En 1987, cuando nacieron los Simpson, nació Flavia Álvarez-Pedrosa Pruvost, dos señales sobrenaturales de que el mundo había cambiado. De que el mundo iba a reír de otra manera porque venían nuevos tiempos, otras gentes dispuestas a derribar todo lo que era viejo y opresivo. Flavia se cambió el nombre, como las cabareteras y los Papas, y se puso Flavita Banana. Al día siguiente, ya se había arrepentido. No le gustaba ese nombre. Pero era demasiado tarde. Se había hecho famosa en las redes, y sus lectoras (al principio, tenía muchísimas más lectoras que lectores), la querían como la habían conocido.
Ha publicado en las revistas Mongolia, La Maleta de Portbou, el digital El Salto, la desaparecida Orgullo y Satisfacción, la efímera Lardín..., y tiene seis libros editados. Actualmente, dibuja, día sí, día no, en la sección de opinión del diario El País. A las mujeres, siempre se les deja dibujar donde no molestan. Por eso resulta tan relevante que Flavia, una mujer joven, haya conseguido derribar ese muro con un discurso puramente feminista, al margen de la escena política, y adueñarse de un espacio hasta hoy monopolizado por los hombres, y sus cosas, y sus partidos. Lo mismo sucedió en Francia, con Coco (superviviente del atentado de Charlie Hebdo), cuando, al ser contratada por el diario Libération, se convirtió en la primera humorista gráfica de su país que dibujaba humor político en un medio de gran tirada. “Espero que no hayáis venido a buscarme porque tengo tetas”, dijo entonces Coco.
Flavia es también francesa, en la medida de lo posible, es decir, por parte de madre. Por eso viene al caso la anterior comparación, y porque ambas humoristas de prensa se declaran influidas por la pionera en Europa, Claire Bretécher. Primero le dieron a Flavia el premio Gato Perich (premio internacional de humor) y luego le otorgaron el premio Mingote (de viñeta y fotografía). Me refiero a los más gordos. La estatuilla del gato llevando el lápiz al hombro, como un fusil de risa, la exhibe en una estantería de su biblioteca, junto a la placa del premio de humor gráfico Splash, de Sagunto, y un puñado de cómics franceses. En la balda de abajo, los muñecos de un Tintín, que lleva en las manos un montón de libros, un Haddock, y un Milú ángel y otro Milú diablo, juegan alrededor del famoso cohete en el que Hergé los mandó a la luna. El galardón del premio Mingote, con las letras ABC en escalera, está en la misma habitación, al pie de una puerta.
Tres son los gatos que habitan el piso de Flavia, en el centro de Barcelona. El de plata, del premio del Perich, que pesa dos kilos; el pintado en un cuadro que le hizo el dibujante David Rosel, y que también es muy gordo, y el de verdad, que es negro, se llama Pocho, tiene 11 años, el rabo roto y ahora descansa en lo alto del sofá. El nombre se lo puso el dibujante Lorenzo Montatore, brillante biógrafo de Umbral y siempre biógrafo de sí mismo.
Entre la multitud de libros que crece y ordenadamente trepa por las estanterías de la casa, las memorias de Michelle Obama están junto al Romancero gitano, de García Lorca. Su hermana, Noemí, le regaló una corneta para que aprendiera a tocarla. Ahí está, como un libro más, como otro misterio por explorar. Su hermana es mayor que ella, estudió filología inglesa y vive en Inglaterra. Las otras paredes las ha llenado Flavia de dibujos de compañeros y de artistas que admira. Un original de Gallardo hace que este piso sea irremediablemente barcelonés.
Su mesa de trabajo, grande, de madera, que es también mesa de comer, se convierte en un Farenheit 451 de libros y materiales. Toda la habitación es un Farenheit al revés, porque en ella se salvan los libros. Hay más de Ray Bradbury en Flavia. Al igual que en El hombre ilustrado, Flavia es una mujer ilustrada, con los brazos llenos de tatus. Esto la convierte en una dibujante dibujada. La vida es un palíndromo. Llevan hasta su casa unas escaleras de mármol blanco.
¡Han dejado muy arreglada tu calle!
Yo llegué que estaba arreglada.
¿No viviste las protestas? Había vecinos que no querían que la hiciesen peatonal.
Es que este piso era de unos amigos que se fueron a vivir al campo. Entre otros motivos, fritos por las obras. Llevaban once años aquí, y cuando se marcharon pensaron que yo podía querer el piso. Me presentaron a la agencia inmobiliaria. Estaban de alquiler, y yo sigo de alquiler. Y se fueron que ya estaba esto arreglado. Creo que les quemó demasiado.
¿Dónde vivías antes?
En el Raval, en la calle Pintor Fortuny.
Ah, Pintor Fortuny.
Siempre pasa lo mismo. Cuando dices, Raval, y luego añades Pintor Fortuny, todo el mundo dice: ¡Ah, bueno, Pintor Fortuny! No pensaba dejar la casa, pero mis amigos me ofrecieron irme a vivir sola. En el Raval, aún vivía con amigos. Me gustaba vivir con ellos. Me gusta la gente, convivir. Es como una acampada constante.
En Pintor Fortuny está esa tienda de Bellas Artes, tan bonita, Casa Piera.
Sí, Piera estaba en el número de al lado; pero es que no consumo mucho material, solo gasto folios, que son unos folios de fotocopiadora. Y Pentel, que es el boli que uso. La recarga me dura mogollón. Así, que no iba mucho. Es que no cambio demasiado de estilo, ni de soporte.
¿Todo lo haces siempre a blanco y negro?
Para mí, lo más importante es lo que quiero contar. Lo demás es un añadido. El color, un fondo profuso, más palabras de la cuenta... Pongo lo mínimo posible, para evitar que la viñeta se interprete de una manera que no pretendo.
Porque quieres controlarla hasta el final.
Es que me ha pasado mucho que se ha malinterpretado una viñeta mía. La he dibujado para apoyar una causa, y resulta que servía perfectamente para el bando opuesto. Esto ocurre. Y en el caso de la política, aún más. Salgo con una intención izquierdosa, y te lo coge la derecha, y dicen: ¡Nosotros también! Y, hostias, es verdad, les sirve.
¿Eso es apropiacionismo?
No, es que son todos iguales. Y me doy cuenta a las malas, Pero me da risa, porque todo esto siempre viene cargado de un enfado, y yo me divierto mogollón con el cabreo general.
Lo más importante es lo que quiero contar. Lo demás es un añadido
Flavia, como dibujante de opinión, ¿tienes que informarte mucho de política, repasas distintos periódicos?
Pues estoy en la sección de opinión, pero eso no implica actualidad. No es lo mismo. No estoy obligada a hablar de actualidad, entonces lo evito. Porque la actualidad siempre es mala, ¿estaremos de acuerdo?
Malísima. Tendrías que hablar del genocidio de Gaza, de la guerra de Ucrania...
Sí que hablé en su momento de lo que pasó con Gisèle Pelicot, por ejemplo. Quizá porque sé más del tema, que de una guerra. Es difícil opinar de una guerra sin dejar claro de qué bando estás. Yo sé de qué bando estoy, pero sé que es una posición emocional. No sé suficiente. Aunque sienta que tengo razón, no tengo suficientes datos.
Pero sí tienes un sentimiento humano de lo que es justo o injusto, del sufrimiento...
Vale, pero, también, un cierto realismo. Yo sé que hay cosas que se pueden cambiar desde la viñeta, y de verdad ha ocurrido, he sentido que ocurría cada vez más; pero hay otras que están totalmente fuera de mí.
¿Qué puedes cambiar con el dibujo?
No soy una anciana, pero ha pasado el suficiente tiempo para que a las chavalas se les pase por la cabeza querer ser viñetistas. Es un concepto, una profesión, que ni yo, que me dedico a esto, sabía que tenía nombre, que existía. A mí no se me pasó por la cabeza que una podía dedicarse a esto. Y me encantaba. Me encantaban Forges, el Roto, Sempé, Quino...
Es verdad, eran todos hombres. ¿Chumy Chúmez también te gustaba?
Pues a Chumy Chúmez no lo conocía tanto, no fui expuesta a ello. Fue más tarde. De repente, resulta que me veo compartiendo sala en una exposición sobre el humor absurdo, que se hizo en Móstoles hace un tiempo, la comisaria era Mery Cuesta, y había una sala sobre la muerte y el más allá, donde Mery me puso con Chumy Chúmez. Me encantó.
Chumy y tú compartís esa frase que retumba.
Es muy difícil dar con la frase, tanto como con la imagen. Hay una idea que me persigue últimamente, pero no sé transformarla en viñeta. Ya saldrá, tengo que darle más vueltas. ¿Has visto lo que pasa ahora con los programas de noche? Está Broncano y está Pablo Motos. Son programas de entrevistas, yo no los veo. Los dan demasiado tarde para mí. Y también está Marc Giró. El caso es que me da la sensación de que podría decirse: Dime qué programa de estos ves y te diré a quién votas. Esto se ve muy claro. Pero no se puede explicar así. Tengo que buscar la viñeta. No voy a dibujar tres personas... He dibujado tres televisores, pero...
¿Imaginas con palabras o con imágenes?
Con ideas. Unas veces, pongo a gente hablando de algo que yo había pensado, y otras veces se me ocurre una escena, y me digo: ¡Ostras! Voy a dibujar una situación. Ni siquiera tendré que escribir la idea. Veo algo por la calle, y se me ocurre una imagen que funciona sola.
Dime qué programa ves y te diré a quién votas
¿Tienes un sentido poético de la viñeta?
¿Cómo, poético?
Poético no quiere decir que sea cursi.
Ya me dabas miedo. El concepto poético...
Me refiero a un sentido poético de la vida. Por ejemplo, esa viñeta tuya donde un hombre le dice algo a una mujer, es una frase mediocre, interesada, y se ve el bocadillo clavado en el corazón de ella.
Vale, sí. Hacer una figura retórica con las propias imágenes. Eso es un sentido poético de la situación.
Sí, ahí hay poesía.
Hará ocho o diez años, era mucho más poética y romántica. Hablaba más de las relaciones. Era mucho más..., no quiero caer en ello..., femenina.
Me explico fatal. No iba por ahí. Por ejemplo, creo que un dibujante poético era Cesc. Era superlírico, muy poético, con sus bloques de viviendas y una persona asomada a la ventana, la maceta, la grúa solitaria, un niño junto a un banco... Sempé, lo mismo, de otra manera.
Ya, es verdad, veo lo que dices. En este oficio hay poca variedad. Sobre todo, creo que está en las viñetas que no tienen texto, esas son muy poéticas. Hay un dibujo mío que me gusta, que se ve a una mujer con la soga al cuello, pero va a hombros de un chico, sentada sobre él, la soga no le aprieta, y los dos sonríen quietos. Pero, ojo, si él se va... Sin embargo, parece que da igual, que sonríen porque aquí todo va bien. Esta es una poesía como de la mala leche, porque se llama dependencia esa imagen. Cuando la hice, no tenía título, pero la gente decía: Qué bonito. Y por eso tuve que ponerle título, para recordar que no son felices, que son dependientes el uno del otro. En paralelo, si se quiere.
Dibujas muchos ahorcados. Ya en tu primer libro de la serie Archivos, Archivos estelares, salía un ahorcado en la portada. Era una broma con el juego de letras del ahorcado.
Pongo muchas horcas. Es tremendo, porque la horca es un referente que siempre se ha usado en el humor. La usaba Chumi Chúmez, pero también los franceses Bosc, Chaval... Se ha empleado mucho. Es que es un chiste la horca en sí. El hecho de que tú, como existes, pesas, y, como pesas, te mueres. ¿Ves?, es un bucle. Pero ya no se puede. Hoy pongo una horca en Instagram y me la quitan.
Es una contradicción no poder colgar una horca.
La cuelgo y hasta me acusan de estar animando al suicidio.
El caso es que ahora nadie puede poner en Instagram la portada de tu libro.
No sé, podemos hacer la prueba. Lo que pasa es cuando me quitan las viñetas hay consecuencias. Estás unos días sin que te vean el trabajo, un coñazo. Es que no ven la diferencia entre hablar del suicidio, quejarse del suicidio, y lo que ellos creen que es celebrarlo. Coño, es que no tiene nada que celebrar. Los suicidios dejan la rabia alrededor de no haber podido ayudar. Ese sentimiento de que, si nos hubieran dado antes la oportunidad de hablar, hubiéramos podido ayudar. ¿Pero qué nos hace creer que...?
¿Has vivido experiencias cercanas de suicidio?
No súpercercanas, digamos colaterales. Familias donde los hubo. Familias cercanas y que de a poquito hablan. Y ahí está la visión de que se podía haber evitado de tantas maneras. Y pensar eso, pensar que se puede evitar de tantas maneras, da por hecho que quien lo hizo obró sin conocimiento de causa. Y eso me choca siempre, porque... Claro, lo malo es que darles un voto de confianza es dejarles morir. Parece un chiste, joder. Pero, bueno, sí que creo que, a la que aparecen las tendencias, es necesario ayudar, porque la intención no es morirse, la intención es hacerse daño de todas las maneras posibles, porque a uno no le gusta la vida y no ha podido saber suficientemente que la vida es muy chuli si se quiere.
¿A ti qué es lo que más te gusta de la vida?
¡Dormir! O sea, en medio. Lo que más me gusta de la vida es dormir. Pero porque duermo muy bien, creo.
Y cuando te despiertas, ¿qué te gusta?
El café con leche, por la mañana, al mediodía, a la tarde, y a la noche.
También dibujas muchos libros, gente leyendo, bibliotecas...
Siempre he creído que soy una jubilada precoz. A partir de los 29, mis dibujos ya iban solos y vivía de ellos. Recibía suficiente dinero como para vivir. Es bastante difícil, con 30 años tener muchísimo tiempo libre. Entonces pasé por todas las fases. Demasiadas sustancias. Demasiado caos. Demasiada noche. Demasiado todo porque puedo. Ahora, es todo lo contrario, Ahora es como, ok, tengo muchísimo tiempo, y nada lo hago con prisa, salvo que involucre a otras personas, obviamente. No me pongo presión. Ese concepto de la productividad, adiós, porque haciendo una viñeta, día sí, día no, para el periódico, ya se está siendo productivo. La idea de echar ocho horas al día en algo, no, eso ya no es productividad. Leo muchas horas. Duermo muchas horas. Y a veces solo miro algo.
¿Una película?
No, nada.
¿Miras la casa?
La pared. O sea, estoy pensando. ¿En el fondo, no es eso, coño? Hay señores que su oficio consiste en ser pensador y pueden decir: Soy pensador. Pues yo también, pero no de esa manera. Es que estoy todo el día dándole vueltas a las cosas. Y, en el fondo, sí que es trabajo, porque de ahí siempre salen conclusiones que acabarán siendo viñetas.
No apagas nunca la máquina de pensar.
Por eso me gusta dormir siempre. Porque, ahí, sí que se apaga.
Quizá, mientras dormimos, pensamos por un canal B.
El descanso también es importante, igual que para el obrero de una fábrica. En junio, antes de la selectividad, siempre suelen poner vídeos de estudiantes perfectos que dan sus consejos, que explican lo que tienen que hacer los estudiantes imperfectos para superar la selectividad. Y uno es del tipo: El día antes, para a cierta hora y vete a la cama porque dormir te lo ordenará todo. Sobre todo, duerme, porque si vas sin dormir te irá peor.
La idea de echar ocho horas al día en algo, no, eso ya no es productividad
¿Flavia, tú fuiste una estudiante perfecta?
Sí. Punto.
¿Para bien?
Sí, era todo diez, matrícula de honor... Bachillerato tecnológico, matrícula de honor.
¿Lo estudiaste en Barcelona?
Es que soy de aquí. Lo de Oviedo..., no sé qué tengo que hacer. ¿Cambiar el DNI? Porque, claro, todo el mundo da por hecho que soy asturiana, y yo solo nací allí.
¿Cuándo llegaste aquí?
Con año y medio.
¿Naciste en Oviedo porque tu familia era de allí o accidentalmente?
Mis padres estaban allí. Me encantaría poder decir que trabajaban en un circo, pero...
¿De qué trabajaban?
Mi padre, en esa época, era comercial de una farmacéutica. Mis padres se conocieron en León. Fueron a Salamanca, y nació mi hermana mayor, Noemí. Luego, fueron a Oviedo, y nací yo. Todos esto, en márgenes de dos años, vamos a decir. Y entonces, vinieron aquí. Y mi padre siguió haciendo eso con la secretaria. Y nosotras nos quedamos aquí.
Tu madre es francesa.
Sí, Brigitte. De cerca de Lille. Vino a España con 22 o 21 años, y se quedó. En Francia, estaba en una escuela de secretariado, pero estudió español. Se le daba bien, vino aquí y lo flipó con el sol. Básicamente, no es un mito, es real.
¿En Oviedo, flipó con el sol?
No, estaba en León; pero, imagínate, el sol de León es mejor que el sol de Lille. Bueno, supongo que mi padre tuvo algo que ver. Entonces, mi madre se dio cuenta de que era española. Que había nacido donde no tocaba.
¿Y tú eres francesa en el modo en que tu madre es española?
Yo creo que soy barcelonesa. Es la única cosa segura. Sí me dices, bueno, entonces eres catalana, te digo, mmm..., no. Entonces, ¿española? Es que no, porque también, francesa. Pero, barcelonesa, seguro; en este caso, seguro.
¿Qué es lo que te hace sentirte barcelonesa?
Supongo que tendrá un nombre, yo creo que todas las cosas están animadas en el fondo, no rollo Disney, ¡eh! Pero, si se me cae algo, suelo decir, perdón, ¿sabes? Me disculpo con la cosa, y no es un rollo místico, animista, ni nada. No sé por qué me pasa. Igual es que estoy muy sola y necesito creer. Yo siento a Barcelona como alguien.
¿Alguien que te cae bien?
¡Me cae muy bien! Pero no sé si yo le caigo bien. Supongo que depende del día. Nos ha pasado a todos. En Barcelona, si estás mal, estás fatal, y si estás bien, es estupenda. Pero, bueno, Barcelona es enorme. No estoy bien en toda. En Sarrià, no le caigo bien a Barcelona.
Creo que solo soy barcelonesa. Es la única cosa segura
¿Crees que en la parte alta no se ríen con tus chistes?
Es que leen La Vanguardia. Los ricos catalanes no leen El País; los ricos de Madrid, quizá sí. Siempre me fijo en las plantas. Cuando vas a Sarrià, los edificios tienen plantas colgantes, las entradas repletas de plantas. Y pienso, ¿por qué las plantas son algo de ricos? Será que tienen más tiempo. Bueno, tienen porteros, eso dice mi madre. Cuando vivía en el Born, tenía conserje también. Pero no teníamos plantas, nos las robaban.
¿A través de tu madre, te llegó la cultura gráfica francesa?
No tanto a través de mi madre. No es súper fan ella. A través de mi madre me llegó el idioma. Y también Francia. Y, claro, en Francia eso está. En Francia, todo el mundo sabe quién es Tintín, o Astérix, o Sempé.
¿Y aquí, no?
Bueno, nosotros sí. Pero quizá las nuevas generaciones ya no. Creo que lo primero que me llegó fue Astérix y Obélix, Spirou, Tintín... El otro día, estaba pensando, y digo, claro, si tú eres una niña y lees Tintín..., ¿quién es tu personaje favorito?
¿Cuál era el tuyo?
¡Haddock! Pero luego lo pienso y digo, claro, si has crecido leyendo Tintín y eres mujer, solo puedes convertirte en Castafiore. Es la única mujer. No lo estoy haciendo tan mal. Está sola, es rica. Y es talentosa. Bueno, un poco mal, sí. Pero es que no había caído, ¿ves? Son cosas en que los críos no se fijan. No hay chicas en Tintín.
¿Con Astérix también pasa?
Solo Falbalá. Me sé el nombre porque era la única. Siempre me preguntaba, ¿tú quién eres? Pues soy esta, qué vamos a hacer.
Pero estaba Karabella.
¿La que era la versión pelirroja de Falbalá? Los nombres me los sé en francés, son juegos de palabras. Y nunca sé cómo son en castellano.
El Perich tradujo muchos Astérix. Era genial. Te mueres de risa con sus juegos de palabras.
¿En serio? Mira (señala hacia una pared llena de libros), ahí tengo el gato. El premio.
¿Y el Mingote?
El Mingote lo tengo de tope de puerta, porque pesa un quintal. Está ahí, sosteniendo la ventana.
Fuiste la primera mujer a la que concedieron el premio Mingote de humor gráfico. ¿Cuántos años llevaban otorgándolo?
Sí, qué fuerte. No sé, cincuenta o sesenta años, no me acuerdo. Es que ves la lista de Wikipedia y queda un poco... No porque sea de Wikipedia, una lista cualquiera donde lo busques. Y, sí. Ahí hay una mujer, al final, ¡Pic! Es muy curioso, porque cuando sucedió, me pidieron en los medios que hablara de ello, que dijera qué opinaba de ser la primera mujer, y era como... ¡Hostias! ¡Es que esto se lo tenéis que preguntar a ellos! Yo estoy encantada. ¿Cómo voy a estar? ¡Feliz!
Si tú eres una niña y lees Tintín..., ¿quién es tu personaje favorito?
Se concede por una viñeta en concreto. ¿Por qué viñeta te lo dieron?
Pues, mira, buscaron la viñeta más blanca. Te juro que creo que me lo querían dar a mí. Entonces tenían que buscar una viñeta. Y eligen una ¡con un tío! Sale de espaldas, está en la oficina, y hay un par de pantallas de ordenador, un portátil, una tablet, un móvil..., todas las pantallas del mundo. Y dice: ¡Qué ganas tengo de irme de vacaciones para pasar el día mirando las pantallas que yo elija! O sea, que es una queja de que estamos todo el día con pantallas, pero solo nos damos cuenta en la oficina.
Ahí no hay nada de tu mundo feminista.
No hay nada, no hay nada. El enemigo es el móvil. Lo han hecho muy bien. Han cogido algo con lo que nadie se puede enfadar. ¿Se va a enfadar el teléfono o la IA?
¿Consideras que formas parte del movimiento feminista como artista?
Sí. Pero no ha sido queriendo. Luego te das cuenta de que, quizá, tú tienes una ventaja. Un privilegio. ¡No, espera! No es que te des cuenta de que tienes un privilegio. Es que eres una privilegiada por estar en una situación económica buena, por ser blanca, por ser heterosexual, por ser europea, clase media. Todas estas cosas de las que no nos damos suficientemente cuenta, y somos unos privilegiados.
¿Siempre has sido de clase media?
Sí, sí. Lo del apellido compuesto es... Somos la única familia pobre de apellido compuesto de España. Yo creo que en la familia no hay nadie rico. Vamos a decir que la palabra rico, esa idea en la familia, no. Creo que a mí me va un poco mejor. En proporción a lo poco que hago.
¿Cómo te hiciste feminista?
Al haber crecido con mi madre y mi hermana, es como que ser feminista viene de serie. Todo lo hizo mi madre. Mi madre nunca volvió a tener pareja. Todo lo hacía mi madre. Y nos enseñó a hacerlo todo, porque no le entraba en la cabeza que hubiera cosas que hacían ellos y otras ellas.
¿De pequeña eras consciente de esa situación?
No era consciente, hasta que alguien explicó así lo que era el feminismo y dije: ¡Claaaro!
¿Y tu madre era consciente?
No, tampoco, porque es la primera que empieza: Ismos, no; ismos, no. Pero, luego, vas diciéndole, ¿y esto?, ¿y esto? Nosotras hemos tenido mucha suerte, porque crecer en un entorno sin hombres no es lo peor que te puede pasar, créeme. Sería, más bien lo contrario. Creer que no hubo ninguna carencia en casa es algo que, quizá, sí que reviso cuando, en el caso de tener pareja o así, me enfrento al hecho de no conocer demasiado bien a los hombres. Es un problema en mi caso. Pero ya ves, me parece algo secundario, la verdad. Puedo esforzarme y aprender. Además, ponle que también coincide con que eres alguien muy echada para adelante y que sabe hablar. Y ello implica que puedes escribir, y que puedes comunicar bien. Creo que tienes los ingredientes para defender la causa. Sin olvidar que van a ser dos pasos adelante y uno atrás. Siempre. Y el paso atrás no será porque tú te tires atrás, sino porque te empujen. Te empujan tratando de desmontar tu discurso, poniéndote ejemplos casposísimos, antiquísimos, para quitarte la razón. Luego, también hay hombres reticentes, porque sí, porque se cierran a todo lo nuevo, que no es nuevo. Entonces, en vez de aguantar, embistes. Aguantar y embestir. Aguantar y embestir. A mí eso se me da muy bien.
Luchar.
Es que, si no, me aburro, acuérdate de que tengo mucho tiempo libre. Qué coñazo todo.
Aguantar y embestir. A mí eso se me da muy bien
¿En qué colegio estudiaste?
En los escolapios. Vivíamos en Caldes de Montbui. Crecí allí cuando llegamos. Bueno, llegaron. Yo no me cuento porque era muy bebé. Había que buscar escuela y creo que mi madre visitó el Liceo francés, aquí, en Barcelona, pese a que estaba a media hora en coche o un poco más. Pero lo vio, y dijo: No, no, ya les hablo yo en francés. Ahora, lo pienso, y digo, menos mal, porque la gente que conozco que estudió ahí..., algunos son un poquito esnobs. Así, que estudiamos en el pueblo, en los escolapios, porque era lo que había más cerca. Y porque mi madre todavía tenía un poco una tendencia, quizá, católica.
¿Te influyó la formación religiosa del colegio?
No lo sé. Creo que me queda una parte de la educación religiosa que es: ¡Tienes que ser bueno! O sea, como el buen samaritano, todas estas cosas que, aunque yo no crea en la religión católica, ni en una fuerza mayor, ni en Dios, ni nada; pero te repiten esa cantinela tan a menudo, que un poco sí que cala. Y, entonces, cuando te portas mal, te asustas. Aunque no te creas que alguien te ve, pero se te quedó calado. La voz de tu conciencia está ahí, como si fuera alguien externo. Es la religión, es Dios, que lo ve todo. Entonces, lo que ocurre es que intento portarme bien, e intento ser buena, porque si no... Y ahí no sé continuar la frase.
¿Has dibujado alguna vez sobre esto?
No, pero Dios y el demonio los he dibujado mucho Y son buenos los dos. Pero a uno le toca una cosa, y otra al otro. Hay varias viñetas donde, por ejemplo, una misma actitud que la gente daría por hecho que es mala o buena, no le corresponde a quien, a priori, le tocaría.
Tu primer libro se llamó Las cosas del querer. La palabra querer fluye en todas sus páginas, la plasmas en todas sus intenciones, significados, declinaciones...
Sí, sí, sí. Y es muy fuerte porque la mayoría de cosas que quería cuando lo hice, o que digo que quiero, o que los personajes dicen que quieren, o ya las tengo ahora, o ya no las necesito. No las quiero. Le pedía las soluciones al mundo. El libro es como un no sé qué me pasa. O quiero, o no quiero, o no sé qué quiero..., cosas así. Ya han pasado los años y me doy cuenta de que la mayoría de necesidades que tenía, o cosas que pensaba querer, vienen de dentro, son cosa tuya. Deja de pedirle explicaciones a todo el mundo y arréglalo. A las malas, a veces.
¿Alguna vez sabemos lo que nos pasa?
Tengo una tendencia a hablar como si fuera una señora. ¿Pero, sabes qué? Tú empiezas a trabajar de viñetista y, cuando ya te pones este nombre, sueñas con dibujar en los periódicos. Las redes nunca fueron un objetivo para mí. Quizá, un medio, para lograr cosas, pero no como el papel, como los libros. Prefiero los periódicos de papel. No sé. Yo, que soy una romántica, creo. Las viñetas son un ingrediente del periódico. Dentro de mí, hay una romantización del mundo de los periódicos, y me di cuenta, luego, de que era bastante la única en mi generación que pensaba así. Y las siguientes, ni te cuento. Pero no sé. No sé si es Clark Kent quien me lo hizo. No lo sé. Me fascina lo trepidante del periódico y luego, fíjate, nunca he ido a la sede de mi diario. Ahí estoy, a distancia.
¿Nunca has trabajado en una redacción?
No. Jamás he trabajado en grupo. Llevo demasiado tiempo trabajando sola y creo que me costaría adaptarme.
Sin redacción, no hay alma de un periódico, de una revista, de un tebeo... Se nota enseguida.
En mi caso, es un poco efecto sorpresa. Yo hago algo aquí en mi soledad, y lo saco. Y a lo mejor, pincho. O funciona muy bien. En este caso, siento como si me hubiera tocado la lotería. Nunca sé qué puede pensar nadie de la viñeta hasta que la ven. En algunas, estoy muy segura de lo que he hecho, y enseguida la mando. Creo que hubo otras veces en que malinterpreté las cosas, y me lo hicieron saber, y aprendí. Pero, también, han querido explicarme que la política no es para mí. Que mejor que me dedique a dibujar cosas de mujeres. Me han llegado a decir que siguiera con lo de antes, que dejara esto para los que saben. Y fue como que no. No.
¿Qué sentiste cuando te dijeron eso?
Sentí que yo no estoy ocupando el sitio de nadie, sino el mío.
Además, es que no te dedicas a la caricatura política, es como si fuera uno de tus principios.
Te voy a decir una cosa. Nunca he dibujado a Pedro Sánchez. Tenemos una generación de políticos cero dibujables. Indibujables. Hubo aquel debate donde estaban Pablo Casado, Pedro Sánchez, el de Ciudadanos..., Rivera. Tú coge a Rivera, a Casado y a Sánchez, y dibújalos. Un traje. Son iguales, o sea, son señores de pelo moreno corto, sin barba, apuestos en cierta medida, y no puedes hacer nada. Feijóo tiene una cara un poco más dibujable; Rajoy tenía barba; la nariz de Abascal, quizá; pero yo... ¡No voy a dibujar a esa gente! Hay una manera de hablar de política actual, de lo que pasó ayer en el Congreso. Pero lo que tienes que hacer es esforzarte en ver la poética de esa situación. De ahí, sacar una conclusión eterna, porque eso se va a volver a repetir. Porque eso es real en el Congreso, y en la cena de Navidad con tu familia. Ese es mi trabajo. Darle vueltas hasta conseguir. Yo siempre digo que, primero, fermento y, luego, destilo. Ya no bebo alcohol y sigo diciendo eso. Pero, bueno, hay más cosas que se fermentan y se destilan.
A tus mujeres les pasan cosas y opinan porque son personas, por encima de cualquier otra condición.
Hay algo que sí he querido cambiar y, aunque despacio, lo estoy haciendo. Creo que estoy educando los ojos. Acostumbrando al lector a que, cuando aparezcan mujeres en una viñeta, no vea un chiste únicamente para mujeres. Es decir, que puedan aparecer dos mujeres hablando de algo que no es, entre comillas, de mujeres... Al principio, en el diario, dibujaba hombres porque pensaba que era lo que allí se hace. Y yo misma tuve que quitármelo de la cabeza, y decirme: Mete más mujeres, mete más mujeres. Pensaba que las secciones donde publicaba no eran para mujeres. Yo pensaba así. Y me obligué a dibujar mujeres a la fuerza. Ya empieza a haber hombres que leen sin prejuicios. Ya está, lo sé, ya los he doblegado. Antes, en las colas, en las firmas de mis libros solo había mujeres. Y ahora, a veces hay señores, y les digo: ¿Es para tu hija? No, no, ¡es para mí! Y me digo: Ya está, ya lo he hecho.
Tradicionalmente, el mensajero de un chiste no suele ser una mujer.
Hombre, es que cambiar eso cuesta. En el mundo de la comedia, en todas sus disciplinas, el hombre no se permite reír cuando el chiste lo cuenta una mujer. Prefieren poner a la rubia tonta para reírse de ella. ¿Es que hay que hacer el mono o se tiene que ser muy fea para hacer reír? Porque así, sí que se permiten reír con ella. Pero como la mujer sea bella, segura, elegante, y que, de verdad, no necesite a nadie, y que encima esté haciendo reír... Joder, aceptar eso nos cuesta mogollón. Y entonces, cuando lo hacemos, resulta que es para nosotras. De hecho, en esta última ola del feminismo, la actual, ocurrió muy al principio con las editoriales. Empezaron a sacar una línea de humor gráfico hecho por mujeres. Pero, te decían: Oye, que es para mujeres. Fue mi caso. Ahora empiezan a pensar que una mujer puede hacer humor para toda la gente. Pero todavía, joder..., ¿cuántos tíos cogen y dicen voy a comprarme un libro de Moderna de Pueblo?
Tuviste que trabajar de muchas cosas para pagarte los estudios de arte en la Escuela Massana.
He hecho de todo, yo. Tengo una vida laboral de veinte páginas. Pero he sido mucho, mucho, lo que más, camarera. Y también guía turística. Yo creo que, de ahí, mi amor por Barcelona. Fui guía turística en el Palau de la Música, y en el Bus Turístic, cuando era hablado y no había CD.
¿Hacías reír a los turistas?
Pues en el Bus Turístic había como un guion; pero tú podías personalizarlo, y eso era muy guay, a mí me gustaba mucho. Los chascarrillos, las curiosidades... Inventarme la mitad de lo que decía, porque era más divertido. Hay cosas que yo explicaba, y no sé si me las inventaba, o si las oí, pero si me resultaban interesantes como idea las decía. Por ejemplo, siempre les decía a los turistas que George Lucas visitó la Pedrera y a raíz de las chimeneas se le ocurrieron los soldados imperiales. Bueno, creo que no me lo inventé yo. Pero lo decía tanto, y claro, a la gente le encantaba.
¿La gente te buscaba para viajar contigo?
No tanto. Era una cosa curiosa el Bus, porque, claro, si se bajaban en esa parada, luego cogían otro, y no volvían a coger el tuyo. Entonces, había gente que no se bajaba de mi Bus porque decían: ¡Esto es guay! ¡Si me bajo, en el siguiente, a lo mejor no está ella! Y se quedaban toda la ruta conmigo.
¿Y de camarera, qué hacías?
Uy, fui mucho camarera. Camarera en el Hotel Arts, o sea, camarera con bodas, y camarera en restaurantes, en bares, en discotecas, camarera en todas partes. Eso debería ser obligatorio. Me hizo querer a la gente. Sobre todo, la parte de ser camarera de mañanas, con los cafés.
¿Cómo se llega a amar a la gente con el café?
Porque, si eres maja, le cambias el día a esa persona. Muchas veces, la primera interacción del día que tiene la gente es con el camarero del café. Y de eso depende su día. Y ahí me di cuenta... ¡Joder, sí que soy poética! Bueno, en el fondo, soy una panoli... Esa parte me gustó y, sobre todo, la parte de servir. Creo que eso me bajó unos humos que flipas. Hay un libro, de Hermann Hesse, o por el estilo, es la historia de un tipo que empieza como rey, luego es juez, luego tal, tal, tal..., hasta que es el cuidador de los perros. Entonces se da cuenta de que es libre y feliz. Y era un poco así. Yo tenía mucha ambición, vamos, que si a mí me decían que podía ser la mayor artista de la historia firmaba en el momento. Pero, para conseguir ser una profesional, es decir, sencillamente para poder vivir de mi trabajo, que es lo que hago, tuve que empezar limpiando tazas. No sabes cuánto echo de menos lavar tazas. La paz mental que tenía en esa época. Bueno, no. En realidad, estaba muy inquieta por avanzar y llegar muy lejos; pero no sabía de qué manera hacerlo. No sabía cómo.
Ser camarera me hizo querer a la gente
¿Cómo conseguiste avanzar?
Porque, al final, ya solo trabajaba en informática. Entré en el mundo de los call centers porque hablaba idiomas, y aquí en Barcelona hay muchos call centers. De ahí, la cosa se fue afinando a no tener que atender tanta llamada y conocer mucho mejor los programas. Entonces ya se trataba de dar un soporte técnico. Y eso me gustaba mucho. Los ordenadores me gustan. No Internet y tal. Los ordenadores, el funcionamiento.
Flavita Banana nace en un ordenador.
Sí, en cuanto abrí una cuenta en Facebook. Fue lo primero que hice. Me puse Flavita Banana porque no se me ocurrió otra cosa.
Suena a Juanita Banana, como la canción de Luis Aguilé.
Es una canción horrible. Siempre me la ponen en la radio.
Hay otra canción, de Tony Ronald, también muy antigua, Lady Banana. Siempre se me cruzan. Lady Banana, una fruta temprana...
¡Fruta temprana! ¡Ese será mi epitafio! Cuando voy a algún sitio, siempre me ponen Juanita Banana. Detesto esa canción. Joder, que yo no había nacido, ¡que lo dije por decir!
Nadie había nacido.
Me arrepiento mucho. No me pega este nombre, no me gusta.
Despista bastante.
¿Sí, verdad? Piensas en tropical y color.
Yo pensaba que eras argentina.
Mira, no me jodas, todo el mundo cree que soy argentina. Me molestaba y, ahora, igual, no me molesta tanto y es bueno parecer argentina. Exacto, el humor gráfico es argentino. Ser lista es argentino.
Hasta ser mujer es argentino. Ese cuadro tan bonito que tienes ahí, el del gato...
¡Lo pintó David Rosel! Es una fantasía de persona. Es un quinqui. Es como si cogieras a un dibujante belga de toda la vida y lo comprimieras en el cuerpo de un quinqui del Llobregat. ¡Qué fuerte! No es consciente de cómo dibuja. Trabaja para la editorial Dupuis, en Francia, y dibuja como un francés o un belga. Pues no, nada, no tiene esos referentes. Es tremendo. A veces, también pinta, y le pedí un cuadro y entonces me hizo el Gat del Baix Llobregat. Según él, el gato está en Castefa, en un avión. ¡Ayyy! Viví con Rosel. Acepté que viviera en casa porque le admiraba, y también como experimento. No hagáis eso. No viváis con alguien porque os fascina su trabajo. Mejor que limpie.
No viváis con alguien porque os fascina su trabajo
Estaba observando tu biblioteca. Tienes un montón de Stephen King.
Es mi Dios. Lo quiero muy fuerte, creo que es la única persona ante quien me doblegaría. La única persona a la que respeto. No sé.
¿Te gustaría conocerle?
¡No! Me pondría muy nerviosa. Creo que me desmayaría. ¡Sí! ¡Me gustaría conocerle!
¿Lo leías de pequeña?
No, de pequeña, no creo que me dejaran. Leíamos mucho en casa, pero elegido. O sea, Roald Dahl y compañía. Y, coño, Stephen King de Roald Dahl no está tan lejos. Gracias a Roald Dahl, entró por ahí Quentin Blake, su ilustrador, y se instaló como un parásito, sin que yo me diera cuenta. Yo creo que todo empezó a raíz de ver los dibujos de Quentin Blake. Me doy cuenta ahora, entonces no lo pensaba. Pero, claro, si tú vas de los dibujos habituales para niños a Quentin Blake, que es gris, negro, tembloroso, sucio... Yo creo que flipé. Amaba, o sea, me salían de memoria, calcaba todos los dibujos de Quentin Blake. Porque sus dibujos no me trataban de idiota. Eran dibujos infantiles para niños no bullshit. No sé cómo decirlo. Me encantaban. Esa gestualidad. Y tanto blanco. No estaban saturados de colores o de líneas, como se supone que tienen que ser las cosas para niños. Y me flipó.
También te gusta el cine de vampiros.
¡Sí! Pero las pelis de vampiros es muy difícil que sean bonitas o estén bien hechas. Pero me gustan todas. Ya sé que no queda bien decir que te gustan, queda como cutre. Pero, mira, creo que Entrevista con el vampiro fue mi revolución sexual. No sabía cuál elegir, eran todos guapísimos. Pero, si tengo que elegir un vampiro, creo que es Gary Oldman en Drácula.
El sexo es muy importante en tu obra.
Era, ya no. Lo he dejado. He dejado de beber. He dejado de follar. Todo. Ahora se habla mucho de sexo en las redes; pero, antes, no se hablaba tanto. Entonces, tenía impacto cualquier cosita que hicieras diciendo las verdades del follar, si dibujabas a una mujer follando que decía me aburro. En pocos años ha cambiado todo esto. Te juro que no había tanta teta y tanta liberación sexual femenina en redes, para nada. Creo que si se ponen seguidos mis libros, también se nota bastante el cambio. Al principio, es como de puertas para dentro. Ser mujer, el sexo, la familia... Y el último es todo mundo exterior. Es un me voy a meter con todo Dios. Es una cuestión de seguridad en una misma.
¿Qué ambiciones tienes ahora?
No lo sé. Ninguna, me aburro. ¿Sabes qué? Sí que hay una ambición, aplicada a lo pequeño, que es la viñeta de mañana. Siempre, que sea la mejor. No siempre se puede. Nunca se puede. Pero... Mi ambición es que la gente, hombres o mujeres, pero sobre todo gente no conectada al dibujo, o no conectada a la sororidad, o incluso al hecho de ser mujer, vean que las mujeres hacemos cosas y que no lo hacemos para que nos vean ellos. Porque también, muchas veces, se ha aceptado que las mujeres hacemos cosas, pero que lo hacemos para llamar la atención de los hombres. Las dibujantes no decimos esto es para nosotras o no es para nosotras. Decimos: Es que yo me lo hago encima, y tengo que hacerlo. Es que me nace de dentro. No dibujamos como una ofrenda a nadie, ni queremos jugar a imitar a nadie, o jugar a ser hombres. Quizá, cuando empiezas, en algún momento, sí que tus referentes son hombres, pues..., ¿puedo servirme un poco más de café?