Entrevista Escritora

Emma Zafón: “Nos equivocamos si creemos que nuestras madres no tenían la fogosidad de nuestros años de perreo”

Sandra Vicente

9 de abril de 2024 22:22 h

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En un pequeño pueblo, a finales de los 70, una joven siente en sus entrañas la urgencia de casarse. Si no se da prisa, se quedará para vestir santos. Y eso no puede ser. Por suerte, acaba conociendo a un joven guapo, apuesto y con posibles. Un partidazo que se fija en ella. Pero esa relación que se proyectaba como un cuento de hadas acabó siendo un infierno del que la joven pugnará por salir.

Ese es el argumento de 'Casades i callades' (Grup 62, 2024), el último libro de la periodista Emma Zafón (Llucena, Castelló, 1987). Es una crónica de una generación, la de su madre, que se vio empujada a matrimonios y maternidades no tan deseadas como creían, sólo por convención social. Y de ellas derivaron violencia -física y sexual-, abandono y martirios. Un relato de una época que, con matices, podría ser una crónica actual.

¿En quién piensa cuando escribe sobre mujeres 'casadas y calladas'?

Sobre todo en mujeres de mi pueblo: amigas de mi madre, madres de amigas... De hecho, alguna de las historias se extraen de ese entorno.

¿La han leído en su pueblo?

No demasiado. Hay poca costumbre literaria local y se valora poco que haya un libro que hable por nosotros.

Imagino que hay gente que se puede ver identificada en alguno de los personajes de su libro. ¿Qué le han dicho?

Hay una anécdota sobre una mujer que se divorcia y le van a cantar jotas para humillarla. Pues eso le pasó a la madre de un amigo muy cercano. Me escribió y me dijo que le había hecho revivir un capítulo intenso. En el libro hay cosas personales y quizás algunas lecturas duelan un poco, pero forma parte del proceso de limpieza que tenemos que hacer. Nadie me ha dicho nada malo.

El libro empieza con las ansias de casarse de una joven de finales de los 70 debido a las exigencias sociales. Medio siglo después ¿seguimos casándonos por inercia?

Llevo tiempo pensando sobre esto. Una amiga médico me habla de sus compañeras, mujeres muy formadas e independientes, de mi edad, que lo que buscan es casarse. A pesar de ser trabajadoras liberales de uno de los sectores con mayor prestigio y remuneración. Determinados ambientes progres me cuestionan y dicen que las mujeres ya no quieren casarse, pero fuera de su burbuja sigue siendo algo muy vigente.

Yo tengo 36 años y he sentido toda mi vida la presión de hacer lo que se supone que se debe hacer en la vida adulta, que es casarse y tener hijos. Miro a mi alrededor y mujeres de mi edad, las protagonistas de la cuarta ola feminista, se indignan cuando critico la hegemonía de la pareja y el entramado familiar.

¿No ha cambiado nada?

Tengo una amiga que tiene 10 años más que yo y que me dice que no me preocupe, que muchas de las que ahora se están casando estarán divorciadas dentro de una década porque se les habrá roto el embrujo. La diferencia es esa, que ellas podrán divorciarse, pero nuestras abuelas no lo tuvieron tan fácil.

Otra cosa que ha cambiado son los permisos. Tienes bajas de maternidad o para cuidar de familiares enfermos, pero si tienes otra necesidad como, por ejemplo, no sé, cuidarte a ti, ahí ya se acaban las facilidades. Pensaba que habiendo bebido de la revolución feminista, las mujeres podríamos quitarnos el corsé, pero se ve que no, que el modelo familiar todavía pesa demasiado. Todo está enfocado a la procreación de nuevos asalariados.

Si llego a ser madre ¿es porque la sociedad me lo impone? Se me está pasando el arroz, pero no quiero, igual todavía no, quizás dentro de unos años, pero ¿y si luego no puedo?.

Hace un año publicó un artículo titulado 'No es país para solteras' sobre la presión que se ejerce sobre las mujeres que no tienen pareja. ¿En qué nota usted esa presión?

A partir de los 30 parece que no seas deseable si no tienes validación masculina. Y lo peor es que te lo crees. Lo ves en las amigas: la que no tiene pareja, la busca. Pero lo que más me desgasta es la maternidad. Si llego a ser madre ¿es porque la sociedad me lo impone? Se me está pasando el arroz, pero no quiero, igual todavía no, quizás dentro de unos años, pero ¿y si luego no puedo?.

Llevo en ese bucle desde los 33 años. Y lo peor es que un hombre no pasa por esto. Porque si se ilumina a los 45 y quiere tener hijos, encontrará una mujer 10 años más joven. Siempre habrá mujeres que busquen hombres para cumplir con la exigencia de tener pareja e hijos. Por eso y porque cada vez es más difícil vivir sola. ¿Qué vas a hacer si necesitas dos nóminas para que te den un piso en alquiler?

Esa presión también se nota cuando te divorcias y te acabas quedando sola. De hecho, cuando su protagonista se separa, en su entorno se la juzga en lugar de verla como lo que es: una víctima de violencia de género.

Siempre pasa. La mujer que se va está ejerciendo dejación de funciones. Como si fuera una negligencia profesional abandonar el cuidado de su marido. Ella siempre es la culpable, de no saber apreciar a su marido, que es simpatiquísimo de puertas a fuera, o de no estar ahí para cuidarle.

Uno de los pocos personajes que ve el infierno por el que pasa la protagonista es el tío Vicente: un hombre mayor que, a pesar de ser pariente de él, se pone de parte de ella. ¿Quién es el tío Vicente?

Es el retrato del facha campechano. Yo me he criado con ellos. Alcaldes, empresarios, gente con poder que perpetúa el marco mental franquista. Bueno, ellos creen que tienen poder, porque cuando salen de su circuito, realmente no son nadie. Me he inspirado un poco en la figura de Carlos Fabra. Son delincuentes en lo económico, fachorros, pero majos y caen súper bien. ¡No te jode! Yo también sería mucho más simpática de lo que soy si no me cansara trabajando.

Pero entonces ¿por qué, a pesar de ser un “fachorro”, es el único que se posiciona del lado de la mujer y entiende que es víctima de violencia de género?

Él, más que otros miembros de la familia, valora a esta mujer porque es válida y trabajadora. Pero, además, porque en el fondo sabe que ella cuida de su sobrino, al hombre de la casa. Es decir, que es la que cuida de su patrimonio.

Otra de las cosas que destacan del libro es el despertar sexual de la protagonista, en los 70. Su protagonista está inspirada, en parte, en su madre. ¿Ha hablado de esto con ella?

¡Uy, qué va! [Risas]. Yo intuyo que estas cosas pueden haber pasado y ya [Ríe, de nuevo]. Solemos pensar que nuestras madres no tienen estos pensamientos, pero estas mujeres, que han sufrido mucho a manos de sus maridos, en su día se fascinaron absolutamente por ellos y, obviamente, tuvieron un despertar sexual como lo hemos tenido todas.

No sé exactamente qué le pasaba por la cabeza a esa generación, pero eran jóvenes como las de ahora, que se excitan con una brisa de aire. Lo que pasa es que hablamos de nuestras madres y nos equivocamos si creemos que no tenían la fogosidad de nuestros años de perreo.

Su protagonista pasa de aprender a gozar del sexo a odiarlo después de compartirlo con un marido que no la aprecia y la maltrata. Esa evolución desmonta el mito de que a las mujeres no nos gusta el sexo...

Mira, yo trabajé unos cuantos años de camarera en un 'pub' y ya te puedes imaginar el tipo de parroquia que tenía. Recuerdo una frase que se escuchaba mogollón, por parte de señores algo mayores. La típica queja que le haces a alguien de confianza, como puede ser tu camarera. “A mi mujer no le gusta el sexo”.

Lo he escuchado más de lo que querría. Y yo me los quedaba mirando y pensaba: “Yo tampoco querría tener sexo contigo”. Siempre se ha puesto la culpa en la mujer, pero nunca nadie piensa que igual es culpa de él, que no sabe excitar a su pareja.

En su libro hay otro tema, a parte del feminismo, que es la falta de acceso a la cultura en los pueblos. ¿Por qué decide hablar de eso?

Es un come-come que tengo desde hace tiempo. Me parece surrealista que, estando en Barcelona, sea incapaz de consumir ni un 1% de toda la cultura que se hace, mientras que en el pueblo la única opción que tengas sea estar mirándote la cara con el vecino en el bar.

No pensar y no reflexionar hace que una sociedad se quede muy encorsetada. Sobre todo una como la nuestra, cuya cultura es el 'bou' [toro]. El 'bou al carrer', el 'bou embolat'... Eso hace aflorar masculinidades bastante cuestionables. Y desequilibrios muy fuertes. Alguien me dice que ha ido a ver una obra genial al teatro y yo he estado viendo vacas en mi pueblo.

Si se invirtiera en otras políticas públicas de cultura en los pueblos, los 'bous' no serían tan mágicos

Su libro es, en cierta manera, una oda a las maestras de pueblo que se esfuerzan por llevar la cultura a las criaturas.

Claro. A pesar de tener cero recursos. Quería reivindicar el papel de generaciones de maestros, claustros y Asociaciones de Familias que han hecho milagros con cuatro pupitres y cuatro libros viejos. Conseguían que fuéramos a ver alguna función o algún museo a la ciudad. Pero deberíamos tener más. Querer más. Tenemos derecho a ser mucho más ambiciosos.

El problema es que muchas veces se ha hecho un discurso de promoción del pueblo basado en el pelotazo. Se ha reivindicado la construcción de carreteras, polideportivos y tal... Pero, nunca me he encontrado un alcalde que diga que necesitamos un teatro o un museo.

Desde que en muchos pueblos valencianos gobierna la extrema derecha...

¡Uf! No superamos esto...

Los artistas no van a estos pueblos por voluntad propia y todo depende de las programaciones públicas, ¿cómo vive usted que esté todo en manos de la extrema derecha?

Bueno, son todo 'bous'. La gente cree que es una cultura muy minoritaria, pero no es verdad. A mí me llega mucho odio por ser crítica con los toros. Y, si estuviera allí, creo que no podría decir lo que digo. El problema es que si se invirtiera en otras políticas públicas de cultura, los 'bous' no serían tan mágicos. Es comprensible: ¿cómo no te van a gustar si es la única cultura, lo único divertido y festivo que te ofrecen desde que tienes uso de razón?