La repetición electoral es una cuestión que los partidos intentan evitar durante las campañas. En la atípica carrera hacia el 12 de mayo que vive Catalunya, sin embargo, ninguno de los candidatos con posibilidades de asumir la presidencia ha podido esquivar el temido escenario del bloqueo.
Salvador Illa, Carles Puigdemont y Pere Aragonès hablan ya sin tapujos de esta posibilidad y pugnan por proyectarse como el candidato que mejor puede reunir una mayoría de apoyos una vez constituido el nuevo Parlament, en una Cámara que volverá estar muy fragmentada con hasta siete partidos y todos ellos lejanos de la mayoría absoluta.
La política de alianzas ha centrado los últimos días de la campaña, tras un arranque monopolizado por Pedro Sánchez. En el primer debate televisado entre candidatos, celebrado este jueves en RTVE, así como en las diversas ruedas de prensa y entrevistas a las que se han sometido los candidatos, ha quedado al descubierto una maraña de vetos cruzados que auguran muchas dificultades para alcanzar la ansiada mayoría de 68 escaños.
Con esta cifra en el retrovisor, los partidos grandes tratan de polarizar para atraer a votantes de los pequeños con la promesa de que mayor fuerza para su aspirante supondrá una mayor garantía de que podrá formar gobierno.
Salvador Illa llega en cabeza en todas las encuestas y aupado por la súbita atención de todos los focos a Sánchez en los primeros días de la carrera electoral. Sin embargo, el exministro necesitará algo más que una victoria contundente para garantizarse la entrada al Palau de la Generalitat.
En el PSC hablan en voz baja de la frontera de los 45 escaños, a partir de la cual Illa lo tendrá prácticamente hecho para ser investido, afirman, dada la dificultad de una mayoría alternativa en su contra. Sin embargo, muy pocas encuestas le colocan tan disparado, por lo que el candidato socialista no puede cerrarse a diferentes geometrías de acuerdos.
El pasado jueves en una entrevista en la Cadena Ser no negó la posibilidad de pactar con Puigdemont bajo la premisa de que su deber es hacer “todo lo posible para que no haya un bloqueo”. Pero estas declaraciones hicieron saltar rápidamente tanto a Comuns como al PP, lo que acabó en rectificación del socialista. “Puigdemont es bloqueo”, afirmó este viernes, tratando de cerrar la polémica y haciendo recíproco el veto que el líder de Junts ya había formulado sobre Illa.
También Aragonès se ha visto entre el fuego cruzado por no cerrarse a ningún pacto. “Nosotros a la hora de buscar acuerdos vamos a priorizar el qué”, insiste el candidato de ERC en sus intervenciones. Lo hizo también en el debate de RTVE, en un intento de quitarse de encima la presión de Laia Estrada, de la CUP, que le inquiría una y otra vez sobre si tenían previsto pactar con el PSC.
Aragonès trata de dejar claro que su partido estará en condiciones de conseguirle la reelección en la presidencia. ERC aparece en la mayoría de encuestas por detrás de Junts, lo que significa que la presión irá en sentido contrario. De hecho y aunque los republicanos tratan de huir de esa imagen, los partidos en liza ya han comenzado a tratar a los republicanos como la formación que puede acabar perdiendo la presidencia pero decidiendo el nombre del president, la figura conocida como 'kingmaker' por contagio del mundo anglosajón.
ERC puede tener la llave
Los “reyes” entre los que podría elegir Aragonès en este escenario de política-ficción serían Illa o Puigdemont, lo que supondría apostar por repetir la coalición independentista o decantarse por una formula de partidos similares en el programa social.
Con todo, durante esta legislatura la distancia programática no solo se ha ensanchado entre ERC y Junts, sino también entre los republicanos y el PSC, que discrepan en asuntos de modelo económico tan medulares como la ampliación del aeropuerto, las infraestructuras y políticas de transporte o incluso ven de forma diferente proyectos como el Hard Rock.
Pero, además, dependiendo de los resultados del próximo 12M, un pacto a dos podría no ser suficiente para garantizar una investidura, como ya ocurrió en el año 2021, cuando todas las fórmulas para alcanzar la mayoría requerían de un acuerdo de al menos tres formaciones. En este escenario, los partidos que están fuera del pelotón de cabeza adquieren un enorme protagonismo, comenzando por el PP, que aspira a quedar cuarto y tener un número de diputados de dos dígitos.
La formación de Alejandro Fernández no oculta que podría tender la mano a Illa, como ya hizo el PP en Barcelona para dar la alcaldía a Jaume Collboni sin pedir ninguna contrapartida de peso, más allá de alejar a Xavier Trias de la vara de primer edil. Sin embargo, el mecanismo de investidura en el Parlament es diferente que la alcaldía y, además, es conocida la discrepancia entre Fernández y la dirección del PP de Alberto Núñez Feijóo, que podría no ver tan claro facilitar una importante plaza autonómica para sus acérrimos rivales en el conjunto del Estado.
También Comuns y CUP han jugado en legislaturas anteriores con la llave que les ha otorgado su posición de bisagra. Por parte de la candidatura hermana de Sumar, Jéssica Albiach marca el veto a Puigdemont y, en cambio, se ve entrando en un Govern que puedan formar los partidos de izquierdas, a los que reclama negociar en base a programas. Más compleja es la posición de la CUP, que si bien asegura que nunca pactaría con Illa, también tiene recelos respecto a Puigdemont e incluso con Aragonès, a quienes les reclama un “cambio de rumbo” si quieren los votos anticapitalistas.
La extrema derecha suele jugar en otra liga y Vox es un partido que, pese a ocupar la cuarta posición con 11 escaños, durante la última legislatura ha sido aislado por todos los demás. Todos los candidatos han vuelto a asegurar que no harán tratos con Vox, aunque pocos explican qué harían si Vox decidiera apoyarlos sin pedir nada a cambio. Algo similar ocurre con la xenófoba Aliança Catalana, agrupación de nuevo cuño que podría entrar al Parlament este 12M y, eventualmente, sumar para el bloque independentista.
¿Quién quiere una repetición?
El escenario catalán está abierto, no tanto respecto a quién ganará y ni siquiera por el orden en el que llegarán los partidos, sino por los pactos postelectorales. Y por una variable aún más difícil de sondear: quién perdería más y quién podría ganar en un escenario de bloqueo y vuelta a las urnas.
En España no había demasiada experiencia en la repetición de elecciones hasta la década pasada, cuando se llegaron a repetir hasta dos generales, en 2016 y en 2019. En ambos casos la vuelta a las urnas sirvió para que los dos principales partidos se consolidaran, con el desmoronamiento de 2019 de la tercera opción, Ciudadanos, que había optado por cerrarle las puertas al candidato del PSOE.
Eso es lo que dice la teoría. Pero la práctica es caprichosa y más aún en una cancha política tan llena de particularidades como la catalana.
Puigdemont, que ha tratado de convertir las elecciones en un cara a cara con Illa, también ha prometido volver a Catalunya para la investidura, tenga o no mayoría. Un compromiso para el que conviene mirar el incierto calendario de la amnistía. En algunos partidos comienzan a escucharse murmullos sobre si el líder de Junts podría realmente hacer campaña en Catalunya si la amnistía no se aplica antes de que se celebre una segunda vuelta electoral.
25