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Manuel Baixauli: “Si todos escribiéramos dietarios o lo que fuera, estaríamos un poquito más sanos”

Justo una semana después de terminar L’home manuscrit (novela multipremiada y que ya va por la octava edición), el autor, Manuel Baixauli, fue afectado por la enfermedad de Guillain-Barré y durante cinco días se le iba paralizando todo el cuerpo, excepto el cerebro y los sentidos. A partir de ahí vivió cuarenta y dos días de tortura postrado en una cama de la UCI, donde se sentía como una piedra que piensa y siente, hasta que se empezó a recuperar. La rehabilitación la tuvo que hacer en un sanatorio donde la última planta del edificio estaba cerrada y nadie sabía qué había. Todas estas experiencias llevaron al autor a escribir La cinquena planta, una novela vivida tanto en el fondo como en la forma.

¿Cómo te cambió la mirada a partir de esa experiencia?

Cuando escribí L’home manuscrit yo ya era quien soy ahora, no he cambiado mucho, pero sí que he perdido la paciencia, cuando algo no me gusta no lo soporto. Por ejemplo, hoy he ido al Macba, nada me gustaba y me he marchado. He pagado diez euros y los he tirado. En otras épocas sí era capaz de aguantar, ahora no, ahora si no me guste, me voy, y cuando empiezo un libro igual, o cuando veo una película; según con qué personas no me gusta pararme a charlar como se hace normalmente en los pueblos; ahora ya no soporto qué maneras de perder el tiempo. Y después yo pongo el ejemplo del vaso de agua. Estuve 42 días sin poder beber y pasando mucha sed, yo bebía a través de tubos y soñaba en un vaso de agua, incluso algún día estaba más optimista y soñaba en una cerveza bien fría. Esto lo saboreo mucho más que antes. Y quien dice eso, dice salir al aire libre; yo estaba encerrado, no respiraba el aire de la calle. La primera vez que, con la silla de ruedas, salgo al jardín, la sensación es impresionante. Mi cuerpo se convirtió en una prisión. Y ahora valoro más la cosa sensorial, por eso este libro es más sensorial y está lleno de cervezas y de vino, de comida. La salud no la valoras hasta que la pierdes. La salud es el olvido del cuerpo. Si tú no piensas en tu cuerpo es que estás bien, pero cuando empiezas a notarte cosas y molestias, es cuando valoras estar bien. Simplemente estar bien, estar cómodo, estar tumbado, esto es prácticamente el máximo, no hay que aspirar a mucho más, puedes leer un buen libro, hacer una buena comida o lo que sea, pero teniendo esto, no nos podemos quejar. Y ya no por lo que he vivido yo, sino por todo lo que he visto en ese hospital. No valoramos lo que tenemos.

En el libro hay varios aforismos y uno va en este sentido: “Avanzamos, distraídos, por una cinta mecánica que lleva al olvido”.

Vivimos como inconscientes que el tiempo está pasando y de pronto dices tengo tantos años o te miras al espejo y ya ves que eres mayor, vivimos muy inconscientes, no sé si eso es bueno o malo. Yo no soy inconsciente, yo pienso mucho en la muerte, el paso del tiempo... El hecho de escribir te lleva a reflexionar. Estás solo, en una habitación escribiendo, y acabas reflexionando.

De hecho, tanto L’home manuscrit como La cinquena planta están muy llenos de reflexiones sobre la vida y la muerte.L’home manuscritLa cinquena planta

Sí, bueno, son temas de toda la historia de la literatura en general, no digo nada nuevo, pero lo que pasa es que en cada época se dice de modo diferente.

Con la enfermedad tomas conciencia del cuerpo, de la salud, pero hay una conciencia muy presente también en tus libros que es la conciencia del espacio, del edificio, de la arquitectura, de las paredes, como si fuera un segundo cuerpo.

Sí, el espacio es como una prolongación de tu cuerpo. Hago énfasis en esa manía que tenemos las personas de querer decorar y diseñar las cosas. Yo pienso que un espacio, cuando es útil, cuando es funcional, ya es bonito, y muy a menudo cuando lo intentas vestir te lo cargas porque ya queda postizo.

Y es muy importante sentir que tienes un lugar que es tuyo, que es casa...

Sí, no es fácil tener un espacio donde te sientas a gusto, y también depende del carácter de la persona. La arquitectura tiene que ser una prolongación de ti mismo, de tu carácter, para sentirse a gusto. Esto donde se da más fielmente es en un estudio de un artista, por ejemplo, que lo acaba haciendo parte de él, y aunque ahora entraría una persona ajena y encontraría un caos bestial, el artista podría encontrar una aguja. Sabe dónde tiene cada cosa, igual que conoce el propio cuerpo, conoce el espacio donde trabaja.

En el libro se dice: “Un día empezó a escribir, en plena adolescencia, movido por el desconcierto que le producía el mundo de los adultos”. ¿Qué hay en el mundo de los adultos que desconcierta?

En el mundo de los adultos y en todos los mundos yo siempre me he sentido un extraterrestre. Los que nos dedicamos al arte somos gente un poco desequilibrada porque, si no ¿cómo pasaríamos tantas horas sentados allí cuando puedes estar caminando por el campo? Pero yo siempre me he sentido como fuera de lugar, en el mundo en general. Yo ahora donde estoy, en Barcelona, me siento muy como fuera de lugar, pero en mi pueblo también me siento muchas veces así, y creo que el hecho de escribir te sirve para plantearte las cosas e intentar comprenderlas e intentar comprender lo que te pasa a ti .

Yo cuando empecé a escribir lo veía todo muy falso y me sentía que no quería formar parte de esa manera de hacer las cosas. Uno puede dedicarse a intentar cambiar el mundo, dedicándose a la política, a la actividad social... o puede encerrarse en una habitación a pintar o a escribir, yo hice lo segundo. No es que quiera cambiar el mundo, sino al menos plantearme todos los interrogantes, y a veces no sé qué pienso sobre algo hasta que no escribo sobre ello. El hecho de escribir te ayuda mucho a conocer las cosas y a saber tú realmente qué piensas de las cosas. Creo que escribir es bueno para todos, si todos escribiéramos dietarios o lo que fuera, estaríamos un poco más sanos, porque esto también tiene mucho de terapia. El hecho de escribir te obliga a ordenar las ideas, y eso es muy importante.

En un momento de la novela el doctor Mogort dice a Ferragut: “Piense un deseo que, si se cumpliera, le haría un hombre pletórico, satisfecho de la vida y de sí mismo. ¿Tu deseo era que El home manuscrit fuera un éxito de ventas y de crítica?El home manuscrit

Los deseos profundos de las personas yo creo que no los sabemos. Yo no sé mis deseos profundos y si estuviera en esa situación me costaría encontrar un deseo porque no lo tengo claro. Es más, no tengo grandes deseos porque me conformo a estar como estoy. Un deseo sería estar así siempre, estar bien de salud para mí es importantísimo. No es una situación en la que te encuentres mucho, y si te encontraras, igual dirías una tontería de deseo: tener mucho dinero, triunfar... Pero los deseos profundos no van por allí, van por otro lado. Yo creo que en lugar de intentar buscarlo, dejaría que se generara él. Es como cuando escribo un libro. Yo por ejemplo ahora he terminado La cinquena planta y no estoy pensando qué libro escribiré después, no proyecto los libros, los libros surgen de dentro, porque si no estás impostando, si no ya no es una necesidad, estás pensando en tu carrera como escritor, y eso ya es otra cosa.

Pero sí, yo me lo había pasado muy bien escribiendo L’home manuscrit y releyéndolo pensaba: “¿Los otros lo pasarán tan bien como yo?”. Pero todas las expectativas eran nefastas, estaba casi claro que era un libro para ser guardado en un cajón o, como mucho, si se publicaba, para que pasara desapercibido .

Entonces tu deseo era que gustase tanto como a ti te había gustado escribirlo.

Sí, que encontrara sus lectores, porque lo que deseas con un libro es eso. Tampoco es necesario que sean muchos. Kafka no era un bestseller pero ha encontrado sus lectores. Yo prefiero un buen lector a mil pasahojas. Estos libros tienen que ser leídos bien, no se pueden leer con prisa.

“La inseguridad es un camino de conocimiento”. En L’home manuscrit hay todo un proceso de hacer y deshacer los textos; en cambio, en La cinquena planta ya no hay ese juego de construcción y destrucción. ¿Has avanzado mucho en este camino de conocimiento?L’home manuscritLa cinquena planta

En general, cuando escribo parto sin saber hacia dónde voy. Escribí La cinquena planta sin saber qué quería decir, sin hacer un esquema. Me puse a escribir por una necesidad expresiva de apariciones mentales que tenía y que había que sacar fuera porque allí me estaban molestando, y escribí un primer manuscrito que cuando lo terminé y lo leí era caótico, era demasiado incomprensible , y entonces hice el esquema. Luego rehice y rehice y rehice, y ahora es un libro muy inteligible, creo que se comprende todo, aunque siempre hay cosas abiertas. Pero al principio era como si fueras por un pasillo a oscuras y tocando las paredes. No sabes dónde vas, y no sabes qué pasará en la siguiente página. Normalmente tenemos muchas imágenes mentales al cabo del día, pero solo unas pocas vuelven y solo unas poquísimas se convierten en obsesión y cuando se convierten en obsesión, como me pasaba a mí con las imágenes de la quinta planta, o intentas librarte de ellas o acabas mal, y entonces yo hice un borrador describiéndolas pensando que al escribirlas me libraría de ellas, pero no, me pasó todo lo contrario, me exigieron más espacio, querían que hiciera más páginas, y es cuando me puse a escribir.

Para mí la escritura tiene que ser una aventura, yo no puedo hacer un libro que lo tenga planificado como un viaje de autobús, para mí debe ser ir a ciegas e ir encontrando cosas imprevistas. Para hacer una historia que ya tengo clara no la escribo, me la pienso y ya está. De hecho, hay una cosa que me pasaba con los dos libros y es que cuando terminé el libro me planteé qué había contado, de qué va el libro, porque claro, después, cuando se publique el libro, te van a hacer preguntas los periodistas y te van a preguntar de qué va, y tienes que decir cuatro frases. Pues con los dos he tenido que calentarme la cabeza, no sabía de qué iban los libros. Ahora ya lo sé, más o menos, pero en el momento que estás escribiendo no tienes un propósito claro.

¿Y es por eso que también son un corolario de géneros e historias?

Es curioso, porque yo no me siento a gusto contando una historia lineal. Leyendo no me gusta que no sea lineal, sin embargo, escribiéndola no puedo, necesito mezclar cosas que contrasten. Además, la vida es eso, la vida es una interferencia permanente, ahora estás aquí pero pasa alguien por allí, y tu mente se va y vuelve, miras el móvil... Creo que esto responde más a la complejidad de la vida actual que no una historia lineal.

¿Y tus referentes literarios cuáles son?

Yo creo que las verdaderas influencias pasa como los verdaderos deseos, son inconscientes, porque yo te podría decir que allí hay mucho de Kafka, de Borges, de mucha gente, pero quizás resulta que un autor que a ti no te gusta te ha influido. Esto me ha pasado. O una persona que no te cae bien te ha influido. Por lo tanto, si yo te dijera qué me ha influido, quedaría postizo, no sería del todo sincero.

¿El hecho de ser pintor tiene mucho que ver con tu forma de escribir?

Sí, a parte de que los dibujos que aparecen son míos, yo creo que el aspecto visual es muy importante en mis historias, y en la estética en general, la estética de la austeridad.

“El arte no sólo tiene que estar vivo. El arte tiene que ser, en si mismo, vida”.

Yo no tengo la sensación de haber proyectado escribir La cinquena planta, sino de haberla vivido, y por eso cuando me dicen que aquí hay mucha fantasía, yo digo: “No, todo esto lo he vivido, es real”; claro, lo he vivido en mi cabeza, pero fuera también, porque también hay muchas cosas reales, pero también en mi cabeza. Y esto es la realidad también. La sensación que tengo es que hoy en día predomina un lector y un crítico que solo valoran lo que es muy realista, realista en el sentido de la superficie de las cosas, porque un pensamiento también es real, y yo me planteo si ahora hubiera un Kafka que contase la historia de un hombre que se convierte en escarabajo o un Moby Dick que habla de un monstruo inexistente, o Dante que hace una visita al infierno, ¿cómo lo aceptaríamos? Hay gente que escribe cosas así, pero creo que están mal vistos o que se les deja un poco de lado. Yo noto esa sensibilidad que hay que contar historias cotidianas, historias de la vida diaria, de lo que pasa cerca de ti, sobre todo urbanas, y de la modernidad... Y yo creo que hay que hablar de cosas esenciales, es igual que sea en la ciudad, en el pueblo, en donde sea.

En tu forma de escribir, transfiguras la mirada para inventar una nueva lógica en la que la magia se convierte en un elemento natural de la vida.

Es que para mí la literatura no es crónica, no es documento, es arte. Yo vengo de las artes plásticas, que es otra disciplina, pero el planteamiento es el mismo: hacer que una obra de arte tenga un valor poético, que tenga un valor estético, y que conmueva al lector. Y de la misma manera que no me gusta pintar las arrugas de un pantalón, pues tampoco me gusta contar los detalles de la superficie de las cosas, sino algo más libre, más abierto.

¿Existe o no existe la quinta planta?

La quinta planta sí existe. La semana pasada estuve allí [en el sanatorio], y aún continúa cerrada. Bueno, sí que juego con la cosa que hay quien la ve y hay quien no. De hecho, cuando yo preguntaba había gente que decía: “La quinta planta, qué quinta planta?” Quiero decir que hay gente que no se plantea las cosas. Hay mucha gente que no se plantea nada, ni por qué estamos en el mundo. Han venido y se lo han dado hecho. Hay personas, en cambio, que siempre nos estamos preguntando cosas.

¿Entonces la quinta planta simbolizaría la conciencia?

Sí, sería el más allá de lo cotidiano, y también es como una especie de espejo, porque cada lector se lo imaginará de una forma, porque es algo muy abierto, y habrá quien se identificará más o menos y habrá a quien le ayudará a encontrarse a sí mismo. El hecho de pensar en un espacio que está vacío... El protagonista encuentra archivos sobre su vida, tú te puedes imaginar qué te podrías encontrar, si entrabas allí...

¿Y el Dr. Mogort y Otília quiénes son?

Son la gente que gestiona ese más allá, y ese espacio que todos tenemos, que algunos ignoramos y otros no. Yo, cuando los he hecho, no me he planteado ahora voy a hacer tal personaje que signifique tal, y siempre parto de personajes reales. Con todos los personajes que hay en el libro, antes he hecho una especie de casting, basándome en personas reales, vivas o muertas. Hay un hombre, por ejemplo, que ya no vive y que era amigo de mis padres y que aparece, físicamente es él, aunque yo no describo mucho físicamente los personajes, pero para contar la historia me los tengo que imaginar, es como una película, y yo lo he visto a él como actor. Me gusta que sean personajes reales para imaginar de una manera más verídica las escenas.

Justo una semana después de terminar L’home manuscrit (novela multipremiada y que ya va por la octava edición), el autor, Manuel Baixauli, fue afectado por la enfermedad de Guillain-Barré y durante cinco días se le iba paralizando todo el cuerpo, excepto el cerebro y los sentidos. A partir de ahí vivió cuarenta y dos días de tortura postrado en una cama de la UCI, donde se sentía como una piedra que piensa y siente, hasta que se empezó a recuperar. La rehabilitación la tuvo que hacer en un sanatorio donde la última planta del edificio estaba cerrada y nadie sabía qué había. Todas estas experiencias llevaron al autor a escribir La cinquena planta, una novela vivida tanto en el fondo como en la forma.

¿Cómo te cambió la mirada a partir de esa experiencia?