Son 16 y van llegando poco a poco a la Plaza de les Dones del barrio barcelonés de Nou Barris. Allí se concentran ante un solar vacío en el que pronto estará su hogar. Justo esta semana han comenzado las obras de un “sueño” que llevan cuatro años fraguando, lo que para todas ellas era una utopía: construir un edificio en el que las vecinas sean amigas. Un nuevo tipo de familia, que va más allá de la imagen hollywoodiense de madre, padre, dos niños y el perro.
Ese sueño tiene un nombre: La Morada, la cooperativa que han formado para construir un edificio de Viviendas de Protección Oficial (VPO) que serán ocupadas por mujeres, trans, lesbianas, no binarias y bisexuales. Todo empezó “jugando a soñar”, dice Míriam Solà, una de las impulsoras del proyecto. “Desde el colectivo LGTBI no encajamos en el amor romántico ni nos llama tanto la maternidad. No queremos familias normativas, pero tampoco envejecer solas”, añade.
Por eso, empezaron a imaginar un futuro en que las vecinas fueran su familia y en que el hogar fuera todo el edificio y no solo el piso que habitaran. Con esta idea, nació en 2018 el proyecto que acabó conformado por 16 mujeres que se conocieron en espacios activistas LGTBI. “Muchas venimos de pueblos pequeños y llegamos a Barcelona buscando un ambiente más abierto, donde ser lesbiana o trans fuera más fácil. Dejamos nuestros lazos atrás y, cuando llegas a una edad, te das cuenta de que tu familia son tus compañeras de activismo. Y las quieres cerca”, dice Sara Barrientos, que viene de Málaga.
De esta forma, empezaron a buscar un solar donde edificar su proyecto. Entraron en contacto con la cooperativa Dinamo, que se dedica a comprar solares privados y ceder su uso a cooperativas de vivienda como La Morada. “Queremos asegurar que cada vez más capas de la sociedad tengan acceso a la vivienda”, asegura Glòria Rubio, coordinadora de proyectos de La Dinamo.
Las miembros de La Morada aseguran que el colectivo LGTBI está “estigmatizado a la hora de acceder a la vivienda”. “Y, si somos mujeres, doblemente discriminadas”, asegura Solà. “Tal como está el mercado del alquiler y, al no estar tan interesadas en el modelo de pareja normativa, tener un piso con un solo sueldo se complica mucho”, añade.
Un modelo más sostenible, pero no más accesible
Este edificio que ahora se está construyendo permitirá que en los 12 pisos que tendrá se instalen mujeres con intereses y perspectivas comunes, que se podrán ayudar y acompañar a medida que se hagan mayores. El modelo está fuera de lo que puede ofrecer el mercado inmobiliario, pero el precio no es tan distinto.
“No es para nada más económico”, reconoce Maria Berzosa, otra de las integrantes de la cooperativa. Un piso en La Morada oscila entre los 235.000 y los 240.000 euros (una entrada que va des de los 25.000 a los 30.000 euros y cuotas de 700 euros mensuales durante 25 años). El precio medio en Barcelona de un piso con las mismas características es de 239.000.
“Nos hemos metido aquí porque no creemos en la especulación inmobiliaria ni en la propiedad privada, no porque sea más barato”, asegura Berzosa. Pero, a su vez, se lamenta de que solo las personas que tengan suficientes ahorros para abonar la entrada puedan acceder a este modelo de convivencia. “Sabemos que estamos dejando a mucha gente fuera. Por eso, reclamamos que la Administración lleve a cabo políticas valientes”, apuntan desde La Morada.
“La mayoría de cooperativas de vivienda edifican sobre suelo público y estas sí que cuentan con muchas ayudas. Nosotras somos de las pocas que arrebatamos suelo al mercado especulativo y lo convertimos en Viviendas de Protección Oficial”, explica Solà, quien pide subvenciones para colectivos que se embarquen en estos proyectos. Ahora, sólo pueden acceder a algunas ayudas públicas, como las destinadas a instalar placas fotovoltaicas.
“Muchas de nosotras tendremos dificultades con las cuotas”, reconoce Solà, que apunta que, debido a la crisis económica derivada de la pandemia, la guerra y la inflación, el presupuesto que manejaban se ha incrementado hasta casi un 30%. “Al principio, se calcularon cuotas de 600 euros y ya han aumentado 100 euros. Cuando acabe la obra, si los materiales siguen siendo tan caros, pueden llegar a los 800 euros”, dice.
Una arquitectura a medida
La Morada ha contado con el apoyo de diversas entidades de la Economía Social y Solidaria (ESS, aquella que se enfoca en el trabajo y propiedad colectiva, más que en la acumulación y beneficios). Aparte de la cooperativa Dinamo o la entidad de crédito Coop57, también ha participado el colectivo de arquitectos Lacol. Su trabajo ha consistido en diseñar hogares de poco más de 50 metros cuadrados en un edificio en el que la vida también se hará de puertas para afuera.
Uno de los rasgos más característicos de este edificio será que en el centro habrá un patio comunitario, que estará rodeado por los pisos, a los que se llegará a través de pasarelas. Las puertas de entrada darán a las cocinas que, en lugar de estar protegidas por paredes, lo estarán por grandes ventanales. “La idea es poder saludar a tus vecinas mientras cocinan en sus casas, de tal manera que se puede generar comunidad sin perder del todo la intimidad”, explica Berzosa.
La relación y cooperación entre las vecinas será un elemento importante de la convivencia, puesto que los pisos serán modulares. Es decir, no están encorsetados por cuatro paredes inamovibles, sino que estarán formados por módulos que se pueden redistribuir entre las vecinas a medida que su proyecto vital cambie.
Si alguna quiere tener hijos, puede tomar un módulo de una vecina a quien con una habitación le baste. “Esta es una de las cosas más revolucionarias, porque la arquitectura está muy pensada para familias normativas y a las que queremos hacer vidas que se salen de ese marco nos sobran habitaciones y nos faltan espacios comunes”, explica Solà.
La Morada irá sobrada de estos espacios comunes porque, además del patio y las pasarelas, tendrán una lavandería compartida, una azotea y diversas habitaciones, que se podrán destinar a invitados. Así mismo, el edificio contará con dos locales. Uno será para ellas y el otro lo alquilarán a algún negocio “sostenible y responsable”, que les permita cofinanciar los gastos y, además “aporte algo al resto de vecinas de la zona”, asegura Barrientos, quien está impaciente por ver su nuevo hogar terminado.
Debido a la guerra y la escasez de suministros, las obras se han retrasado diversas veces, pero el pasado miércoles por fin se pudo poner la primera piedra. O, más bien, el primer balde de arena. A las puertas de su solar, hay un enorme eucalipto que vela por las 16 inquilinas que pronto llegarán. En lugar de cavar la primera palada o de romper una botella de cava, estas mujeres han decidido tirar tierra a los pies del árbol y regarlo. “Será el guardián de este sueño compartido y esperemos que nos traiga buena fortuna”, apuntan, esperanzadas.