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La señora María

De repente, María es de carne y hueso. Es humana y, como haría cualquier madre que asistiese a la tortura de su hijo, sufre, maldice, llora, grita. Es una madre que ha olvidado cómo sonreír, según confiesa en el texto. Y así lo cuenta en El testamento de María, monólogo teatral que escribió Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) y convirtió luego en novela (que ahora publica Lumen). Hasta el domingo, en la Capella del Macba, Blanca Portillo, dirigida por Algustí Villaronga, da vida y, sobre todo, sentimientos, a la madre de Dios. Es una obra delicada, durísima y, previsiblemente, polémica. Un libro que rompe el mito de la Virgen María blanda, beata, incluso infantil para presentarnos a una señora María cualquiera a la que le ha tocado vivir una desgracia inmensa.

A pesar de la carga emotiva de la obra y de la novela, Tóibín cuenta que todo empezó en una fiesta: “Entre copas, le comenté al director de Festival de Teatro de Dublín que se podría hacer de la vida de María una tragedia, al estilo de las griegas: Electra, Medea, Antígona… tantas otras”, explica el escritor. “Pero la idea le gustó y una semana más tarde –sin copas de por medio– me contactó diciéndome que quería que escribiese esa obra”. El resultado se estrenó unos pocos días en la capital irlandesa en 2011 y, “como pasa con todas las obras de teatro”, fue efímera. “Veía cómo la gente abandonaba el teatro, claro, se había acabado. Ahí me vino la idea de escribir el libro, porque un libro queda para siempre”.

El testamento de María, que ahora se puede ver en el Grec, se ha estrenado en Dublín y en Nueva York con evidente éxito. “Es un texto muy abierto”, explica el creador, “durante el cual el público queda atrapado por una mezcla de historia bíblica que conoce y una historia humana que le es totalmente cercana”. Esa mezcla es la que humaniza lo que es icónico: “Le pone una cara al icono y se la va retirando, incluso, para encontrar la carne”. La madre tierna y silenciosa se convierte en una madre inteligente que llora y se enfada al recordar lo que le ocurrió tiempo atrás a su hijo. “Tiene todos los motivos para decir la verdad”.

Pero Tóibín huye de las moralinas: “No soy moralista, me interesa el drama, tocar el sistema nervioso del espectador/lector pero no generar polémica”. Eso es complicado. Antes del estreno de Nueva York hubo manifestaciones en Broadway… “Pero nadie interrumpió la obra ni se fue del teatro a media función”, se defiende el irlandés. “Porque un católico de verdad puede creer que es una obra terrible, si no la ve o la lee, porque en cuanto lo hace descubre que es un texto muy serio en el que no me río de nadie”, dice, al tiempo que se confiesa “católico irlandés laxo no practicante”.

María rinde cuentas ante los evangelistas, que quieren saber la versión de la madre del redentor. Y lo hace con miedo pero con firmeza. “Quieren que lo sucedido perdure por siempre, según me han dicho. Lo que escriben, dicen, cambiará el mundo”, dice María. “Ellos están inventando el futuro”, matiza el escritor, “ella vive el pasado con dolor. Ellos trabajan como novelistas, buscan la forma en la experiencia, son artistas. Ella no, ella lo recuerda con exactitud y hay urgencia en su voz”. “Lo que vi me había vuelto salvaje y nada ha podido cambiarlo. Lo que vi a la luz del día me ha trastornado y no hay oscuridad que logre aplacar o mitigar lo que me hizo”, se queja la protagonista, que ha visto cómo crucificaban a su hijo. “Ellos tienen la idea de influir en el futuro, son políticos efectivos”, dice Tóibín. Y María: “Lo imaginable es lo que sucedió en realidad y a lo que sucedió en realidad es a lo que he de enfrentarme durante estos meses antes de ir a la tumba. Si no, todo se convertirá en una historia dulce que se volverá ponzoñosa como las bayas vibrantes que cuelgan de la parte baja de los árboles”. ¡A ella qué le cuentan del futuro, del porvenir…! Ella está convencida de que su hijo se ha echado a perder (¡ha muerto!) por influencias políticas.

El libro invita a echar un vistazo a la actualidad. Tóibín lo entiende perfectamente y no rehúye el tema: “Hoy en día, si eres el padre de un terrorista suicida que se ha enganchado una bomba al cuerpo, no puedes ser ningún ideólogo”, sostiene. “Piensas en tu hijo, que va a morir por la patria o por la religión. Te dicen: ‘Tu hijo es un patriota’ y respondes: ‘No, mi hijo es mi hijo’. Lo que pasa es que vivimos en un mundo en que la realidad y la política están así de distantes”.

De repente, María es de carne y hueso. Es humana y, como haría cualquier madre que asistiese a la tortura de su hijo, sufre, maldice, llora, grita. Es una madre que ha olvidado cómo sonreír, según confiesa en el texto. Y así lo cuenta en El testamento de María, monólogo teatral que escribió Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) y convirtió luego en novela (que ahora publica Lumen). Hasta el domingo, en la Capella del Macba, Blanca Portillo, dirigida por Algustí Villaronga, da vida y, sobre todo, sentimientos, a la madre de Dios. Es una obra delicada, durísima y, previsiblemente, polémica. Un libro que rompe el mito de la Virgen María blanda, beata, incluso infantil para presentarnos a una señora María cualquiera a la que le ha tocado vivir una desgracia inmensa.

A pesar de la carga emotiva de la obra y de la novela, Tóibín cuenta que todo empezó en una fiesta: “Entre copas, le comenté al director de Festival de Teatro de Dublín que se podría hacer de la vida de María una tragedia, al estilo de las griegas: Electra, Medea, Antígona… tantas otras”, explica el escritor. “Pero la idea le gustó y una semana más tarde –sin copas de por medio– me contactó diciéndome que quería que escribiese esa obra”. El resultado se estrenó unos pocos días en la capital irlandesa en 2011 y, “como pasa con todas las obras de teatro”, fue efímera. “Veía cómo la gente abandonaba el teatro, claro, se había acabado. Ahí me vino la idea de escribir el libro, porque un libro queda para siempre”.