Francisco González Ledesma, escritor, periodista y abogado, ha muerto en Barcelona a los 87 años de edad. Paco González Ledesma vivió muchas vidas, muchas más de las que indican los seudónimos que utilizó a lo largo de su carrera. Buena parte de esas vidas estuvieron asentadas en los lugares donde trabajó, la editorial Bruguera, El Correo Catalán y La Vanguardia, y en el barrio del que emocionalmente nunca se separó, el Poble Sec.
Cuando a principios de siglo el periodista de La Vanguardia Víctor Amela entrevistó al polifacético Alejandro Jodorowsky, el artista chileno le dijo: “Para mí, por encima de Cervantes, está Silver Kane: ¡es el autor de cientos de novelas del Oeste, todas deslumbrantes! ¿Quién sería ese genio? Vaya usted a saber...” Jodorowsky casi se desmaya cuando Víctor Amela le dijo no sólo que lo conocía sino que se lo presentaría. Silver Kane era Paco González Ledesma, escritor a sueldo de editorial Bruguera, que escribió más de mil novelas, a un ritmo de una cada semana. Pero también fue Rosa Alcázar, Fernando Robles, Silvia Valdemar, Taylor Nummy o Enrique Moriel. Algunos de esos seudónimos habían sido previamente personajes de sus novelas. Tan intensa era su producción y la exigencia en las entregas que en una ocasión en que hubo un apagón en el barrio subió a la terraza para seguir escribiendo a la luz de la luna.
Como muchos otros periodistas de la época, Paco González Ledesma tenía otro empleo que le ayudaba a redondear los ingresos. Él trabajaba por las mañanas en la editorial Bruguera y por la tarde en el periódico, primero en El Correo Catalán y más tarde en La Vanguardia, donde llegó a ser redactor jefe. Pero había aún otro González Ledesma, muy distinto del abogado y escritor anónimo de Bruguera y del periodista afable y tranquilo de La Vanguardia. Había un Paco González Ledesma canalla. Era el Paco González Ledesma que se perdía por las callejas oscuras y malolientes del Barrio Chino, esas calles que tan bien conocía, tan cercanas a su Poble Sec natal. Las calles del pecado, de la miseria, de la ciudad que a él le gustaba evocar, tan próximas, pero tan distantes, a la Barcelona turística de la que siempre desconfió.
En ese mundo, González Ledesma se embutía en la gabardina ajada del inspector Méndez y daba vida a uno de los mejores policías (si no el mejor) de la novela negra española. Méndez era un tipo escéptico, sarcástico, fumador, bebedor, un viejo policía del franquismo (aunque no franquista) de vuelta de todo, a punto de jubilarse y que se sentía más cómodo entre delincuentes que en las salas de justicia. Y sin embargo, Méndez era una persona entrañable, justa, defensora de los débiles ante los poderosos.
El inspector Méndez nació como personaje secundario en “El expediente Barcelona”, una de las primeras novelas de González Ledesma, una obra a la que él profesaba un cariño especial. Antes de eso, a los 21 años, había ganado el Premio Internacional de Novela con “Sombras viejas”, pero fue prohibida por el franquismo, como también lo fue su obra posterior, “Los Napoleones”. Los censores calificaron al escritor de “rojo” y “pornógrafo”. Y seguro que él acogió la descripción con una media sonrisa. Entre sus compañeros de La Vanguardia se comentaba que siempre se las ingeniaba para introducir en sus novelas una escena que le permitiera escribir la frase: “Y la poseyó por detrás”. No era exactamente así (aunque la frase aparece en alguna novela), pero era una de las bromas recurrentes en la redacción, una broma que él encajaba con buen humor.
Luego Méndez cobró vida propia y se convirtió en protagonista de más de una decena de títulos. Era fácil reconocer en aquellas novelas a personajes reales que había conocido en sus otras vidas, como aquel cajista de La Vanguardia, encargado de las esquelas (una nada desdeñable fuente de ingresos), que contaba como éxitos la cantidad de esquelas que publicaba el diario y que un día no pudo resistir la emoción ante dos páginas llenas y exclamó: “Quin bé de Déu!”.
A medida que pasaban los años Méndez se fue volviendo cada vez más escéptico y descreído, cada vez más desencantado de esa Barcelona en imparable transformación de la que se iba sintiendo excluído. Porque las novelas de Méndez no son únicamente una novela policíaca, sino una crónica social de la ciudad, de sus desigualdades.
Por eso, ahora que Paco González Ledesma se ha ido, es oportuno recordar el arranque de un capítulo de “Una novela de barrio”. Son apenas tres líneas que resumen, en un paréntesis, un tiempo y una ciudad:
“Miles de delincuentes atrapados en el peor momento (en años que ya no existen y calles que a lo mejor tampoco existen) habían gritado siempre lo mismo:
-¡Hostia, el Méndez!“