La historia de Olivia, una niña abusada durante años por su padre: “Me decía que era su novia pequeña”
Olivia se atusa el pelo constantemente, se recoloca las gafas y se frota las manos. Tras las lentes, su mirada se fija en un punto indefinido de la sala. Pero, a pesar de los nervios y de lo doloroso de reabrir una herida que todavía no ha cicatrizado, su voz se mantiene firme mientras rememora su historia, que cuenta sin tapujos ni eufemismos. “Mi padre abusó de mí desde que tengo uso de razón y hasta el día antes de decidirme a contarlo, con 14 años”.
Desde aquel día han pasado cuatro años, durante los cuales Olivia ha tenido que recibir “mucha” ayuda psicológica. Tanto para superar lo ocurrido como para asumir la sentencia de la Audiencia de Barcelona, que exculpó a su padre en enero de 2023. La razón es que, según el tribunal, el testimonio de Olivia presentaba “modificaciones sustanciales” entre lo que dijo el día que denunció a su padre ante los Mossos d'Esquadra y lo que aseguró en el juicio, tres años después. “Yo ya no era la niña que habló la primera vez. Claro que había diferencias”, asegura, resignada, enfadada y asustada de que su padre esté en la calle.
Hoy tiene ya 18 años y considera que la sentencia no es justa. Pero eso no la detiene a la hora de contar su historia para ayudar a niñas como ella. Todo lo que explica, asegura, es real. Lo único ficticio es su nombre, que en realidad no es Olivia, pero ha decidido usar un pseudónimo para protegerse a ella y a su familia.
Como muchas otras, Olivia pasó años carcomida por la culpa, un sentimiento que le hizo mantener el secreto cuando empezó a notar que había algo raro en lo que su padre le hacía. “Él me decía que yo le obligaba a hacerlo porque a mí me gustaba. Sabía que estaba mal, pero no se lo dije a nadie porque me creí que era mi culpa. ¿Cómo iba a denunciar si yo le provocaba?”, se pregunta.
No rompió el silencio hasta que tuvo 12 años. Habló con unas amigas del colegio, que le insistieron en que se lo explicara a su madre. Pero Olivia se negó. Sus padres tuvieron un divorcio difícil cuando ella tenía nueve años. “Mi madre sufrió violencia y sabía que contar lo que me hacía a mí sólo haría que destrozarla. Se vendrían todos abajo y no quería eso”, rememora la joven, flanqueada por su pareja y una amiga, que le acompañan durante la entrevista.
Nunca había llegado a penetrarme. Pero entonces lo intentó y me dijo que iba a hacerlo porque yo quería. Estaba cagada
Ante el miedo al daño que podrían causar sus palabras, decidió mentir a sus amigas y les explicó que todo había acabado para que cesaran en su insistencia. Así estuvo algo más de un año, pero un día todo cambió. Hasta ese momento, los abusos se basaban en tocamientos y penetraciones bucales. “Nunca había llegado a penetrarme [vaginal o analmente]. De repente lo intentó. Yo me negué, pero me dijo que iba a acabar haciéndolo porque yo quería. Estaba cagada”. Olivia decidió que aquello tenía que acabar y fue a contárselo a una profesora.
Fue el director del centro quien habló con su madre, porque la niña todavía “no estaba lista” para hacerlo. Y de ahí fueron directos a poner una denuncia a los Mossos d'Esquadra. Hoy asegura que su experiencia con la policía fue buena, sobre todo porque la atendió un agente especializado en abusos infantiles, que sabía cómo tratarla. Pero en el hospital y en los juzgados no le fue tan bien.
Olivia y su madre esperaron horas a que le hicieran las pruebas médicas, solas, sin que nadie les ayudara a asimilar lo ocurrido. “Pasamos mucho rato en silencio porque mi madre no quería hablar del tema”. Finalmente, volvieron a casa con las manos casi vacías. A pesar de que contaba con un requerimiento policial, no le realizaron la exploración vaginal en busca de pruebas de abuso. Simplemente le hicieron algunos exámenes rutinarios, según cuenta la joven.
El periplo para aquella niña no había hecho más que empezar: a las pocas horas de romper su silencio fue llamada a la Ciutat de la Justícia para prestar su primera declaración. “Fue horrible. Me sentía en un experimento”. Olivia relata la experiencia de una niña que tuvo que explicarle a una desconocida una pesadilla que no fue capaz de contar ni a su madre. Además, a cada rato la interrumpían porque hablaba demasiado flojo y debía gritar más. Todo ello con una cámara apuntándole en una sala llena de espejos. “Estaba aterrada y no quería ver mi cara por todos lados”, se lamenta.
El periplo judicial
Olivia estuvo esperando dos años a tener fecha de juicio, durante los cuales cayó en una depresión severa y tuvo que ingresar diversas veces en unidades psiquiátricas juveniles, sumando más de nueve meses de ingreso entre 2019 y 2020. De hecho, todavía hoy cuenta con un diagnóstico de depresión mayor y estrés postraumático. Poco después de recibir el alta, llegó la pandemia. Así que la vista se retrasó hasta el 2021. Pero el primer día, la abogada de su padre requirió que testificara, algo que no estaba previsto porque se consideró que, de participar en el juicio, Olivia podría recaer en sus problemas psiquiátricos. Ella accedió a declarar, pero el tribunal acordó esperar otro año más a que estuviera plenamente recuperada y tuviera tiempo de prepararse.
Finalmente, en noviembre de 2022 empezó el juicio, que Olivia recuerda como traumático. Sobre todo porque tenía a su padre sentado al lado. “Aunque nos separaba un biombo, yo le oía. Estaba a un metro. Aquí al lado. Y yo no sabía cómo hablar”, recuerda. Los nervios, la hostilidad del ambiente y tener tan cerca a su padre le jugó una mala pasada. Pero Olivia no sólo achaca a eso la sentencia absolutoria. “Me di cuenta de que lo que querían de mí era que hiciera un papelón”, afirma.
La joven asegura que el tribunal esperaba que replicara palabra por palabra la declaración que hizo con 14 años. La nueva declaración de Olivia fue solicitada por la defensa de su padre en vísperas del juicio y ni la Fiscalía ni la abogada de la joven se opusieron pese a que en los juicios por abusos a menores es inusual que se vuelva oír el testimonio de las víctimas. Los tribunales suelen valorar la declaración del menor obtenida como prueba constituida en la fase de instrucción para que no tenga que volver a rememorar el trauma durante el juicio.
Esa segunda testifical resultó clave para que el tribunal absolviera a su padre. En la sentencia, a la que ha tenido acceso elDiario.es, los jueces consideran que el testimonio de Olvia no aporta la “necesaria fiabilidad” para permitir una condena del acusado. El tribunal no da total credibilidad al relato de Olivia por dos motivos. En el juicio, la joven mencionó el coche, además del domicilio, como el lugar donde fue víctima de abusos.
Esta novedad supone para el tribunal una “alteración transcendental” del relato de Olivia, si bien los jueces reconocen que en ambas declaraciones (separadas por tres años de diferencia), la joven sí explicó que los abusos tenían lugar en casa de su padre. Además, los jueces consideran que el relato de la menor fue, en sus dos declaraciones (prestadas con 14 y 17 años), “escaso en descripción de detalles” y “sin detalles concretos sobre los hechos vividos”. Todo ello convierte el alegato de Olivia, según el tribunal, en una “narración lineal”, “imprecisa” y “vaga”.
“El día antes de la primera declaración mi padre había abusado de mí. Era pequeña y estaba asustada. Seguro que dije cosas que no tenían sentido y escondí otras por miedo. Con los años hay recuerdos que tengo más claros, así que en el juicio dije más cosas. No me expresé igual porque ya no era la niña que dijo aquellas palabras”, asegura Olivia.
Como ocurre en muchos casos de abusos en el ámbito familiar, la ausencia de testigos que presenciaran los hechos hace que el testimonio de la menor fuera lo que sostenía la acusación. En en el caso de Olivia, además, el tribunal afea que ni la Fiscalía ni la defensa de la joven llamaran a declarar a las amigas a las que confesó los hechos, lo que habría permitido obtener una corroboración de sus palabras.
Quien sí testificó y respaldó el testimonio de Olivia fueron las psicólogas que la atendieron en el juzgado. Pero el tribunal cree que las peritos solo pueden confirmar que la menor no acusó a su padre por “motivos espurios” y descarta que sus valoraciones puedan servir para corroborar el testimonio de la joven. Es más, llega a acusar veladamente a las psicólogas de “partir del riesgo derivado del sesgo confirmatorio de una sola hipótesis” y de valorar “más positivamente” los criterios que confirman el relato de Olivia “frente a los que se descartan”.
Miedo a salir a la calle
La sentencia absolutoria fue un duro golpe para ella. Su padre se quedaba en la calle y las órdenes de alejamiento quedaban sin efecto. “No podía dejar de pensar qué podría pasarle a otras niñas estando él en libertad”, asegura. El miedo se apoderó de aquellos días: dejó los estudios por temor a salir de casa y encontrarse con él. “Cada vez que veía a un padre con su hija, pensaba cosas raras. Veía a un chico y me ponía mal”, rememora.
Fue entonces cuando entró en contacto con la Fundació Concepció Juvanteny, una organización que presta asesoramiento psicológico a víctimas de abusos infantiles y que, además, realiza peritajes para juicios. Emilia Bosch, su presidenta, asegura que los casos como el de Olivia son “desgraciadamente” mayoría. Opina que las leyes están pensadas “por y para adultos” y que “se espera de los niños que actúen como personas mayores, no como las criaturas asustadas que son”.
Cada vez que veía a un padre con su hija, pensaba cosas raras. Veía a un chico y me ponía mal
Muchos jueces interpretan que niñas como Olivia se contradicen, cuando, según la Fundació, no es así. “El cerebro nos protege: oculta y cambia detalles de hechos traumáticos, sobre todo en los niños. Pero eso no significa que estén mintiendo”, asegura Bosch, quien también tiene claro que estos casos no deberían prescribir. “Muchas veces se tarda en denunciar porque el trauma está escondido y aflora en el momento menos pensado”.
Pero sí que hay niños, como Olivia, que denuncian mientras todavía son pequeños. Y la Fundació Concepció Juvanteny está especializada en trabajar con ellos durante los momentos más complicados del proceso. Son los encargados de elaborar peritajes para los juicios y de acompañar a las víctimas justo cuando rompen el silencio. Todo ello, de manera gratuita: “Trabajamos para los niños y ellos no tienen dinero, ¿verdad?”, sostiene Bosch.
En el marco del acompañamiento, realizan un tipo de terapia novedosa que incluye no sólo a la criatura, sino a toda la familia. Esto supone no tener que dejar sola a la víctima con un adulto que no conoce -como le pasó a Olivia. Además, ayuda a superar uno de los grandes temores de estos niños y niñas, que suelen guardar el secreto -como también le pasó a Olivia- por miedo a que sus familiares se enfaden, se pongan tristes o dejen de quererlos. “El abuso es grave, pero a veces lo que duele más es el secreto. Y tratar el tema con la familia puede ser muy curativo”, aseguran desde la Fundación.
Olivia está de acuerdo. Ella ha hecho diversas sesiones con su madre, con su hermano y se dispone a hacer algunas con sus abuelos. “Ha sido bonito darme cuenta de que es un tema importante en mi familia, porque siempre lo hemos puesto debajo de la alfombra”. Hoy, a pesar de que su hermano ha dejado la terapia conjunta, sí que cuenta con el apoyo del resto de la familia. Ellos también están en el camino de superar la culpa, en su caso por no haber podido proteger a Olivia y no haber sabido ver los abusos que sufrió durante tantos años.
Mi padre me trataba como si fuera su pareja. Me daba besos y me abrazaba. Me decía: 'eres mi novia pequeña'. Y cuando mi novio me abraza o me besa, a veces, me vienen recuerdos
Por su parte, la joven asegura que se va recuperando, aunque tiene momentos de recaída. Sobre todo a la hora de relacionarse con hombres. “No es sólo a nivel sexual. Es todo. Mi padre me trataba como si fuera su pareja. Me daba besos en la cocina y me abrazaba. Me decía: 'eres mi novia pequeña'. Y cuando mi novio me abraza o me besa, a veces, me vienen recuerdos”, dice, con la mirada gacha, mientras su pareja le dedica una tímida sonrisa.
Olivia insiste en que el de la recuperación no es un camino fácil y que todo el mundo pasa por un proceso distinto. Lo que a ella mejor le va, aparte de la terapia psicológica, es poder contar su historia. Sentir que llega a otras víctimas y a gente que puede ayudarlas. Por eso ha dado charlas en colegios e, incluso, en la escuela judicial, donde dio consejos a los futuros jueces sobre cómo tratar a las víctimas. “Estamos hablando de menores, asustados, que vienen de sufrir abusos. No se les puede tratar como a un adulto, exigirles que sean claros y que hablen perfecto. ¡Claro que dudan, tienen miedo!”, resalta Olivia, todavía con la herida reciente de la sentencia de su juicio.
Pero no hay rencor. “No es culpa del tribunal. Es difícil saber quién es bueno y quién es malo”, asegura. Tampoco hacia su padre. De hecho, ahora quiere compartir una de las sesiones de terapia con él. Es algo que en la Fundació Concepció Juvantany hacen a menudo, siempre buscando que el agresor pida disculpas a la víctima. “Cambia los roles y da una fuerza brutal a los niños”, asegura Bosch.
Olivia todavía no sabe si su padre accederá al encuentro y, de hacerlo, duda que le pida disculpas. Pero le da igual. Ella lo que quiere es que vea que está bien. “Que, aunque haya perdido el juicio, saldré adelante, que tendré una buena vida a pesar de lo que me ha hecho”, afirma. Dice estas palabras atusándose el pelo, pero no con el nerviosismo del principio: ahora se lo aparta de la cara y sube la barbilla. Orgullosa del trabajo hecho y de la valentía que sabe que demuestra.
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