Cuenta Luis Latorre que el día que puso el pie en Can Banús, hace ya casi 14 años, el cielo se le abrió de par en par. Tenía 35 años, cinco como seropositivo, y un sinfín de experiencias traumáticas a sus espaldas. Drogas, tabaco, alcohol y una enfermedad que, entonces, en los años 90 del siglo pasado, mataba mucho. “Yo, de hecho, estoy viviendo gratis desde hace años; he visto morir a la mayoría de mis compañeros de aquella época”, relata. “También a mi mujer, a lo que yo contagié”. Hace una pausa.
El silencio evoca el trauma, pero también el renacimiento; en Can Banús, uno de los 13 centros que, en Catalunya, conforman la red de residencias y pisos que, gestionados por 12 entidades privadas, apoyan, con fondos públicos, a los enfermos de Sida como Luis.
O como Alfonso García, 54 años, los tres últimos en Can Banús, 23 como portador del virus. “Ésta es ahora mi casa, donde más a gusto y feliz me siento, de donde no querría marcharme nunca porque estar aquí es un privilegio”, asegura Alfonso, bajo las vigas de madera de esta preciosa masía de mediados del siglo XVIII, situada en Badalona.
Y no es por el fabuloso jardín, la cancha de fútbol o los enormes ventanales por los que el sol se cuela; aunque todo eso ayude al bienestar de sus 25 usuarios. “Es por el cariño, el amor y la comprensión que nos dan aquí; porque somos como una gran familia”, señala Alfonso, ex toxicómano, ex alcohólico, ex ‘quema la poca vida que te quede con todos los excesos posibles, a la mayor velocidad posible’. “Ahora, gracias principalmente a la ayuda de Narcóticos Anónimos, todo eso me repele”, celebra.
“Es porque aquí recuperas la dignidad”, abunda Luis, que llegó a Can Banús “acabado”, presto a morirse, tras dos tentativas frustradas de suicidio. “Pero aquí, volví a nacer”, afirma. Y lo hizo rápido. En apenas seis meses, lo que tardó en abandonar la masía con un puesto de trabajo en Mansol, la empresa de manufacturas solidarias creada por el propio centro, y con su actual esposa, Rita, una trabajadora de la masía.
“Jamás me lo habría imaginado”, confiesa Luis, que tres años después regresó a Can Banús para “devolver parte de lo mucho” que recibió y sigue recibiendo. Hoy día, ayuda a los educadores del centro y siente “toda la responsabilidad” de saberse “un modelo”. “Pero eso me da mucha fuerza también”, asevera.
Menos muertes, enfermos más longevos
Sin embargo, no todas las experiencias son tan positivas como la de Luis. “Tenemos un 20% de casos que logran completar todo el proceso y recibir el alta; entre un seis y un siete por ciento de muertes; y el resto son altas voluntarias porque no se adaptan y gente expulsada porque no cumple las normas”, apunta Mijail Acosta, coordinador de la comisión VIH/Sida y Exclusión social de las Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS).
Esta red de apoyo catalana, que cuenta con 137 plazas, atiende a unas 250 personas por año –los usuarios permanecen una media de seis meses en los centros- porque, aunque los casos de contagio han descendido considerablemente en los últimos años, el Sida sigue existiendo y matando (al 64% de los diagnosticados en Catalunya entre 1981 y 2011). Y pese a la información existente, se calcula que la mitad de las casi 28.000 personas con VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) que, se estima, viven en territorio catalán (el 22% de los enfermos del estado) desconocen ser portardores.
“Las muertes han descendido mucho y eso es una buena noticia, pero el gran interrogante que se nos plantea ahora es qué hacer con los que viven en la enfermedad, que son la mayoría”, señala Acosta, director también de la Fundación Acogida y Esperanza. Personas como Alfonso, que se sienten bien, pero “no lo suficientemente fuertes” para manejarse solas.
La amenaza de los recortes
El oscuro panorama económico multiplica las dudas. ¿Qué hacer cuando los recortes amenazan parte de lo construido durante tres décadas? Más que la propia enfermedad –“Sabemos que está ahí, pero nos sentimos bien y llevamos una vida normal”-, eso es lo que preocupa ahora a los portadores cuyas condiciones de vida han mejorado notablemente en buena parte gracias al trabajo de estas entidades. “Hace un par de meses, a mí me denegaron un tratamiento para la cirrosis que antes me habían aprobado porque, de repente, quedó cortado para los portadores”, explica Luis. “Seguimos siendo una minoría y este tipo de cosas te hunde psicológicamente porque la cirrosis sí mata”, añade.
“Aunque los recortes no han afectado directamente a nuestras entidades [la Generalitat les ha mantenido sus presupuestos], la crisis socio-económica sí que afecta a las personas que atendemos: su reinserción laboral y su acceso a la vivienda es más difícil”, constata Tere Bermúdez, responsable del programa Sin Hogar y Vivienda de Cáritas de Barcelona. “A eso hay que añadir el coste de los medicamentos, el euro por receta y los problemas con la PIRMI [Renta Mínima de Inserción] y con la tarjeta sanitaria que ya tienen algunas personas”, prosigue Bermúdez.
No todas las entidades pueden hablar siquiera de estabilidad presupuestal. Las 25 ONG que agrupa el Comite1desembre han visto cómo las subvenciones públicas que reciben de la Generalitat para la implementación del programa para la prevención y la asistencia del Sida se reducían en un 43% en los últimos dos años. Una cifra que podría llegar al 80% en 2013 si los recortes siguen escalando, y que se suma a los alrededor de 1.342 millones de euros que las administraciones públicas les adeudan desde 2009, según denuncia este colectivo de ONGs.
“Nuestras entidades están en riesgo de desaparecer”, alerta David Paricio, miembro de la junta del Comite1desembre. “Y lo más grave es que, con ellas, también desaparecerán las políticas y los planes de acción públicos porque nosotros somos los que los implementamos”, añade Paricio, director también de Sida Estudi, el único centro de documentación sobre la enfermedad del estado español. Y es el gobierno de Mariano Rajoy ya ha reducido en un 75% las subvenciones para el plan nacional sobre el sida, que ha pasado este año de cuatro millones de euros a tan sólo uno, y ha dejado en cero las transferencias por este concepto a las comunidades autónomas.
“Aunque no sabemos cómo, seguiremos trabajando”, asegura Paricio, en línea con el lema del manifiesto leído este mediodía por representantes del Comite1desembre en Barcelona y otras ciudades catalanas: “Menos recortes, menos excusas, más derechos”.
Las promesas no espantan el temor. “Tenemos miedo a lo que se avecina; ahora ya hemos de ir cada mes al hospital a buscar la medicación; antes, íbamos cada tres meses”, confiesa Luis, que toma 13 pastillas diarias. “Con los recortes, no sabemos qué pasará con el Interferón [uno de los medicamentos que toman]”, continúa Alfonso que, en su día, también intentó suicidarse tirándose a la vía del metro.
Superar aquella muerte casi segura le condujo hasta lo que es hoy, un hombre que “empieza a conocerse a sí mismo”, que ya no se esconde -da charlas en la asociación-, que se sabe “enfermo y adicto, pero feliz”. Y con esperanza e ilusiones, pese a todo: “sueño con formar una familia y dejar un Alfonsito”, revela, mientras muestra, con orgullo, la moneda dorada que le identifica como miembro de Narcóticos Anónimos.