Por Mauthausen, liberado por el ejército estadounidense el 5 de mayo de 1945, y por otros campos de concentración dependientes de él, como Gusen, pasaron unos 200.000 prisioneros de diferentes nacionalidades, de los cuales murieron la mitad, entre ellos 4.761 de los 7.200 republicanos españoles que estuvieron confinados allí.
Experto en la deportación de los republicanos en los campos nazis, Benito Bermejo (Salamanca, 1963) visitó hace unos días en Austria, acompañado de periodistas españoles, las instalaciones que encierran los sólidos muros de Mauthausen y lo poco que queda de Gusen, transformado desde hace años en un apacible pueblo y llamado con razón “el campo invisible”.
Ese viaje sirvió para imaginar en parte el infierno que vivieron los prisioneros de Mauthausen y para que Bermejo explicara algunas de las cuestiones que cuenta en su libro, publicado por primera vez en 2002 y reeditado ahora por RBA con prólogo de Javier Cercas y ampliado con nuevas fotos de Boix sobre la guerra civil española.
Como recuerda Cercas en el prólogo, Benito Bermejo desenmascaró a Enric Marco, el hombre que “durante décadas mintió sobre su estancia en el campo de nazi de Flossenbürg” y llegó a ser presidente de Amical de Mauthausen, que agrupa en España a la mayor parte de los deportados españoles y sus familias“. Aquella revelación fue fruto de una investigación minuciosa, como lo es también el libro El fotógrafo del horror. La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen, para el que Bermejo ha recogido decenas de testimonios y ha consultado numerosas fuentes.
La mayoría de esos testimonios son de supervivientes de Mauthausen o de sus familiares y amigos, pero Bermejo logró entrevistar en 2001 a Hermann Schinlauer, miembro de las SS destinado en el citado campo, cuya familia -ni siquiera su mujer- y vecinos no sabían que había sido uno de los guardianes de aquel infierno. Schinlauer, recordaba perfectamente a Francisco Boix, Franz, como le llamaban los alemanes.
Francesc Boix era un joven inquieto, tenaz y de carácter fuerte. Apasionado de la fotografía y militante socialista, primero, y luego comunista, Boix (Barcelona, 1920- París, 1951) llegó en 1941 a Mauthausen, donde el colectivo de republicanos españoles fue de los más numerosos. La mayoría de ellos (3.893) murieron en el campo vecino de Gusen y 431 gaseados en el castillo de Hartheim. Boix fue “un privilegiado” porque en 1941 entró a trabajar en el servicio fotográfico que los alemanes tenían en Mauthausen, que sirvió para fotografiar la vida y la muerte en el campo. Algún prisionero contabilizó hasta 35 formas de morir en aquella fortaleza.
En ese servicio trabajaron también los españoles Antonio García Alonso y José Cereceda, además de presos austriacos, alemanes y polacos. Todos ellos “disfrutaban de unas condiciones de higiene, alojamiento y comida claramente mejores que la mayoría de los presos”, afirma Bermejo.
En 1943, tras la rendición alemana en Stalingrado, los SS dieron la orden de destruir los archivos fotográficos porque eran “comprometedores”, pero, según declaró Boix en los juicios de Núrenberg y Dachau, se lograron salvar unas veinte mil fotos de las sesenta mil que se habían hecho.
De esas veinte mil “solo se conservan unas mil. Las otras no se sabe qué pasó con ellas”, dice Bermejo. Pero ese millar de fotos sirvió para mostrar al mundo el horror de Mauthausen. Sobre cómo se logró sacar las fotos del campo hay distintas versiones, y Bermejo las recoge en el libro, pero fue fundamental la ayuda de un grupo de españoles que trabajaba fuera del campo y de la austriaca Anna Pointner, vecina de Mauthausen. Pointner las escondió en un muro. Junto a la casa, un pequeño memorial rinde homenaje a la valentía de la mujer, que se desmarcó de las conductas de otros vecinos, que participaron en la cacería de presos escapados del campo.
Cuando los norteamericanos entraron en el campo, el 5 de mayo de 1945, Boix se convirtió en reportero de la liberación. Gracias a él hay imágenes de las primeras horas de Mauthausen después de la fuga de los nazis, incluida la secuencia del agónico interrogatorio al comandante del campo, Franz Ziereis, herido después de ser capturado el 23 de mayo de 1945.
Después de la liberación deseada, Boix hizo públicas las imágenes en publicaciones como Regards “por la magnífica actitud de esta revista durante la guerra de España”. En 1946 se proyectaron al Tribunal Militar Internacional de Nuremberg y a la sección de crímenes de guerra del ejército de los Estados Unidos en Dachau. Ante los tribunales Boix detalló una sucesión de horrores, como la historia de Bonarewitz, un carpintero austríaco evadido a quien los nazis obligaron a participar en una farsa que recreaba su fuga en una caja.
En estos seis años de libertad viajó de un lugar a otro como reportero de Humanité, Regards y Ce Soir. Continuó militando al Partido Comunista. Retrató a La Pasionaria y Picasso. Cubrió el Tour de Francia. Y escribió sus memorias, de las cuales sólo se conserva el título: Spaniaker, el mote despectivo que a aludía a los presos españoles de Mauthausen.
Los años pasados en Mauthausen le dejaron serias secuelas en su salud y murió en París a los 31 años. Demasiado joven para un testigo único en el mundo, los ojos de la historia del horror.
Por Mauthausen, liberado por el ejército estadounidense el 5 de mayo de 1945, y por otros campos de concentración dependientes de él, como Gusen, pasaron unos 200.000 prisioneros de diferentes nacionalidades, de los cuales murieron la mitad, entre ellos 4.761 de los 7.200 republicanos españoles que estuvieron confinados allí.
Experto en la deportación de los republicanos en los campos nazis, Benito Bermejo (Salamanca, 1963) visitó hace unos días en Austria, acompañado de periodistas españoles, las instalaciones que encierran los sólidos muros de Mauthausen y lo poco que queda de Gusen, transformado desde hace años en un apacible pueblo y llamado con razón “el campo invisible”.