Primero fue a un bar, después a la discoteca Luz de Gas de Barcelona y al salir de ahí a desayunar. Lo que no se esperaba el ingeniero Adrián Wegrzyn es que a las pocas horas estaría en un concurso de comer calçots en Valls (Tarragona) y que encima lo acabaría ganando. Como tantas otras buenas anécdotas, el camino al olimpo de los comedores de calçots de este barcelonés empezó con una borrachera.
“Al acabar el concurso me dijeron que no me fuera, que tal vez era el ganador”, rememoraba el pasado febrero en una cafetería de Barcelona. “Pensé que era una mierda de concurso si llegaba un borracho como yo y lo ganaba”.
Al pesar los calçots se lo confirmaron: era el ganador de la edición de 2002, se había comido 2,4 kilos en 45 minutos y había desbancado al ilustre campeón local. “¡Comí igual que el peso de un recién nacido!”, ironiza Wegrzyn, de 49 años. No recuerda cuántos calçots ingirió, pero eran más de 200.
“Había mucho alboroto, como si hubiese ganado el Nobel”, apunta. “Yo pensaba que todo en general era un pelín exagerado: hablamos de comer cebollas”.
Lo que pareció una noche kafkiana se convirtió en tradición. Desde entonces Wegrzyn, un ingeniero y empresario que también es instructor de rugby, ha acudido casi cada año al evento. Lo ha ganado ya 12 veces, más que nadie en el mundo. Solo ha perdido en dos ocasiones.
Su hegemonía llegó a ser tal que al final le han vetado de acudir a cada edición y solo puede presentarse cada dos años. “Cambiaron la normativa para que no ganara siempre”, asegura. “No les gustaba que cada año viniera un pixapins [expresión que se usa en los pueblos catalanes para referirse a la gente de Barcelona] y ganara el concurso”.
El concurso de calçots de Valls (Tarragona) es un evento tradicional que se ha celebrado ya en 41 ocasiones. Sus participantes deben ingerir en 45 minutos el máximo peso posible de calçots. Es obligatorio mojar cada cebolla en el correspondiente romesco (la salsa que lo acompaña) y al final se pesa la diferencia entre los calçots que se le han asignado a cada participante y los que quedan al acabar la prueba.
“En 2020 la tipa que tenía al lado cayó redonda al suelo”, rememora el campeón de 12 ediciones. “Le dije que se pusiera los dedos y vomitara. Se recuperó y acabó quedando tercera”.
Wegrzyn es un tipo corpulento y curioso: asegura que nunca come nada durante el día hasta la hora de la cena. “Esto del ayuno que se han inventado ahora yo llevo 25 años haciéndolo”, asegura. “Me levanto temprano, voy al gimnasio, llevo los niños al cole y me voy a trabajar… me paso todo el día en ayunas hasta la hora de la cena y entonces como bien”.
Comenta que él siempre ha sido de “comer mucho” y tiene que controlarse para no superar los 110 kilos: a partir de ese peso sus rodillas sufren durante el rugby. Añade que lo de llevar a cabo retos vinculados a la comida ya lo había hecho de joven. En una ocasión apostó con un amigo a ver quién podía comer más trozos de pizza de una franquicia que ofertaba un buffet libre: ingirió 36 porciones. En otra apuesta logró comerse 10 hamburguesas completas en apenas media hora.
Lo de los calçots fue algo natural, apunta. Tras ganar el primer año —recordemos, sin haber dormido— acudir al evento se convirtió en una tradición. Solía ir con los compañeros del equipo de rugby a pasar el día. Ahora acude con sus hijos y su pareja. “Se ha convertido en una tradición”, explica. “Aunque al cabo de 10 minutos te sientes gilipollas y piensas: ‘¿qué cojones hago aquí otro año?’”
Desde luego no lo hace por dinero. El premio suele ser un lote de vinos o de cava que ofrecen los patrocinadores. “Lo máximo que me he llevado ha sido un Ipad”, afirma.
Lo que no se esperaba, cuando tenía veintipocos años y empezó a ganar cada edición, fue que acabaría dando entrevistas en medios catalanes y nacionales. “En general todo me sobrepasó un poco”, recuerda. “Ojalá hubiera tenido reconocimiento por otra cosa… Pero me hice famoso por comer calçots”, dice con ironía.
“La clave es ir limpiando la boca con vino y mojar poco el calçot en el romesco”, recomienda para futuros competidores. ¿Algún protector gástrico antes de ir? “Nada, yo no tomo nunca pastillas”, responde. Wegrzyn asegura que tampoco se prepara de ninguna manera antes del reto. “Solo un año estaba muy motivado y no cené la noche anterior”, afirma. “Esa vez me comí casi cuatro kilos, el actual récord”.
¿Y después? ¿Cómo le sienta al cuerpo comer casi cuatro kilos de cebollas en 45 minutos? “Los años que he bebido mucho he vomitado al llegar a casa”, admite. “Pero creo que era más por la acidez del alcohol que por los calçots”.