El equipo de Wallapop era muy extrarradio. Fichaba a gente sin pedigrí pero con muchas capacidades. Me gustaba que fuesen de Cuenca, de Logroño, nada de escuelas de negocios. Siempre gente parecida a mí. Nos reíamos mucho de nosotros mismos, de nuestro éxito. Lo banalizábamos y éramos conscientes de que teníamos suerte. Me enfadaba mucho cuando la gente de marketing se iba a los saraos del Mobile. Se lo prohibía.
–¿Era para que no se endiosasen?
–Sí, me parecía indigno regodearte de tu éxito. Cualquier indicio que detectaba en mi equipo de querer ir de guay me lo tomaba muy mal. Esto nos ha ayudado mucho a tener los pies en el suelo. Nos ha ayudado tener unas oficinas en el barrio del Clot, fuera del ecosistema que te endiosa. Ser normales nos blindó.
–Le perseguirán para invertir en startups.
–Sí, mucho.
–¿Y lo hace?
–No.
–¿Por qué?
–Invierto por cariño. No tengo una estrategia. Ahora estoy ayudando a un chico con un proyecto, no sé si le va a funcionar o no, pero porque he conectado con él. No sé invertir, ni me gusta.
Fichaba a gente sin pedigrí pero con muchas capacidades. Me gustaba que fuesen de Cuenca, de Logroño, nada de escuelas de negocios
En su última sesión de 'quimio', en plena pandemia, tuvo un subidón de energía. Se juntaron un grupo de trabajadores de la empresa para lanzar una plataforma solidaria. No acabó de funcionar pero su propósito ahora es seguir por ese camino.
–Quiero usar mi poco talento para ayudar a los demás. Suena naif, pero quiero hacerlo de forma muy profesional. La gente que pide ayuda está en una situación extrema, son los más vulnerables y es estigmático. Creo que la gente es buena por esencia pero no tenemos los canales para ayudar de manera efectiva. Muchos nos conformamos con dar el dinero a la oenegé pero lo que cuesta es involucrarte personalmente y eso que lo mejor de ayudar es también cómo te reconforta. Se trataría de crear una herramienta eficaz para ayudarnos.
–¿Sigue la política?
–Sí, mucho. Cuando escucho la Ser por las mañanas es como si fuese mi Sálvame Deluxe.
–Dicho así no sé si es bueno o malo.
–Es malo. Ves esa tensión por los dos lados. Los políticos tienen en sus manos el destino y el bienestar de mucha gente. Nos merecemos que se metan sus egos en otro sitio y se sienten y hablen de forma argumentada. Lo mínimo que se le puede pedir a un político es la intención real y auténtica de entenderse con el resto. Alguien tiene que darle la vuelta a esto. Por eso me ha parecido bien lo que ha hecho la candidata de Más Madrid, que ha hablado de cosas prácticas, ha rebajado la tensión y se ha apartado del Sálvame Deluxe que era lo del comunismo o libertad.
Lo último que ha comprado en Wallapop es un casco de moto. Lo primero fue el barco pirata de Playmobil, una espina clavada de la infancia porque no pudo tenerlo cuando era niño. Se lo regaló un compañero de la empresa y está en una vitrina de la sede de Wallapop, en esas oficinas que están lejos de los viveros de las startups cuyo epicentro es el distrito del 22@. Lejos del diseño, en el barrio del Clot, encima de una empresa de ascensores, en una calle que nadie conoce, como le gusta recordar a su fundador.