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'El héroe discreto'

Situada en el Perú actual, la novela narra dos historias paralelas: la de Felícito Yanaqué, un pequeño empresario que se niega a pagar una extorsión mafiosa; y la de Ismael Carrera, un rico hombre de negocios que se venga de sus hijos, egoístas y despilfarradores. Ambos protagonistas deben enfrentarse, ya muy mayores, a duras situaciones familiares para defender sus proyectos de vida.

La primera novela de Mario Vargas Llosa después de obtener el Premio Nobel supone un regreso a los lugares de su infancia y adolescencia. Ya nos lo indica la dedicatoria a la memoria de Javier Silva Ruete, destacado economista y político, amigo de juventud del escritor en Piura. Fue en esa ciudad del norte de Perú donde Vargas Llosa, a los once años, supo que su padre no había muerto, y allí lo vio por primera vez.

Este fue el comienzo de su tormentosa relación con su autoritario y violento progenitor. Es posible que esta traumática experiencia esté en el trasfondo argumental de la novela, que se centra en las conflictivas relaciones entre padres e hijos. Podemos vislumbrar que, detrás de Felícito Yanaqué, cuando obliga a realizar el servicio militar a su hijo Miguel para “curtirlo”, está el padre de Vargas Llosa, que lo hizo entrar en el colegio militar Leoncio Prado, escenario de su novela La ciudad y los perros.

Pero el regreso a los ambientes de su adolescencia no implica en absoluto una nostálgica recreación de vivencias juveniles. El argumento de la novela se basa mayoritariamente en la fabulación libre y autónoma. La sombra del autor se proyecta más bien en los personajes maduros, de su misma edad, sobre todo en don Rigoberto, su alter ego. Son personajes que encaran su vejez con energía e ilusión, con proyectos de vida atrevidos, que chocan con su entorno. Eso los obliga a defender su dignidad, su autonomía, su libertad. Por eso en los choques generacionales los personajes negativos no son los padres, que se comportan bastante correctamente, sino algunos de sus hijos, verdaderos monstruos de ingratitud y egoísmo.

El héroe discreto no solo contiene referencias a los espacios biográficos del escritor, sino vínculos explícitos con el resto de su obra narrativa. En ella volvemos a encontrar al sargento de policía Lituma, a don Rigoberto, a su esposa doña Lucrecia, a su hijo Fonchito…También aparecen algunas referencias al grupo de juerguistas llamado “Los inconquistables”, que frecuentaban la Casa Verde (p. 117), el prostíbulo de Piura en el que se basó la homónima novela de Vargas Llosa.

Aunque no podemos ubicarla entre la media docena de obras maestras de Vargas Llosa, El héroe discreto es una valiosa contribución al conjunto de su obra. No aporta ninguna novedad temática o estilística significativa, pero constituye una buena síntesis de sus temas y sus técnicas más constantes. Esta obra de madurez demuestra que el autor mantiene una admirable buena forma creativa, que resulta de la suma de su capacidad de fabular y de su dominio de los recursos narrativos.

El punto de partida de El héroe discreto se basa en un fenómeno social muy extendido en el Perú, y en especial en el norte del país, donde proliferan las mafias y la corrupción. A menudo los medios se hacen eco de casos de extorsión de empresarios. Algunos de ellos se han hecho famosos por negarse a pagar y denunciar públicamente a las bandas criminales. Felícito Yanaqué, empresario de Piura, de entrada se nos presenta como un prototipo representativo de esos héroes que se juegan la vida en defensa de su dignidad y que, a pesar de su momentánea proyección mediática, siguen siendo “discretos” ciudadanos comunes.

Pero en el segundo capítulo encontramos el comienzo de otra historia totalmente diferente. En Lima, Rigoberto está a punto de jubilarse, después de haber ejercido durante muchos años como directivo de una compañía de seguros. Con este doble argumento la novela se convierte en un ejemplo de “vasos comunicantes”, técnica que Vargas Llosa definía así en sus Cartas a un joven novelista: “Dos o más episodios que ocurren en tiempos, espacios o niveles de realidad distintos. Lo decisivo es que haya ”comunicación“ entre los dos episodios”. El héroe discreto se ajusta perfectamente a esta definición, ya que la comunicación entre episodios se producirá al final, de manera sorpresiva.

Estamos, pues, ante una novela donde todo está sabiamente dispuesto para atraer y distraer la atención del lector, para convertir unas historias bastante anodinas en intrigas sorprendentes. Veamos algunos de estos “trucos”, tan viejos como el viejo arte de narrar.

- Anticipación de los hechos: “El matrimonio de Ismael y Armida fue el más breve y despoblado que Rigoberto y Lucrecia recordaran, aunque les deparó más de una sorpresa” (p. 59); “Aquel martes del invierno limeño que don Rigoberto y doña Lucrecia considerarían el peor día de su vida…” (p. 232).

- Intrigantes finales de capítulo: “Comenzaba a ver claro. Poco después, había tomado ya una decisión” (p. 231); “¡Sí, sí, acaba de morir!” (p. 253).

- El dato escondido: Un equívoco personaje se le aparece a Fonchito en varias ocasiones. En las últimas páginas se desvela el misterio de manera sorprendente y humorística. Otro ejemplo es el de la ocultación hasta el final del vínculo que conecta las dos historias paralelas.

- Clichés folletinescos: La criada Armida se casa con su señor y se convierte no solo en la mujer más rica del Perú, sino también en una respetable y distinguida dama.

Toda esta utilería narrativa proporciona calidad y amenidad a la materia argumental, que en buena parte descansa en la acertada configuración de los personajes, que resultan creíbles, complejos, transformados por los avatares de la vida.

Las dos historias paralelas arrancan de manera muy tensa, que enseguida atrae el interés del lector. Pero, a base de sorpresas y giros inesperados, se van aproximando cada vez más al melodrama. La historia de la extorsión de Felícito pronto deja de ser el reflejo de un grave problema social para situarse de lleno en el ámbito de las crueles traiciones en el interior de la familia. La historia de Ismael Carrera ya desde el principio tiene una contextualización sociológica muy débil. Podría haber sido representativa del conflicto entre el Perú que progresa con esfuerzo y honradez frente al Perú corrupto y despilfarrador, pero todo queda reducido a un enfrentamiento entre un padre y sus dos hijos.

El referente de El héroe discreto no es, pues, el dinámico Perú actual, que comienza a despegar de su ancestral atraso económico, fenómeno que el escritor ha elogiado en declaraciones periodísticas. Pero esta novela, salvo alguna esporádica mención a situaciones contemporáneas, se ubica en un marco mucho más atemporal, el de los conflictos de familia.

No se escapa a la sagaz veteranía de Vargas Llosa este progresivo deslizamiento del argumento, hasta situarse “cerca de los culebrones” (p. 285). En el mismo sentido, don Rigoberto, portavoz del autor, califica acertadamente de “culebrón” (p. 293) la historia de la criada Armida, émula de Cenicienta. Pero los importantes ingredientes folletinescos de El héroe discreto, ni siquiera sumados, son suficientes para rebajar su elevado nivel literario. Vargas Llosa ha superado el desafío, confirmando la regla de que la calidad de una novela no depende de sus componentes argumentales, sino de su tratamiento literario.

Como en sus anteriores novelas situadas en el Perú, Vargas Llosa logra que los diálogos suenen naturales, vivos, espontáneos, sin que la abundancia de peruanismos dificulte la lectura a los hablantes de otras variantes de la lengua castellana.

Situada en el Perú actual, la novela narra dos historias paralelas: la de Felícito Yanaqué, un pequeño empresario que se niega a pagar una extorsión mafiosa; y la de Ismael Carrera, un rico hombre de negocios que se venga de sus hijos, egoístas y despilfarradores. Ambos protagonistas deben enfrentarse, ya muy mayores, a duras situaciones familiares para defender sus proyectos de vida.