Joan Busquets, el guerrillero antifranquista que sigue pidiendo justicia a los 95 años: “La libertad es una lucha continua”
Joan Busquets Vergés no se ha reconciliado con su ciudad natal, Barcelona, ni con España. Es uno de los últimos maquis que quedan vivos, de los miles de guerrilleros emboscados que combatieron el franquismo desde la clandestinidad. A sus 95 años, afincado en Normandía (Francia), está convencido de que el Estado no ha reparado el daño que le causó y de que merece la pena luchar para conseguirlo.
“Yo lucho por la libertad, es una lucha continua y hasta la muerte”, señalaba este martes durante una entrevista con varios medios este antiguo guerrillero catalán. Estos días ha viajado desde su casa en el norte de Francia hasta Barcelona para explicar públicamente petición de indemnización de un millón de euros que ha solicitado al Gobierno.
Su memoria permanece casi intacta, así como sus convicciones anarquistas, y es capaz de repasar su trayectoria con detalle: desde la huida de la España franquista de joven hasta los 20 años y seis días de cárcel que cumplió, pasando por una breve e intensa etapa en el maquis. Su paso por la prisión le dejó secuelas físicas, como una herida en la pierna que le supuró durante 50 años, y psicológicas, como el “trauma” de haber sido condenado a muerte –pena que le fue conmutada– y de ver cómo fusilaban a sus compañeros.
De ahí que Busquets pida ahora una reparación económica, algo que va más allá de lo establecido en la Ley de Memoria Democrática de 2022, y que espera que sirva para abrir camino para otros represaliados del franquismo. “Lo que no he querido hacer es solicitar el reconocimiento de víctima porque me lo hubiesen concedido inmediatamente, pero para mí no tiene ningún valor moral”, razona este hombre.
Contra Franco sin miedo a la muerte
Nacido en Barcelona en 1928, Busquets creció en el seno de una familia humilde y politizada, con un padre delegado de la CNT, y rápidamente entró en contacto con figuras contrarias al régimen. “La sensación era como de época de la Inquisición, había que salir de esa España negra”, recuerda sobre los primeros años de su juventud. En 1947 se exilió a Francia, trabajó en una mina de carbón de la región del Aveyron, se afilió a CNT y se prendó del ambiente “fabuloso” de los republicanos en Toulouse.
“Sin embargo, mi sensación era que no hacía lo suficiente, que tenía que ir más allá”, relata hoy. Tras conocer a uno de los maquis con más trayectoria de Catalunya, Marcel·lí Massana, dio el salto a la guerrilla. “Él me dio la idea de luchar directamente contra Franco”, asegura, aunque explica que luego el jefe guerrillero no le quería en sus filas por ser demasiado joven. “Al final me cogió y me tenía bastante mimado, como su hermano pequeño”, sonríe.
Busquets se enroló en el maquis en 1948, en realidad cuando se iniciaba el declive de este movimiento de resistencia posterior a la Guerra Civil. La operación de reconquista a través del Valle de Arán había sido un fracaso y el Partido Comunista de España (PCE) estaba renunciando a ese tipo de lucha armada. El balance de ese conflicto alcanzaría los más de 2.000 guerrilleros asesinados y 3.000 encarcelados.
“Los guerrilleros creían que como habían ayudado a las democracias, estas les ayudarían a liberar España. Yo al principio también lo creía, pero después ya no”, apunta. Asegura este nonagenario que siempre supo que no lograría derrocar a Franco con sus incursiones y sabotajes. “Creía que había que hacer el máximo daño posible al régimen, pero también tenía los pies en el suelo”, explica. “Tampoco pensé nunca que me matarían. Un joven nunca lo piensa”, aduce.
Del año y pico que estuvo en la guerrilla, tanto en Francia como en el interior de Catalunya, recuerda especialmente la disciplina que reinaba en el grupo. “Éramos de ideas ácratas, pero teníamos una autodisciplina que hoy puede ser difícil de comprender. No era el ejército, donde la disciplina es impuesta, sino que nosotros nos disciplinábamos a nosotros mismos y de ahí nacía nuestra fuerza”.
La caída y las veces que pensó que moriría
Con apenas 20 años, Busquets fue detenido en octubre de 1949 en Barcelona, tras haber participado en un sabotaje con explosivos que logró derribar una cincuentena de torres de alta tensión en Terrassa. Pasó por los calabozos de la comisaría de Via Laietana, donde fue torturado, y luego fue trasladado a la Modelo y sometido a un juicio sumarísimo por el que le cayó la pena de muerte.
“Cuando eres joven tienes una resistencia terrible”, reflexiona ahora Busquets. “Llegué a la conclusión de que si me mataban, tenía que morir dignamente. Es duro llegar a esta conclusión con 20 años”, concluye.
Al final, le conmutaron la pena capital por 30 años de prisión, de los que cumplió 20 y seis días. Pero sus dos principales compañeros, Manolo Sabaté y Saturnino Culebras, fueron fusilados al poco de ser capturados, en febrero de 1950.
De los 20 años que pasó en prisión, 15 de ellos en San Miguel de los Reyes, en València, y el resto en Burgos, asegura que se queda con la esperanza que cultivó más que con las penurias. “Lo malo se olvida”, dice. Aun así, relata hambre, enfermedades y malos tratos de los guardas. Pero el peor episodio fue cuando trató sin éxito de fugarse en 1956. Al saltar uno de los muros de la prisión, cayó en una acequia y se rompió la cabeza del fémur.
Le llevaron a la celda de castigo sin curarle debidamente la herida. “Estuve siete días en el suelo en pleno invierno tapado solo con una manta, no tenía nada que decir, estaba encerrado y pensaba que iba a morir y ya está”, recuerda. Una protesta de los demás presos hizo que finalmente le trasladaran al Hospital Provincial de València para intervenirle. Años después, ya en Francia, le llegaron a declarar no apto para el trabajo por sus problemas en la pierna debido a las negligencias sufridas esos días.
La lucha sigue desde Francia
Joan Busquets salió de la cárcel en 1969 con 41 años y media vida entre rejas. Regresó a su Barcelona, pero no consiguió adaptarse. “Tenía la cabeza como un bombo”, resume. Hasta le causó impresión el ver por primera vez en su vida un semáforo. “Pasé en rojo y me gritaron ''¡imbécil!”, cuenta.
Encontró un buen trabajo y bien pagado en una editorial, pero la Brigada Político Social de la Policía lo hostigaba, asegura. En realidad, estaba en libertad vigilada porque la condena no venció oficialmente hasta 1974. Así que en 1971 decidió darse a la fuga y se marchó a Francia, donde recibió la condición de exiliado político y acabó formando una familia.
Desde entonces, El Senzill ha mantenido su vinculación con los círculos anarcosindicalistas, tanto en Francia como en Catalunya, donde sigue colaborando con la CGT en la comarca del Berguedà. Ha sido este sindicato el que le ha asesorado jurídicamente en su reciente reclamación.
Uno de los episodios que recuerda con mayor orgullo es el de la visita del reyes Juan Carlos I y Sofía a París en 1976, durante la presidencia francesa de Giscard d’Estaing. “A mí y a otros nos detuvieron por considerarnos peligrosos y nos mandaron a Bretaña”, explica. “Estuvimos siete días secuestrados”, añade.
En su condición de víctima del franquismo, Busquets mandó cartas al presidente del Gobierno, Felipe González, y luego al president de la Generalitat, José Montilla, para reclamar reconocimiento y reparación para los guerrilleros. Pero nunca obtuvo respuesta. También ha participado recientemente en las campañas para pedir que la Jefatura Superior de Policía de Catalunya, en Via Laietana, se convierta en un centro de memoria histórica. En este aspecto no oculta su antipatía por los socialistas: “Han sido los bomberos que benefician y encubren a los golpistas”.
Hasta hoy, Busquets ha continuado viajando a Catalunya, tanto a Barcelona como especialmente a la comarca del Berguedà, donde mantiene lazos de amistad, pero ha rechazado volver a vivir a España. “Hasta que no vea que llega la democracia por la que yo luché…”, afirma. Y precisa que se refiere a la república por la que combatió a “pesar de ser anarquista”.
Si el Ministerio de Justicia le deniega la reparación económica, no descarta continuar por la vía judicial. Y frente a un mundo con las democracias en declive, reivindica: “La lucha continúa, y si continúa para mí… Yo no quiero decirles a los jóvenes qué tienen que hacer, pero sí deben saber que la libertad es una lucha que dura hasta el fin de los días”.
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