George Kaplan es un personaje de la película de Hitchcock Con la muerte en los talones. Mejor dicho, Kaplan es un no-personaje, dado que es una identidad inexistente, creada por la CIA para atrapar otra persona. Es un fantasma que, aunque lo recordamos con la cara de Cary Grant, es ficticio, incluso dentro de la ficción. El dramaturgo francés Frédéric Sonntag se reconoce fascinado por este mito del cine: “¿Por qué me fascina?” Se pregunta. “Porque es como el teatro mismo”, se contesta.
La obra que ha tejido alrededor de alguien que no es nadie (y que es todo el mundo, a la vez) pretende desnudar las mentiras que la ficción nos hace creer hasta el punto de convertirlas en reales y, así, manipular nuestras vidas. La ficción se presenta como una especie de poder que, siempre que sea utilizado convenientemente, será absoluto. Y, como tal, los que están en el poder, quieren tenerla bajo su control: “¿Qué tipo de ficción deberíamos hacer consumir a las masas para que vayan por el camino que nos conviene?”
La representación tiene tres historias aparentemente inconexas. Por un lado, un grupo de jóvenes inconformistas, alternativos, radicales, se reúne en la masía del padre de uno de ellos (ejem...) para redactar un manifiesto en contra del sistema cultural y mediático. Por otra, un grupo de prestigiosos guionistas trabaja en un encargo en el que han de dar respuestas al hundimiento del sistema de valores occidental. Por otra, una especie de Club Bilderberg, que todo lo controla, estudia urgentemente cómo hacer frente a una amenaza contra el sistema. Estos tres actos, sin embargo, están poderosamente ligados a través de ecos, de interferencias, de imágenes, de espejos, de cafés o cervezas, de gestos, de pistas, de ilusiones películeras, incluso de gallinas... y, sobre todo, están ligados por un nombre, el de George Kaplan, claro.
Cinco actores dan vida a los personajes de cada historia. Los inconformistas e indignados de la primera parte se transforman en una reunión de pijos con tufillo hollywodiense en la segunda y, en la última, en maduros y seguros de sí mismos miembros del aparato político, financiero, económico, del poder en la sombra... La interpretación de los cinco es muy creíble. Nos creemos a los chicos que quieren actuar contra el sistema desde la base, una base plagada de obstáculos que la mantendrán en un inmovilismo total (¿estará la revolución controlada también por el sistema?) a todos los niveles, que no tienen nombre (todos son George) ni rostro (aunque se presentan con caretas diversas: Artur Mas, una gallina, El Zorro...). Nos creemos a los guionistas que se creen que controlan el mundo (¿tendrán razón...?) y buscan la manera de justificar, en la ficción, una declaración de guerra (...o serán ellos los que son controlados?). Nos creemos a los veteranos, distinguidos, infalibles hombres y mujeres del poder, incluso cuando detectan una gallina (¡ay... la gallina!) entre los posibles sospechosos de ser George Kaplan... y más todavía cuando se preguntan qué uso harán de esa amenaza invisible.
Nos suena. Todo ello nos suena mucho todo. Diría que nos rodea, que cada vez oímos más hablar de conspiraciones, que los juegos de espías ya han pasado de las pantallas a las portadas de los periódicos (locales e internacionales). Quizás es que alguien, allá arriba (y no precisamente a los cielos) ha conseguido coger los hilos de la ficción y nos está haciendo convencer de que más le conviene.
George Kaplan es un personaje de la película de Hitchcock Con la muerte en los talones. Mejor dicho, Kaplan es un no-personaje, dado que es una identidad inexistente, creada por la CIA para atrapar otra persona. Es un fantasma que, aunque lo recordamos con la cara de Cary Grant, es ficticio, incluso dentro de la ficción. El dramaturgo francés Frédéric Sonntag se reconoce fascinado por este mito del cine: “¿Por qué me fascina?” Se pregunta. “Porque es como el teatro mismo”, se contesta.
La obra que ha tejido alrededor de alguien que no es nadie (y que es todo el mundo, a la vez) pretende desnudar las mentiras que la ficción nos hace creer hasta el punto de convertirlas en reales y, así, manipular nuestras vidas. La ficción se presenta como una especie de poder que, siempre que sea utilizado convenientemente, será absoluto. Y, como tal, los que están en el poder, quieren tenerla bajo su control: “¿Qué tipo de ficción deberíamos hacer consumir a las masas para que vayan por el camino que nos conviene?”