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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Si la realidad es aburrida, ¡cámbiala!

-La realidad es muy aburrida.

-Pues cámbiala.

Lo que pretenden los personajes de Quebec-Barcelona no es otra cosa. Cambiar una realidad que, lejos de sufrimientos exagerados o peligros acechantes, simplemente les aburre (que no es poca desgracia). Para ello, ellas, la catalana Laia (Alma Alonso) y su desconocida y lejana prima quebequesa Anne (Éva Daigle), se van la una a casa de la otra. El amigo de Laia, Pau (Víctor Álvaro) y la pareja de Anne, Jacques (Normand Bissonnette) harán, a su manera, de anfitriones.

La obra es una coproducción de Théâtre Sortie de Secours y de la Sala Beckett/Obrador Internacional de Dramatúrgia que se estrenó en Québec y cruzó el Atlántico para pasar por el Temporada Alta y, hasta el día 9 de diciembre, por la Beckett. Es el resultado de un feliz encuentro, el de un quebequés de padres españoles que se avergüenza de no dominar del todo el catalán, Philippe Soldevila, y una catalana cuya dramaturgia aterrizó en Quebec ya hace cuatro años. Este encuentro ha traído múltiples encuentros más: el de dos culturas que, sin ser hermanas, tienen muchas cosas (no sólo reivindicaciones) en común; el de cuatro actores, una pareja de quebequeses, y otra de catalanes; el de dos idiomas; el de dos maneras de entender el teatro que, separadas por un océano, demuestran ser una misma manera.

Cuestión de gustos

La distancia ayudará a los protagonistas a enfrentarse a unas realidades amargas que esconde la comedia. Philippe Soldevila, enamorado declarado de la obra de la dramaturga Mercè Sarrias (de la que ya dirigió En defensa dels mosquits albins en un intercambio cultural instigado por la Beckett en 2009), considera que la comedia es un género subestimado: “Y no es justo: la comedia es el drama más su solución, la risa. Un circo de personajes que no consiguen ser lo que se les pide que sean. Y nos reconocemos en ellos y nos reímos”, explica el director quebequés. Ahí está la cercanía, la cotidianidad, la sencillez que nos conduce a la risa de vernos reflejados en los personajes, unos personajes que gustan.

Gustan los actores; los cuatro. Gusta la historia, que, a pesar del trasiego transoceánico y del jet lag, es cercana, sencilla y entretenida. Gustan los personajes, las dos viajeras y los dos anclajes en sus respectivas realidades. Gusta la escenografía, perfectamente combinada en un mismo espacio en el que siempre sabemos si estamos en el frío canadiense o en la calidez barcelonesa. Gusta que los francófonos lean la parte catalana sobretitulada y los catalanes, la quebequesa; gusta que toda la obra, por tanto, esté sobretitulada. Y da gusto ver con una sonrisa en la cara una obra que cuenta cosas que nos interesan, nos entretienen y nos enriquecen.

Sarrias destaca la importancia de elementos imaginarios que ponen de relieve los temores o las ilusiones de las protagonistas: Laia, profesora de niños pequeños, ve en sueños al personaje más conocido de Québec, el dibujo animado Caillou. Anne sueña con su abuelo, que se quedó por amor en la desastrada España después de luchar con la brigada Mackenzie Papineau durante la Guerra Civil. Ese abuelo romántico y ese personajillo inocente les ayudarán a darse cuenta de que, igual que intentan ellos, hay que cambiar la realidad.

Una aventura

Todos los implicados coinciden en que la creación de Québec-Barcelona ha sido una aventura extraordinaria. De alguna manera, los actores han vivido el mismo viaje que las protagonistas. Primero Alma y Víctor se desplazaron a Québec para los ensayos y, después, para las representaciones allí. “Me lié la manta a la cabeza y me fui para allá con una criatura de dos meses, a ensayar, y volví, con la niña con seis meses, para el estreno”, dice Alma Alonso, remarcando que el proyecto valía eso y más.

Las tres exitosas semanas de representaciones en la ciudad quebequesa coincidieron, además, con un millón y medio de catalanes manifestándose en Barcelona el 11 de septiembre. “La obra no es política, aunque trata de la situación actual”, explica Víctor Álvaro, “no deja de ser muy actual y muy social, por eso entendimos que la gente se interesara tanto por lo que estaba pasando en Catalunya”.

Ahora son Normand y Éva los que les devuelven la visita. Si los actores catalanes se quejaban de que el francés de Québec es muy particular, los canadienses descubren ahora el catalán que han estudiado para chapurrear lo mínimo en la obra. “Lo importante es tener los dos idiomas perfectamente integrados en el texto”, dice Éva Daigle. “De esta manera queda reflejada la importancia de la comunicación”. En el teatro y en la vida.

-La realidad es muy aburrida.

-Pues cámbiala.