Don Francisco Giner de los Ríos, a quien se le recuerda como un anciano afable, bondadoso y sabio, murió en Madrid hace justo un siglo: el 17 de febrero de 1915. Fue el fundador y el alma de la ILE (Institución Libre de Enseñanza), en 1876: una bocanada de modernidad, humanismo e innovación educativa dentro del panorama de una educación oficial encorsetada, asfixiante y controlada por el catolicismo más integrista. Giner lo tenía muy claro: la regeneración democrática de la sociedad solo puede venir de la educación, de la revolución de las conciencias. A este propósito puso su sabiduría pedagógica y su ejemplaridad y compromiso moral. Se trataba de pensar y estar en la educación de un modo radicalmente distinto: hermanando la teoría con la práctica, la enseñanza escolar con el aprendizaje fuera del aula y al educador infantil con el profesor universitario.
Este viejo-nuevo profesor disfrutaba tanto sentándose a jugar con los alumnos de párvulos como conversando con estudiantes universitarios. Porque para él, la educación escolar es una obra indivisible y unitaria que se extiende desde las escuelas maternales hasta las aulas universitarias: la orientación de la educación debe ser, en lo esencial, la misma en todas las edades. Y Don Francisco sostenía, a partir de su experiencia directa, que el maestro de párvulos requiere la misma ciencia y formación -y, en consecuencia, la misma consideración social- que el profesor universitario. Un claro preludio de la la reivindicación del cuerpo único de enseñantes, hoy como ayer tan necesaria como olvidada.
En la ILE no cabían las lecciones aprendidas de memoria, los libros de texto ni los exámenes. Giner critica radicalmente la absurda acumulación mecánica de contenidos, el supuesto mecanismo nivelador de los exámenes y que éstos tengan algo que ver con el estudio y el aprendizaje y con las aptitudes del alumnado. “En el sistema actual, uno no puede comenzar a estudiar hasta que no acaba de examinarse”. El famoso dicho de “cabezas no llenas sino bien estructuradas” formaba parte del ADN de esta Institución. Se trata de estimular la curiosidad hacia el conocimiento y el desarrollo del pensamiento libre, planteando cuestiones y contrastando puntos de vista, aprendiendo a razonar con rigor y a resumir con claridad y precisión las opiniones y resultados.
Se aprende, decía Giner, de los libros –no de los textos escolares– y de las salidas al entorno: a los museos, a los talleres y fábricas y a la naturaleza. Por vez primera se organizan salidas a la Sierra del Guadarrama y colonias vacacionales. Y, sobre todo, se aprende dialogando: el aula se transforma en una conversación permanente: libre, exigente y respetuosa. Si, aquí el respeto no se impone jerárquicamente ni se regula legalmente sino que se gana con la relación cotidiana, cercana y confiada del profesorado con el alumnado.
He aquí la grandeza de un educador y de una Institución que lograron tejer una red de complicidades con las ideas más renovadoras de España y de Europa y que escribieron una de las páginas más bellas de nuestra historia de la educación.
(Texto publicado en Cuadernos de Pedagogía, múm. 453, febrero 2015).