Que uno de cada cinco jóvenes españoles (20%) haya abandonado los estudios –porcentaje sin parangón en Europa, con una media del 11%– no es casual. Muchos de ellos acumulan años de suspensos y frustración en escuelas e institutos. Y entre los que consiguen el título de la ESO, algunos terminan perdiéndose en itinerarios de formación donde no cuentan con nadie que los oriente y los acompañe. Que les pregunte qué necesitan. Así se expresan los jóvenes que tienen la suerte de ir a parar en alguna Escuela de Segunda Oportunidad (E2O), centros de acceso gratuito que trabajan para hacerles recuperar las ganas de aprender y ofrecerles, de manera casi personalizada, propuestas de formación profesional.
Estos centros, que en su mayoría son fundaciones, se agruparon hace un año en la asociación Escuelas Españolas de Segunda Oportunidad. Empezaron seis y ahora ya son 22. “Trabajamos con los jóvenes uno a uno, intentando responder a lo que necesitan, con el objetivo de que retomen las ganas de formarse y vuelvan a entrar en el sistema”, expone José María Usón, director de la asociación y de uno de estos centros, de la Fundación Federico Ozanam de Zaragoza.
“Muchos de estos chicos y chicas están en situaciones de vulnerabilidad en casa, y lo que les hace falta es solucionar problemas de su vida, o aprender a gestionar el tiempo y las emociones, antes de ponerse a hacer fontanería o peluquería”, detalla Usón.
Crecidas en los márgenes del sistema educativo reglado en toda España, estas escuelas están atrayendo ahora la atención de las administraciones catalanas. El anuncio de Barcelona de poner en marcha centros de este perfil, conversaciones avanzadas con las consejerías de Educación y de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias, y el apoyo de la diputación de Barcelona son formas cada vez más claras de reconocimiento al éxito de un modelo que ha sabido lidiar con el siempre temido fracaso escolar.
“Ellos tienen que reaprender a ser alumnos, volver a tolerar el aprendizaje, y después nosotros hacemos lo necesario para facilitarles los itinerarios formativos”, explica Begoña Gasch, directora de El Llindar (Cornellà), que con 400 alumnos y trece años de experiencia ha sido uno de los centros que más ha hecho para proyectar la labor de las escuelas de segunda oportunidad en Catalunya.
“No aguantaba las seis horas en el instituto, me agobiaba toda la teoría”, reconoce Bilal, un adolescente de 15 años que se rebotaba ante los profesores y al que expulsaban a menudo. “Aquí estoy mejor, empecé haciendo menos horas para estar tranquilo, y me escuchan más”, valora.
En El Llindar, Bilal intenta aprobar la ESO en unas condiciones más flexibles, con menos horas, alternancia los talleres prácticos con las tradicionales asignaturas, y un tutor que comparte con sólo diez compañeros. “El año que viene voy a intentar hacer una formación profesional de mecanizado”, explica ante una comitiva de profesionales de otras escuelas de segunda oportunidad que han venido esta semana a conocer El Llindar y a participar, este miércoles, en un seminario sobre este tema en el Palau Macaya de Barcelona.
Un modelo que nace en Francia
Entre los visitantes se cuentan educadores de cuatro centros de Francia, el país que dio a luz, en 1995, a este modelo de escuelas para recuperar a estudiantes que han abandonado y que no encuentran trabajo. Los que ahora cargarían con la etiqueta ni-nis. Lo cuenta Marc Martin, director de la École de la Deuxièmme Chance de Tolouse y presidente de la asociación que agrupa los 110 centros que hay en todo el país. “Estos jóvenes son los expulsados del sistema; para ellos, aprender es sinónimo de fracaso y humillación”, expone, y subraya que para reconducirlos hacia la formación hace falta algo más que una buena oferta de FP o de cursos de competencias técnicas.
“Lo primero que hacemos nosotros es intentar definir cuál es el proyecto personal de cada joven, y para ello hay que evaluar sus competencias, sus obstáculos sociales, y evidentemente preguntarles qué quieren hacer”, describe Martin. A eso se dedican los primeros meses.
Es una labor educativa que se acerca a la “artesanía”, acompaña Gasch. En El Llindar, los educadores destinan de media 2,5 horas a la semana a reunirse para reflexionar sobre sus métodos y el progreso de sus alumnos (coordinaciones y claustros aparte).
Itinerarios personalizados
La personalización de los itinerarios es la principal obsesión de las escuelas de segunda oportunidad, que se han convertido algunas de ellas en auténticas ingenieras de la formación postobligatoria. En el caso de El Llindar, ya sea con acuerdos con empresas o mediante ayudas públicas, ha conseguido una oferta que abarca hasta siete ámbitos laborales –comercio, jardinería, restauración o multimedia– y cubre desde el final de la ESO, adaptada para los que lo necesitan, hasta la formación profesional especializada, pasando por cursos de Formación Profesional Inicial (FPI), el nombre que en Catalunya se le da a la FP Básica.
Lo más importante para ellos es que todos estos itinerarios se pueden hacer bajo un mismo techo, el de El Llindar, con los mismos tutores y las mismas caras conocidas, a diferencia del universo fragmentado de cursos y centros que suele ser el mundo de los estudios post obligatorios. Es por ello que este centro de Cornellà ha cerrado acuerdos con empresas como Cebado para la formación de peluquería o con Tragaluz para la restauración. “Las alianzas con empresas son fundamentales para nosotros”, dice Gasch, que defiende un modelo de formación dual donde los jóvenes pueden aprender mientras trabajan.
En Francia, las escuelas de segunda oportunidad son de titularidad municipal o regional, pero están gestionadas en su mayoría por entidades sociales. Como si fuera un concierto educativo. En España, las iniciativas que hay, privadas todas, consiguen la financiación ya sea a través de subvenciones públicas o con ayudas de empresas privadas. Pero este es un camino que desgasta. De hecho, uno de los motivos de la constitución de la asociación Escuelas Españolas de Segunda Oportunidad es pedir que las ayudas se adapten a sus necesidades. “A menudo se da el caso de que las subvenciones van de septiembre a junio, o que tienen como finalidad cursos concretos, cuando nosotros nos movemos por otros parámetros”, afirma Usón.
Hasta ahora, todas estas escuelas se habían buscado la vida por su parte. Algunas, como la de Usón, o como El Llindar, durante décadas. Con la constitución de la asociación, lo que quieren también es hacer reconocer todas las escuelas de segunda oportunidad que hay y certificarlas. Es por ello que han desarrollado toda una serie de criterios y principios que comparten. Entre ellos, promover la orientación, la formación integral de la persona y la colaboración con las empresas.
El paso por estos centros puede ser crucial para muchos de los jóvenes que ponen rostro al 20% del abandono escolar. Uno de ellos podría ser Ari, que con toda serenidad cuenta que unos “problemas psicológicos” que tuvo el año pasado la abocaron al choque con sus profesores en el instituto. “No hacía nada en clase, a veces me rebotaba y me reñían a menudo”, recuerda. Desde que la trasladaron, asegura estar “mucho mejor”. En la difícil encrucijada que suele ser la adolescencia para algunos, Ari tuvo la suerte de encontrarse con El Llindar.