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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Jordi Oriol sigue cayendo, subiendo

La caída de la hache no decae. No cae. Sube. Y sube. Su y be: sube. No sé por qué. Sí lo sé . O no ser... En fin, es imposible emular a Jordi Oriol jugando con las palabras, exprimiéndolas , saboreándolas en un monólogo... “No , no es ningún monólogo”, nos dirían los músicos (sería un “coñazo”, como se le escapa al clarinetista); un recital... “Ni de coña, hablando de coñazos, dirían ahora; un concierto... ”Tampoco hay que pasarse...“; un cabaret... ”Poco sexy, para un cabaret“...; un discurso... ”Basta, basta...“. La caiguda de l’hac lo es todo: monólogo, recital, concierto, cabaret, discurso pero, por encima de todo, teatro: Jordi Oriol ha escrito un texto memorable (imposible de reproducir, pero memorable) y le da vida con un trabajo impecable como actor de teatro.

El hilo del discurso son las inquietudes de la vida (dicho así uno podría darle la razón al clarinetista... ¡pero no !). El ser o no ser; el sé o no sé... ¡ni idea! Oriol aferra al micro y duda. En voz alta y clara, duda de todo, cual príncipe de Dinamarca. Desde el primer momento, con la complicidad de los otros tres músicos, Sasha Agranov, Oriol Roca y el autor de la música, Jordi Santanach, el actor, autor y director de la obra nos atrapa con la palabra, una palabra aliñada con esta orquesta de cámara (clarinete, batería, chelo) que la hace fluir con ritmo, a veces con fuerza atronadora, a veces con suavidad, otras veces a golpes de monosílabos y, cuando toca (siempre en el momento oportuno), con una mirada pícara, tierna, inocente o insinuante. Una mirada que nos interroga, como para hacernos cómplices del discurso, de la duda, “¿verdad que sí?” O con aparentemente simples movimientos de las manos, de los dedos. O con una repentina caída... del micrófono.

Oriol nos lleva por donde quiere y, al igual que él hace, nos hace disfrutar de las palabras, de su musicalidad por encima de su significado, que siempre puede cambiar con una simple letra: una letra rrrrebelde , como la R, transforma “el mot en moRt” (la palabra en muerte). ¡Ahí queda eso! Él mismo se deja enredar y nos enreda, nos hace reír y nos hace pensar. Dudar. Todo ello es un ejercicio dialéctico que contrapone cosas (palabras) y, sobre todo, dudas, para acabar en una especie de bucle (si es que la cosa tiene un final).

La obra viene de lejos. Y se nota. Cuesta pulir un texto tan travieso, tan inquietante, tan intenso, tan meticuloso, tan enrevesado, tan ... ¡tan, tatachán! De la mano de su compañía, Indio-Gest, Oriol lo estrenó en el festival Temporada Alta de 2007, bajo la dirección de Xavier Albertí y el título La caiguda d’Amlet (o La caiguda de l’hac). Habría que ver este espectáculo una infinidad de veces para capturar todos los matices. En cada una de las ocasiones encontraríamos matices nuevos, nuevas licencias escondidas la vez anterior. De momento, los lunes de enero estará en la sala del Maldà, pero seguro que esta hache seguirá cayendo, cayendo, callando, encallando, encantando... (Imposible imitarlo; disculpadme...)

La caída de la hache no decae. No cae. Sube. Y sube. Su y be: sube. No sé por qué. Sí lo sé . O no ser... En fin, es imposible emular a Jordi Oriol jugando con las palabras, exprimiéndolas , saboreándolas en un monólogo... “No , no es ningún monólogo”, nos dirían los músicos (sería un “coñazo”, como se le escapa al clarinetista); un recital... “Ni de coña, hablando de coñazos, dirían ahora; un concierto... ”Tampoco hay que pasarse...“; un cabaret... ”Poco sexy, para un cabaret“...; un discurso... ”Basta, basta...“. La caiguda de l’hac lo es todo: monólogo, recital, concierto, cabaret, discurso pero, por encima de todo, teatro: Jordi Oriol ha escrito un texto memorable (imposible de reproducir, pero memorable) y le da vida con un trabajo impecable como actor de teatro.

El hilo del discurso son las inquietudes de la vida (dicho así uno podría darle la razón al clarinetista... ¡pero no !). El ser o no ser; el sé o no sé... ¡ni idea! Oriol aferra al micro y duda. En voz alta y clara, duda de todo, cual príncipe de Dinamarca. Desde el primer momento, con la complicidad de los otros tres músicos, Sasha Agranov, Oriol Roca y el autor de la música, Jordi Santanach, el actor, autor y director de la obra nos atrapa con la palabra, una palabra aliñada con esta orquesta de cámara (clarinete, batería, chelo) que la hace fluir con ritmo, a veces con fuerza atronadora, a veces con suavidad, otras veces a golpes de monosílabos y, cuando toca (siempre en el momento oportuno), con una mirada pícara, tierna, inocente o insinuante. Una mirada que nos interroga, como para hacernos cómplices del discurso, de la duda, “¿verdad que sí?” O con aparentemente simples movimientos de las manos, de los dedos. O con una repentina caída... del micrófono.