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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Itziar González: “Las elecciones del 25-N son políticamente insignificantes, la mejora de la sociedad pasa por una acción unitaria en la calle”

Itziar González fue concejal del distrito barcelonés de Ciutat Vella entre los años 2007 y 2010, durante el gobierno del alcalde Jordi Hereu (PSC). Recibió amenazas de muerte y entraron a robar en su casa después de denunciar una presunta red corrupta de soborno a funcionarios en la concesión de licencias. Su oposición a continuar con la tramitación del Hotel del Palau de la Música la llevó a dimitir. Arquitecta y urbanista, González ha hecho recientemente una cuidada “restauración” del libro Barcelona, pam a pam de Alexandre Cirici, crítico de arte, diseñador, escritor y político. Ya se han vendido unos 3.000 ejemplares y se prepara la segunda edición.

Ha hecho usted una restauración del libro Barcelona, pam a pam de Alexandre Cirici, posiblemente el mejor libro que se ha escrito sobre Barcelona. ¿Dónde tiene su origen?Barcelona, pam a pam

El libro es una guía de Barcelona del año 1952. Se hizo por el Congreso Eucarístico. La editorial Teide la encargó a Alexandre Cirici, en pleno franquismo, para dar a conocer la ciudad. La guía se hizo en castellano y se tradujo al francés. Dos décadas después, en 1971, Teide le pidió a Cirici que hiciera una edición totalmente renovada. Cirici tradujo la guía al catalán, incluyó 27 itinerarios con dibujos y escogió 58 fotografías de Oriol Maspons para ilustrarla. El volumen adquirió otra presencia. Pero los lugares de los que habla no cambiaron. La Barcelona del 52 y la del 71 era casi la misma.

¿Cuál es la gran aportación de la edición de 1971?

Cirici introdujo una pequeña introducción que es un manifiesto social muy comprometido. En la introducción dice que quizás hizo un primer libro muy autocomplaciente, en el que hablaba de nuestro patrimonio, y creyó que había que dar un paso más y afrontar el reto de que la ciudad no tuviera márgenes. Decía que, después de derribar las murallas de Ciutat Vella, se tenía que ir con cuidado de no levantar otras murallas invisibles, las de las diferencias sociales. Se refería a los barrios que empezaban a crecer: Nou Barris, el Besòs... El libro hace un claro giro hacia lo social. Cirici se compromete con los derechos de los ciudadanos. Introduce connotaciones históricas, culturales y sociales. El texto se convirtió en un icono e inspiró algunas de las primeras decisiones municipales. Se tradujo al inglés y al castellano. Se hicieron muchas reediciones.

¿Y cuándo entra usted en el proyecto?

Hace un tiempo, el editor de Comanegra, Joan Sala creyó necesaria la reedición del libro. La familia de Cirici también quería que hubiera una actualización. Sala, entonces, pensó en mí. Desde un primer momento, entendí el libro como un monumento, y quise llevar a cabo su restauración como se interviene un edificio que es patrimonio arquitectónico. Restauramos los materiales. Buscamos los originales de las fotos, los limpiamos y los reprodujimos en toda su dimensión. Los lugares de los que habla Cirici me los recorrí de arriba abajo y marqué en gris las cosas que ya no existen. Lees la descripción de lo que había, pero sabiendo que ya no está. Después me di cuenta que uno de los aspectos más importantes de la obra es el amplio conocimiento que Cirici tenía de los nombres propios, de los artistas, artesanos y arquitectos, y decidí ponerlos en negrita. Quería resaltar que la construcción de una ciudad es un proceso colectivo.

¿Su libro, Per no perdre peu, de qué trataPer no perdre peu?

Allí donde se han producido cambios pongo una marca en el margen que remite a un libro anexo, que es el mío, Per no perdre peu. Sin embargo, en lugar de hablar sólo de patrimonio hablo también de urbanismo. Hablo de los cambios que ha experimentado la ciudad. Ésta es la fórmula que he encontrado para restaurar el libro de Cirici sin meterme. He restaurado un libro, con 126 notas, sin imponer mi visión. La idea es que sea un proyecto colectivo. El siguiente paso será un espacio web que tendrá la participación de todo el mundo. En un futuro, queremos democratizar las ampliaciones y los contenidos.

Su trabajo, sin embargo, no es inocuo. Es muy crítico. Habla del movimiento vecinal, del impacto de las grandes obras, del patrimonio salvado por la ciudadanía. ¿Cómo ve hoy Barcelona?

Barcelona es una ciudad que se redescubrió en sí misma durante la democracia. Había quedado desdibujada por el abandono institucional. Con la aparición de los primeros ayuntamientos democráticos y los primeros planes de intervención, la ciudadanía se anima y participa. Muchos de los vecinos se creen ese protagonismo. Pero, poco a poco, las Administraciones, en manos de tecnócratas y de políticos clientelares, se van convirtiendo en gestoras de intereses y de ambiciones claramente crematísticas. Se produce una deriva hacia la gestión de la venta de suelo en favor de unos intereses económicos privados.

Y empiezan los problemas.

El poder de iniciativa se va traspasando al ámbito privado, con unos gestores, dentro de las instituciones, interesados en los beneficios estrictamente económicos. Se rompe el ciclo ecológico a través del cual un ciudadano paga sus impuestos y, estos impuestos, la administración los revierte en mejoras. En Barcelona, eso pasa porque empiezan a aparecer el que llamo “los parásitos de la grandeza de Barcelona”, que son los inversores económicos extranjeros y locales, con sedes en paraísos fiscales, que empiezan a comprar fincas en Ciutat Vella, a hacer acoso inmobiliario y, en algunos casos, a generar hoteles y apartamentos turísticos. Los buitres se empezaron a aprovechar de las plusvalías de calidad de vida y urbanística de una Barcelona hecha entre todos.

Denuncia blanqueo de dinero en locales de Ciutat Vella.

Una ciudad como Barcelona también recibe los efectos de la economía global criminal. Cuando digo economía criminal me refiero a todo lo que tiene que ver con no respetar los derechos humanos: tráfico de drogas, de personas, de armas. Todo eso genera una economía en negro que se trata de blanquear. Las ciudades son una gran oportunidad para las mafias. España lo ha sido a través de la industria de la construcción, y Barcelona lo es ahora con la coartada del turismo.

¿Algunos negocios turísticos son para blanquear dinero?

Bajo la coartada de que cada año tenemos millones de turistas, algunas redes criminales empezaron a adquirir toda una serie de locales en Barcelona. Empezaron en el centro histórico y ahora se han extendido por toda la ciudad. No hay tanta demanda para los miles de supermercados que están apareciendo en Ciutat Vella. Detrás de eso no sólo está la venta de alcohol, sino también otras actividades que permiten que pueda haber una serie de hombres trabajando, hombres que tienen sus pasaportes retenidos por una red que les lleva de aquí para allá y les hace dormir en pisos-patera. Estas redes promueven el tráfico de personas. Como concejala vi que en Ciutat Vella vivía población en situación de esclavitud, y desde la administración no se hacía nada.

¿Me está diciendo que la Administración no cumple con sus funciones?

Pedí ayuda a la Inspección de Trabajo, a Hacienda, a la Delegación del Gobierno, a Fiscalía. Y la única institución que respondió siempre fue la Fiscalía. Creo que se sienten desbordados por la dimensión de la tarea. Es complejo, pero estas dinámicas se pueden detener. Se pueden hacer inspecciones del seguimiento de la actividad económica de estos locales y se verá que, en muchos casos, sus propietarios están cobrando en negro. A mí lo que me entristece es ver que no interesa detenerlo. Cuando ves la sustitución de los bares gallegos por bares llevados por chinos te das cuenta que no se cambia la carta y que los hombres y las mujeres que los regentan son trabajadores y encantadores. Lo que no está tan claro es de dónde acabará proviniendo, por ejemplo, el tabaco de aquel establecimiento. Las mafias necesitan control territorial porque generan una red de distribución de lo que les interesa. La tapadera puede ser un restaurante, un bar. Aquel sitio, para la red, tiene otra función y un valor estratégico.

¿Y todo eso continúa pasando? ¿Qué consecuencias puede tener?

Si permitimos que haya personas que alquilen a precios abusivos locales donde no se vende nada, estamos echando al pequeño comercio. Que la administración y los políticos se inhiban ante estas dinámicas quiere decir que no están respondiendo al control que garantizaría una economía de proximidad con sentido. Que no nos ocupemos del tráfico de personas o del hecho de que estas personas vivan en situaciones infrahumanas quiere decir que incumplimos nuestro compromiso con los derechos humanos. Cuando no perseguimos a las mafias que promueven el tráfico de mujeres y no paramos de poner sanciones a las prostitutas estamos haciendo el juego a unas mafias que las tienen cada vez en peores condiciones y más dependientes.

¿La Rambla es el eje de todas estas dinámicas?

No. Están extendidas por todo Ciutat Vella. El Raval sur y el Barrio Gòtic se están convirtiendo tan rápidamente que hace horrorizar. En la Barceloneta, en el Casc Antic, también pasa. En Ciutat Vella o tienes grandes marcas o tienes este subproducto de negocio.

Concrete que es lo que cree usted que pasa en la Rambla.

Cuando especializas un lugar en un tipo de actividad turística acabas echando el vecindario. No hay control social, y así es fácil que por la noche la lógica ciudadana se convierta en lógica delictiva. Mi teoría es que el emplazamiento estratégico de locales aparentemente de uso turístico hace que estos mismos establecimientos sean los que de noche irradien y distribuyan los productos y las dinámicas delictivas. Si tú especializas los locales que están más horas abiertos en bares vendrá un tipo de cliente que te pedirá alcohol, droga y, finalmente, muchas veces, prostitución. Es un paquete. Lo que ha pasado en la Rambla es que se ha generado una oferta que ha traído la demanda. Estratégicamente, las mafias se han instalado para después acercar un tipo de demanda. Es un lugar donde no hay vecinos, ni control social, y a la policía le es relativamente igual.

¿Qué se puede hacer para acabar con eso?

Lo que se puede hacer son inspecciones integrales transversales, inspecciones fiscales, laborales, de salud y policiales. Si hubiera una incursión de la Administración potente, podría ser que las mafias se marcharan inmediatamente. Las mafias son muy perezosas en cuanto a la resistencia. Se desplazan a sitios donde las dejen en paz. Pero también es cierto que la Rambla es un lugar estratégico, está en el corazón de la ciudad, con un tipo de usuario/consumidor que no se acaba nunca: el turista.

Ya hace más de dos años que dimitió. ¿Qué valoración hace de aquella etapa?

La experiencia como concejala es una de las cosas más importantes que me ha pasado en la vida. Fue un gran aprendizaje. No era una cosa que me esperara, aunque me sentía preparada para aportar soluciones y acciones que mejoraran Ciutat Vella. Acepté sin pensarlo porque estaba en mi territorio. Conocía las dinámicas que no me gustaban de Ciutat Vella y pensaba que las podría cambiar.

Pero no fue así.

Lo intenté, pero no lo conseguí del todo. Descubrí que los alcaldes en general, y en concreto Jordi Hereu, no tienen bastante poder. No tienen ninguna capacidad real de incidir en las grandes cuestiones de una ciudad. Descubrí también la existencia de una red clientelar de funcionarios vinculada a personas de determinados partidos y a intereses económicos hoteleros. Eso primero me estimuló y lo vi como un reto, pero tuvo demasiadas consecuencias personales.

La amenazaron, entraron a robar en su casa… Acabó dimitiendo.

Considero que mi primer gesto netamente político fue mi dimisión. Pensé que, en aquel contexto, lo mejor que podía hacer era hacer visible mi incapacidad para cambiar las cosas y una cierta denuncia, una crítica de que el sistema no funcionaba.

¿A quién iba dirigida su crítica?

La crítica no era exclusivamente al alcalde o a las instituciones superiores. La crítica era para todo el mundo. Quería hacer una crítica a algunos funcionarios que no se habían hecho respetar lo suficiente y que en lugar de poner límites a las demandas arbitrarías de algunos políticos optaron por la corrupción. También quería mostrar a los ciudadanos que hay que diferenciar una política con vocación de servicio de otra de simples gestores de una red clientelar. Y decirle al alcalde que creía que no se había hecho respetar delante del partido y de los intereses privativos y de los lobbys, y no había reclamado su derecho como alcalde a coger el timón y llevar el barco hacia donde los ciudadanos querían. Finalmente, también quería hacer una autocrítica por haber intentado cambiar todo eso sola. De aquí mi dimisión y el posterior trabajo de búsqueda para sumarme a una red genuinamente política para intentar ayudar.

¿El caso del hotel del Palau de la Música hasta dónde influyó en su dimisión?

Fue el detonante. A mí, desde el comienzo, no me gustó el plan. Políticamente el PSC apoyaba el proyecto, CIU y PP, también, y ICV, en la medida que formaba parte del gobierno, lo asumía. Como concejala de Ciutat Vella conocía la gran oposición vecinal y estuve dos años haciendo equilibrios. Sugerí un proceso de participación, recogí propuestas ciudadanas para mejorar el propio diseño del edificio. Pero en el momento en que salió en la prensa que las fincas afectadas ya eran propiedad de un privado, consideré que había instituciones públicas, como el Ayuntamiento y la Generalitat, que habían ayudado a una fundación cuyo presidente no estaba jugando limpio. Me pareció que se tenía que hacer un gesto político para evitar la complicidad pública en ese proyecto. Y eso es lo que no compartieron ni el concejal de Urbanismo, ni el propio alcalde. Hereu me dijo que harían el hotel. Yo le dije que me sentía impotente, que había indicios de que aquello era un pelotazo y que la ciudadanía quería una corrección del error de haber colaborado con alguien que no se lo merecía. Al decirme que no vi la necesidad de marcharme.

¿La veremos de nuevo en política?

Ahora estoy colaborando en una red de la sociedad civil que está tratando de articularse para poder llegar a hacer campañas y estrategias de transformación política. Estamos acabando de diseñar el espacio y el nombre. Hemos creado un texto de declaración de principios, con unos objetivos. Es un colectivo formado por gente a título particular. Los principios básicos son el no reconocimiento de deuda, la exigencia de la transformación de las reglas de juego actuales del sistema de partidos, la honestidad y la ética. Es una apuesta muy inclusiva. Ahora mismo una de las tareas que estamos haciendo es ayudar en todo lo que podemos a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).

¿Los partidos políticos, en el sentido tradicional, no tienen futuro?

Los partidos políticos tuvieron un papel importantísimo en la transición, pero en la medida en que las personas que han entrado en esos partidos han ido privatizando el poder delegado, han ido perdiendo su función social. Han sido personas concretas en cada partido las que han abusado de su poder de representación y han estado al servicio de redes de favores y no de los verdaderos clientes que son los ciudadanos. Los partidos políticos cumplieron su función social, pero ahora están muy alejados de la voluntad popular. Por eso, ni PP ni PSOE conseguirán detener los desahucios. Lo conseguirá la PAH y el padecimiento y los suicidios de la gente.

Cita usted los desahucios. ¿Cómo hay que afrontar una problemática como ésta? Desde que empezó la crisis, 400.000 personas o familias han perdido la casa en España.

Pues, cogiendo la banca, que hemos rescatado entre todos, e imponiéndole las políticas de hipotecas y de vivienda. Hace falta recuperar el liderazgo de quien se ocupa de hacer cumplir los derechos básicos de los ciudadanos y coger a la banca, que está haciendo una actividad privativa de una cuestión que toca los derechos fundamentales de las personas, y decirle: “yo te rescato, banca, pero mando yo. Te dejo dinero, pero los intereses que tienes que pagar tienen que ser el rescate de la dignidad de los ciudadanos y el interés general”.

¿Por dónde se tiene que empezar?

Antes que cambiar el sistema político, primero hay que cambiar a las personas que lideran u ocupan los puestos estratégicos. Se trata de colocar en esos lugares a personas que sepan actuar ejemplarmente. Ada Colau es una mujer que representa a todo el mundo. Es una mujer que está haciendo de altavoz de un grupo, pero que tiene la fuerza y la solidez de todo el grupo. Es muy creíble, constante, ejemplar. Es el prototipo de los líderes políticos que tenemos que tener. Pero lo mejor que tiene es que Ada puede ser sustituida por cualquiera de sus compañeros. Todos tienen la misma experiencia en esta lucha, todos son protagonistas. En la PAH no hay una jerarquía militar. En la PAH todos tienen el mismo rango. La conclusión es que tenemos que ir hacia una transformación de liderazgos.

¿Y no es lo que estamos viendo ahora mismo entre los políticos?

Artur Mas, por ejemplo, está utilizando su liderazgo personal para crear una sombra que evite que se mire hacia un partido que tiene la sede embargada y del que tenemos indicios que se ha financiado irregularmente. ¿Y entonces qué hace Mas? Pone el interés en él mostrándose como alguien honesto, coherente y valiente. Si realmente Mas quisiera formar parte de ese liderazgo ejemplar y de la nueva política, lo primero que tendría que hacer es apartar de sus listas a todas las personas encausadas.

Si le parece volvamos a la actualidad municipal de Barcelona. Es partidaria de hacer una consulta sobre la transformación del Port Vell en un puerto de yates de lujo.

Sugerimos una consulta ciudadana porque supondría una especie de alerta a los barceloneses sobre que quieren que sea su puerto. Me parece que el Ayuntamiento de Barcelona tiene la obligación de tener en cuenta todas las opiniones cuando se proponen actuaciones tan importantes y de un impacto tan grande. En Collserola, todo el mundo ha opinado sobre la transformación del parque. En cambio, en el puerto, no. ¿Por qué? Pues, quizás, porque Collserola no da los beneficios económicos privados que da el puerto. Alguien del gobierno municipal respondió diciendo que la consulta no se hará porque ellos ya saben lo que se tiene que hacer allí. Eso suena un poco arrogante y antidemocrático. El puerto es suelo público, hay una Autoridad Portuaria que lo gestiona, pero el suelo es público. Es un suelo calificado como infraestructura. Tiene unas características, tiene un emplazamiento estratégico para la economía, pero es fundamentalmente público. No es sólo de quien gobierna. Es de todo el mundo. Todas estas cuestiones muestran una falta de respeto hacia los ciudadanos. Si en algún momento se tiene que ir con cuidado es ahora. Están a punto de cargarse la confianza de la ciudadanía en las instituciones. Es peligrosísimo.

¿Qué sabe del juicio por el presunto caso de sobornos a funcionarios por la tramitación de licencias?

No avanza. Creo que el hecho de que la justicia tarde tanto tiene un doble efecto. Por una parte, garantiza la impunidad de los que delinquen y, de la otra, permite a las víctimas relativizar las cosas y pasar página. A mí, la lentitud de la justicia me compromete todavía más con la justicia.

Usted incluso se vio obligada a llevar escolta policial. Si no me equivoco le sustituyeron un agente. ¿Por qué?

Era uno de los escoltas que me generaba más confianza. Seguramente, ese escolta y yo hablábamos demasiado. Aprovechaba las conversaciones que teníamos para entender cómo funcionaba la Guardia Urbana.

¿También detectó casos de corrupción en la Guardia Urbana?

La Guardia Urbana tiene todo mi respeto. Las personas concretas que yo conocí, también. Pero, como en todos los colectivos, había personas sensibles al soborno. Algunas de las piezas de la policía no están por la labor de hacer cumplir la ley sino que buscan su beneficio propio. Pero nunca acusaría a la Guardia Urbana. Mayoritariamente, sus agentes hacen su trabajo y lo hacen bien. Cuando se produce corrupción en los estamentos de los funcionarios es porque esos funcionarios han visto que los cargos políticos son arbitrarios en sus decisiones y a veces favorecen “a los suyos”.

Ya acabamos. ¿Cómo ve las elecciones del 25 de noviembre?

Las elecciones del 25-N me parecen políticamente insignificantes. La ciudadanía ya hace tiempo que sabe que la mejora de la sociedad, la autodeterminación y la reconstrucción del país no pasa sólo por los políticos, ni por Artur Mas, ni por el Parlament que salga. Pasa también por una acción unitaria en la calle. Si CiU saca mayoría absoluta y en tres meses no ha hecho acciones políticas concretas y continúa la violencia sobre la ciudadanía y los recortes, la gente verá que nada ha cambiado. Y si todo sigue igual, llegará un momento que las entidades ciudadanas sacaremos a la calle a dos millones de personas. Si un millón y medio disolvieron el Parlament, dos millones lo volverán a hacer. Mi ambición es conseguir volver a disolver el Parlament cuántas veces haga falta, hasta que los representantes políticos que tengamos estén al servicio de las necesidades de la mayoría.

Es usted muy crítica. ¿Alguien la ha llamado?

Digamos que he recibido un toque de atención.

¿Puede ser más precisa?

No.