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ANÁLISIS

Mediapro en Francia: todo lo sólido se desvanece en el aire

13 de diciembre de 2020 21:37 h

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En una de las frases más emblemáticas del Manifiesto Comunista, Karl Marx escribió que “todo lo sólido se desvanece en el aire” y miles de lectores de todo el mundo la han subrayado hipnotizados al leerla. Es muy probable que también lo hiciera Jaume Roures, exmilitante trotskista y fundador de Mediapro, multinacional con domicilio en Barcelona que está viviendo en sus propias carnes una versión propia de la lapidaria sentencia de Marx: la irrupción, en 2018, de la corporación en el mercado francés de los derechos televisivos del fútbol, que se suponía iba a convertirla en el gran actor europeo del sector, se ha saldado en apenas dos años en un fracaso estrepitoso que ahora le deja en un estado económico y reputacional extremadamente crítico: el ascenso fue tan fulgurante, desafiando incluso las leyes de la física, que ahora corre el riesgo de que todo se desvanezca en el aire.

La historia del fiasco es muy conocida, sobre todo en Francia, donde toda la prensa -de derechas y de izquierda; generalista y especializada- lleva tiempo dedicándole mucha atención, un extraño contraste con lo sucedido en España, a pesar de que se trata no solo de una importante corporación con sede central en Barcelona, que facturó 1.800 millones de euros en 2019 -casi el doble que el Grupo Prisa-, sino que es también el socio estratégico de la Liga de Fútbol Profesional, la segunda más importante del mundo, e histórico gestor de los derechos televisivos internacionales de los clubes españoles.

Mediapro irrumpió en el fútbol francés a lo grande, arrebatando los derechos televisivos al operador histórico -Canal Plus- con una oferta de esas que no se pueden rechazar: prometía elevar el caché internacional de la Liga francesa, que se encuentra un peldaño por debajo de la española y la inglesa, crear un canal temático y ultramoderno, Telefoot, para la difusión de los partidos y, sobre todo, repartir un auténtico maná a los clubes: 780 millones de euros al año durante cuatro temporadas.

Las mareantes cifras, que suponían un aumento del 60% sobre el precio de referencia de la subasta anterior, causaron escepticismo en algunos analistas, que ya advirtieron entonces de los riesgos de la operación, acentuados por la negativa de Mediapro a presentar avales. Esta negativa a avalar ha sido en realidad una constante en la historia de la multinacional desde que logró el primer gran contrato de derechos televisivos del fútbol, cedido por el FC Barcelona de Joan Laporta y Ferran Soriano sin exigencia de aval, un controvertido empujón que precisamente sirvió de base para que la empresa retara al Grupo Prisa a una guerra del fútbol que Mediapro logró ganar ante un imperio en decadencia, ya muy condicionado por la enfermedad de Jesús Polanco.

Pese a estas voces críticas aisladas, Mediapro fue recibido en 2018 en Francia como el gran salvador del fútbol francés, con un despliegue mediático que en general combinaba el entusiasmo con la curiosidad por este personaje atípico que iba a llevarles a otro nivel y a enriquecerles a todos, el peculiar “trotskista catalán” Jaume Roures. Nada que ver con la brutal sucesión de informaciones negativas desde el pasado octubre, cuando Mediapro incumplió por primera vez su compromiso de pago, de 172 millones de euros. Tras incumplir el segundo, este diciembre, de otros 152 millones, la Liga francesa, que ahora ve amenazada su propia supervivencia ante el roto financiero causado, ha pactado con Mediapro la salida del operador, que se ha comprometido a abonar 100 millones de euros en compensación por el estropicio, de forma que la Liga recupera los derechos con la esperanza de volver a contar con Canal Plus, aunque tenga que pedírselo de rodillas.

El vodevil supone un mazazo económico extraordinario para Mediapro, que atraviesa una situación económica muy delicada, según ha subrayado la agencia de calificación Moody’s, pero el daño reputacional es incluso mayor: se suma a la fallida operación de Italia, donde un contrato análogo no se llegó a firmar precisamente por la negativa de Mediapro a presentar avales y ahora los clubes le reclaman en los tribunales una indemnización millonaria, y a la imagen que ha dado unánimemente la prensa francesa de la corporación con sede en España: de muy poco fiable en el mejor de los casos, y directamente de “atracadores” en el peor. Las acusaciones se centran además en Roures, que es quien en 2018 personificó el supuesto milagro, como si de un rey mago se tratara, y que ahora ha sido satirizado con saña en los más prestigiosos medios de Francia, como 'Le Monde' y el deportivo 'L’Equipe'.

Mediapro justificó su impago del pasado octubre por el devastador impacto que ha tenido el coronavirus en el negocio del deporte y en base a ello aspiraba a renegociar a la baja los compromisos de pago adquiridos. Pero el modelo prometido por Mediapro, que arrancaba esta temporada 20-21, ya se había comprobado inviable desde su inicio mismo, ante las visibles dificultades de la compañía por revender partidos a otros operadores y el fracaso de Telefoot, el nuevo canal temático ahora condenado al cierre, que necesitaba en torno a cuatro millones de abonados para alcanzar el umbral de rentabilidad y se ha quedado en apenas 600.000, y según datos de la compañía.

El impacto del coronavirus ha sido ciertamente muy importante, pero sobre todo para la viabilidad misma de Mediapro, como señalan sucesivos informes de Moody’s, que ya ha situado a la matriz, Joye Media, en calificaciones equivalentes al bono basura. Para hacer frente a la pandemia, la compañía se acogió inmediatamente al ERTE y ante las tensiones de tesorería tuvo que solicitar un crédito de 60 millones de euros, que solo pudo cerrar tras el compromiso de los socios de inyectar otros 60 millones adicionales y de lograr entrar en el nuevo esquema de avales del ICO para cubrir el 70% del préstamo solicitado, según detalla Moody’s en una nota del pasado julio. En octubre, consumado ya el primer impago en Francia, la agencia subrayaba “la dificultad de Mediapro por monetizar los derechos del fútbol de forma rentable” y advertía del explosivo combinado que supone tener “tesorería débil y alto endeudamiento”: según sus cálculos, la caja contaba solo con 143 millones tras las nuevas inyecciones, una cantidad muy alejada de los 324 millones comprometidos para antes de final de año solo a los clubes franceses, y con una deuda de la compañía que ronda ya los 1.000 millones, con escasísimo margen pues para acceder a nuevo crédito.

Por duras que puedan parecer estas cifras, el impacto más importante del coronavirus en Mediapro es todavía más profundo porque trunca el gran objetivo estratégico de la salida a Bolsa, una operación prevista para 2021 o 2022 y ya encargada a Rothschild para el parqué de Londres. Es el proyecto de esta operación, que ahora deviene absolutamente inviable y con la que sus promotores esperaban movilizar entre 3.000 y 4.000 millones de euros, lo que en buena medida explica los arriesgados movimientos impulsados por Mediapro en los últimos años, incluyendo el de Francia.

La irrupción de Mediapro en Francia coincidió precisamente con la entrada en la compañía del fondo chino Orient Hontai, que tras invertir 1.000 millones de euros se convirtió en 2018 en el accionista mayoritario, con el 53,5%, pese a lo cual no se ha involucrado en la gestión, que ha seguido en manos de sus socios históricos, Jaume Roures y Tatxo Benet. Ello revela bien la naturaleza y objetivos del fondo, motivado básicamente por conseguir una rápida rentabilidad con la salida a Bolsa en el horizonte. Según los planes previstos, y de acuerdo con la valoración estimada de la operación bursátil, Orient Hontai aspiraba a una rentabilidad de entre el 50% y el 100% de su inversión antes de cuatro años, mientras que en este marco Roures y Benet se habrían podido embolsar hasta 500 millones de euros cada uno.

De ahí que el objetivo de salida a Bolsa condicionó toda la estrategia de la compañía. Para aumentar su valoración era aconsejable esconder en lo posible la gran dependencia de los derechos del fútbol español -señalada claramente por Moody’s en sus sucesivos informes-, unos activos que además pertenecen a los clubes y no a la multinacional, y por ello emprendió el arriesgado Gran Salto Adelante con operaciones como la compra de la productora El Terrat, la creación de Mediapro Studio y la pretendida (y fracasada) irrupción como gran player europeo de los derechos televisivos del fútbol reventando el mercado en Italia y Francia.

Este Gran Salto Adelante tampoco acabó bien. Todas estas operaciones pueden considerarse de muy alto riesgo económico y financiero si se piensa en el largo plazo, pero tienen sentido si lo que está en marcha es una operación para aparentar solidez en el corto plazo con vistas a salir a Bolsa, según los esquemas clásicos del capitalismo especulativo. Pero puede ser una auténtica temeridad si aparece algún imprevisto, ya sea el coronavirus o cualquiera de las sacudidas cíclicas que afectan al capitalismo, una posibilidad que los lectores atentos de Marx conocen perfectamente. Y tanto los capitalistas que han sido trotskistas como los fondos que operan con la aquiescencia del Partido Comunista de China (PCCh) necesariamente lo son: hasta suelen tener subrayado que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.