¿Qué significa hoy educar?

El desastre que ha supuesto la LOMCE en tantos aspectos de la educación nos puede permitir, en el momento en que sea derogada, hacer un planteamiento novedoso y dar un salto adelante para buscar soluciones a aspectos del sistema educativo que han quedado envejecidos y no responden a las necesidades actuales. Esto no quiere decir que todo vaya a cambiar en la educación; sabemos que, si de algo ha sufrido el sistema educativo en España, han sido de demasiados cambios, y demasiado arbitrarios, en muy pocos años. Pero la mayoría de los cambios que se han producido desde que fue derogada la LOGSE no se han hecho pensando realmente en la mejora de la educación, sino que han sido modificaciones y cambios que respondían en mayor medida a intereses partidistas o corporativos que no a necesidades reales de los contenidos y de las formas pedagógicas. Por ejemplo, cómo mejorar la situación de la escuela privada, cómo mantener el dominio ideológico de la Iglesia o como satisfacer las reivindicaciones del profesorado. Temas importantes, quién lo duda, pero muy alejados de las cuestiones básicas que deben configurar la educación.

Esperamos pues que las próximas elecciones tan autonómicas como generales permitan cambios en profundidad. Todos los partidos de la oposición al gobierno Rajoy se han comprometido a derogar la LOMCE si hay un cambio de gobierno. Ya hay alternativas discutidas, negociadas, preparadas. Pero, en cualquier caso, habría que aprovechar esta ocasión para cambiar algunas cosas de fondo. Si en tantos aspectos de la vida política y social constatamos hoy que los pactos y equilibrios surgidos de la transición han envejecido, en la educación, en la que nunca ha habido realmente un pacto y un acuerdo entre derecha e izquierda, este nuevo impulso es aún más urgente que en otros ámbitos.

¿Quiere decir esto que no se puede aprovechar nada del pasado? ¿Que hay que empezarlo todo desde cero? ¿Que hay que paralizar totalmente la LOMCE?

Vamos por partes. Es evidente, sobre todo para los que hemos vivido el franquismo y la transición, que el sistema educativo ha mejorado extraordinariamente en España en estos años, y que esto ha permitido el gran aumento del nivel educativo de la población en términos cualitativos y cuantitativos. Sería injusto no empezar por este reconocimiento tan constatable a nivel numérico y en tantos aspectos de nuestra vida social. Por lo tanto, no todo se ha hecho mal ni todo se debe cambiar. La manera de mejorar un sistema educativo, como tantas otras cosas, no es lanzarlo todo periódicamente por la ventana y volver a empezar, sino practicar una mejora continua, modificando aquellos aspectos que han mostrado su obsolescencia, ensayando mejoras en un pequeño número de centros y difundiéndose luego, una vez comprobada su eficacia, como se hizo, por ejemplo, con la LOGSE, y como en mi opinión se debería haber seguido haciendo para limar las aristas de una ley que era una ley de futuro, y por lo tanto necesitaba muchos ajustes iniciales. Conservemos aquello que se pueda conservar, no sea que nos pase lo de lanzar la criatura con el agua del baño, que pasa tan a menudo con las reformas y especialmente con las reformas educativas.

Ahora bien, en el caso de la LOMCE me parece que no hay nada que salvar, y que, además, dado que ya trabajaba sobre el texto de la LOE, enmendándolo en el fondo y en la forma hasta dejarlo totalmente cambiado, lo mejor sería paralizar totalmente su implantación, y trabajar sobre la base del funcionamiento actual del sistema educativo, que en gran parte se deriva de la LOE, formulando un conjunto de cambios que, en cualquier caso, también la LOE necesitaba, y que la aprobación y peligro de implantación de la LOMCE ha hecho más urgentes.

¿Y cuáles serían esos cambios urgentes?, me preguntaréis.

Desde mi punto de vista, es el momento de hacer una reflexión en profundidad que no se base ni en intereses partidistas ni corporativos, sino estrictamente en el hecho educativo. ¿Qué significa, hoy, educar? ¿Cuál es el tipo de persona que creemos que hay que preparar para vivir en una sociedad que ha cambiado tanto como la nuestra y que seguramente seguirá cambiando? ¿Cómo debería ser la sociedad futura que queremos? ¿Que hay que transmitir a las nuevas generaciones para alcanzarla? Estas son, para mí, las preguntas básicas sobre las que hay que construir las respuestas educativas que necesitamos. Dejémonos, de momento, de retoques en la estructura educativa, en los horarios, en la carrera docente, etc. y vamos al fondo de la cuestión: educar es modelar la gente del futuro. ¿Cuál es la forma que hay que darle?

No pretendo dar aquí la respuesta a estas preguntas, que sólo pueden ser contestadas en forma de debate colectivo muy ancho. Pero sí quisiera indicar por qué camino creo que deberían ir las respuestas que nos pudiéramos dar. Nuestro modelo educativo está muy desfasado respecto de las necesidades de conocimiento que plantean las sociedades actuales. Y cuando digo conocimiento, no hablo únicamente de lo que suele ser considerado como conocimientos académicos. Hay todo un conjunto de conocimientos aún mucho más indispensables para vivir que hoy se transmiten muy mal, lo que termina teniendo un alto coste individual y colectivo. Por ejemplo, cómo vivir de manera saludable, cómo comer adecuadamente, cómo utilizar los recursos naturales, cómo establecer relaciones no conflictivas, cómo aprender a ser un hombre o ser una mujer, cómo afrontar un proyecto personal de futuro, cómo asumir la ciudadanía y orientarnos en un mundo tan complejo, cómo comportarnos cívica y solidariamente... Y un largo etcétera.

En el mundo del que venimos la información era muy escasa y poco sistematizada. En cambio, las normas de comportamiento y el control social eran estrictos, generalmente demasiado, porque tendían a ahogar la libertad. En el mundo en que vivimos y posiblemente aún más en el que viviremos, la información es sobreabundante, y lo que hace falta es dar criterios para saber elegir adecuadamente. En cambio, las normas de comportamiento, los hábitos, etc., no se transmiten sistemáticamente. Estamos en una sociedad mucho más libre, donde los modelos rígidos casi ya no existen, y esto es un gran avance; pero también es una dificultad: muchos de los ensayos individuales terminan en fracasos, porque la carencia de criterios orientativos o de hábitos correctos arrastran a las personas a errores mucho más importantes que los de suspender un examen. Habermas ya nos advertía, hace años, de un peligro gravísimo: no sólo estamos destruyendo la naturaleza exterior, sino también la interior. ¿Y qué es la naturaleza interior? Justamente todo lo que la humanidad ha ido acumulando como saber profundo para la vida individual y social, que, en este momento, se encuentra en una situación de gran precariedad, porque nos ha parecido que todo era posible, y todo valor y toda norma un freno a la libertad. Y esta destrucción de unos principios básicos de civilidad, podríamos decir, están teniendo consecuencias imprevistas que conllevan padecimientos que podrían evitarse. Sin ninguna intención apocalíptica, creo que nos podemos encontrar ante catástrofes humanitarias similares, en sus dimensiones y costes, a algunas de las catástrofes naturales de las que ya empezamos a tener conciencia.

Me diréis que qué tiene que ver todo esto con la educación. Todo, desde mi punto de vista. Estoy muy de acuerdo con José Antonio Marina cuando dice que saber crear una familia feliz es más importante que saber muchas matemáticas. ¿Quiere decir esto que tenemos que prescindir de las matemáticas? Es evidente que no. El interés por los instrumentos necesarios para crecer y para conocer se intensificarán en el momento en que dejemos de considerarlos instrumentos de selección y los convirtamos en un medio para desarrollar la creatividad y la expresión personal. Y Cataluña tiene una extraordinaria tradición pedagógica basada en el aprender a ser; sólo hace falta que nos lo volvamos a mirar y extraigamos las ideas fundamentales que nos ayudarán a poner al día nuestros modelos educativos.