El curso escolar llega a su fin y, mientras algunas familias planean con ilusión sus vacaciones, Lluïsa Alarcón no quiere ni pensar en lo largos que pueden ser los meses de verano sin becas comedor ni dinero para pagar algun centro lúdico -los llamados casals de verano- para sus cuatro hijos. Los únicos ingresos que entran en su piso de Castelldefels son los 600 euros de sueldo de su marido, destinados íntegramente a pagar el alquiler. Por lo demás, dependen “como el aire que respiramos” de las ayudas alimentarias de la Cruz Roja y de las becas comedor.
La Generalitat viene asegurando desde que empezó la crisis que no ha reducido la partida que destina a becas comedor -alrededor de 30 millones anuales-, pero el problema es que cada vez son más las familias que dependen de ellas. Lluïsa cuenta que es un alivio que dos de sus hijos, los que están en edad escolar, tengan una comida saludable garantizada al día, en la que puedan comer alimentos frescos, más allá del arroz, las legumbres o el atún que vienen en el paquete quincenal -antes semanal- que les entrega la Cruz Roja.
La familia de Lluïsa recibe para sus dos hijos en edad escolar la beca social de la Administración que cubre la mitad del precio del menú escolar -que es de 6,20 euros-, pero para hacer frente a la otra mitad necesita de una beca extraordinaria financiada por la Cruz Roja y Cáritas, y que ya llega a 670 familias catalanas cuyas necesidades no quedan satisfechas solo con la oferta de becas de la Generalitat. Las becas comedor son tan imprescindibles que la introducción este curso de la jornada compacta en los institutos catalanes se ha vivido como un auténtico drama en casa de Lluïsa, con una de sus hijas en edad de secundaria. Si no hay instituto por la tarde no hay comedor, y por lo tanto no hay beca.
Y esto es lo que sucede precisamente en verano. Cierran los colegios y, con ellos, los comedores. “Pienso en la comida de verano y me tiemblan las piernas, si no nos llega ninguna ayuda tendremos que ir a los comedores sociales”, se resigna Lluïsa. La ayuda alimentaria de la Cruz Roja no da para cuatro bocas y las de sus respectivos padres. Ahora están a la espera de las nuevas becas que ha puesto en marcha la entidad -una vez más el tejido social actuando de red que suaviza los golpes de la crisis- para los meses de verano.
El programa, cuyo presupuesto se eleva a 200.000 euros, pretende ser una ayuda a la alimentación de las familias cuyos hijos ya se benefician de las becas comedor. La acción consistirá en el reparto de tarjetas a los beneficiarios para que puedan comprar alimentos en los establecimientos del supermercado Àrea de Guissona -con el que se ha llegado a un acuerdo- por el valor de 22 euros por semana y niño. “Las tarjetas son anónimas; se trata de dignificar la ayuda, porque la situación ya es suficientemente delicada”, destaca el coordinador de la entidad, Enric Morist. Este servicio se combinará a la vez con la distribución directa de alimentos.
La entidad se ha volcado en los últimos años con la atención a la infancia, que sufre de una manera especial las consecuencias de la crisis -más de un 20% de niños bajo el umbral de la pobreza-, y solo en 2012 atendió a 90.000 críos, un 37% más que el año anterior.
“Treinta euros por semana e hijo son una utopía”
“Treinta euros por semana e hijo son una utopía”“La malnutrición infantil está ligada evidentemente a la crisis”, señala este mismo miércoles la nutricionista de cabecera de la Generalitat, Gemma Salvador, en una entrevista en catalunyaplural.cat. Salvador es la coordinadora de un programa -otro más- de la Cruz Roja para orientar a los padres y madres con menos recursos para que puedan ahorrar al máximo en su cesta de la compra y garantizar una alimentación saludable a sus hijo. Con 30 euros a la semana aproximadamente se consigue una dieta equilibrada. Pero “30 euros a la semana por hijo son una utopía”, que entonces debería gastar casi 500 euros en comida cuando apenas dispone de 120 al mes.
Reafirmando a la nutricionista, Lluïsa sufre porque el médico le dice que sus hijos tienen sobrepeso como consecuencia de su alimentación poco equilibrada. “No deberían comer tantos hidratos de carbono, pero es lo que me dan”. Se queja de que hay poco equilibrio, pero entiende el esfuerzo de las entidades. “La fruta, solo en el colegio. En cambio, ahora mismo tengo todo el arroz del Delta del Ebro”, bromea, y sigue: “podría escribir un libro sobre como cocinar decenas de platos diferentes con un mismo alimento”.
Otra utopía de verano: los 'casals'
Otra utopía de verano: los 'casals' La situación en casa de Lluïsa sería crítica -si no lo es ya- si no fuera por la red familiar. “Un hermano me paga la luz; el otro el agua...”, cuenta, gastos que antes conseguía pagar con la Renta Mínima de Inserción -unos 720 euros en su caso-, pero que la Generalitat le retiró, como a decenas de familias, a partir de agosto del 2011. Con este panorama, el verano no solo se antoja larguísimo en cuanto a la alimentación, sino que también afecta al ocio de los niños y niñas sin recursos. Muchas familias, como la de Lluïsa, no pueden costear los casals, colonias y actividades lúdicas. Otra vez a merced de las becas.
En este caso, no hay ayudas para las familias más allá de las que proporcionan los ayuntamientos, que acostumbran a ser los que organizan estas actividades de verano, y que en el contexto actual de crisis se ven reducidas por la situación crítica de las arcas de algunos municipios. Suerte que Lluïsa y su familia viven en un pueblo con mar. A falta de dinero, poder disfrutar de un buen chapuzón en agosto siempre es un alivio, reconoce la mujer.
El curso escolar llega a su fin y, mientras algunas familias planean con ilusión sus vacaciones, Lluïsa Alarcón no quiere ni pensar en lo largos que pueden ser los meses de verano sin becas comedor ni dinero para pagar algun centro lúdico -los llamados casals de verano- para sus cuatro hijos. Los únicos ingresos que entran en su piso de Castelldefels son los 600 euros de sueldo de su marido, destinados íntegramente a pagar el alquiler. Por lo demás, dependen “como el aire que respiramos” de las ayudas alimentarias de la Cruz Roja y de las becas comedor.
La Generalitat viene asegurando desde que empezó la crisis que no ha reducido la partida que destina a becas comedor -alrededor de 30 millones anuales-, pero el problema es que cada vez son más las familias que dependen de ellas. Lluïsa cuenta que es un alivio que dos de sus hijos, los que están en edad escolar, tengan una comida saludable garantizada al día, en la que puedan comer alimentos frescos, más allá del arroz, las legumbres o el atún que vienen en el paquete quincenal -antes semanal- que les entrega la Cruz Roja.