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Del frente al estadio olímpico: el poder del deporte en la Unión Soviética que llega a los tiempos de Putin

Desfile soviético en la inauguración de los JJOO de Moscú 1980

Oriol Solé Altimira

8 de abril de 2023 22:51 h

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La mezcla de deporte y política es una constante en la historia por mucho que lo nieguen políticos de todo signo. Jesse Owens se convirtió en un símbolo antinazi en Berlín 1936. Más recientemente, la FIFA ha censurado los intentos de algunas selecciones nacionales de denunciar la homofobia de Qatar. El periodista Manel Alías, excorresponsal de TV3 y Catalunya Ràdio en Moscú, analiza la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos y la URSS desde la perspectiva del deporte soviético, convertido en todo un arma de propaganda y poder político. 

En ‘L'última victoria de la URSS' (Ara pausa), Alías repasa no solo la receta soviética de patriotismo desbocado y entrenamientos que rayaban el maltrato con los que la Unión Soviética alcanzó el liderazgo olímpico mientras perdía otras muchas batallas de la guerra fría con los EEUU. Los nombres propios e historias vitales de los héroes olímpicos de la URSS son el recorrido para narrar el intento de hegemonía soviética.

La caída del talón de acero no fundió la lucha por la hegemonía. “Vladímir Putin, sin ser ni mucho menos comunista (más bien todo lo contrario), quiere recuperar la grandeza deportiva de la URSS para que Rusia compita de nuevo de tú a tú con EEUU”, asevera Alías, que ha recibido el Premio Nacional de Comunicación de la Generalitat de Catalunya por su cobertura de la guerra en Ucrania. 

La invasión ha trastocado los planes deportivos de Putin, pero hasta entonces su plan seguía el guion previsto con la organización del Mundial de fútbol en 2018 y los Juegos de Invierno de Sochi 2014, ensombrecidos por un escándalo sin precedentes de deportistas rusos (con detalles que parecen de película de la Guerra Fría) y que Alías repasa en el epílogo del libro. 

Los inicios 

El ‘made in’ soviético del deporte empezó a forjarse hace alrededor de un siglo. Pero estuvo a punto de no ser así: el libro repasa las divergencias en el seno comunista sobre la conveniencia de participar en las Olimpiadas “burguesas”, y su inicial alternativa proletaria, las Spartakiadas. 

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial cambiaron las tornas, y ganar en todos los campos posibles pasa a ser la prioridad. “Stalin se da cuenta de que puede competir con EEUU también en deporte. Ya hay competición en armamento, ciencia, la conquista del espacio.... y el deporte pasa a ser un terreno más de la Guerra Fría”, reflexiona Alías.

Los primeros héroes soviéticos del deporte habían estado en el frente. Víktor Txukarin, con 30 años, ganó el oro en Helsinki 1952 en gimnasia después de pasar por dieciséis campos de concentración nazis tras la caída de Kiev en 1941. Cuatro años después, en la cita olímpica de Melbourne, logró un oro, una plata y un bronce. 

Pero no todo eran alegrías: Alías también ha realizado una laboriosa labor de documentación para rescatar el informe del Comité de Cultura Física y del Deporte de la URSS que tildó de “insatisfactoria” la actuación del equipo de fútbol soviético en Helsinki, que cayó contra Yugoslavia. No hubo viaje a Siberia, pero el entrenador y los futbolistas fueron sancionados sin jugar durante un año. 

El método soviético

Si la URSS logró sobresalir en el deporte fue gracias a sus duros métodos de entrenamiento. Más allá del maltrato al que, en ocasiones, se sometía a los deportistas, detrás de las técnicas “había mucha ciencia”, destaca Alías. “Los entrenadores sabían muy bien lo que se hacía y la élite del deporte ruso actual todavía vive de esas teorías. La manera de prepararse tampoco ha cambiado mucho”.

En su mayoría, los deportistas soviéticos que ha entrevistado Alías recuerdan con nostalgia esa época. Muestra de ello es el capítulo dedicado al mito del balonmano, con pasado en España, Talant Dujshebaev. “Pero al preguntarles a los deportistas si querían la misma vida y los mismos entrenamientos para sus hijos, ninguno responde rotundo que sí, porque claramente también implicó muchas renuncias”, matiza el periodista. 

Paradójicamente, otra de las claves del éxito deportivo en la unión de repúblicas socialistas fue la enorme competencia que tenían que superar sus campeones. “En un país tan grande, primero tenías que ser el primero de tu barrio, luego de tu ciudad, después de tu región, y luego uno de los 3–4 escogidos de cada una de las repúblicas. El proceso de selección era muy bestia”, expone Alías.

Estar en el Olimpo del deporte soviético era duro, pero también traía privilegios: viajar a Occidente, algo impensable para un soviético de a pie, y catar las mieles capitalistas comprando tejanos, vídeos o coches de segunda mano. Eso sí, en cada viaje al extranjero los deportistas recibían un férreo marcaje por parte de agentes del KGB.

Barcelona 92, éxito y ocaso

Capítulo destacado del libro merecen los Juegos de Barcelona 92. Mientras la otrora todopoderosa URSS se disolvía como un azucarillo, los atletas de las antiguas repúblicas socialistas unidas lograban un éxito sin precedentes en la capital catalana. 

¿Cómo recibieron los deportistas el colapso soviético? Para gustos, colores: Vitali Shcherbo, gimnasta bielorruso que logró seis oros en Barcelona, quiso seguir compitiendo y triunfar al margen de los colores de la URSS. Ahora vive en Las Vegas (EEUU), donde regenta un gimnasio y disfruta del modo de vida estadounidense.

Pero hay otros deportistas decepcionados porque al subir al podio no sonaba el himno que desde pequeños escuchaban al levantarse. Es el caso de la lanzadora de peso Svetlana Kriveliova o del luchador Aleksandr Karelin. Distintas reacciones en unos Juegos que transformaron muchas más cosas además de la capital catalana. “En Barcelona 92 no solo se cierra un ciclo deportivo, también acaba una parte de la historia”, concluye Alías.

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