El día 15 de octubre se estrenó en la Filmoteca de Cataluña el documental “Xavier Vinader, un periodista contra la guerra sucia del Estado”, dirigido por Ángel Leiro y Xavier Montanyà. El documental, que dura 56 minutos y del que TV3 tiene los derechos de emisión, reconstruye el periodo en el que Vinader tuvo que exiliarse en París porque la justicia española lo condenó a siete años de prisión tras el asesinato de dos personas que aparecían en los reportajes que el periodista publicó en la revista “Interviú” sobre los grupos que practicaban la guerra sucia contra ETA. Le acusaron de “imprudencia profesional temeraria”.
Xavier Vinader regresó a España tras obtener el compromiso del Gobierno de Felipe González de que, a pesar de que tendría que pasar por la cárcel un tiempo, saldría pronto. Estuvo 43 días en la de Carabanchel y recuperó la libertad el 21 de marzo de 1984.
¿Cómo fue la idea de hacer este documental?
Un día tuve una conversación con Ángel Leiro, un veterano realizador de TV3, porque yo tenía en la cabeza el proyecto de un documental sobre los aparatos clandestinos de los partidos políticos durante el franquismo. Es una historia que aún no se ha explicado. Y los protagonistas ya son muy mayores, van desapareciendo y se llevan vivencias que no se han contado. Conozco bien el tema y conozco gente que podría hablar bastante. Pero Ángel Leiro me dijo que el documental lo tenía yo. Se entusiasmó por mi historia periodística y me convenció para que la explicara.
¿Qué sensación se tiene siendo el protagonista de un documental como éste?
Me ha costado. Estoy acostumbrado a estar al otro lado del espejo, a hacer las preguntas, no a que me las hagan. Lo que pasa es que cuando llevas muchos años de praxis periodística te das cuenta de que hay historias que has vivido y que tendrían que conocerse. Es importante que se explique a las nuevas generaciones que hemos llegado aquí, que no es una situación idílica, ni mucho menos, pero que ha sido a base de muchos esfuerzos y que hemos pasado por épocas peores.
El caso Vinader se produce en los primeros años de la democracia recuperada en España. Todo el mundo cantaba entonces las excelencias del sistema democrático. Usted se debería desanimar pronto, al ver la sentencia que le cayó y la necesidad de exiliarse.
Pronto me di cuenta de que yo aspiraba a una democracia de mucha más calidad de la que tuvimos. Hubo una época dorada en el campo periodístico, y concretamente en el periodismo de investigación y de denuncia, que comienza en 1976 y termina en 1982, con la victoria socialista. Creíamos que podríamos tocar el cielo, que podríamos levantar las alfombras del poder y ver el polvo que había debajo, que podríamos bajar a las cloacas del Estado y ver la suciedad, abrir todos los armarios que habían estado cerrados y ver los esqueletos que había dentro. Parecía que se podía hacer todo. Nada estaba consolidado. Se subió bastante el panel de la libertad de expresión y pensábamos que se podría subir mucho más.
Teníamos un sueño en la cabeza. El sueño de que el periodismo podía transformar realmente la sociedad. Éramos una generación muy marcada por el caso Watergate, cuando unos periodistas hicieron caer a todo un presidente de los Estados Unidos. Estábamos alucinados y creíamos que podríamos ventilarlo todo. Veníamos de cuarenta años de dictadura y una guerra civil. Había mucho que ventilar. Y unos cuantos empezamos a hacerlo.
Por ejemplo, fui el primer periodista que entró a hacer un reportaje en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, en Madrid. ¡Imagínate! Estamos hablando de 1976 o 1977. Hice la primera entrevista al jefe de policía en su despacho, que parecía la sede de la Gestapo. Aún funcionaban todas las Brigadas. Me bajaron a las salas de interrogatorios. Los cogió como de sorpresa. No sabían cómo comportarse. Me enseñaron a unos detenidos del Grapo, que salían de los interrogatorios, y algunos llevaban una cara no muy presentable.
Se centró mucho en el tema de la extrema derecha.
Me dediqué desde muy pronto de mi trayectoria periodística y durante unos diez años a los grupos de extrema derecha. Y desde principios de los años setenta iba al País Vasco. Lo considero una época dorada porque pensábamos que se podían hacer muchas cosas. Pronto nos dimos cuenta de que no sería así. Las nuevas fuerzas políticas que aparecieron, cuando tomaron posesión, no tuvieron ningún interés en que continuáramos levantando alfombras. Se acostumbraron muy pronto a que los guardias civiles los saludaran y los policías se cuadraran.
Habíamos hecho una labor periodística de denuncia que les había ido muy bien a mucha gente que había estado en la oposición pero cuando llegaron al poder cambiaron. Recuerdo haber entrado en despachos oficiales donde había amigos que mandaban, con los que había estado luchando en la clandestinidad, y que, cuando entrabas, le daban la vuelta a los papeles para que no los vieras. “Es que eres periodista. Ahora soy alcalde, gobernador, director general... no compliquemos las cosas”, me decían. Son anécdotas que marcan. Me di cuenta de que las cosas habían cambiado. No me desencantó porque no va con mi carácter. Con mi historia periodística yo podría haber salido mucho más quemado.
Tuvo que exiliarse, estuvo en la cárcel...
Otra gente salió mucho más quemada que yo. Josep Maria Huertas, que fue un referente para mí y a quien he querido mucho, lo pasó muy mal en la cárcel. Se deprimió. Salió tocado. Conozco compañeros míos franceses, reporteros de primera categoría, que los han secuestrado durante meses y al salir se han dedicado a escribir en revistas de vinos o gastronomía. Ha habido un crack en sus vidas. Si estás meses encadenado, en manos de un grupo islámico, psíquicamente quedas tocado. A mí, la capacidad guerrera y el entusiasmo por este tipo de periodismo no me los han quitado. Sí que vi enseguida los límites de la democracia que se instalaba aquí.
¿Cuándo tiene la sensación de que puede respirar tranquilo, que ya no le perseguirán, que no le amenazarán más?
Cuando te dedicas a este tipo de trabajo, la tranquilidad la asumes. Te acostumbras a vivir con ello encima. No es que no pienses en ello, pero no dejas que te afecte. El punto álgido fueron los años entre 1979 y 1985, durante el proceso, pero no dejé de hacer el mismo tipo de periodismo. El marco cambió pero no bajé nunca el pistón. Cuando has trabajado mucho tiempo en la maroma, caminando por la cuerda floja, te quedan prevenciones. Has vivido determinados hechos. Hay gente que sabe que sabes cosas. Flota en el ambiente, pero no te crea intranquilidad.
De los grupos que atentaron contra usted, que le amenazaron, ¿queda algo hoy?
Grupos no. Deben quedar individuos. Todos nos hemos hecho mayores. Ha pasado mucha agua bajo los puentes. Ha llovido mucho. El país ha cambiado. La democracia, aunque es joven en su conjunto, ha madurado. Ya no hay tanta gente afilando el cuchillo bajo la piedra.
Han desaparecido las formas violentas, los bates de béisbol, las cadenas, las palizas a los periodistas o abogados, los atentados en los periódicos, las librerías... Las ideas de esta gente yo pienso que son las mismas. Siempre digo que los que manejan el cotarro de la extrema derecha en este país son siempre los mismos. Hay el efecto biológico, claro.
En el documental sale un Blas Piñar muy envejecido.
Es la última entrevista que dio. Murió a los pocos meses.
Agresiones como las que hizo un grupo ultra a los asistentes a un acto en la librería Blanquerna, el 11 de septiembre del año pasado, ¿nos lo podemos tomar a broma?
No. Es un acto alocado, de fascismo hooligan, como si miembros de las Brigadas Blanquiazules apalean una persona que lleva una bandera del Barça, a la salida del fútbol. Siempre habrá, a un lado y otro, actos de alocados. Es un peligro que hay que tener en cuenta, pero el peligro real son los instigadores, las ideas que hay detrás.
La extrema derecha en este país no ha sido nunca nada. No lo minimizo. Siempre ha tenido detrás a los servicios de inteligencia y a las fuerzas de seguridad. No habría hecho la mitad de las cosas que ha hecho si no hubiera tenido la protección de la policía, que o los encubría o miraba hacia otro lado. A mitad de los años ochenta, con la consolidación de la democracia, en la época del PSOE, se minimiza la presencia violenta en la calle. Las ideas siguen existiendo pero los asaltos a las universidades, los atracos, desaparecen. La mano de obra siempre existe, propensa a ser utilizada para defender la unidad de la patria, la cultura occidental ante la invasión de la cultura musulmana, para reivindicar Gibraltar español, o lo que sea. Esto es lo que es peligroso.
¿La extrema derecha española no tiene peso hoy porque el PP la ha absorbido?
A Blas Piñar le preguntaron poco antes de la entrevista que sale en el documental dónde estaba toda la gente de Fuerza Nueva. En los años 79-80, Fuerza Nueva llegó a tener casi 60.000 militantes. Era el partido más importante de extrema derecha que ha habido en este país. Y contestó: “Están todos en el PP”.
El documental reproduce unas declaraciones de Felipe González, como presidente del Gobierno, donde dice que “al Estado se le defiende no sólo desde los salones, sino también desde las cloacas”.
Me parece de un cinismo impresionante. Yo creo que no. Evidentemente, cuando tienes un edificio, una construcción, las aguas sucias se tienen que ir por algún sitio, pero las alcantarillas deben estar limpias. Una democracia fuerte, seria y transparente, un Estado democrático, no se puede permitir tener zonas oscuras. Estas zonas oscuras siempre acaban conociéndose. No se pueden permitir. Esto es propio de las dictaduras, no de las democracias.
Durante el exilio, hice un reportaje con la policía francesa. Estuve en una comisaría hablando con un comisario veterano que había arrestado a uno de sus agentes oficiales. Me contó que le habían expedientado porque había dado unas guantazos a unos inmigrantes detenidos dentro de la comisaría. Me recordó que él había luchado en la resistencia contra los nazis y que le había detenido y torturado la Gestapo. “Yo no puedo permitir que alguien de los míos haga lo mismo que me hicieron a mí. Nosotros, como policías de una democracia, no podemos utilizar los mismos métodos que utilizaron los nazis contra nosotros”, me dijo. Y era un comisario conservador, de derechas. No era comunista ni nada que se le pareciera.
¿Hay menos cloacas del Estado en Francia o el Reino Unido que aquí?
No. Las hay en todas partes. Los que tienen el poder no quieren ni oír hablar de ellas. Tienen otras preocupaciones. Hablamos de Felipe González, François Mitterrand, o de quien sea. Las operaciones sucias de los servicios secretos no las conocen en detalle. No las quieren saber. Les dejan pasar por caja, eso sí. Me costaría creer que a Felipe González le explicaban con detalle las operaciones del GAL.
Yo hablé con gente que había trabajado en el departamento de Estado de Estados Unidos, muy cercanos a los presidentes Carter y Clinton, y me explicaban que de muchas operaciones de espionaje o antiterrorismo no querían especificaciones. Así se protegen. Nixon cayó porque se demostró que sabía de qué iba la operación Watergate. Estaba todo grabado. Se blindan. “Ya tengo mi ministro, mi director general... confío en ellos”, es su argumento.
¿Ha hablado de estas cuestiones con Felipe González, Rafael Vera o José Barrionuevo?
No.
¿No son necesarias estas cloacas?
Un Estado no debería recurrir a defensores encapuchados, enmascarados, ocultos o hacer actividades al margen de la ley. La democracia debe defenderse con luz y taquígrafos y siempre dentro de la legalidad. No estoy de acuerdo en utilizar el terror contra los terroristas. Daña la democracia. Mantener el juego limpio, aunque cueste, da una gran fuerza moral. Si aceptas jugar sucio, pierdes una buena parte de tu moralidad. Esto debe distinguirnos a unos de otros.
¿Cree que Felipe González se habrá arrepentido alguna vez de haber amparado los GAL o de haber mirado hacia otro lado cuando actuaba?
No lo sabremos porque no lo reconocerá nunca. No he visto ningún mandatario que reconozca nunca que la ha pifiado. Normalmente se creen imbuidos por una especie de aura de que están haciendo el bien. Recuerdo haber entrevistado algunos dictadores, como el presidente Marcos de Filipinas y su esposa Imelda, que me explicaban que eran grandes benefactores del pueblo filipino, que había avanzado tanto mientras ellos estaban en el poder. ¡Y recuerda cómo terminaron! Lo mismo si hablabas con Duvalier, el dictador de Haití.
Están fuera de la realidad. Viven en otro mundo. Levitan. No hacen autocrítica. No he encontrado ningún mandatario de este nivel que la haga. Esto se ve leyendo sus memorias. Son bastante malas. Incluida las de Margaret Thatcher. Y afecta a políticos de todos los colores.
Cuando aparecen informaciones sobre los negocios de los hijos de Jordi Pujol, de él mismo o de Artur Mas en algunos medios y salen voces que acusan a las cloacas del Estado español de promoverlas, ¿qué piensa?
Se mezcla todo. ¿Qué son las cloacas del Estado? ¿Lo son los servicios de inteligencia, los servicios de información? No. Son armas, instrumentos del Estado. Cloacas del Estado es contratar a un grupo de mercenarios, a los que no reconoces, y les haces cometer fechorías, atentados, poner bombas, realizar secuestros... “las bajas obras”.
Lo que hay aquí es una guerra encubierta, lo que se llama, en terminología de inteligencia “cover operations” (operaciones encubiertas), desestabilización. Me parece elemental. Juegan a ellas desde los servicios de inteligencia hasta los cuerpos de seguridad y todo tipo de maniobras. Es normal. Hay una parte de España que chirría. “Introduzcamos en ella cuñas, vectores, contracuerpos”, piensan.
Evidentemente que utilizan la guerra sucia, porque cuando filtran documentos bajo mano –manipulados o no, no lo sé–, o datos interesados, lo hacen con un interés determinado. No lo hacen con el ánimo de transparencia, sino para desprestigiar a determinada persona. ¡Claro que lo están haciendo!
¿Qué piensa cuando ve informaciones en el diario El Mundo que acusan al alcalde de Barcelona de tener una cuenta escondida en Suiza y que éste responde diciendo que es mentira y anuncia que se querellará contra el ministro del Interior, por haber telefoneado a algunos medios de comunicación para convencerlos de que la información es cierta?
Que todo me recuerda demasiado a lo que pasó el 11-M y la maquiavélica mentira que intentó “colar” el gobierno del PP –con Aznar a la cabeza y Acebes como ministro de Interior– atribuyendo el atentado a ETA y presionando a los medios de comunicación de forma inadmisible para que lo propagaran. Aquello ya no era guerra sucia informativa, era intoxicación pura y dura. Y El Mundo, recordemos, jugó a fondo esa carta y nunca ha hecho acto de contrición por su pecado.
Tal como ha sido presentada hasta ahora, la información sobre las cuentas en Suiza del alcalde Trias no tiene ninguna de las características que la podrían hacer creíble. Ni por las fuentes –que no se identifican en ningún momento– ni por el contenido –basado en un hipotético documento policial que tampoco se reproduce nunca– ni por el apoyo difusor: el diario El Mundo con una credibilidad bajo mínimos. Creo que todo ello es un episodio más de los intentos del gobierno de Mariano Rajoy para desestabilizar el proceso catalán. Y para ello está utilizando a los policías de la UDEF, los agentes del CNI y el sursumcorda si hace falta.
¿Hay periodistas que se presten a este juego?
El nivel de nuestro periodismo es débil. La guerra de dossiers no viene de ahora. Mario Conde y Javier de la Rosa ya comenzaron, en los años noventa, a hacer correr dossiers arriba y abajo. Estamos en un periodismo de mínimos donde ningún medio de comunicación tiene equipos de investigación consolidados y trabajando en temas de estos, con voluntad de largo recorrido. Les va muy bien que les caigan unas fotocopias, un dossier... Y a menudo lo publican sin más. Hay cancha para este tipo de movimientos.
Sin embargo, si nos fijamos, pocas de las revelaciones que aparecen han nacido dentro de las redacciones. Suelen venir de fuera. Los americanos dicen que para hacer periodismo de investigación químicamente puro se necesitan tres principios: que la información tenga importancia para el público y valga la pena que se desvele, que algún poder intente esconderla y que la iniciativa salga de la redacción. Normalmente, las historias que aparecen, al margen de su veracidad, lo primero que el periodista tiene que hacer es ver de dónde sale, quién lo ha difundido y con qué intencionalidad.
Si Catalunya fuera un Estado independiente, ¿recomendaría a sus gobernantes que organizaran sus propias alcantarillas o hicieran operaciones encubiertas? Los Mossos d'Esquadra crearon, tiempo atrás, una sección que se conocía como “los mortadelos”.
Con los mortadelos hay mucho mito. Hacían funciones de policía de civil, cuando la Generalitat aún no tenía competencias en este ámbito. No hacían espionaje. Iban de paisano a las manifestaciones de extrema derecha, hacían fotos, miraban las matrículas de los coches. No hacían espionaje político. Aquí estamos hablando de otra cuestión. Estamos hablando de espiar partidos legales. Eso fue el origen del Watergate. Nixon envió gente a poner micrófonos en la sede del Partido Demócrata.
Está en juego hasta qué profundidad se creen la democracia los que están metidos en todo esto. Entrar en una guerra de dosieres no me gusta. Sería el “¡y tú más!”. Una manera equivocada de empezar.
Israel envía un comando vengador donde sea. Es un Estado a la defensiva. No creo que, en el contexto de Europa occidental, se tenga que montar un sistema como este. No estoy de acuerdo. Hay que hacer otro tipo de análisis. No quiere decir eso que no tengas que defenderte. Se deben tener buenos desactivadores de minas y artefactos. Pasar a la ofensiva ya es otra historia.
El periodismo de investigación que hacía usted, el que vemos reflejado en su documental, ¿ha pasado a la historia?
Me gustaría creer que no ha pasado a la historia. Da la impresión de que sí. No se hace porque no hay condiciones. Los medios de comunicación no han tenido el cuidado de facilitarlo y al mundo político no le ha interesado. Los equipos de investigación son incómodos, acaban siendo una especie de células que funcionan a su aire, gastan dinero, entran y salen, con una producción que no es diaria, sino a medio y largo plazo. Además, molestan política y jurídicamente. Cuestan querellas, abogados, pasar por los palacios de justicia, fianzas... Y, a veces, molestan a los amigos económicos, los socios del dueño del medio de comunicación.
Se convirtieron en una cierta incomodidad y fueron disminuyendo. Ahora no hay equipos de investigación. Hay individualidades, francotiradores. Pero sigo creyendo que son muy necesarios. Quizá más que nunca. Mi documental comienza a finales de los años setenta. Estamos en 2014. Hay muchas historias que no se han explicado, que hemos vivido en nuestra juventud como periodistas. Está todo por hacer.
¿Quién es hoy el equivalente del Xavier Vinader de los años setenta y ochenta?
He visto gente con muy buena actitud y que se frustra. Hace tiempo que doy clases y he visto gente capaz. El mismo Évole es un excelente reportero. Sin las cámaras.